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NOVA ET VETERA
Sacado del n. 01/02 - 2011

Archivo de 30Días

La mujer del Apocalipsis y el anticristo


Volvemos a publicar, por  su sorprendente actualidad, un artículo de Ignace de la Potterie, publicado originalmente en el número 97, 1995, de 30Días


por Ignace de la Potterie


La bestia saliendo del mar, una de las escenas del Apocalipsis pintadas al fresco por Giusto de Menabuoi en el ábside del Baptisterio de Padua

La bestia saliendo del mar, una de las escenas del Apocalipsis pintadas al fresco por Giusto de Menabuoi en el ábside del Baptisterio de Padua

 

Dos motivos nos ofrecen la ocasión para seguir la reflexión sobre el Apocalipsis comenzada en el último número1: el 19 centenario de la composición del último libro de la Biblia, que se celebró en la isla de Patmos bajo el patrocinio del Patriarcado ecuménico de Constantinopla; pero sobre todo el hecho de que del Apocalipsis se ocuparon dos grandes exégetas, hoy marginados por el establishment académico y que 30Días justamente ha vuelto a ofrecer a sus lectores en los últimos números: Erik Peterson (18901960)2 y Heinrich Schlier (1900-1978)3.
Para los dos teólogos alemanes, ambos convertidos del protestantismo, las visiones narradas en el Apocalipsis representan la batalla terrible y al mismo tiempo real que se da en la historia entre el Redentor y s enemigo escatológico. Los dos exegetas consideran al anticristo como un actor del Apocalipsis, representado en los símbolos del dragón y de las dos bestias. Peterson, en su estudio de 1938 sobre el Apocalipsis, hablando de la fiera que viene de la tierra la identifica con «el falso profeta que también puede llamarse el teólogo del anticristo». Schlier más de veinte años después escribe un artículo sobre el anticristo concentrándose únicamente en el capítulo XIII del Apocalipsis, en el que descubre toda la simbología del culto imperial. En su lectura, el anticristo se identifica con el Imperio romano y, en general, con las potencias mundanas que persiguen a la Iglesia.
A lo largo de los siglos muchos han recurrido, dentro y fuera de la Iglesia, a una lectura exclusivamente política de los signos del Apocalipsis. Todos los tiranos y protagonistas trágicos y negativos de la historia, hasta Hitler y Stalin, han sido identificados alguna vez como personificaciones del anticristo. Lutero llegó incluso a atribuir las características del anticristo al papa de Roma.
Semejante inflación de anticristos puede provocar equívocos. Por esto parece oportuno volver a descubrir qué es el anticristo para Juan, el discípulo que habló de él.
En primer lugar, hay que señalar que, si bien muchos comentarios ponen en relación anticristo y Apocalipsis, la expresión “anticristo” no aparece nunca explícitamente en libro que Juan escribió en Patmos. Están, es verdad, las figuras terribles de las dos fieras y del dragón. Pero también aquí, si por una parte la fiera que viene del mar se identifica con Roma y los reinos mundanos, la otra fiera, la que viene de la tierra, representa el poder religioso encarnado en la casta sacerdotal judía (la prostituta), como bien señaló Eugenio Corsini en su ensayo Apocalisse prima e dopo (Sei, Turín,1980) [“Apocalipsis antes y después”]. La bestia religiosa es peligrosa por ser instrumento del Maligno al igual que lo son los dos grandes poderes mundanos.
 . El fragmento fundamental está algo antes: «Hijitos, ésta es la hora postrera, y como habéis oído que está para llegar el anticristo, os digo ahora que muchos se han hecho anticristos, por lo cual conocemos que ésta es la hora postrera. De nosotros han salido, pero no eran de los nuestros. Si de los nuestros fueran, hubieran permanecido con nosotros, pero así se ha hecho manifiesto que no todos son de los nuestros» (1Jn 2, 18-19). Esta es, pues, la primera característica de la venida del anticristo: se trata de un evento eclesial antes que político. El Anticristo como figura misteriosa, aún no precisada, cuya venida describe también Pablo (2Tes 2, 7-8) como una de las señales de la hora postrera, asume en las cartas de Juan rasgos históricos concretos. Coincide con la manifestación de la primera dolorosa fractura en el seno de la comunidad cristiana. Los anticristos son los primeros herejes, como los gnósticos, es decir, los que han roto la unidad de la comunidad en torno a Cristo. Su delito es el más grave, el que Juan llama “pecado de iniquidad”: estar contra Jesucristo. No reconocer a Jesús venido en la carne, y por tanto, como explica en la segunda carta, querer ir más allá: «Todo el que se extravía y no permanece en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios» (2Jn 9).
En la primera carta, se menciona la figura del anticristo con otros dos antagonistas de los cristianos: el maligno («Os escribo, jóvenes, porque habéis vencido al maligno», 1Jn 2. 13), y el mundo («No améis al mundo ni lo que hay en el mundo», 1Jn 2, 15). Entre estos tres sujetos hay un nexo estrecho: cada una de las personas, definidas anticristos, que renegando de Jesucristo han provocado la división de la comunidad, representan un poder colectivo, el mundo, que se ha cerrado al amor del Padre, pero que está inspirado por el poder del maligno. En este sentido el anticristo, al estar inspirado por el maligno, es decir, satanás, revela su dimensión esencial, escatológica, que nos lleva al Apocalipsis. El hecho eclesial del cisma por herejía es revelado en su dramaticidad de hecho escatológico: detrás del delito de los anticristos está la acción del maligno en su lucha contra el reino mesiánico. Una oposición abocada a la derrota, porque el maligno sabe que el Señor ya ha vencido. Pero justamente el acercamiento de la revelación definitiva de la victoria, hace al diablo más rabioso en la persecución de los discípulos de Jesús a lo largo de la historia: «Regocijaos, cielos, y todos los que moráis en ellos. ¡Ay de la tierra y de la mar!, porque descendió el diablo a vosotras animado de gran furor, por cuanto sabe que le queda poco tiempo» (Ap 12, 12).

La mujer vestida de sol y el dragón que trata de devorar al niño, una de las escenas de la Apocalipsis pintadas al fresco por Giusto de Menabuoi en el ábside del Baptisterio de Padua

La mujer vestida de sol y el dragón que trata de devorar al niño, una de las escenas de la Apocalipsis pintadas al fresco por Giusto de Menabuoi en el ábside del Baptisterio de Padua

Toda la segunda parte del Apocalipsis (capítulos 12-22) está consagrada al destino de persecución de la Iglesia en el curso del tiempo hasta la victoria final de la nueva Jerusalén que baja del cielo. Al principio de esta sección, se describe a la Iglesia perseguida en el símbolo de la lucha entre la mujer y el dragón. Precisamente por la figura de la mujer, además de por la interpretación que ya en los comentarios de los Padres veían en ella una imagen de la Iglesia, fue propuesta a partir de la Edad Media una clave de lectura mariana, que ha influido durante mucho tiempo en la tradición iconográfica y litúrgica. Efectivamente, los primeros cristianos y en particular la comunidad cercana a san Juan, considerada la relación filial de Juan con Maria comenzada en el Calvario, no podían por menos que referir la imagen de la mujer del Apocalipsis a la mujer concreta de la que habla el Evangelio, la madre de Jesús que él mismo llama «mujer» primero en la boda de Caná (Jn 2, 4) y luego cuando estaba a los pies de la cruz con Juan («Mujer, he ahí a tu hijo... He ahí a tu madre», Jn 19, 26-27). Pueden hacerse varias consideraciones que confirman la legitimidad de la doble lectura. La mujer está vestida de sol, con la luna debajo de sus pies. Grita por los dolores de parto y aparece un dragón que la amenaza a ella y al hijo varón que está dando a luz. Todos son símbolos e imágenes que se pueden atribuir tanto a Maria como a la Iglesia. Por ejemplo, el parto doloroso, que no puede ser una referencia al nacimiento de Jesús de Maria (allí el parto fue virginal y sin dolor: la encíclica de Pío XII Mediator Dei, resumiendo toda la tradición, lo define «feliz parto»), simboliza, en cambio, el acontecimiento pascual, con el nacimiento de la Iglesia. Acontecimiento que sucede precisamente a los pies de la cruz: Maria y Juan a los pies del Redentor crucificado son la Iglesia naciente. Y es allí donde la madre de Jesús se convierte en la madre de todos los discípulos. Esos discípulos sobre los que, como dice el Apocalipsis, caerá la cólera del dragón: «Se enfureció el dragón contra la mujer y se fue a hacer la guerra contra el resto de su descendencia, contra los que guardan los preceptos de Dios y tienen el testimonio de Jesús» (Ap 12,17).
Si es correcta, pues, la lectura mariana de la Mujer del Apocalipsis, nos interesa comprender aquí el sentido de la lucha entre la mujer María y el dragón. Es decir, la contraposición entre María y ese símbolo del mal escatológico que, como hemos visto, para Juan surge históricamente de la salida de la Iglesia de los primeros herejes. Hay una bella antífona, que se cantaba en las fiestas marianas del pasado y que la reforma litúrgica ha eliminado tanto del breviario como del misal: «Gaude, Maria Virgo, cunctas haereses tu sola interemisti in universo mundo (Regocíjate, oh Virgen María, pues tú sola destruiste todas las herejías en el mundo entero). No es que María hiciera algo durante su vida contra las herejías. Pero ciertamente el reconocimiento de María en los dogmas marianos es síntoma y baluarte de la firmeza de la fe. También el cardenal Ratzinger en su libroentrevista con Vittorio Messori4, subraya que «María triunfa sobre todas las herejías»: si le damos a María el lugar que le conviene en la tradición y en el dogma, nos hallamos ya de verdad en el centro de la cristología de la Iglesia. Los primeros dogmas, que se referían a la virginidad perpetua y a la maternidad divina, pero también los últimos (inmaculada concepción y asunción corporal a la gloria celeste), son la base segura para la fe cristiana en la encarnación del Hijo de Dios. Pero también la fe en el Dios vivo, que puede intervenir en el mundo y en la materia, así como la fe acerca de las realidades últimas (resurrección de la came, y, por tanto, transfiguración del mismo mundo material) se confiesa implícitamente reconociendo los dogmas marianos. Por ello se espera que se lleve a cabo el proyecto de introducir de nuevo, quizás en la fiesta de la Asunción corpórea de María al cielo, el 15 de agosto, la bella antífona eliminada por la reforma litúrgica.

 

 

Notas
1 Cf. I. de la Potterie, El Apocalip­sis ya sucedió, en 30Días, n. 96, 1995, pp. 62-63.     
2 Cf. L. Cappelletti, Teólogo sin patria, en 30Dias, n. 94/95, 1995, pp. 54-56; Como ovejas entre lobos, al cuidado de L. Cappelletti, ibíd., pp. 57-59; I. de la Potterie, El Israel de Dios, en 30Días, n. 98, 1995, pp. 24-27; La elección es siempre una gracia, al cuidado de G. Valente, ibíd., pp. 28-32.
3 Cf. L. Cappelletti, Apocalipsis, una historia actual, en 30Días, n. 93, 1995, pp. 62-64; Christus vincit, al cuidado de L. Cappelletti, ibid., pp. 65-68.
4 V. Messori – J. Ratzinger, Informe sobre la fe, BAC, Madrid, 1986.



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