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LIBIA
Sacado del n. 03 - 2011

África para los africanos


El vicario apostólico de Trípoli cuenta los días de la guerra


por Giovanni Innocenzo Martinelli


Monseñor Giovanni Innocenzo Martinelli, vicario apostólico de Trípoli, con algunos refugiados eritreos en la casa parroquial de la iglesia de San Francisco, en Trípoli, el 28 de febrero de 2011 <BR>[© Ansa]

Monseñor Giovanni Innocenzo Martinelli, vicario apostólico de Trípoli, con algunos refugiados eritreos en la casa parroquial de la iglesia de San Francisco, en Trípoli, el 28 de febrero de 2011
[© Ansa]

 

En cuanto comprendió lo que iba a suceder, un sacerdote fidei donum de Trento consiguió tomar el último vuelo para Trípoli, a donde volvió para seguir junto a quienes hubieran podido necesitarle. Una familia de musulmanes de Beida hizo, a su manera, algo incluso mejor. Recorrió cientos de quilómetros hasta la frontera con Egipto para esperar a sor Lucia, una amiga que volvía para trabajar en el hospital. Al no tener la posibilidad de tomar un vuelo directo para Bengasi, sor Lucia tuvo que pasar por Egipto, donde se quedó en casa de familiares de aquellos mismos amigos libios que luego fueron a recibirla a la frontera. También ella está ahora aquí, ahora que se derrama tanto dolor, y la gente no sabe comprender real­mente por qué.
En octubre, con motivo del veinticinco aniversario de nombramiento episcopal del vicario apostólico de Trípoli [el propio Giovanni Innocenzo Martinelli], había habido una fiesta espontánea, serena y compartida entre cristianos y musulmanes, con mucha cordialidad de todos para con todos. Nadie imaginaba que iba a llegar la guerra.
Tras los primeros momentos de la rebelión contra el régimen, en Trípoli la vida seguía casi como siempre, mientras los combates tenían lugar en otros lugares. Había más silencio de lo normal, una tranquilidad aparente y buscada para ahuyentar el miedo y la tristeza. Hubo quienes, comprensiblemente, escaparon esperando poder volver pronto. La presencia de controles nos recordó que había en el país enfrentamientos violentos. Luego llegaron los bombardeos de la coalición, que han causado muchas víctimas civiles: me han llegado numerosos testimonios dignos de fe y lo he repetido públicamente. ¿Cómo se puede pretender atacar un objetivo militar cerca de las casas de la gente sin imaginar sus consecuencias? A causa de las bombas “humanitarias” se han derribado edificios que arrastraban consigo a familias enteras; también algunos hospitales han sufrido daños.
Ahora tenemos la camioneta de la policía frente al portal de nuestra casa franciscana, nos hemos convertido en objeto de mayor protección por parte del gobierno, y es más que obvio dada la situación.
En general, de todos modos, la Iglesia católica no ha sido tocada, e incluso podemos decir que ha estado protegida.
La vida de nuestra comunidad se ha atenuado... pero sigue. En esta “normalidad”, con los pocos católicos que han quedado, conseguimos seguir celebrando la santa misa la mañana del viernes, del sábado y del domingo. La mayor parte de los fieles está compuesta por extranjeros; es sabido que nuestra identidad católica es afroasiática, representada en su mayoría por los trabajadores filipinos, ocupados en los hospitales, y los inmigrados africanos, francófonos y anglófonos. Los occidentales que trabajan en las compañías extranjeras adjudicatarias de las contratas se fueron en el momento en que cerraron sus puertas, en cuanto se oyó el fragor de las armas.
En esta guerra el islam no tiene nada que ver y nosotros nunca hemos tenido problemas con nuestros amigos musulmanes. Antes al contrario. El islam libio nunca ha sido una preocupación para nosotros.
A finales de marzo, durante la guerra, incluso mantuvimos nuestros encuentros regulares con la Dawa al Islamiya, conocida como World Islamic Call Society, el célebre ente gubernamental para el diálogo religioso. Mantuve antes un coloquio personal con el secretario general Mohamed Ahmed Sherid, y algunos días después se celebró un encuentro con el grupo de religiosos cristianos y católicos presentes en Trípoli. En lo que he podido, he apoyado esta iniciativa. Son visitas útiles, vividas con espíritu fraternal, y sirven ahora también para propiciar una actividad de mediación, donde sea posible, en esta guerra. La Dawa, de hecho, en sintonía con la Santa Sede, pide que se busque enseguida una salida a la guerra.
Mientras hablo todavía existe la esperanza de que se llegue a una solución política y diplomática. Es decir, que haya un verdadero diálogo entre las facciones y que se pueda ofrecer una solución realista y honrosa para todos. Han de participar la Unión Africana y la Liga árabe.
En estos días creo ver señales de reconciliación, tanto en el país como fuera. Se están llevando a cabo tentativas.

Trabajadores emigrados desde el África subsahariana en la iglesia de San Francisco, en Trípoli [© Corbis]

Trabajadores emigrados desde el África subsahariana en la iglesia de San Francisco, en Trípoli [© Corbis]

A la Unión Africana (UA) no se la interpela seriamente, no hasta el punto de que pueda emprender concretamente conversaciones. Quizá alguien aquí tiene complejo de superioridad. Los africanos, por su parte, no se exponen, pero sabemos que dentro de la UA hay quienes han pedido que actúe para Libia.
Hace decenios que venimos diciendo “África para los africanos”. ¿Por qué no ha de valer en este momento?
Por otro lado, hay países de la coalición que quieren dar armas a los rebeldes. Las armas no traen la paz, las use quien las use. ¿Qué se pretende, que los libios sigan matándose entre ellos? Aquí el pueblo está unido por su naturaleza –yo no he conocido a nadie que me haya dicho que quiere que el país se divida en dos– y dar armas va contra el pueblo. Parece como si se lo quisiera eliminar. Hay que hacer de todo para favorecer el diálogo entre ambas partes, en un clima apaciguado, con las personas adecuadas; hay que alcanzar el acuerdo con un compromiso.
Quiero darles las gracias a todos los obispos que me han llamado, y ante todo darle las gracias al papa Benedicto, que nos ha consolado mucho y ha adoptado una postura sencilla y precisa.
Desde la plaza de San Pedro ha pedido «que un horizonte de paz y concordia surja cuanto antes en Libia y en toda la región norteafricana». Basta ya de armas; un sí inmediato al diálogo y a la paz. Hemos traducido sus declaraciones al inglés y al árabe y las hemos difundido todo lo que hemos podido. Hemos leído el texto en todas nuestras misas y he ido a entregárselo en persona a algunos amigos libios.
Cada día me ayuda mirar el testimonio de los cristianos que están aquí, las enfermeras filipinas y las religiosas que trabajan en los hospitales de Tripolitania, las otras muchas que están en Cirenaica, en la ciudad de los insurgentes. Todas ellas curan a todas las víctimas, a un lado y al otro de las barricadas.
 


(texto recogido por Giovanni Cubeddu)



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