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EL ÚLTIMO LIBRO DE...
Sacado del n. 03 - 2011

JESÚS DE NAZARET. Desde la entrada en Jerusalén hasta la resurrección

Fiel a la declaración Nostra aetate


En su último libro, tratando de la responsabilidad en la muerte de Jesus, Benedicto XVI explica con autorizada doctrina lo declarado solemnemente por el Concilio Vaticano II.
Las reflexiones del rabino jefe de Roma


por Riccardo Di Segni


Riccardo Di Segni [© Tania/Contrasto]

Riccardo Di Segni [© Tania/Contrasto]

 

Mucho se ha hablado en estos días del nuevo libro del Papa, y esto es algo normal y de rigor. Pero lo extraño, aunque no insólito, es que se haya hablado casi solo de capítulo en el que se discuten las responsabilidades judías en la muerte de Jesús. Esto no es insólito porque a menudo los medios de comunicación destacan un dato que podría ser marginal con respecto a otros que merecerían más atención; pasa en la información en general, y aún más en la que se ocupa de este Papa, cuyas posturas doctrinales se ignoran para ocuparse solo de detalles que despiertan curiosidad. Pero la cosa es de todos modo extraña porque tanto clamor nace de una cuestión que hoy como hoy debería darse por descontada. La revolución en las relaciones cristiano-judías tiene su referencia simbólica en un texto oficial, promulgado por el Concilio Vaticano II: la declaración Nostra aetate, en la que se explica, o mejor, se declara solemnemente, que la responsabilidad de la muerte de Jesús no se puede atribuir a todos los judíos de su tiempo y mucho menos a los de las generaciones posteriores. De este modo deja de tener significado la terrible acusación de deicidio que arrastraba desde hacía siglos, siendo una de las bases y de las justificaciones del odio y la persecución cristiana contra los judíos. A más de cuarenta y cinco años de distancia de aquella declaración, un libro que trata la historia de la pasión de Jesús, que lleva la firma más autorizada del universo católico, no puede por menos que recibir aquellas ideas, y como mucho puede explicarlas con autorizada doctrina. Es precisamente lo que ha pasado con el libro del Papa. Hubiera sido asombroso que las cosas hubieran ido por un camino diferente, con otras tesis y otros argumentos.  O si las hubiera escrito un Papa antes del Concilio. Pero entonces, ¿por qué tanto clamor?  Las respuestas posibles son varias, y no se excluyen; voy a ofrecer dos. La primera es que había que hacer un lanzamiento publicitario, que necesita siempre un señuelo atractivo, y cuando la noticia no existe hay que inventársela. La segunda respuesta muestra que lo que debería ser sencillo y descontado no lo es de ninguna manera, pues a pesar de los decenios que han pasado, el esfuerzo educativo y el cambio real de clima en las relaciones cristiano-judías, la cuestión del deicidio al parecer siempre está ahí como algo irresuelto, por lo menos en la zona más profunda de las conciencias, por lo que se hace necesario afrontar el problema cada día con nuevos instrumentos. El clamor no depende de que el Papa haya propuesto cierta explicación, sino de que esta explicación sea necesaria. Y si las cosas están realmente así, hay que estar preocupados.
Uno de los problemas difíciles de resolver en el origen de la cuestión es la dureza de los textos evangélicos, cada uno de los cuales, a su manera, lanza mensajes que colocados juntos componen el cuadro tradicional de los judíos hostiles que gritan «crucifícalo» y asumen esa responsabilidad para ellos y para las generaciones futuras. Mucho se debe al clima en el que nacieron estos textos, que reflejan lo que inicialmente era solo una polémica interna del mundo judío. Pero una lectura simplificada y no comentada de los textos evangélicos corre el riesgo de presentarlos como textos antijudíos y avalar una imagen negativa de los hebreos, que puede llevar a la hostilidad y el odio. Una de las tareas del diálogo es precisamente combatir la enseñanza del desprecio. Paralelamente los biblistas católicos se esfuerzan en negar o redimensionar el aparente antijudaísmo de los Evangelios. Un importante documento oficial en este sentido, publicado ya hace diez años, en 2001, por la Pontificia Comisión Bíblica lleva el significativo título de El pueblo judío y sus Sagradas Escrituras en la Biblia cristiana y el prefacio firmado por el entonces cardenal Ratzinger. También esto demuestra que no es ninguna novedad la aportación actual y que se trata de un línea coherente que continúa. Esto, sin embargo, no le resta importancia. Para evitar los dramas del pasado es necesario desmontar las antiguas conclusiones y las similitudes hostiles, comentar, distinguir, explicar cada frase y cada detalle insertándolo en su contexto específico. Una operación que el profesor Ratzinger sabe hacer magistralmente. Un atento observador como el profesor Ugo Volli ha sugerido que esta operación exegética, antes que ser una apología de los judíos es una defensa de los Evangelios ante la acusación de ser antijudíos. Sea como fuere, es relevante. Como también es relevante que ciertas técnicas de comentario que trastocan los significados aparentemente obvios de los textos, y que son características de la tradición rabínica, entren a formar parte de los modos de investigación y expresión de la tradición católica.
Quienes consulten los blogs y los sitios web tradicionalistas pueden observar fácilmente que estas páginas del Papa no han tenido escucha, han sido contestadas, rechazadas, en favor de la visión clásica del judío deicida. Queda por comprender, con un poquito de curiosidad, por no decir ansia, cuáles son las ideas sobre este asunto que realmente están más arraigadas en el mundo católico.



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