Home > Archivo > 03 - 2011 > La línea de demarcación pasa por entre la confianza y el escepticismo
EL ÚLTIMO LIBRO DE...
Sacado del n. 03 - 2011

JESÚS DE NAZARET. Desde la entrada en Jerusalén hasta la resurrección

La línea de demarcación pasa por entre la confianza y el escepticismo


«Las contraposiciones inconciliables que existen hoy en la exégesis del Nuevo Testamento no están motivadas por divergencias confesionales. La línea de demarcación se sitúa hoy más bien entre los exégetas que se acercan
al Nuevo Testamento con sustancial confianza o bien con escepticismo histórico de fondo».
La recensión de un teólogo luterano


por Rainer Riesner


Rainer Riesner, profesor de Nuevo Testamento en el Instituto de Teología protestante de la facultad de Ciencias Humanísticas y Teológicas en la Universidad de Técnicas de Dortmund, durante la presentación del libro de Joseph Ratizinger-Benedicto XVI, <I>Jesús de Nazaret. Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección</I>, en el teatro de la Facultad Teológica del Trivéneto, Padua, el 16 de marzo de 2011 [© Franco Capovilla]

Rainer Riesner, profesor de Nuevo Testamento en el Instituto de Teología protestante de la facultad de Ciencias Humanísticas y Teológicas en la Universidad de Técnicas de Dortmund, durante la presentación del libro de Joseph Ratizinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección, en el teatro de la Facultad Teológica del Trivéneto, Padua, el 16 de marzo de 2011 [© Franco Capovilla]

 

El nuevo libro del Papa no es un regalo sólo para los creyentes. Es un regalo para todas las personas que buscan la verdad. El papa Benedicto es la voz cristiana más escuchada en todo el mundo. En este libro no habla de un tema cualquiera, sino del centro de la fe cristiana. Se trata de la figura de Jesús de Nazaret. Y más precisamente de dos momentos de su vida en que se decide si Jesucristo tiene un significado irrenunciable también para el siglo XXI. En el centro de este segundo volumen del papa Benedicto sobre la figura de Jesús están la cruz y la resurrección1.
No es posible, en una intervención tan breve, destacar adecuadamente la riqueza de pensamientos profundos que se encuentran también en este volumen. Puedo poner de relieve solo algunas peculiaridades que yo considero importantes en nuestra situación posmoderna y en parte también poscristiana.

La última cena y la exégesis histórico-crítica
El libro del Papa sobre Jesús no es, como él mismo subraya, una publicación magisterial. Este libro no ha sido preparado junto a comisiones teológicas, el Papa presenta en él su imagen personal de Jesús. De este modo se ha embarcado sin lugar a duda en una empresa arriesgada. Presentando el primer volumen, el cardenal de Viena, Christoph Schönborn, acuñó un parangón. Como el apóstol Pablo en Atenas, el Papa se ha atrevido a ir al ágora, a la plaza del mercado de las opiniones contrastantes2.
En esta plaza del mercado están hoy no solo los filósofos, sino también los exégetas histórico-críticos. Así como en tiempos de Pablo existían corrientes filosóficas contrapuestas entre sí, es decir, los estoicos y los epicúreos (Hch 17, 18), así también la exégesis histórico-crítica no representa de ningún modo una realidad unitaria. Si hoy existen contraposiciones inconciliables en la exégesis del Nuevo Testamento, las mismas no están motivadas por divergencias confesionales. La línea de demarcación se sitúa hoy más bien entre los exégetas que se acercan al Nuevo Testamento con confianza o bien con escepticismo histórico de fondo. El Papa lo sabe y por eso no se remonta solo a los estudiosos católicos. El hecho que en 2008 este Papa invitara a Castelgandolfo a los estudiosos evangélicos del Nuevo Testamento, Martin Hengel y Peter Stuhlmacher para discutir con ellos sobre el segundo volumen de su libro sobre Jesús es una indudable demostración de su excepcional humildad3. Ambos profesores, que fueron docentes míos, habían sido colegas del joven profesor Joseph Ratzinger en la Universidad de Tubinga. Con su invitación, Benedicto XVI lanzó una señal ecuménica de enorme alcance, que cristianos de distintas confesiones se acerquen los unos a los otros en la escucha seria de la Sagrada Escritura.
En su estudio de la última cena resulta evidente que el Papa toma seriamente la consideración de la exégesis histórico-crítica, aunque indicando al mismo tiempo el límite ideológico de determinados estudiosos pertenecientes a esta corriente. De este modo, Benedicto XVI admite que en los Evangelios hay problemas de carácter histórico para los que son posibles respuestas científicamente distintas. Por eso deja abierta la cuestión de qué relación existe entre la cena de adiós de Jesús y la cena pascual judía. Sin embargo, hay otra cuestión que el Papa no deja de ningún modo a un lado. Hoy muchos exégetas dudan de que Jesús pronunciara las palabras que se le atribuyen con motivo de la última cena. Justifican su escepticismo en que el anuncio del reino de Dios por parte de Jesús no encajaría con el pensamiento de la expiación. Como ejemplo se aduce a menudo la parábola del hijo pródigo, que consigue el perdón del padre sin que se realice ninguna expiación (Lc 15, 11-24). Pero las palabras de la última cena ya están referidas en Pablo como una tradición firmemente consolidada que él mismo habría tomado de la comunidad primitiva de Jerusalén a través de la comunidad de Damasco (1Co 11, 23-24). Por lo tanto el Papa tiene plenamente razón cuando escribe: «Según los datos históricos no hay nada más originario precisamente que la tradición de la última cena. Pero la idea de expiación es inconcebible para la sensibilidad moderna. Jesús, en su anuncio del reino de Dios, debe situarse en el polo opuesto. Aquí está en juego nuestra imagen de Dios y del hombre. Por eso toda esta discusión es sólo aparentemente un debate histórico» (pág. 143).

Los milagros de Jesús, Giusto de Menabuoi en el Baptisterio de Padua

Los milagros de Jesús, Giusto de Menabuoi en el Baptisterio de Padua

El Viernes Santo como gran día de la expiación
Otra objeción a la historicidad de las palabras de la última cena es que serían impensables en un contexto judío. Uno de los puntos de fuerza del libro del Papa es la demostración de que precisamente las afirmaciones del Nuevo Testamento sobre la muerte de Jesús como expiación del pecado del hombre se vuelven comprensibles solo con la ayuda del Antiguo Testamento y de su explicación en hebreo antiguo. También aquí se expresa una gran estima por el hebraísmo por parte del Papa que justamente fue muy bien recibida por la prensa internacional. Forma parte de esos fenómenos difíciles de comprender el hecho de que ciertos exégetas pongan de manifiesto de manera especial la religiosidad judía de Jesús pero que al mismo tiempo le quieran quitar casi todas las referencias a la Sagrada Escritura de Is­rael. Estas referencias no se limitan a citas directas. Las palabras de Jesús están empapadas de alusiones al Antiguo Testamento. Si se quisieran eliminar todas, no quedaría mucho. Jesús vivió en la Sagrada Escritura de Israel, como por lo demás también el Papa. No todos los descubrimientos sobre las referencias al Antiguo Testamento ha podido sacarlas de la literatura exegética. Algunas cosas derivan evidentemente de su meditación sobre la Sagrada Escritura a lo largo de su vida.
Este enfoque le permite al Papa demostrar, en la presentación que hace de Jesús, que en el desarrollo de los acontecimientos que ocurren entre la entrada de Jesús a Jerusalén hasta su crucifixión en el Gólgota existe un nexo interior. Este nexo es plausible desde el punto de vista histórico y altamente significativo en términos teológicos. La llamada purificación del templo no representó solamente un acto de crítica social a la clase de los sumos sacerdotes, que se enriquecía con el comercio de las ofrendas. Con un sencillo gesto simbólico profético, Jesús anunció más bien que en el templo de Jerusalén había llegado el final del culto sacrifical (Jn 2, 14-22). Esto queda confirmado por el discurso sinóptico sobre el templo final y por la predicción sobre la destrucción del templo (Mc 13, 14-17). Sin embargo, el tema de fondo no está de ningún modo representado por la opinión según la cual los sacrificios del Antiguo Testamento siempre carecieron de valor. Pero remitían, con el apoyo del anuncio de un profeta como Jeremías, a algo que iba más allá de los sacrificios mismos, preanunciando la estipulación de una nueva alianza (Jr 31, 31).
La figura misteriosa del «siervo de Dios» que sufre moribundo del Libro de Isaías aclara sin ninguna duda que la expiación es posible solamente mediante la función vicaria de un enviado especial de Dios (Is 53). Jesús ha hecho recaer sobre sí mismo la profecía del siervo de Dios incluso en la formulación de las palabras de la última cena  (Mc 14, 24). Tampoco el sumo sacerdocio es puesto en entredicho por Jesús, sino que encuentra en él su plena realización. La llamada oración sacerdotal en el Evangelio de Juan (capítulo 17) puede comprenderse solamente a partir de la liturgia de la celebración judía del Yom kippur. Aquí el Papa sigue la interpretación del ilustre exégeta católico André Feuillet4, cuyas obras a menudo son ignoradas sin razón incluso por la exégesis católica contemporánea. Con motivo del «gran día de la expiación», el sumo sacerdote atravesaba, la única vez durante el año, los umbrales del Santo de los Santos en el templo y purificaba de los pecados al pueblo de Israel rociando con la sangre el Arca de la Alianza (Lv 16). En su respuesta al sumo sacerdote Caifás, que le interroga preguntándole si era el Mesías, Jesús se proclama «sacerdote según el orden de Melquisedec» (Mc 14, 62), aludiendo al Salmo 110. El velo del templo partiéndose en dos en el momento de la muerte de Jesús alude simbólicamente al hecho de que en el Gólgota se consumó en la cruz el gran día final de la expiación (Mc 15, 38). La interpretación de la muerte de Jesús como expiación, por lo tanto, se remonta al propio Jesús. Pablo conocía esta interpretación desde la comunidad primitiva de Jerusalén (Rm 3, 24) y la Epístola a los Hebreos desarrolló más ampliamente este tema. En la vida de los primeros cristianos, este significado de la muerte de Jesús que se remontaba a la comunidad primitiva de Jerusalén se convirtió en una realidad vivida a través de la celebración regular de la cena del Señor (Hch 2, 42; 1Co 11, 25).

Getsemaní y las dos naturalezas de Jesús
La formulación del Concilio de Calcedonia (451) según la cual Jesús es reconocido «verdadero hombre y verdadero Dios», es común a católicos, ortodoxos, anglicanos y evangélicos. Las Iglesias copta y siria, en cambio, no han aceptado esta llamada doctrina de las dos naturalezas. Ellas atribuyen a Jesús una naturaleza solo divina. Junto a este antiguo monofisismo existe también la variante moderna, muy difundida, según la cual Jesús poseía solamente una naturaleza puramente humana. Con la narración evangélica de la tentación y de la oración de Jesús en el jardín de Getsemaní, el papa Benedicto aclara por qué ambas visiones de Jesús son erróneas. Getsemaní muestra a Jesús, sobre todo en el Evangelio de Lucas (22, 44) y la Epístola a los Hebreos (5, 7-8), en toda su vulnerable y asustada humanidad. Sin embargo, el Padre celestial espera de él que beba «el cáliz» (Mc 14, 36), que aquí significa en el lenguaje veterotestamentario la ira destructiva de Dios (Is 51, 17). Ello indica que Jesús ha de ser más que un simple hombre. Totalmente a propósito el evangelista Marcos ha transmitido precisamente aquí la íntima invocación «Abba, padre» en su forma semítica, tal como se oyó de boca de Jesús. Por este aspecto el Papa acude a las conclusiones del estudioso evangélico del Nuevo Testamento Joachim Jeremias5, que a mediados del siglo pasado fue uno de los críticos más eminentes de la concepción escéptica de Rudolf Bultmann. El evangelista Marcos sabía que antes de Jesús ningún judío piadoso se había dirigido así a Dios, y ni siquiera ningún profeta. Por lo tanto, solo quien era realmente el hijo de Dios podía hablar de aquella manera. El papa Benedicto hace el siguiente comentario: «Precisamente porque es el Hijo, siente profundamente el horror, toda la suciedad y la perfidia que debe beber en aquel “cáliz” destinado a Él: todo el poder del pecado y de la muerte. Todo esto lo debe acoger  dentro de sí, para que en Él quede superado y privado de poder » (pág. 184). Getsemaní, sin embargo, nos plantea también la siguiente pregunta: ¿existe algo que vaya más allá del juicio divino sobre la culpa del hombre? Es la misma pregunta que nos hacemos cuando nos interrogamos sobre la realidad de la resurrección de Jesús.

La Crucifixión, Giusto de Menabuoi en el Baptisterio de Padua

La Crucifixión, Giusto de Menabuoi en el Baptisterio de Padua

La realidad de la resurrección
También tratando este tema muestra el Papa estar muy al corriente de los problemas históricos y exegéticos que presentan los textos del Nuevo Testamento. Sin embargo, él hace una distinción entre las cuestiones secundarias de detalle y la cuestión principal de la que todo depende. Benedicto escribe con extrema claridad sobre este punto: «Sólo si Jesús ha resucitado ha sucedido algo verdaderamente nuevo que cambia el mundo y la situación del hombre. Entonces Él, Jesús, se convierte en el criterio del que podemos fiarnos. Pues, ahora, Dios se ha manifestado verdaderamente. Por esta razón, en nuestra investigación sobre la figura de Jesús la resurrección es el punto decisivo. Que Jesús sólo haya existido o que, en cambio, exista también ahora depende de la resurrección. En el “sí” o en el “no” a esta cuestión no está en juego un acontecimiento más entre otros, sino la figura de Jesús como tal» (pág. 282). En este inevitable aut aut, el Papa está respaldado por el apóstol Pablo, que en la primera carta a la comunidad cristiana de Corinto escribía: «Y si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana es también nuestra fe. Y somos convictos de falsos testigos de Dios porque hemos atestiguado contra Dios que resucitó a Cristo» (1Cor 15, 14-15).
Pero, ¿hasta qué punto es creíble el testimonio apostólico de la resurrección? El Papa se plantea la cuestión tanto histórica como filosófica. Critica justamente el que la formulación «Jesús resucitó al tercer día» (1Cor 15, 4) representa una pura y simple derivación del Antiguo Testamento. El «tercer» día representa la indicación de una fecha histórica. El tercer día después de la crucifixión de Jesús, su sepulcro fue encontrado vacío. El Papa observa sobre este punto que «si bien el sepulcro vacío de por sí no puede probar la resurrección, sigue siendo un presupuesto necesario para la fe en la resurrección, puesto que ésta se refiere precisamente al cuerpo y, por él, a la persona en su totalidad» (pág. 297). El «tercer día» Jesús encontró en su persona viviente testigos con un nombre, como Pedro o el hermano del Señor Santiago, y mujeres testigos como María Magdalena. En este sentido, dice el Papa: «Por otra parte –y también esto es importante– los encuentros con el Resucitado son diferentes de los acontecimientos interiores o de experiencias místicas: son encuentros reales con el Viviente que, en un modo nuevo, posee un cuerpo y permanece corpóreo» (pág. 312).
El Papa trata también la objeción filosófica según la cual la resurrección de Jesús iría contra las leyes que rigen la naturaleza. Exhorta a no excluir nuevas experiencias en la historia que van más allá de lo que hasta el momento estamos acostumbrados. Y escribe: «Ciertamente, en los testimonios sobre la resurrección se habla de algo que no figura en el mundo de nuestra experiencia. Se habla de algo nuevo, de algo único hasta ese momento; se habla de una dimensión nueva de la realidad que se manifiesta entonces. No se niega la realidad existente. Se nos dice más bien que hay otra dimensión más de las que conocemos hasta ahora. Esto, ¿está quizás en contraste con la ciencia? ¿Puede darse sólo aquello que siempre ha existido? [...] Si Dios existe, ¿no puede acaso crear también una nueva dimensión de la realidad humana, de la realidad en general?» (págs. 287-288). Y por consiguiente, interrogarse sobre la realidad de la resurrección de Jesús significa interrogarse sobre la realidad de Dios.
Con la resurrección de Jesús la pregunta sobre Dios no queda recluida en los límites de la especulación intelectual, sino que nos planta cara como pregunta sobre la realidad histórica del cuerpo. El Papa recuerda justamente que las apariciones de Jesús resucitado «en el misterioso conjunto de alteridad e identidad» tienen su paralelismo más estricto en las teofa­nías del Antiguo Testamento (pág. 310). Aquí tenemos una razón convincente del hecho que ya de la Pascua surge con claridad que Jesús pertenece al modo de ser de Dios (cfr. Jn 20, 28). El Papa termina escribiendo: «La resurrección de Jesús va más allá de la historia, pero ha dejado su huella en la historia. Por eso puede ser refrendada por testigos como un acontecimiento de una cualidad del todo nueva» (pág. 319). Benedicto sigue escribiendo: «Sólo un acontecimiento real de una entidad radicalmente nueva era capaz de hacer posible el anuncio apostólico, que no se puede explicar por especulaciones o experiencias interiores, místicas. En su osadía y novedad, dicho anuncio adquiere vida por la fuerza impetuosa de un acontecimiento que nadie había ideado y que superaba cualquier imaginación» (pág. 320). Pero, ¿cómo puede este acontecimiento llegar hasta los hombres en el siglo XXI?

La necesidad de una nueva evangelización
Con su interpretación de las palabras de Jesús: «Pero antes es necesario que el evangelio sea predicado a todas las gentes» (Mc 13, 10), el papa Benedicto trae a la memoria un episodio significativo de la historia de la Iglesia (p. 59). Bernardo de Claraval tuvo que reconvenir al entonces papa Eugenio III. Bernardo le escribió: «Tú eres deudor también respecto a los infieles, los ju­díos, los griegos y los paganos. […] Admito que, por lo que se refiere a los judíos, quedas excusado por el tiempo; para ellos se ha establecido un determinado momento, que no se puede anticipar. Deben preceder los paganos en su totalidad [cfr. Rm 11, 25-27]. Pero, ¿qué dices acerca de los paganos mismos?... ¿En qué pensaban tus predecesores para … interrumpir la evangelización, mientras la incredulidad sigue siendo todavía tan extendida? ¿Por qué motivo… la palabra que corre veloz se ha detenido?»6.
Al papa Benedicto no es necesario reconvenirle sobre el tema de la evangelización. Como enseña entre otras cosas el libro-entrevista Luz del mundo, posee una visión muy realista de las cosas7. Sabe bien que en amplias regiones de Europa y de Norteamérica ha habido un dramático descenso de la fe cristiana. Benedicto XVI no solo está al corriente de la necesidad de una nueva evangelización, sino que incluso ha adoptado medidas organizativas en ese sentido. Con su libro sobre Jesús, sin embargo, también ofrece una aportación muy personal a la difusión de la fe. Los cristianos deberían ayudarle en este esfuerzo. Una posibilidad podría ser la de regalar su libro sobre Jesús a los amigos cuya fe esté vacilando o que estén buscando un camino hacia la fe. Lo importantes es que este regalo se convierta en motivo de coloquio en el que también nosotros discutamos de nuestra fe. Un punto de fuerza especial del libro del Papa consiste en que coloca juntas dos cosas. Los lectores encuentran una imagen de Jesucristo históricamente creíble y relevante para sus vidas. Pero también encuentran una indicación de la fe personal del papa Benedicto. En el primer volumen, él indicaba como «punto de referencia efectiva» de la fe cristiana «la amistad íntima con Jesús, que es todo lo que cuenta»8. Estoy convencido de que con el segundo volumen el Papa ha conseguido realizar lo que en la premisa indica como su deseo. Él se ha acercado efectivamente «a la figura de Nuestro Señor de una manera que pueda ser útil a todos los lectores que desean encontrarse con Jesús y creerle» (p. 9).

 

 

Notas
1 Jesús de Nazaret. Desde la entrada en Jerusalén hasta la resurrección, Ciudad del Vaticano-Madrid, 2011.
2 Der Papst auf der Agora, en: “Jesus von Nazareth” kontrovers, Berlín, 2007, págs. 9-17.    
3 Gespräche über Jesus: Papst Benedikt XVI, im Dialog mit Martin Hengel und Peter Stuhlmacher (hrsg. P. Kuhn), Tübingen, 2010.
4 André Feuillet, Le sacerdoce du Chirst et des ses ministres: d’après la prière sacerdotale du quatrième Évangil et plusieurs données parallèles du Nouveau Testament, París, 1972.
5 Abba. Studien zur neutestamentlichen Theologie und Zeitgeschichte, Göttingen, 1966.
6 De consideratione III, 1, 2-3.
7 Benedicto XVI, Luz del mundo. El Papa, la Iglesia y los signos de los tiempos. Una conversación con Peter Seewald, Ciudad del Vaticano, 2010.
8 Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Ciudad del Vaticano, 2007, p.8.



Italiano English Français Deutsch Português