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EDITORIAL
Sacado del n. 04/05 - 2011

Juan Pablo II beato


Yo pertenezco a una vieja escuela de católicos que enseña que se ha de querer al papa y no a un papa.

Pero no creo alejarme de esta línea asociándome a todos quienes desean una rápida conclusión del camino hacia los altares que sigue a la beatificación, como ocurrió con la Madre Teresa y el Padre Pío, que, para mí, son las canonizaciones más conmovedoras del pontificado de Juan Pablo II


por Giulio Andreotti


La muchedumbre en la plaza de San Pedro durante la ceremonia de beatificación de Juan Pablo II, el 1 de mayo de 2011 [© Paolo Galosi]

La muchedumbre en la plaza de San Pedro durante la ceremonia de beatificación de Juan Pablo II, el 1 de mayo de 2011 [© Paolo Galosi]

 

De la muchedumbre de fieles –romanos y no romanos– que el día de la beatificación de Juan Pablo II abarrotaba la plaza de San Pedro y las calles colindantes nos queda el sentimiento, la veneración, la alegría de todos ellos. Es un recuerdo que hemos de mantener vivo en nosotros. Pero también escuchar la proclamación ritual en voz de aquel a quien Juan Pablo II declaró “su amigo de confianza” fue especialmente intenso, porque me volvieron a la mente las palabras de Pablo VI cuando dijo que el secreto para ser un buen Pastor es la novedad en la continuidad. Y la primera característica común de Juan Pablo II y Benedicto XVI (cosa que no siempre ocurre con todos los papas) es su facilidad a la hora de llegar al corazón de la gente con discursos inmediatos y sencillos, que pueden comprender tanto el pueblo como los intelectuales.
Tengo recuerdos excepcionales de Juan Pablo II, y en el pasado he hablado de ello en congresos y entrevistas, pero esta vez quiero conservarlos en el corazón, porque con motivo de su beatificación se corre el riesgo de hacer apología de uno mismo y no del beato Wojtyla, lo cual sería grave.
El 1 de mayo de 2011 también nos conectó idealmente con el día del funeral del papa Wojtyla, el 8 de abril de 2005: la agonía fue vivida por todo el mundo con una participación extraordinaria, y de la muchedumbre, especialmente los jóvenes, se alzó el grito de “santo enseguida”, que en los pasados días de la beatificación volvió a sonar de nuevo muy fuerte.
La Iglesia tiene sus tiempos y es totalmente autónoma, los procedimientos de la Congregación son muy rigurosos y si se crean presiones mediáticas se termina provocando el efecto contrario, pero existe un capítulo específico que me parece importante: la comprobación de si la santidad es advertida por los fieles. Y esto está fuera de toda duda, pues muchos fieles rezan desde hace tiempo a Juan Pablo II como si fuera ya santo. Lo importante es la sustancia, si en una figura de cristiano se reconoce la santidad y se le reza, el papel timbrado podrá llegar luego sin prisas. Yo pertenezco a una vieja escuela de católicos que enseña que se ha de querer al papa y no a un papa. Pero no creo alejarme de esta línea asociándome a todos quienes desean una rápida conclusión del camino hacia los altares que sigue a la beatificación, como ocurrió con la Madre Teresa y el Padre Pío, que, para mí, son las canonizaciones más conmovedoras del pontificado de Juan Pablo II.



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