El fresco del atrio del Colegio Maronita que representa la Coronación de la Virgen, inspirado en la representación del santuario de Qannoubine
Hay un gran ir y venir en el número 18 de la vía de Porta Pinciana, sede del Pontificio Colegio Maronita en Roma: peregrinos con banderas y todo que vienen de Líbano y de las eparquías maronitas de Oriente Medio, aunque también de la diáspora diseminada por todo el mundo –Estados Unidos y Canadá en primer lugar–, que representa los dos tercios de los tres millones y medio de los herederos de san Marón. El domingo por la mañana, a eso de las 10,30, es fácil encontrar a los maronitas residentes en la Ciudad eterna acudiendo, seguidos por un montón de chiquillos, a la iglesia de San Marón, contigua al Colegio, en la vía Aurora –calle que se encuentra en el lado este del edificio–, donde se celebra la misa en rito sirio-antioqueno, a la que asisten también muchas familias musulmanas. Luego, después de la misa, se ponen a charlar alrededor del único banco que hay fuera de la iglesia, o en el patio interior, mientras que otros prefieren ir a los cursos de lengua árabe organizados para los niños nacidos en Italia.
Todo esto ocurre alrededor del señorial edificio del Rione Ludovisi, enmarcado por grandes hoteles de súper lujo, bancos y tiendas para turistas ricos.
El Colegio Maronita desde el que los sacerdotes estudiantes que allí residen se encaminan cada mañana hacia las Pontificias Universidades representa el anillo de conjunción entre la Santa Sede y la Iglesia maronita, antiquísima Iglesia sui iuris de rito sirio-antioqueno, la única de todas las Iglesias cristianas de Oriente Medio que siempre ha estado en plena comunión con el sucesor de Pedro. Sus orígenes arrancan, según la tradición histórica, de entre los siglos IV y V, cuando al morir el anacoreta sirio Marón, sus seguidores comenzaron a edificar monasterios junto a su tumba, en Apamea, Siria, en las orillas del río Oronte.
En la vía de Porta Pinciana, además, no existe solo el Pontificio Colegio Maronita para sacerdotes estudiantes, sino también la Misión al cuidado de las almas en la contigua iglesia de San Marón y la Procuraduría del Patriarcado de Antioquía de los Maronitas ante la Santa Sede. Instituciones que, en los últimos meses, han estado en el centro de un torbellino de acontecimientos: las celebraciones, en 2010, del mil seiscientos aniversario de la muerte de san Marón; la llegada a Roma de las reliquias de los grandes santos maronitas del siglo XIX: san Charbel Makhlouf, santa Rafka Rayes y san Nimatullah Al-Hardini, cuya devoción se está difundiendo enormemente también en Italia; la colocación, el pasado 23 de febrero, de la estatua de san Marón en un nicho exterior de la Basílica de San Pedro, en presencia de Benedicto XVI. Sin contar la dimisión, entre el 28 de febrero y el 15 de marzo, de su beatitud el cardenal Nasrallah Pierre Sfeir, después de veinticinco años al frente del Patriarcado, y la elección de su sucesor como patriarca de Antioquía de los Maronitas número setenta y siete de Béchara Boutros Raï, obispo de Jbeil, Byblos de los Maronitas, el cual, inmediatamente después, voló a Roma dos veces en pocos días: el 14 de abril para la audiencia privada con el Papa, y el 1 de mayo, para la beatificación de Juan Pablo II.
El Colegio Maronita: un pellizco de cristianismo mediooriental en la Ciudad eterna
«Hemos vivido un período rico en acontecimientos como hacía tiempo que no recordábamos. Todos estamos algo aturdidos, pero muy, muy contentos». Monseñor Antoine Gebran es desde hace dos años procurador del Patriarcado, desde hace algunos meses rector del Colegio y capellán de los Emigrantes adscritos a la Iglesia sirio-antioquena maronita residentes en la diócesis de Roma. Con algo más de cuarenta años, procede, como la mayoría de los sacerdotes libaneses, del valle de Qadisha, en el norte del país, llamado también Valle Santo por la cantidad de monasterios encaramados en las cimas de sus montes. Allí, entre los siglos VIII y IX, se refugiaron los seguidores de san Marón que habían escapado de Siria por las continuas persecuciones de los bizantinos, los monofisitas y los musulmanes.
El joven monseñor, antes de acceder al triple cargo, fue ecónomo del Colegio y trabajó siete años en el Pontificio Instituto para la Familia: «Aquí», explica, «llegan sacerdotes enviados por los obispos de todas las eparquías maronitas. Pero también los pertenecientes a todas las demás Iglesias cristianas de Oriente Medio, tanto las que están en comunión con Roma como las que no lo están. Como sucede en Líbano, por lo demás, donde los maronitas conviven desde siempre con los armenios apostólicos y los armenios católicos, los greco-ortodoxos y los melkitas, los sirio-ortodoxos y los sirio-católicos, los asirios, los coptos, los caldeos, y los católicos de rito latino. Además de los chiítas, los sunnitas, los drusos, los judíos y los protestantes».
La entrada del Colegio en la vía de Porta Pinciana [© Paolo Galosi]
Los sacerdotes llegan a Roma habiendo terminado ya el primer ciclo de estudios de Filosofía y Teología en los más de noventa seminarios diocesanos e interdiocesanos diseminados por Líbano. «Gracias a Dios tenemos todavía muchas vocaciones, incluso adultas. Ha sido incluso necesario crear en Líbano casas de formación adecuadas para las vocaciones maduras», añade monseñor Gebran. «Aquí en el Colegio se alojan sacerdotes entre los 26 y los 40 años. Los libaneses son doce, de los cuales hay diez maronitas y dos greco-católicos. Los otros nos los indicó la Congregación para las Iglesias orientales, que concede becas para su sustento en Roma. Actualmente alojamos a un ortodoxo del Patriarcado de Jerusalén, un asirio y tres sirio-católicos de Irak y cuatro coreanos de rito latino. Luego tenemos dos laicos, uno francés y el otro italiano. En los años pasados venían también muchos caldeos. Digamos que los consideramos ausentes justificados...». Los momentos en común son la misa del martes celebrada en la iglesia de San Marón –oficiada en italiano pero según el rito del celebrante de turno– y, a diario, el desayuno a las 7,30, la comida a las 13,00 y la cena a las 19,00. Mientras que el grupo de maronitas los demás días se reúne para las vísperas y la misa de las 18,45 en una capilla interior en la segunda planta del Colegio, todos los demás se organizan por su cuenta. «Luego, en realidad, algunos vienen también a asistir a nuestra misa con la liturgia escrita en sirio, variante del arameo, y pronunciada en árabe». Como muchos colegas suyos de los otros Colegios de Roma, también los sacerdotes del Maronita son llamados por las parroquias para ayudar los fines de semana, en Navidad y en Semana Santa. «Tenemos ya relaciones estables con algunas parroquias de Roma, Milán, Parma y Como, donde nuestros sacerdotes van incluso durante las vacaciones de verano», explica don Joseph Sfeir, el ecónomo del Colegio Maronita.
Charbel Ghoussoub es sacerdote desde hace nueve años y procede de la archieparquía de Antélias, cerca de Beirut. Está a punto de licenciarse en Ciencias de la formación en la Universidad Salesiana. «Voy a volver a Líbano porque mi obispo me ha llamado a mi país, donde ya he sido párroco durante cinco años. Probablemente vuelva a Roma para el doctorado», nos dice. «En Roma se respira la universalidad de la Iglesia, muchos ritos, mucha riqueza. Solo aquí se comprende lo grande que es la Iglesia. Y esta conciencia nos la llevamos a Líbano, donde el espacio, físico y mental, en el que nos movemos a menudo es de seminario y parroquia, parroquia y seminario, dentro de una problemática completamente libanesa. Es importante estudiar en Roma también para hacer comprender a los demás qué es la Iglesia maronita. Varios colegas me han preguntado en la Universidad si mis padres seguían siendo musulmanes y cuándo me convertí al cristianismo...». Luego está Antoun Charbel, doctorando en Derecho canónico, ya licenciado en Teología y con una experiencia misionera en Nigeria, donde ha trabajado durante años en una parroquia personal. A él le preguntamos si entre los sacerdotes maronitas más jóvenes existe la esperanza de que Líbano supere el sistema del “comunitarismo” religioso, que muchos historiadores libaneses consideran el mayor obstáculo para el pleno desarrollo y la plena democracia del país de los cedros. «Por ahora es solo un ideal bastante lejano, difícil de conseguir: todavía estamos en la época de las comunidades religiosas, porque, por el momento, solo disponemos de ese sistema. No hay más que pensar que en nuestro país no existe una historia de Líbano, sino tantas historias como comunidades religiosas, es decir, diecisiete. Pero en este momento somos muy optimistas por el nombramiento del nuevo patriarca: él podrá sin duda alguna por lo menos apaciguar los ánimos en nuestro país».
«Sería estupendo que el Colegio Maronita pudiera, de manera cada vez más evidente, aportar algo en un momento tan delicado para Oriente Medio: es decir, recuperar el papel de intercambio cultural, religioso y político que tuvo a partir del siglo XVI», sigue diciendo el rector, monseñor Gebran. «Este año celebramos también el onceavo aniversario de la reapertura del Colegio, que tuvo lugar en 2001, tras la larga interrupción que comenzó con la Segunda Guerra Mundial. En los largos y terribles años de la guerra civil en Líbano, nuestros sacerdotes siguieron viniendo a Roma, alojándose acá y allá, sobre todo en Propaganda Fide y el Colegio Capranica. Gracias al trabajo intenso e inteligente de mi predecesor, monseñor Hanna Alwan, el Colegio, inmediatamente después del Jubileo de 2000, pudo por fin reemprender su camino». En las palabras de monseñor Gebran asoma también cierto pesar por los tesoros perdidos a lo largo de los años: «Cientos de volúmenes preciosos ya no están aquí. Muchos emprendieron el camino de la biblioteca del Pontificio Instituto Oriental. Para mí fue un puñetazo en el corazón, mientras estudiaba para el doctorado en Ciencias Eclesiásticas Orientales en aquel Instituto, dar con un volumen con el sello del Pontificio Colegio Maronita. Pero es que durante mucho tiempo tuvimos rectores jesuitas...».
En la arcada de entrada del edificio, un fresco de vivos colores representa la Coronación de la Virgen, a cuyos pies hay una inscripción en siríaco de alabanza a la Virgen. «La Coronación no corresponde a nuestra iconografía tradicional», nos explica don Joseph Sfeir. «Esta imagen retoma la del santuario de Qannoubine, en el valle de Qadisha, sede de los patriarcas desde el siglo XV hasta el XIX, de los más venerados de Líbano y el más antiguo del Valle Santo». Precisamente debajo del fresco se ha colocado, en un estante, una pequeña reproducción de la estatua de san Marón que fue colocada el pasado 23 de febrero en un nicho exterior de la Basílica de San Pedro. «Lo justo florecerá, crecerá como el cedro de Líbano», reza, en arameo, el salmo grabado en la estola del padre de la Iglesia maronita. Avanzando luego hacia un amplio salón se entrevé en el fondo el trono del patriarca, donde evidentemente Su Santidad se sienta con motivo de sus visitas a la Ciudad eterna.
Benedicto XVI con el presidente libanés Michel Suleiman y el cardenal Nasrallah Pierre Sfeir, con motivo de la inauguración de la estatua de san Marón colocada en un nicho exterior de la Basílica de San Pedro, el 23 de febrero de 2011
[© Osservatore Romano]
En las paredes están los retratos de los patriarcas y los personajes más significativos de la historia maronita, todos ellos ex alumnos del Colegio Maronita: el siervo de Dios su beatitud Stefano El Douaihy, padre de la historiografía maronita y promotor y valedor de las grandes órdenes religiosas, en camino de beatificación. Luego está Giuseppe Simone Assemani, que vivió entre los siglos XVII y XVIII, el representante más prestigioso de la dinastía de orientalistas Assemani que tanto bien hicieron a la Biblioteca Apostólica Vaticana por los miles de volúmenes de la patrística oriental traídos a Roma. También los retratos de Nasrallah Pierre Sfeir, que estuvo cinco lustros –los más dramáticos desde el punto de vista político para el país de los cedros– al frente de la Iglesia maronita. También las fotos recientes de Béchara Boutros Raï. «Un gran pastor, nuestro nuevo patriarca, que ya ha demostrado con hechos concretos que desea apaciguar los ánimos en el país», dice el rector. «Como, por ejemplo, el haber querido reunir, recién elegido, a todos los representantes de las fuerzas políticas libanesas. Incluido Hezbolá, un partido compuesto por libaneses como nosotros, que, desde luego, no han venido desde fuera a ocuparnos, sino que fueron capaces de defender el territorio en la última guerra con Israel de 2006».
Y, a propósito del papel de conexión entre Iglesia de Roma e Iglesia maronita, preguntamos si el Colegio ha favorecido, paradójicamente, la latinización del antiguo rito sirio-antioqueno, considerando que, durante los siglos XVII y XVIII se enviaba a órdenes religiosas occidentales a controlar la doctrina y la liturgia de los discípulos de san Marón. «Está claro que, siendo la única Iglesia de Oriente Medio que siempre ha estado en comunión con Roma», explica el rector, «hemos sido objeto de cierta asimilación, que, sin embargo, ha tenido lugar más en lo exterior, como por ejemplo en los paramentos litúrgicos, que en lo sustancial. Hemos adoptado la casulla y la planeta. Pero nuestra liturgia sirio-antioquiana la hemos salvado». Opina de manera ligeramente distinta don Joseph Sfeir: «No hay que acusar a nadie, desde luego, pero las delegaciones papales han controlado de pe a pa todos y cada uno de nuestros textos litúrgicos. Y todo lo que según ellos se desviaba de la liturgia latina lo quemaron, lo destruyeron».
Volviendo al hoy, le preguntamos al rector su opinión sobre una cuestión considerada por muchos maronitas el problema de los problemas: la emigración de los maronitas de Líbano por la inestabilidad política y la explosión demográfica de los musulmanes: «Negar que esto está ocurriendo sería de estúpidos», responde. «Sin embargo, hay que decir también que muchos de nosotros estamos volviendo. Y que también muchos musulmanes se van. Pero el destino de la Iglesia maronita está en las manos de nuestro Señor: nos ha conservado durante mil seiscientos años. Si nos sigue queriendo allí, nos quedaremos. Así que tengo que decir: hágase su voluntad».