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COLEGIOS ECLESIÁSTICOS DE...
Sacado del n. 04/05 - 2011

Historia del Pontificio Colegio Maronita

Vivero de patriarcas, de orientalistas y de futuros santos



por Pina Baglioni


El procurador monseñor Elías Boutros Hoyek, futuro patriarca de Antioquía de los Maronitas, en el centro de la foto y en primera fila, y el rector del Colegio, el padre Gabriel Moubarak, el tercero por la derecha en la primera fila, con algunos estudiantes del Colegio en una foto de 1893 [© Pontificio Colegio Maronita]

El procurador monseñor Elías Boutros Hoyek, futuro patriarca de Antioquía de los Maronitas, en el centro de la foto y en primera fila, y el rector del Colegio, el padre Gabriel Moubarak, el tercero por la derecha en la primera fila, con algunos estudiantes del Colegio en una foto de 1893 [© Pontificio Colegio Maronita]

 

En la sala de entrada de la Curia generalicia de los jesuitas, en Roma, se puede admirar un mapa antiguo donde aparecen los primeros cinco Colegios nacionales, edificados, durante el siglo XVI, todos ellos en las cercanías del Colegio Romano (la Universidad Gregoriana de entonces). De manera que los seminaristas pudieran llegar rápidamente a las clases: eran el Inglés, el Germánico-Húngaro, el Armenio, el Griego y el Maronita. Este último, al contrario de todos los demás, era el Colegio de una Iglesia sui iuris extendida sobre todo en Líbano y Siria, con ritos y liturgia derivados de la tradición sirio-antioquena, y que, además, estaba en plena comunión con Roma, a pesar de la extrema dificultad de comunicación entre la Santa Sede y Oriente Medio.

El contacto entre la Santa Sede y la Iglesia maronita se consolidó durante las Cruzadas, durante las cuales los ejércitos cristianos recibieron una enorme ayuda de los maronitas. Y una de las consecuencias de la nueva relación fue el viaje a Roma del patriarca Jeremías de Amshit para el Concilio Lateranense IV, en 1215. En los siglos posteriores, los pontífices enviaron misioneros y visitantes apostólicos a Líbano para verificar los posibles problemas doctrinales entre los fieles de san Marón. La Iglesia maronita era por aquel entonces una Iglesia de frontera, encerrada entre las montañas de Líbano y aislada no solo de Roma, sino también del resto del mundo por la necesidad de protegerse de la presión de los otomanos.
Uno de los resultados más brillantes de las delegaciones pontificias a Líbano entre 1578 y 1580 fue precisamente la fundación en Roma del Colegio Maronita, por obra del papa Gregorio XIII en 1584, quien lo creó con la bula Humana sic ferunt. El objetivo era formar en Roma a aspirantes sacerdotes que, al volver a su país, pudieran imprimir un giro decisivo en el ámbito de las relaciones entre el papa y el patriarca de Antioquía de los Maronitas. El cual, a su vez, habría debido favorecer las relaciones con todas las otras Iglesias orientales.
La primera sede romana, cuya dirección corrió a cargo de los jesuitas, fue una casa cerca de la iglesia de San Juan de la Ficozza, a pocos metros de la actual Universidad Gregoriana y de Fontana de Trevi. En una calle que posteriormente recibiría el nombre de “via dei Maroniti”. A los primeros cuatro estudiantes que ya estaban en Roma se les añadieron el 31 de enero de 1584 otros seis estudiantes procedentes de Alepo, en Siria.
A Roma empezaron a llegar chiquillos de ocho o nueve años para hacer los estudios primarios, luego los cursos de Filosofía y Teología. Habiendo ya aprendido en su país la gramática de las lenguas semíticas, estos muchachos asimilaron con gran facilidad el latín, el italiano, el francés y el español. Esto hizo que bien pronto se extendiera el dicho “cultivado como un maronita”. Una vez terminados los estudios, muchos eran llamados a las cortes de los soberanos europeos como traductores y embajadores. Los que volvían a Líbano, en cambio, abrían escuelas en todo el país. Los maronitas que habían estudiado en Roma, pues, dieron a conocer en toda Europa las lenguas, la historia, las instituciones y las religiones de Oriente Medio. Gracias a ellos también se imprimieron los primeros libros litúrgicos en sirio. El primero, en Roma, en 1585.
En 1662 el patriarca Youhanna Mahlouf pidió al Papa que les quitara a los jesuitas la dirección del Colegio Maronita por la mala gestión financiera y la dispersión de las vocaciones. Desde entonces el Colegio tendría solamente rectores maronitas.
Entre los personajes que dieron lustro al Pontificio Colegio Maronita de Roma sobresale el patriarca Stefano El Douaihy, que hoy está en proceso de beatificación. A finales del siglo XVII redactó los Anales, la primera historia de la Iglesia maronita de los orígenes. Además, apoyó el nacimiento de las grandes órdenes religiosas maronitas, adecuando las reglas monásticas, asimiladas a los ordenamientos vigentes en el mundo latino, a las enseñanzas de san Antonio abad, el cabeza visible del monaquismo. La acción de El Douaihy fue determinante también a la hora de acercar a la Santa Sede las comunidades cristianas orientales ortodoxas. Entre otras cosas, el primer patriarca de la Iglesia sirio-católica, Ignazio Michele III Jarweh, fue alumno del Colegio Maronita.
Otro gigante del Colegio fue Giuseppe Simone Assemani, quien, junto a otros miembros de su familia, toda una dinastía de orientalistas, fue una bendición para la Biblioteca Apostólica Vaticana. Giuseppe Simone entró en ella en 1710 como escritor. Fue enviado en 1715 por Clemente XI a Oriente a buscar manuscritos, viajó por Siria y Egipto, donde consiguió comprar casi toda la biblioteca del monasterio copto de San Macario y parte de la del monasterio de los sirios en Nitria; además, trajo a Europa los primeros fragmentos coptos del monasterio Blanco. En 1717 todos estos manuscritos –conservados ahora en la Biblioteca Vaticana– fueron traídos por él a Roma, ciudad en la que se dedicó al estudio de los sirios, publicando luego sus resultados en la Bibliotheca Orientalis Clementino-Vaticana. Primer custodio de la Vaticana en 1739, comenzó a preparar, en colaboración con su sobrino Stefano Evodio Assemani, un catálogo general de los manuscritos vaticanos, de los que salieron solo los primeros tres volúmenes dedicados a los códices judíos y siriacos. Giuseppe Simone Assemani fue protagonista, como legado pontificio, del Sínodo del Monte Líbano de 1736, del que fue presidente. Fue también él quien redactó una “Carta constitucional” de la Iglesia maronita. El documento, fuertemente impregnado de normas latinizantes y muy atacado al principio porque lo consideraron dañino para la antigua disciplina antioquena, fue aprobado al final: la Iglesia maronita vivió esta legislación hasta la promulgación del Código de Derecho canónico oriental de 1991.
La vida del Colegio Maronita se interrumpió el 1 de marzo de 1798, cuando las tropas franceses que habían ocupado Roma requisaron el edificio, obligando a los estudiantes a refugiarse en la Congregación de Propaganda Fide.
En 1891, el papa León XIII, con la bula Olim sapienter decidió abrir de nuevo el Colegio, regalando a los maronitas la mitad de la suma necesaria para la compra de un edificio en la vía de Porta Pinciana. Algunos años después, el 3 de julio de 1895, se compró una finca entre la vía de Porta Pinciana y la vía Aurora para construir en ella el Colegio definitivo y la iglesia de San Marón. Un protagonista de la reapertura fue el obispo Elías Boutros Hoyek, que llegó a ser patriarca en 1899. Para reactivar la casa de formación sacerdotal de Roma pidió ayuda a los franceses, al sultán turco y al emperador de Austria, Francisco José. Este último le negó el dinero, pero en cambio concedió a los seminaristas maronitas la hospitalidad en Villa d’Este, en Tívoli, cerca de Roma, para las vacaciones de verano. Después de arreglar las cosas de Roma, el obispo maronita abrió otro colegio en París. Fue, entre otras cosas, también el fundador de la congregación de las Hermanas de la Sagrada Familia, y consiguió también crear una eparquía en Egipto. Murió en 1931 en olor de santidad y actualmente está en proceso su causa de beatificación.
Por desgracia, por falta de estudiantes el Colegio volvió a cerrar sus puertas en 1906. Volvió a abrirlas solo en 1920. Todo estuvo tranquilo hasta 1939, cuando a causa del inminente estallido del segundo conflicto mundial, se volvió a cerrar por enésima vez. Pese a los problemas del Colegio, la Procuraduría del Patriarcado de Antioquía siguió en activo; el procurador, de hecho, siguió alojándose en la primera casa comprada en la vía de Porta Pinciana en 1891.
Desde 1939 hasta 1980 el edificio estuvo alquilado y se convirtió en hotel. Volvió definitivamente a la actividad el 15 de septiembre de 2001, después del Jubileo, gracias sobre todo al obispo Emilio Eid, procurador general del Patriarcado de los Maronitas desde 1958 a 2003, que en virtud de su perseverancia y de su gran fuerza de carácter, hizo que el glorioso colegio maronita volviera a vivir. Fue él quien supervisó, durante diez años, la restauración del edificio, superando una serie infinita de dificultades burocráticas y legales. Es considerado uno de los personajes más significativos de la Iglesia maronita el siglo XX, gracias tanto a su gran capacidad de mantener siempre vivas y fecundas las relaciones entre la Iglesia maronita y la Santa Sede, como por su enorme cultura teológica. Además de monseñor Eid, se encargó de la restauración del Colegio monseñor Hanna Alwan, rector durante diez años. Alwan es juez del Tribunal de la Rota Romana, docente in utroque iure en la Universidad Pontificia y responsable para Europa de la Congregación de los Misioneros Libaneses, una orden de derecho patriarcal. En fin, es postulador para la beatificación del patriarca Elías Boutros Hoyek. Con el respaldo de la Congregación para las Iglesias orientales, monseñor Alwan ha conseguido que el Colegio de la vía de Porta Pinciana vuelva a alojar a todos los estudiantes maronitas esparcidos por otras estructuras eclesiásticas, dando hospitalidad también a los sacerdotes pertenecientes a las otras Iglesias orientales.


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