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COLEGIOS ECLESIÁSTICOS DE...
Sacado del n. 04/05 - 2011

El archipiélago maronita


Panorámica de las casas religiosas maronitas de Roma.

En unas se alojan seminaristas y en otras sacerdotes estudiantes; hay también quien ha transformado su convento en santuario dedicado  a los grandes santos maronitas


por Pina Baglioni


Panorámica de los tejados y las cúpulas de Roma desde la terraza del convento de San Antonio Abad, en el Colle Oppio [© Paolo Galosi]

Panorámica de los tejados y las cúpulas de Roma desde la terraza del convento de San Antonio Abad, en el Colle Oppio [© Paolo Galosi]

 

Además del Colegio Pontificio, en Roma existe un archipiélago de procuradurías y colegios sacerdotales de las órdenes maronitas más significativas.

La orden Libanesa Maronita se encuentra en un pequeño convento a pocos pasos de la Pirámide Cestia, junto a la parroquia dedicada a santa Marcela, una noble romana que, por una curiosa analogía con los monjes maronitas, siguió el siglo IV la regla de san Antonio abad, junto con sus amigos.
En el Colle Oppio, frente a la Basílica de San Pietro in Vincoli, a dos pasos del Coliseo, está el convento de San Antonio Abad, la sede de los Maronitas Mariamitas de la Bienaventurada María Virgen. Están allí desde 1753, después de dejar la casa y la iglesia de los Santos Marcelino y Pedro en la vía Labicana. Y además, entre la vía Portuense y el barrio del Trullo, está el Colegio sacerdotal de la orden Antoniana Maronita de San Isaías. Finalmente, en varios institutos eclesiásticos de Roma viven, estudian y trabajan los padres de la orden Misionera Libanesa Maronita, que, siendo de derecho patriarcal y no pontificio como las demás, no posee una casa generalicia en Roma.
A finales del siglo XVII la orden Libanesa Maronita y la Maronita de la Bienaventurada María Virgen formaban una única realidad, la orden Alepina Libanesa fundada el 10 de noviembre de 1695 por tres jóvenes sirios de Aleppo, Gabriel Hawwa, Abdallah Qara’li y Joseph El-Betn, que habían establecido su residencia en el monasterio de Nuestra Señora de Qannoubine, en el valle de Qadisha, en el norte de Líbano.
En Roma, la orden Alepina había obtenido ya en 1707 de Clemente XI la iglesia de los Santos Marcelino y Pedro en la vía Labicana, gracias también al buen resultado de una misión que el Papa había encargado a Gabriel Hawwa, que fue la de reconducir a la obediencia romana a un obispo copto. Mientras tanto, en Líbano se había originado tal afluencia de jóvenes procedentes de Damasco, Jerusalén, Sidón y muchas ciudades de Egipto, que se hizo necesario el traslado al monasterio más grande de Saint Elysées, en Becharre, y la fundación de otros monasterios incluso fuera del país de los cedros.
A la redacción de las reglas, que se remitían vagamente a las de san Antonio Abad, pero que estaban demasiado equiparadas a las de las órdenes latinas, le había metido mano de manera decisiva el patriarca Stefano El Douaihy, gran promotor de la orden. Reglas que serán definitivamente aprobadas el 31 de marzo de 1732 por Clemente XII.
Profundamente ligados a la vida campesina, estos monjes compar­tían su dureza. El patriarca pondrá en manos de estos monjes siempre la responsabilidad de la diáspora libanesa en Egipto, en Europa y en el Nuevo Mundo. La Iglesia maronita, completamente concentrada entre las montañas de Líbano, les debe el indestructible apego del pueblo al cristianismo, a la tierra y al papado. Y sobre todo la instrucción de los campesinos y de los más pobres: las escuelas de los pueblos surgían a menudo a la sombra de los conventos y de las iglesias parroquiales.
Andando el tiempo, sin embargo, nacieron dentro de la orden serios enfrentamientos que determinaron el nacimiento de dos corrientes: una sostenía que el cargo de padre general tenía que ser vitalicio y que la orden tenía que asumir un carácter misionero. La otra, por su parte, sostenía que el cargo tenía que durar un tiempo limitado y que la orden tenía que mantener íntegramente la vida contemplativa.
Las divergencias no llegaron a limarse. De modo que el 19 de julio de 1770 nacieron dos ramas distintas: la orden Antoniana Aleppina de los Maronitas, de carácter misionero, y la orden Libanesa Maronita, de vocación contemplativa. Cada cual con sus propios miembros, sus propios conventos y sus propias posesiones. En 1969, la Aleppina tomaría el nombre de orden Maronita Mariamita de la Beata María Virgen.
La división de la orden hizo que, por lo que respecta la situación en Roma, los aleppinos se quedaran en los Santos Marcelino y Pedro, para trasladarse luego a la sede de la plaza de San Pedro in Vincoli, y que la orden Libanesa Maronita se trasladara a Chipre, para asistir espiritualmente a los maronitas que vivían en la isla. La presencia de los maronitas en Chipre se remontaba al siglo XI, cuando, tras la fuga de Siria debido a las persecuciones, una pequeña parte de los maronitas se había refugiado allí, mientras que la gran mayoría de los fugitivos encontró refugio en las montañas de Líbano.
 
La orden del Patriarca: los Maronitas de la Virgen María
A dos pasos del Coliseo está el convento de San Antonio Abad, sede de la Procuraduría de la orden Maronita Mariamita de la Bienaventurada María Virgen y del Colegio de formación sacerdotal. Cuando fuimos allá encontramos a los padres mariamitas en un estado de gran euforia: su beatitud Béchara Boutros Raï, el patriarca recién elegido, pertenece a su orden. «La elección, creo yo, viene del Espíritu Santo. Él es la persona adecuada para todos los libaneses, cristianos y no cristianos, y para la Iglesia maronita, gracias a su inteligencia, a su carisma y a la capacidad de dialogar con todos», dice el padre François Nasr, ecónomo y postulador de la Orden. En este período se está ocupando del proceso del siervo de Dios, padre Antonios Tarabay. «En su vida sacerdotal este religioso se ocupó de la dirección espiritual de las Hermanas de san Juan Bautista en Líbano. Devotísimo al Santísimo Sacramento practicó la ascesis y la contemplación. Luego fue enviado al monasterio de Qannoubine, en el Valle Santo, y vivió en perfecta y completa unión con Jesucristo. Soportó durante veintisiete años una grave enfermedad de manera heroica: él encarna el carisma de nuestra Orden, es decir, una síntesis perfecta entre vida misionera enraizada en la realidad de cada día y la vida mística hecha de renuncias, oración y contemplación».
Un caso casi único, el Colegio aloja todavía a seminaristas que llegan a Roma después de hacer el bienio de Filosofía en Líbano. «Hasta hace algunos años, nuestros estudiantes podían hacer en Roma también el bienio. Acogemos, además, a obispos y peregrinos de todas las partes del mundo». En el Colegio de Roma hacen el trienio de Teología y después los estudios de especialización como Teología Espiritual, Derecho Canónico, Ciencias Humanas. Y Mariología, «también por nuestra denominación, adoptada durante el Concilio Vaticano II, gracias a la insistencia del padre Genadios Mourani (un hermano nuestro conocido por su gran espiritualidad, que murió en un atentado terrorista en Líbano en 1959), que deseaba más que nada en el mundo colocar nuestra orden bajo la protección de la Virgen».

En Líbano estos estudiantes serán rectores de los distintos campus universitarios de la orden, que hoy tienen seis mil matriculados. O directores de las escuelas, en las que estudian siete mil estudiantes. O rectores de seminarios, o párrocos. «Nuestro Colegio de Roma ha sido desde siempre lugar de acogida para los libaneses maronitas, para estudiantes de otras Iglesias cristianas. El domingo por la mañana, son muchos los que vienen a asistir a la misa de nuestra capilla, atraídos por la antigua liturgia sirio-antioquiana».

El convento-colegio tiene una biblioteca con una gran cantidad de textos sagrados que se remontan al siglo XIII. Entre ellos hay muchos volúmenes de literatura árabe. En el salón de entrada, el padre François indica un retrato de santa Teresita del Niño Jesús. «En Líbano la devoción hacia ella es inmensa: el primer monasterio que se le dedicó, después de la canonización, fue un monasterio masculino mariamita, pues el padre general de la orden que había asistido a la ceremonia en el Vaticano se había quedado impresionado por su vida ejemplar. En este momento sus reliquias están visitando Palestina. Y santa Teresita, por lo que me dicen, está haciendo grandes cosas por aquellas tierras».
 
La fachada del convento, en la plaza de San Pedro in Víncoli [© Paolo Galosi]

La fachada del convento, en la plaza de San Pedro in Víncoli [© Paolo Galosi]

La orden Libanesa Maronita, vivero de santos
La orden Libanesa Maronita, aunque depende de la Santa Sede, llegó a contar muy tarde con un Procuraduría en Roma. «El gran deseo de venir a Roma siempre lo tuvimos. Pero siempre se postergaba porque existía la convicción de que la presencia de los Mariamitas en la Ciudad Eterna era ya suficiente», explica el padre Elías Al Jamhoury, postulador de las causas de los santos de la orden y procurador general en Roma. Lo que “trajo” a Roma a estos monjes fue la causa de beatificación de san Charbel Makhlouf, canonizado por Pablo VI el 9 de octubre de 1977. Esto pasó hace sesenta años, cuando se hizo necesaria la presencia de un postulador que pudiera seguir la causa de Charbel, nacido en Bkaakafra, en el norte de Líbano, en 1828, y muerto en 1898. A este monje le es devoto todo Líbano y los maronitas de todo el mundo gracias a la cantidad de milagros concedidos por su intercesión.
«San Charbel es como el cedro de Líbano, ya es parte fundamental de nuestro país. Cada maronita, por una cosa u otra, tiene que ver con él. Aunque sus devotos ya están por todo el mundo. Es algo así como vuestro Padre Pío», confirman dos jóvenes monjes del convento. Los dos se llaman, mira tú por dónde, Charbel. Uno es doctorando en Arqueología cristiana, el otro en Ciencias bíblicas. Viven establemente en el Colegio de la Universidad de San Anselmo junto con otros cuatro miembros de la orden presentes en Roma para hacer los estudios de especialización. Cuando el estudio se lo permite, ambos Charbel le dan una mano al padre Elías. Porque además al convento hace tiempo que llegan llamadas telefónicas, cartas y visitas de toda Italia para pedirle gracias a san Charbel y a los otros dos santos de la orden: santa Rafka Rayes, una monja canonizada en 2001, y Nimatullah Al-Hardini, gran teólogo, hecho santo en 2004. A estos se les podría añadir pronto un cuarto: el fraile Estephan Nehmé, beatificado el 27 de junio de 2010.
La pequeña capilla adyacente al convento situado en las cercanías de la Pirámide Cestia aloja las reliquias de los tres santos, y se ha convertido en la meta de un gran número de personas de Roma y de fuera que vienen para visitar este lugar y para pedir gracias. «¡Algo impensable! Nuestra intención –como es obvio si la Congregación para las Iglesias orientales lo consiente– es transformar este lugar en un verdadero santuario dedicado a san Charbel: el flujo de peregrinos es imparable», añade el padre Elías. «San Charbel comenzó a hacer milagros el día después de su muerte. Por eso en 1926 comenzó su causa. En el Año Santo de 1950 los milagros fueron treinta mil. En un tándem espiritual con los milagros de la Virgen de Lourdes. Entonces, en 1951, se decidió que no tenía sentido esperar y por fin vinimos a Roma».
 
Los Antonianos de San Isaías y la amistad con el pueblo druso
La orden Antoniana Maronita de San Isaías posee, entre sus antiguas vocaciones, una que está resultando de gran actualidad, vistos los tiempos que estamos viviendo: el diálogo y la acogida respecto a las otras creencias.
«Todo comienza con el obispo Gebraël Blouzani, futuro patriarca de la Iglesia maronita, quien en 1673 decidió fundar el monasterio de Nuestra Señora en Tamiche, en el norte de Líbano, convirtiéndolo en sede de su obispado», cuenta el padre Maged Maroun. «Después de educar a muchos jóvenes en las reglas de la vida monástica oriental, los envió a edificar el monasterio de san Isaías en Broumana, en la cumbre de una colina conocida como “Aramta”. Aquí, el día de la fiesta de la Asunción de 1700, se celebró la primera misa. La zona estaba habitada principalmente por drusos, un pueblo que había huido de Egipto y que seguía una religión de derivación musulmana, ni chiíta ni sunnita. Se habían establecido en las montañas libanesas en 1300 –unos quinientos años después que los maronitas– para escapar de las persecuciones de los sunnitas. El emir Abdullah Abillamah, jefe de los drusos de la zona, había recibido tan de buen grado a los monjes que decidió, junto con otros emires de la zona, mandar a sus hijos a estudiar con los monjes antonianos. Muchos de ellos pidieron el bautizo. También por todo ello, el papa Clemente XII aprobó nuestra orden con la bula Misericordiarum Pater el 17 de enero de 1740».
Volviendo a la actualidad, en el famoso monasterio de San Isaías de Líbano, considerado la casa madre de la orden Antoniana Maronita, hacen el noviciado los jóvenes aspirantes al sacerdocio. La llegada a Roma se remonta a 1906, con un primer seminario en el Janículo. Luego, en 1958, en la vía Boccea. Y, finalmente, desde 1998, en la vía Affogalasino, entre los barrios Portuense y Trullo.
«Hoy los sacerdotes que estudian en Roma son siete y se están especializando en Música sacra y Derecho canónico», explica el padre Maged. «Pero sobre todo en Ciencias eclesiásticas orientales y Diálogo islamo-cristiano en el Pontificio Instituto Oriental y en el Pontificio Instituto de Estudios árabes y de islamística. Además del estudio, van a trabajar a las parroquias de la zona, a visitar a los enfermos. Durante la Semana Santa, por ejemplo, fueron a bendecir las casas de los habitantes del barrio». Una vez que vuelvan a Líbano, serán educadores en las escuelas y en los tres campus universitarios de la orden. O bien párrocos en Líbano y entre los maronitas de la diáspora. «Fieles a la vocación de los orígenes tendrán que ser cada vez más un canal de comunicación con todos, cristianos y no cristianos. Como indican también nuestros nuevos estatutos y nuestra historia», termina diciendo el religioso.
 
La entrada del convento de la orden Libanesa Maronita con la estatua de san Charbel Makhlouf, canonizado en 1977 por Pablo VI [© Paolo Galosi]

La entrada del convento de la orden Libanesa Maronita con la estatua de san Charbel Makhlouf, canonizado en 1977 por Pablo VI [© Paolo Galosi]

Los Misioneros del Patriarca
Diseminados por varios institutos eclesiásticos de Roma, los sacerdotes de la Congregación de los Misioneros Libaneses son un instituto religioso masculino de derecho patriarcal. Se les llama también Kreimistas, porque su fundación tuvo lugar el 22 de mayo de 1884 en el monasterio de Kreim, en Ghosta, en el Monte Líbano, por obra de Yuhanna Habib, un sacerdote de la eparquía de Baalbek, con el objetivo de educar a la juventud maronita y anunciar el Evangelio también a los no creyentes. Una de las características de sus miembros es el juramento que hacen de no ambicionar los grados eclesiásticos. Además de en Líbano, los Misioneros Libaneses están en las comunidades maronitas de Brasil, Argentina, Sudáfrica, Estados Unidos de América y Australia.
«Nosotros mandamos a nuestros sacerdotes a estudiar directamente a las tierras de misión. De este modo, mientras tanto, comienzan a asistir a los maronitas de la diáspora. A Roma vienen solamente quienes han de especializarse en disciplinas que se estudian solo aquí, como Teología dogmática, Derecho canónico y los estudios bíblicos». Monseñor Hanna Alwan, que ya encontramos como rector emérito del Pontificio Colegio Maronita, es también, entre otras cosas, el responsable para Europa de la Congregación de los Misioneros Libaneses Maronitas. También él viene del norte de Líbano, la cuna de la Iglesia de san Marón. Y entró en la Congregación a los 16 años, junto con su hermano gemelo. «Los maronitas se establecieron en el norte, después de abandonar Siria, para escapar de los bizantinos primero y luego de los musulmanes. Y la decisión fue cuanto menos sabia: cuando los turcos llegaron a Líbano se detuvieron en las costas y en las ciudades del sur porque tenían un miedo tremendo a las montañas. Así que los maronitas estuvieron a salvo».
El fundador de la Congregación de los Misioneros Libaneses Maronitas, Youhanna Habib, fue a finales del siglo XIX juez del imperio turco, cuyos funcionarios, cuando se dieron cuenta de que era bastante difícil hacer que los maronitas siguieran las leyes islámicas, dispusieron un tribunal para ellos y otro para los musulmanes, de modo que las causas no terminaran todas en el tribunal de Estambul. Habib fue elegido como juez de los maronitas. Pero tras caer en desgracia ante el emir, dejó el tribunal para hacerse jesuita. El patriarca no se lo permitió. Le ordenó sacerdote, colocó a su lado a algunos sacerdotes y lo mandó a las misiones. Eran tiempos de emigración para los maronitas, hacia América. Y el patriarca temía que, una vez llegados, perdieran la fe.
Luego Youhanna Habib fue nombrado obispo. Y tras morir el patriarca, el Sínodo lo eligió a él como sucesor. Pero rechazó el cargo y en su lugar fue elegido en 1899, a propuesta suya, un amigo: Elías Broutros Hoyek, un obispo que en 1890 había venido a Roma a comprar el terreno para reconstruir el Pontificio Colegio Maronita.
La cosa no termina aquí. Hoyek fundó también la Congregación de la Sagrada Familia, monjas que tienen como misión principal a la familia mediante la educación de los niños y la asistencia a los párrocos en la pastoral familiar. La Congregación de la Sagrada Familia depende, en cuanto a la dirección espiritual, de la Congregación de los Misioneros Libaneses Maronitas.
«Una característica de los Misioneros Libaneses es su gran aplicación al estudio. Un poco como los jesuitas», añade, con cierto orgullo, monseñor Alwan. Al final le preguntamos si sus misioneros tendrán en el futuro un trabajo cada vez más fatigoso considerando la emigración constante de los maronitas. Y qué debería hacer la Santa Sede: «El interés de Roma se ha reforzado cuando se ha dado cuenta de que la onda expansiva de los musulmanes se estaba haciendo demasiado fuerte, tanto en Líbano como en las otras Iglesias de Oriente Medio. En definitiva, cuando estudiaron los números se dieron cuenta de ello. El Sínodo de las Iglesias orientales celebrado el pasado octubre fue importante. Cuanto menos porque la prensa de todo el mundo habló del estado de las cosas. Estamos todos a la espera de la exhortación de Benedicto XVI. No hay que excluir que lo que está ocurriendo en Oriente Medio y en África del Norte traiga cosas buenas. Estoy convencido de que esos jóvenes que hemos visto en las plazas quieren libertad y trabajo. Es justo. Y que este anhelo de democracia puede favorecer también a los cristianos».


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