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Introducción
Publicamos de nuevo el estupendo artículo de Massimo Borghesi de febrero de 2003, “El pacto con la Serpiente”, viendo los acontecimientos de crónica nacional e internacional donde lo que llama la atención no es sólo la perversidad de las acciones, sino sobre todo lo que parece ser una sobreabundancia propia intrínseca respecto a la libertad humana y la odiosa conexión con la religión cristiana
por Lorenzo Cappelletti
Publicamos de nuevo el estupendo artículo de Massimo Borghesi de febrero de 2003, “El pacto con la Serpiente”, viendo los acontecimientos de crónica nacional e internacional donde lo que llama la atención no es sólo la perversidad de las acciones, sino sobre todo lo que parece ser una sobreabundancia propia intrínseca respecto a la libertad humana y la odiosa conexión con la religión cristiana. Como enseña la historia de la Iglesia antigua y reciente, ha sido siempre un ansia y un frenesí alimentado de símbolos y creencias religiosas lo que, dentro y fuera de la Iglesia, ha generado el odio contra la fe cristiana.
Sobre este punto nos viene a la mente uno de los últimos coloquios privados que don Giussani tuvo con el papa Juan Pablo II en los primeros años noventa y que él mismo refirió así: al Papa que le decía que el agnosticismo, sintetizado en la fórmula “Dios aunque existe nada tiene que ver con la vida”, era el mayor peligro para la fe –algo que el propio don Giussani había enseñado muchas veces–, Giussani respondía con la libertad de los hijos de Dios (que es una de las expresiones de la fe humanamente más fascinantes): «No, Santidad, no el agnosticismo, sino el gnosticismo es el peligro para la fe cristiana».
A distancia de veinte años nos podemos dar cuenta de lo anticipador que fue ese viraje de don Giussani. Viraje que puede documentarse también con una entrevista que concedió en abril de 1992 en la que don Giussani habla de la persecución contra los «que se mueven en la sencillez de la Tradición». A la pregunta del entrevistador: «¿Una verdadera persecución?», don Giussani responde: «Así es. La ira del mundo de hoy no se desata ante la palabra Iglesia, ni ante la idea de que algunos nos sigamos llamando católicos, o ante la figura del Papa descrito como autoridad moral. Es más, hay un respeto formal, incluso sincero. El odio –a duras penas contenido, pero que enseguida se desbordará– se desencadena frente a los católicos que actúan como tales, los católicos que se mueven en la sencillez de la Tradición» (Luigi Giussani, Un avvenimento di vita, cioè una storia – introducción del cardenal Joseph Ratzinger – Edit-Il Sabato, Roma 1993, p. 104).
En una colección razonada de sus anteriores artículos sobre el tema, publicada en 2003, antes de ser elegido sucesor de Pedro, Joseph Ratzinger señalaba (y lo hace precisamente en las páginas que sirven de interludio añadidas ex novo): «El mal no es tampoco –en contra de lo que Hegel pensaba y de lo que Goethe quiere mostrarnos en el Fausto– una faceta del todo, de la que tenemos necesidad, sino que es la destrucción del ser. El mal no puede presentarse precisamente, como el Mefistófeles del Fausto, con las palabras: Yo soy “una parte de aquella fuerza que quiere siempre el mal y crea siempre el bien”» (Fe, verdad, tolerancia - El cristianismo y las religiones del mundo, Ediciones Sígueme Salamanca, 2005).
Aunque es muy docto y rico en citas, el artículo de Borghesi se lee de un tirón. Posee una estructura muy sencilla, subrayada por los titulillos de los párrafos que muestra primero el crecimiento de la fascinación del mal en la época contemporánea, sentido cada vez más como la energía liberadora del hombre; luego, su oposición prometeica contra el Dios bueno y misericordioso; en fin, el hecho de ser concebido no en contraposición sino como principio interior a Dios mismo, precisamente según las más sutiles y perversas fábulas gnósticas.