Home > Archivo > 06 - 2011 > Historia de una fidelidad nada común
ESTADOS UNIDOS
Sacado del n. 06 - 2011

LOS CATÓLICOS AFROAMERICANOS

Historia de una fidelidad nada común


Notas sobre los black catholics en una conversación con Jamie T. Phelps de la Xavier University of Louisiana


por Jamie T. Phelps


La tradicional bendición del río Misisipi <BR>[© Magnum/Contrasto]

La tradicional bendición del río Misisipi
[© Magnum/Contrasto]

 

Los católicos negros de Estados Unidos, los black catholics, son los protagonistas de una historia olvidada de personas tocadas con la fe que van conquistando paulatinamente una identidad incluso ante la historia y la cultura. Es la historia de una fidelidad a la Iglesia nada común, pese a las imposiciones de una invisibilidad general con respecto tanto a los demás católicos como a los protestantes. Estados Unidos es un país wasp, blanco, anglosajón y protestante, donde viven más protestantes que católicos, y los negros católicos nos sentimos dejados a un lado; incluso muchos correligionarios ni siquiera conocen exactamente nuestra historia. De niña, no lo olvido, cuando confesaba mi fe ante otros católicos, a veces me respondían: «Bueno, pero tú deberías ser protestante...». Existía cierta costumbre según la cual un negro que se acercara a una parroquia católica era “dirigido” a una comunidad protestante, y era una época en la que se daba una interpretación rígida del extra Ecclesiam nulla salus. En fin, padecíamos marginación por partida doble.

Naturalmente, como black ca­tholic, si tienes que vivir en una comunidad católica estructurada, por ejemplo irlandesa, acabas celebrando el día de San Patricio, aprendiendo los bailes de los irlandeses y absorbiendo toda su cultura. Es lo que me ha pasado a mí, que he ido absorbiendo algo de catolicismo de los italianos –por la fiesta de la Mesa de san José–, de los polacos, de los alemanes, y así sucesivamente... y todo ello simplemente yendo a la escuela.

 

Minorías “no irrelevantes”

Fue solo a partir de los sesenta del pasado siglo cuando comenzamos a querer cambiar la impresión negativa que los demás tenían de nosotros. Pensamos que, como comunidad, habríamos tenido que darnos un nombre, y sentirnos en paz con el color de nuestra piel, o mejor aún, estar orgullosos de ello. Y luego descubrimos que nuestras raíces estaban bien ancladas en el cristianismo de los primeros siglos en África del norte. Teníamos que recuperar esta historia.

En este esfuerzo los números nos han ayudado. Los católicos de origen africano en el mundo son hoy 270 millones, más o menos un quinto de los católicos de todo el globo. Y 3 millones de católicos afroamericanos, de rito católico romano, viven en Estados Unidos. Hay quienes nos consideran a los black catholics “estadísticamente” irrelevantes, aunque en algunos Estados federales somos una tradición que ha llegado a la tercera o cuarta generación, como en Nueva Orleáns, en Baltimore o Chicago. 3 millones, de un total de casi 60 millones de católicos de Estados Unidos, representan, sin embargo, exactamente el mismo número de fieles que hay en Irlanda. Hay hoy en el país unos mil trescientos lugares de culto católicos a los que acuden principalmente gente de color o que, de todos modos, son parroquias étnicamente mixtas, mientras que se desconoce el número de quienes, entre nosotros, reciben los sacramentos en las parroquias preponderantemente “blancas”. Son afroamericanos 250 sacerdotes católicos, 380 diáconos permanentes, 300 religiosas, y no existe contabilidad segura con respecto a los hermanos laicos y a quienes hacen voluntariado en la Iglesia. Tampoco podría decir con exactitud cuántos de nosotros, pertenecientes a la “diáspora africana” –curas, diáconos, religiosos y religiosas o laicos africanos continentales, afrocaribeños o afrolatinos– desarrollan hoy un ministerio en la Iglesia.

 

En qué creen los black catholics

¿En qué creen los católicos americanos de color? Creen en lo que cree la Iglesia católica romana, a veces con notas características, como ocurre en todas las comunidades de fieles.

En términos de prácticas piadosas, los black catholics son fieles a la oración cotidiana. Cuando uno encuentra una comunidad afroamericana descubre que es realmente hospitalaria, reconoce y ama la humanidad de las personas, porque es la misma humanidad que tuvo Jesús, y nada ha de separarnos de esta santidad “de todos los días”. Nosotros acogemos a todos: nos acordamos muy bien de la América del siglo XIX, cuando las iglesias para los blancos estaban separadas de las de los negros –siguiendo la cultura del tiempo y las normas legales– y, aunque las misas se celebraban para todos según el rito latino, las asambleas de fieles se componían según la etnia.

Documentos conciliares como la Gaudium et spes están en profunda consonancia con la sensibilidad de los black catholics. La necesidad de la Iglesia de ir hacia el mundo es algo que nos pertenecía incluso antes del Concilio: nosotros invitamos desde siempre a los demás a formar parte de la Iglesia. Mis amigos protestantes, por ejemplo, me invitan continuamente a participar en sus funciones religiosas, y a veces acepto. De niña sentía la presión de vivir en un barrio “ecuménico”, en el que había dos iglesias protestantes –una presbiteriana al este y la otra bautista al oeste– y dos católicas –una al norte y la otra al sur. Tenía que caminar más que mis coetáneos para ir a misa, y eso me cansaba bastante. Porque además no entendía bien por qué veía a ciertos católicos que se comportaban de manera muy poco cristiana y a ciertos protestantes que, en cambio, eran “muy” cristianos, y no conseguía entender la interpretación dominante de la extra Ecclesiam nulla salus. Gracias a Dios, muchas cosas han cambiado desde entonces.

Otro texto básico para los black catholics es La justicia en el mundo, emanado por el Sínodo mundial de obispos de 1971. Mi corazón cantó cuando leí que «actuar por la justicia y participar en la transformación del mundo son para nosotros claramente una dimensión constitutiva de la predicación del Evangelio, es decir, de la misión de la Iglesia para la redención del género humano y la liberación de todas las situaciones opresivas». Creciendo como personas de color, hemos aprendido qué quería decir marginación y qué era la desestima. Aunque eso no nos haya definido, éramos conscientes de lo poco que nos consideraban los grupos culturalmente dominantes. Y cuando la Iglesia nos enseña de nuevo que la justicia es un elemento central del Evangelio, nos conforta saber que no es verdadera Iglesia la que no busca la justicia. Evangelización y justicia social son nuestras dimensiones cuando somos Iglesia en misión.

La vida nos interesa, y como todos los fieles católicos estamos realmente en contra del aborto, lo estamos de manera activa. Porque en los Estados Unidos la realidad es que la mayoría de los abortos afectan a los niños afroamericanos.

Quisiera también aludir a la homosexualidad. La comunidad negra nunca ha marginado a los homosexuales: la Iglesia nos ha enseñado que la práctica de la homosexualidad es un pecado, y pese a haberlo aprendido desde niños, nunca hemos perdido de vista la humanidad. Los chicos homosexuales que formaban parte de nuestro ámbito eran bienvenidos, todos participábamos con sinceridad en la vida de la comunidad, como homosexuales y como heterosexuales. Y creo que la doctrina de la Iglesia indica exactamente esto.

La Iglesia nos enseña que hemos de cuidar de los pobres. La mayoría de los negros americanos es gente con ingresos bajos, y no porque sean perezosos: sencillamente es la posición que se les asigna en los Estados Unidos. Es fácil para nosotros obedecer a este precepto, porque a menudo el pobre es nuestro hermano, nuestra hermana, nuestra tía o el hombre que pasa por la calle. Nosotros no somos personas que hacen valer generalmente su parentesco: si tú vives en el barrio, para mí eres un hermano o una hermana; cuando una familia programa un picnic, ya sabe que vendrán todos los niños de la vecindad. Somos fácilmente una familia amplia... Y es natural que entre las enseñanzas de la doctrina social tenga resonancia en nuestro espíritu la de la dignidad de las personas.

 

El padre Herbert Vaughan, fundador de la Sociedad Misionera de San José de Mill Hill, sentado en el centro de la foto, con algunos padres misioneros y colaboradores. En primera fila con el rosario en la mano, pueden reconocerse dos afroamericanos, Baltimore, 1870 [© Archivio Mill Hill Missionaries]

El padre Herbert Vaughan, fundador de la Sociedad Misionera de San José de Mill Hill, sentado en el centro de la foto, con algunos padres misioneros y colaboradores. En primera fila con el rosario en la mano, pueden reconocerse dos afroamericanos, Baltimore, 1870 [© Archivio Mill Hill Missionaries]

Las raíces y la conversión “uno a uno”

Llegamos ahora a las raíces. Nuestra historia comienza en África, con el florecimiento del cristianismo en los siglos III y IV. En África del Norte la comunidad cristiana era culturalmente romana y mediterránea, pero también bereber y negra. Y son “nuestros” los Padres como Orígenes, Agustín, Cirilo de Alejandría, las santas mártires Perpetua y Felícitas, san Antonio de Egipto, san Moisés el Monje del desierto, los santos papas africanos Víctor, Melquíades y Gelasio: los reclamamos con gran orgullo, los sentimos parte de nosotros. Como también sentimos como nuestra la historia de la Iglesia en Egipto o en Etiopía. Nosotros recordamos también el Congo del siglo XVI, bajo el rey Alfonso, que invitó a los misioneros portugueses a difundir el cristianismo. Pero estos estuvieron implicados de alguna manera en el comercio de esclavos, y este es el lado amargo del asunto, en el que el mal caminó junto al bien. Pero sabemos que aunque nos estimaran menos de lo que valemos, nos dieron la fe.

En realidad, puesto que hemos sido esclavos durante mucho tiempo, se pueden encontrar casi por doquier católicos romanos de origen africano. Lo fueron, por ejemplo, Benito el Moro en Italia, y san Martín de Porres en Perú. Probablemente muchos de esta “diáspora” no se reconocerían en la definición de black catholics, y comenzaría entre nosotros una discusión –como ocurre por ejemplo con los afrocaribeños– sobre los límites del concepto y sobre su inclusividad. Porque si ante un africano continental yo me declarara afroamericana pondría el acento en nuestras diferencias, mientras que si me definiera simplemente “negra” realzaría nuestro común e indiscutible origen africano, y “negro” se convertiría de este modo en una hermosa palabra de bienvenida...

Según la historia de los black catholics redactada por el benedictino Cyprian Davis, el primer católico afroamericano fue Esteban, un esclavo bautizado en España que llegó a Estados Unidos en 1536 junto con algunos exploradores de lengua española. Entre los siglos XVI y XIX los bautismos en la Iglesia católica de los esclavos africanos llevados a las colonias eran administrados con el acuerdo de los amos. Los que escapaban de los asentamientos ingleses en Carolina y Georgia eran invitados por los españoles a conquistar la libertad en Florida, donde se les ofrecía la posibilidad de aceptar el catolicismo romano. Una de las metas de los africanos era la ciudad de Saint Augustine, en Florida, donde entre los siglos XVIII y XIX, según atestiguan documentos oficiales, estos vivían como esclavos, libertos o soldados.

Antes de la Guerra civil americana fueron numerosas las razones que impidieron una amplia actividad misionera a favor de los negros, libres o esclavos, para que fueran evangelizados y bautizados. Nosotros hemos sido convertidos “uno a uno”. No en grupos o como comunidad: nosotros no hemos tenido ninguna aplicación del cuius regio eius religio. El agravante era, si acaso, que en los Estados Unidos ser católico despertaba inmediatamente sospechas. La “fundación” del Estado –uso intencionalmente las comillas porque América ya estaba habitada por los nativos– fue obra de los wasp y los católicos que emigraban a América estaban mal vistos y considerados emisarios del Papa con el mandato de sofocar la autonomía conquistada con respecto a Europa. Para no irritar ulteriormente a los blancos anglosajones protestantes, que eran también gestores de la trata de negros, la Iglesia católica fue reluctante a la hora de denunciar la esclavitud, para no comprometer su reputación adoptando una posición antitética al orden constituido.

El catolicismo, al llegar a los Estados Unidos con las distintas etnias de los emigrantes, echó raíces gracias a irlandeses, alemanes, polacos, lituanos, etcétera. Cada etnia traía consigo sus propios sacerdotes y respetaba el modelo ya establecido de “segregación cultural del ministerio”. Un residuo aún visible de este fenómeno es la presencia en los rincones de algunas plazas de las ciudades americanas de cuatro diferentes iglesias católicas, una por etnia. De este modo, desde cierto punto de vista, el posterior nacimiento de una comunidad específica de black catholics fue coherente con el esquema.

 

La esclavitud y “las congregaciones de color”

Pero se ha de admitir que la relación del catolicismo con las personas de color fue algo... compleja. Del siglo XVI al XIX, obispos, clero y laicos católicos interpretaron la esclavitud como “una institución socieconómica legal”. En el período colonial anterior a la Guerra civil americana la Iglesia no luchaba contra la esclavitud, como ya he dicho, sino que pedía que se volviera más humana. Fue solo en 1839 cuando el papa Gregorio XVI, refiriéndose a Brasil, condenó el «indigno comercio con el que los Negros son reducidos a la esclavitud». El debate del siglo XIX se centró en la dimensión moral de la trata de esclavos y el resultado fue que algunos siguieron optaron por la neutralidad, otros por el abolicionismo, otros por el antiabolicionismo, mientras que algunos auspiciaban la abolición gradual. Pese a ello existían aquí y allá obispos y sacerdotes que seguían bautizando, aunque a veces de manera necesariamente esporádica, a los esclavos y dándoles la vida sacramental y la instrucción religiosa. Antes de la Guerra civil  el episcopado favoreció la fundación de dos “congregaciones de religiosas de color” para dar instrucción a los esclavos y los libertos, burlando la prohibición legal. El obispo de Charleston, en Carolina del Sur, John England, y el obispo de Saint Louis, Peter Kenrick, crearon escuelas específicamente dedicadas a los niños de color y apoyaron el nacimiento de las congregaciones religiosas de las Hermanas Oblatas de la Providencia, en Baltimore, surgidas en 1829 y reconocidas oficialmente en 1831, y, algunos años después, de las Hermanas de la Sagrada Familia.

Pero, ¿qué significa exactamente “congregaciones de religiosas de color”? Tanto las leyes entonces vigentes como la práctica obligaban a que cuando hombres y mujeres de color querían emprender la vida sacerdotal o religiosa sencillamente no se les aceptaba. No existía ninguna norma en el ordenamiento canónico que los rechazara, pero la práctica era que se manipulaba la situación para mantenerlos fuera, echando mano a alguna motivación que sonara legítima: porque eran hijos de un matrimonio no canónico, porque no existía la seguridad de que iban a ser católicos de por vida. Los obstáculos que en otros casos podían superarse, se convertían en infranqueables cuando se trataba de descendientes de africanos. El fruto de todo ello fueron las “congregaciones separadas”. Sin embargo, de hecho las Hermanas Oblatas de la Providencia acogieron e instruyeron también a niños no negros, hijos de europeos.

 

Santa Catalina Drexel con dos hermanos franciscanos entre los navajos en Lukachukai, Arizona, en 1927 [© Archivio The Sisters of the Blessed Sacrament]

Santa Catalina Drexel con dos hermanos franciscanos entre los navajos en Lukachukai, Arizona, en 1927 [© Archivio The Sisters of the Blessed Sacrament]

Después de la Guerra civil

Después de la Guerra civil y en el momento de la reconstrucción del Estado federal, una nueva atención hacia los ex esclavos surgió en el segundo (1866) y tercer (1884) Concilio plenario de Baltimore, y en el Concilio Vaticano I (1870). Los debates que se celebraron hicieron que Estados Unidos fuera consciente de sus obligaciones, mientras que un pequeño número de sacerdotes diocesanos y de religiosas trabajaba ya con los negros emancipados. Las principales congregaciones dedicadas al ministerio entre los negros se crearon tras el Vaticano I, y de todos modos también sacerdotes, religiosas y laicos “blancos” arrimaron el hombro. Entre estas nuevas congregaciones sobresalieron los padres Josefitas –Josephite Fathers, descendencia directa de los Misioneros ingleses de Mill Hill– gracias a la iniciativa de John Slattery. John era un joven de origen irlandés nacido en Nueva York, que se hizo sacerdote en Gran Bretaña en la Sociedad Misionera de San José de Mill Hill, para luego volver a América y fundar los padres Josefitas, que tuvieron la tarea específica –objeto de voto religioso– del ministerio entre la gente de color. El padre Slattery estaba convencido, cosa que se lee en su correspondencia, que si aceptaba en su instituto no solo a sacerdotes de color sino también a curas de descendencia europea estos últimos acabarían por dedicarse preferentemente a los ámbitos culturalmente afines, desentendiéndose de la gente de color. Esto explica el “voto negro” de los padres Josefitas. Todavía hoy trabajan casi exclusivamente con los afroamericanos. Su escuela “San Agustín” de Nueva Orleáns existe todavía y tiene una historia gloriosa.

Nacieron luego la Sociedad del Verbo Divino, los Padres del Santo Espíritu y los Edmonditas. Los Padres del Santo Espíritu abrieron una escuela para chicos en Rockcastle, en Virginia, llamada la “Academia militar Santa Emma”; la Sociedad del Verbo Divino erigió el seminario menor “San Agustín” en Misisipi.

De las numerosas congregaciones masculinas y femeninas fundadas para la misión exclusiva hacia los negros, muchas, de todos modos, además de las recién citadas, terminaron pronto por dirigirse a todos, sin distinción del color de la piel.

Fiel al mandato inicial siguió la congregación de las Hermanas del Santísimo Sacramento –fundada por Katalina Drexel, canonizada hace once años–, cuya misión era y sigue siendo promover parroquias y escuelas para los negros y los nativos americanos. También la universidad donde hoy enseño, la Xavier University, en Louisiana, fue fundada por santa Katharine.

 

Nuestra iniciativa laica

Existe una iniciativa laica de los black catholics, que merece ser mencionada en la conclusión. Comenzó su andadura antes que el término “ministerio laico” comenzara a repetirse hasta la saciedad en los documentos eclesiales, como ocurre hoy en los Estados Unidos. Daniel Rudd fue quien creó una iniciativa laica, tras descubrir y conocer las organizaciones católicas de Europa, importando este modelo a Estados Unidos en el siglo XIX, dando vida a partir de 1889 a los Congresos de católicos de color, los National Black Catholic Congress. Durante su vida convocó cinco. En ellos los obispos, sacerdotes y laicos de color –yo tengo archivadas las fotos de aquellos encuentros, en los que, sinceramente, mujeres se ven pocas...– intentaban diseñar una plataforma común, para tener más voz en el ministerio eclesial general. Era natural que Rudd tuviera que trabajar al lado del padre Slattery, como efectivamente ocurrió.

A principios del siglo XX Thomas Wyatt Turner fundó un grupo denominado Federación de católicos de color, Federated Colored Catholics. Wyatt estaba realmente amargado por los continuos desórdenes raciales y había asistido al linchamiento sin proceso de 75 negros. Cuando un sistema enfermo y racista no acepta cambios hay que prever las erupciones de violencia. Wyatt, en cambio, buscó soluciones constructivas y con su Federación trató de ayudar a la Iglesia.

Cuando en los años sesenta del siglo XX sentimos la necesidad de responder a los cambios que se estaban produciendo en la Iglesia y a los introducidos por los movimientos  por los derechos civiles, acudimos precisamente a la tradición de los Congresos y la mantuvimos durante los decenios siguientes. La herencia del siglo XIX volvió a vivir en el XX, hasta la creación de la Oficina nacional de católicos de color, la National Office for Black Catholics, en 1970. Del mismo tenor es el Catholic Interracial Council, que afronta proyectos comunes con blancos y negros. En la época de la lucha por los derechos civiles se creó también el National Black Catholic Clergy Caucus, es decir, una hermandad de sacerdotes afroamericanos con la misión de ayudarse mutuamente y también dentro del clero. Cómo ayudarnos y ayudar a los demás es un ansia que siempre nos ha acompañado, y también el Instituto para los estudios sobre los católicos de color, el Institute for Black Catholic Studies de la Xavier University, tiene esta pasión original. Al principio acudían todos quienes, blancos o negros, querían acercarse a la historia de los black catholics; hoy, en cambio, es un destino buscado sobre todo por afroamericanos. Quisiera sugerir a quienquiera que venga a Estados Unidos por motivos sacerdotales o religiosos que lo visite. Es un centro misionero, nacido para que precisamente los que no son de color puedan acercarse a nosotros más fácilmente, para tocar con su propia mano qué es lo que la comunidad negra le ha dado a nuestra Iglesia.

 

 

(Texto redactado por Giovanni Cubeddu y autorizado por la autora)



Italiano English Français Deutsch Português