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REPORTAJE DESDE TURQUÍA
Sacado del n. 06 - 2011

Un modelo para el nuevo Oriente Medio


Durante el último decenio, las minorías, incluida la cristiana, han conocido nuevos espacios de libertad en Turquía. El partido en el poder, el AKP, ha demostrado que islam y democracia no son inconciliables.
Un ejemplo para la Primavera árabe


por Lorenzo Biondi


La mezquita de Ortaköy y el puente sobre el Bósforo en Estambul [© Getty Images]

La mezquita de Ortaköy y el puente sobre el Bósforo en Estambul [© Getty Images]

 

Un grupo de gente está esperando frente a la pared de roca. Es el 29 de junio, fiesta de los santos Pedro y Pablo. Estamos en las afueras de Antioquía: engastada en la montaña, una fachada de piedras, y luego la cueva. Según la tradición, los primeros cristianos se reunían aquí para rezar a escondidas debido a las persecuciones. Entre ellos los apóstoles Pablo, Bernabé y Pedro, que fueron los primeros en traer aquí el anuncio de Jesús. Hoy la “cueva de San Pedro” es un museo, y hay que pagar para entrar. Dos guardias impiden el paso a unos cien fieles que quisieran entrar a rezar al santo.

La espera, sin embargo, no dura mucho. Suena el teléfono: de la oficina del gobernador de la provincia llega la orden de dejar entrar libremente. Llega también el obispo, monseñor Ruggero Franceschini. Los dos guardias se hacen a un lado, la cueva se llena de peregrinos. La misa puede empezar ya.

Es una escena común en muchas partes de Turquía. En los últimos años las autoridades del Estado han empezado a administrar algunos de los edificios de culto abandonados. Los han sacado del abandono, y pese a que haya que pagar un billete para visitarlos, en ocasiones especiales estos “lugares santos” se devuelven a la devoción de los fieles. Es una novedad, aunque sea pequeña, pero es la señal de un cambio. Durante decenios en la República fundada por Mustafá Kemal Atatürk, la existencia de las minorías religiosas había sido negada. Hoy, pese a las resistencias y contradicciones, para la pequeña comunidad cristiana en tierras de Turquía se ha abierto una época nueva y prometedora.

 

Las señales de un cambio

La herencia del pasado se siente. En la capital, Ankara, dominada por los ministerios, es imposible encontrar un edificio con una cruz encima. Las iglesias existen, pero están dentro de las embajadas. En el suelo extraterritorial y fuera de la vista. Aunque también es verdad que tampoco se ven muchas mezquitas, sobre todo son antiguas y casi engullidas por edificios modernos. Si la libertad de los cristianos en Turquía conoce límites, no es simplemente por el enfrentamiento entre religiones distintas.

Nos lo explica el padre Dosi­theos, un sacerdote ortodoxo del Patriarcado ecuménico de Estambul: «Cristianos, judíos y musulmanes siempre han convivido en esta tierra. Saben qué quiere decir la convivencia pacífica. Durante los primeros decenios de la República turca (fundada en 1923) el nacionalismo fue la política dominante en el país, pero llevaba una máscara: el islam. En realidad, detrás de esa palabra se escondía la idea de la nación turca. En aquella época las minorías perdieron sus derechos frente al estatalismo kemalista. Solo en los últimos diez años se ha comenzado a hablar de libertad religiosa: una novedad absoluta».

Se avanza lentamente, un paso tras otro. Lo vemos en Tarso, la ciudad natal de san Pablo, donde llegamos el 26 de junio, el domingo anterior a la fiesta de los santos Pedro y Pablo. La comunidad local ha recibido la autorización para celebrar la misa en la iglesia dedicada al Apóstol de los gentiles. Construido por los cruzados en el siglo XII, con la llegada de la República el edificio se había transformado en almacén. Solo hace pocos años, gracias a la insistencia de los padres capuchinos y al gobierno, el monumento fue limpiado y abierto. También en este caso como museo. Faltan pocas horas para la celebración: las tres hermanas “Hijas de la Iglesia” que viven en la ciudad acaban de recibir el permiso de entrar para arreglar la iglesia. Hay poco tiempo para los preparativos, lo hacen todo deprisa. Y menos tiempo tienen todavía al terminar la misa para quitar las sillas y los paramentos: los fieles dejan apresuradamente el lugar a los turistas que pagan el billete.

En la “laica” República de Turquía es el Estado el que controla que la actividad religiosa no se salga de los límites fijados por la Constitución y la ley. Las Iglesias no tienen reconocimiento legal. Pero desde hace algunos años la situación de las minorías religiosas ha mejorado sensiblemente. El gobierno del partido de la justicia y el desarrollo (AKP) se ha mostrado receptivo con sus peticiones. No siempre se han mantenido las promesas, pero la nueva clase dirigente turca ha manifestado una disponibilidad al diálogo desconocida en el pasado. Y el diálogo en algunos casos ha dado frutos muy concretos.

El presidente de la Fundación sirio-catolica de Estambul, Zeki Basatemir, nos habla de cuando fue a protestar porque una vieja iglesia siria de Alejandreta –Iskenderun para los turcos– llevaba años dedicada a cine X. Devolver su vieja función al edificio era ya imposible, pero después de expropiarlo el gobierno mandó demolerlo y en 2010 construyó una nueva iglesia corriendo con todos los gastos. La fachada, fiel al estilo tradicional de estas regiones, habla de una sensibilidad nueva para con los problemas de los cristianos.

La colaboración nace a menudo en las relaciones entre personas, pero está alcanzando también niveles institucionales. El próximo septiembre, por ejemplo, el municipio de Estambul publicará junto a la Santa Sede un volumen sobre la presencia cristiana en la ciudad en el siglo XVII. Por primera vez el símbolo de una institución turca se imprimirá junto al de la Iglesia católica.

Por desgracia, precisamente en los años en los que las relaciones entre el gobierno de Ankara y los cristianos parecen cambiar, la pequeña Iglesia de Turquía ha vivido tragedias como el asesinato de don Andrea Santoro y de monseñor Luigi Padovese. Para que se esclarezcan estos homicidios habrá que esperar todavía tiempo, pero por el momento el poder político ha querido demostrar su cercanía a los amigos de las víctimas. Monseñor Franceschini, arzobispo de Esmirna y administrador pro tempore del vicariato apostólico de Anatolia, nos habla de cómo el ministro de Justicia Sadullah Ergin acudió a Alejandreta para el funeral del obispo asesinado. «Me preguntó si queríamos algo de ellos», recuerda monseñor Franceschini. «Le respondí que queríamos solo saber la verdad, nada más». Cuando ha pasado poco más de un año del suceso, está a punto de abrirse el proceso contra el asesino del prelado y de sus posibles organizadores. Muchos dan testimonio de la solicitud de las autoridades a la hora de querer que la justicia avance rápidamente. En otros tiempos uno se hubiera esperado solo indiferencia, cuando no abierta hostilidad.

 

El imponente mausoleo de Atatürk en Ankara <BR>[© Lorenzo Biondi]

El imponente mausoleo de Atatürk en Ankara
[© Lorenzo Biondi]

El falso mito de la islamización

«La minoría cristiana de Turquía conserva la esperanza de que durante el tercer mandato del partido de gobierno las cuestiones pendientes, necesarias para los derechos de la minoría, puedan por fin alcanzar la meta deseada». Habla monseñor Antonio Lucibello, nuncio apostólico ante la República de Turquía. «Existen ya señales elocuentes que van en esa dirección».

El resultado de las elecciones del pasado 12 de junio será recordado como un antes y un después en la historia turca. El AKP de Recep Tayyip Erdogan se hizo con el 50 por ciento de los votos, un resultado sin precedentes. Dando una vuelta por las zonas periféricas de Estambul se puede entender uno de los motivos de este triunfo. En los distritos financieros resplandecen los rascacielos de reciente construcción. En los nuevos barrios populares se amontonan los edificios en medio de un mar de excavadoras y obras. La economía se mueve, la clase media se agranda y amplía su bienestar.

Pero el dinero no puede ser suficiente para explicar el éxito del partido. «El AKP se ha convertido en la voz de la gente musulmana olvidada por el proceso de modernización de Turquía». Nos lo explica Rober Koptas, joven director del semanario de lengua armenia de Estambul, Agos. Durante decenios la Turquía “laica” ha considerado la religión como un lastre. Modernidad –se decía– es igual a secularización. Un mensaje que a los turcos de fe musulmana les ha costado entender. «Hoy esa parte de la sociedad ha entrado a su vez en un proceso de modernización», sigue diciendo Koptas. «El AKP quiere demostrar que también los musulmanes pueden ser verdaderos demócratas».

No es la primera vez que un partido de inspiración islámica llega al poder. Ya había pasado por última vez en 1996, cuando Necmettin Erbakan se había convertido en presidente del gobierno. En su Partido del Bienestar había muchos partidarios de introducir la ley islámica, la sharia, y el propio premier mantenía estrechos contactos con algunas hermandades “sufíes” (es decir, místicos musulmanes) conocidas por su apoyo a la islamización del Estado. Poco menos de un año después del nacimiento de aquel gobierno, los militares intervinieron con fuerza en el juego político. En junio de 1997 Erkaban fue obligado a presentar su dimisión. La Corte Constitucional ilegalizó su partido. Fue entonces cuando un grupo de políticos de la “nueva generación”, entre ellos Erdogan y Abdullah Gül, intuyeron la necesidad de romper con el pasado.

 

Como las DC europeas

La inspiración islámica sigue existiendo, pero cambia de signo. Crece, por ejemplo, la influencia de las asociaciones para el diálogo que se inspiran en el filósofo Fethullah Gülen. Cemal Usak –vicepresidente de la Fundación de periodistas y escritores, creada por el propio Gülen– cuenta: «Hasta finales de los noventa la mayoría de los políticos musulmanes creía que su deber era crear un Estado islámico. Alrededor del año 2000 comenzaron a comprender que la forma de Estado no se puede imponer, sino que depende del consenso de los electores. Erdogan pudo ganar solo cuando comprendió que se necesitaba una versión de islam político adecuada a las necesidades de Turquía».

Alper Dede, politólogo de la Universidad Zirve de Gaziantep, reconstruye para nosotros los primeros años del partido de Erdogan. Son dinámicas que recuerdan el origen de las Democracias cristianas europeas: «En el nacimiento del AKP, en 2001 confluyen en el partido personalidades de distinta procedencia. La jerarquía del partido se siente cercano a las modernas DC. Son políticos por lo general de centroderecha, aunque no exclusivamente. Muchos proceden de la tradición islamista de Erbakan, otros son sin duda más moderados. Los hay también que vienen de partidos conservadores de matriz laica».

A diferencia de sus predecesores, Erdogan busca una síntesis entre la Turquía laica y la religiosa. En las sedes del AKP campea la imagen de Mustafá Kemal Atatürk. Pero a menudo se elige la foto que lo representa rezando con sus compañeros, con las palmas de las manos hacia el cielo. Para simbolizar que las dos Turquías son compatibles.

«Los occidentales que miran al AKP», sigue diciendo Rober Koptas, «ven musulmanes y sienten miedo. Yo, como armenio, no tengo miedo del AKP. Es ridículo sostener que el AKP quiera introducir la sharia. Son simplemente musulmanes, musulmanes practicantes, como la mayoría de la población de este país. Esa parte del país quiere estar en el Parlamento, en las universidades, y es muy “sano” que lo quiera». La idea de la islamización de la sociedad, con los números en la mano, se cae por su propio peso. En un estudio promovido por la Tesev –una institución financiada casi en su totalidad por el Open Society Institute de George Soros– se mostraba que desde 1999 hasta hoy el número de mujeres que llevan velo ha disminuido. No lo contrario, como a menudo dice la prensa europea. Al mismo tiempo una mayoría de turcos piensa que la actitud general de la sociedad frente a la religión ha cambiado, y ha cambiado en positivo.

El conflicto entre las dos mitades de Turquía –secular y religiosa– no se ha agotado, desde luego. La tensión volvió a subir en 2007, cuando Abdullah Güll fue elegido presidente de la República. Durante algún tiempo parecía que un componente del ejército estaba dispuesto a volver a irrumpir en la escena política. Fue el año de los homicidios de Hrant Dink, periodista armenio entonces director de Agos, y de don Andrea Santoro. En otros tiempos la tensión entre laicistas e islámicos hubiera llevado a los militares a intervenir para restablecer el orden. Pero no hubo golpe de Estado. Era la señal que el clima estaba cambiando, tanto en el país como en el exterior.

 

Fieles rezando en la gran mezquita de Suleimán de Estambul [© Lorenzo Biondi]

Fieles rezando en la gran mezquita de Suleimán de Estambul [© Lorenzo Biondi]

El “modelo turco”

En 2002 era difícil imaginar que el AKP pudiera imprimir un giro tan significativo a la política turca. En elecciones sorprendentes, ninguno de los partidos de gobierno pudo superar el umbral del 10 por ciento para entrar en el Parlamento. Lo consiguieron precisamente solo el partido de Erdogan (AKP) y los kemalistas del Partido Republicano del Pueblo (CHP). Los islámicos moderados, con el 35% de los votos, tenían el control de los dos tercios del Parlamento.

«El AKP era un partido nuevo», sigue comentando el profesor Dede, «con experiencia solo en las administraciones locales». Erdogan, su líder, ni siquiera se había podido presentar como candidato: cuatro años antes un tribunal le había condenado «de por vida» a no entrar en la escena política por «incitación al odio religioso». En un mitin había citado una poesía turca de comienzos del siglo XX: «Las mezquitas son nuestros cuarteles, las cúpulas nuestros yelmos, los minaretes nuestras bayonetas y los fieles nuestros soldados». Fue elegido solo en 2003, tras una modificación a la ley por parte del Parlamento.

En estas condiciones eran pocos quienes apostaban por la duración del experimento AKP. «Durante los primeros años de aquel gobierno», nos sigue contando Dede, «hablé con muchos representantes egipcios de la Hermandad musulmana que se mostraban escépticos con respecto a lo que estaba ocurriendo en Turquía. El giro en la credibilidad del partido llegó con el comienzo del proceso Ergenekon», es decir, una vez más en 2007, cuando se supo que algunos oficiales del ejército planeaban un golpe de Estado y terminaron en la cárcel por esto. Fue entonces cuando el AKP demostró que podía salir ganador contra la vieja burocracia secularista». Hoy muchos jóvenes políticos de la Hermandad vienen a Turquía para aprender del AKP. De “modelo turco” se discute casi cada día en los periódicos turcos y del área mediooriental.

Por supuesto, los modelos políticos son difíciles de exportar. Lo recuerda Cemal Usak, a partir de la historia de su país: «En los años setenta había grupos de intelectuales turcos que trataban de importar versiones “árabes” del islam. El único resultado fue producir radicalismo». Lo mismo puede valer con los papeles invertidos: «Democracia y derechos humanos son valores universales que valen en todos los países, pero cada país ha de adaptar esos valores a su contexto».

También Rober Koptas nos pone en guardia con respecto a las simplificaciones: «Cuando se habla de modelo turco, hay que comprender qué es lo que se entiende. El modelo es la democracia, no Turquía como tal. Si el modelo fuera Turquía como ha sido hasta hoy –una democracia “protegida” por las armas del ejército–, entonces no, gracias. Pero lo que pasa ahora en el país está demostrando algo a quienes decían: “islam y democracia son incompatibles”».

Hoy Oriente Medio mira a Turquía con interés. En gran parte es mérito del ministro de Exteriores, Ahmet Davotoglu, confirmado en su cargo tras las elecciones. La política de «nada de problemas con los vecinos» ha creado alrededor del país un clima favorable a la colaboración. No solo en campo político: las exportaciones turcas a los países limítrofes aumentan a un ritmo impresionante. El aflujo de turistas está en constante crecimiento. Ankara exporta cultura, además de mercancías.

Este soft power, “poder ligero”, no ha pasado inobservado en Europa. Muchos de los europeístas más agudos proponen no perder la ocasión histórica de acercar Oriente y Occidente. Después del voto de junio Erdogan quiso mostrar que seguía interesado en el diálogo con la Unión europea, creando un Ministerio para la ocasión al frente del cual colocó a Egemen Bagis. Pero las negociaciones están estancadas. Los capítulos más delicados se han bloqueado. En vez de hacer presión sobre temas importantes –como la tutela de los derechos de las minorías–, Bruselas se ha cerrado en un no que en Turquía suena a ideológico.

 

Las ruinas de la antigua Basílica de la Virgen de Éfeso, la primera iglesia del mundo dedicada a la Virgen María. En su interior tuvo lugar en el 431 el Concilio que proclamó a María “Madre de Dios” [© Lorenzo Biondi]

Las ruinas de la antigua Basílica de la Virgen de Éfeso, la primera iglesia del mundo dedicada a la Virgen María. En su interior tuvo lugar en el 431 el Concilio que proclamó a María “Madre de Dios” [© Lorenzo Biondi]

Reformas y compromisos

Porque en cuanto a tutela de las minorías religiosas hay todavía mucho que hacer. La Constitución actualmente en vigor afirma que la libertad religiosa puede ejercerse solo mientras no viole el principio de la laicidad del Estado. La ley turca no reconoce la existencia de las Iglesias cristianas. Emre Öktem, profesor de Derecho Internacional en la Universidad de Galatasaray, en Estambul, nos ayuda con un ejemplo: «El patriarcado ortodoxo de Estambul no goza de personalidad jurídica. Técnicamente el patriarca mismo es un simple empleado que trabaja para la fundación que administra la iglesia de san Gregorio». Las “fundaciones” son las únicas instituciones religiosas que admite la ley. Pero hasta tiempos recientes su existencia estuvo sometida a pesadas restricciones. «Una ley de 1936 prohibía la compra de propiedades o el derecho de herencia para las fundaciones religiosas», sigue diciendo el profesor. Si un fiel donaba una propiedad a la Iglesia, la donación era nula.

«En 2002», sigue diciendo Öktem, «una modificación a la ley sobre las fundaciones fue incluida en los paquetes de armonización creados en el contexto de acercamiento entre Turquía y la Unión Europea. Es la primera ley que permite que las fundaciones compren propiedades. En 2008 una nueva ley permitió también la devolución de las propiedades expropiadas en el pasado por el Estado».

Los apretones de mano del presidente Erdogan y los líderes religiosos del país no han sido gestos puramente simbólicos. El padre Dositheos, en el Patriarcado ecuménico de Estambul, nos cuenta el encuentro entre el jefe del gobierno y su santidad Bartolomé I. Era el 15 de agosto de 2009. Uno de los problemas que más apremiaban a la comunidad ortodoxa en aquel momento era la cuestión de la ciudadanía de los obispos. «Para la ley turca es necesario que todos los obispos que trabajan en Turquía para el patriarcado sean ciudadanos turcos. Solo un pequeño número de obispos ortodoxos lo era. En aquella ocasión Erdogan prometió que les daría el derecho de ciudadanía, para trabajar aquí y eventualmente ser elegidos patriarcas». Manteniendo aquella promesa el premier ha ayudado al Sínodo ortodoxo a sobrevivir.

La benevolencia del poder hacia las minorías se ha manifestado a menudo en “favores” de este tipo. Sin embargo, escuchamos decir más de una vez que los favores –que son bien recibidos– no son suficientes. Es necesario también que algunos derechos queden formalizados. La abogada Kezban Hatemi, que lleva años ocupándose del problema de las minorías, nos habla de la hipótesis de que Ankara firme concordatos con las distintas Iglesias cristianas, siguiendo el modelo de los Estados europeos, especialmente de Alemania. Es una propuesta muy avanzada, lejos de la situación concreta. Habrá que seguir conformándose con favores todavía durante algún tiempo.

También hay otras cuestiones muy delicadas que siguen sin solución. Como la del seminario ortodoxo en la isla de Heybeliada, en el mar del Mármara. La Constitución turca impone que toda enseñanza religiosa esté sometida al control del Estado. En esta situación, a las Iglesias cristianas les es imposible seguir a los jóvenes que tienen vocación al sacerdocio. Sigue diciendo el padre Dositheos: «Su Santidad y el Sínodo están convencidos de que el presidente Erdogan desea realmente encontrar una solución al problema. Pero el Estado –en Ankara– se resiste. Esperemos al año próximo, con la nueva Constitución».

Hay muchas expectativas en torno a la promesa del AKP de reformar la constitución. Pero pese al enorme éxito electoral, el partido del gobierno no dispone de la mayoría necesaria para cambiar la Constitución de manera unilateral –es decir, sin colaborar con otras fuerzas políticas y sin pedir el parecer del pueblo mediante un referéndum. La nueva Carta no podrá más que ser el fruto del compromiso entre fuerzas distintas, y en primer lugar entre el ejecutivo y los candidatos independientes elegidos con el apoyo del partido de la minoría curda. Entre ellos está también Erol Dora, el primer cristiano que ha entrado en el Parlamento en más de cincuenta años. Pertenece a la minoría siria, y como abogado ha asistido a menudo a las comunidades cristianas. Pero él quiere recordarnos que fue elegido con los votos de «musulmanes y cristianos». Una representación no “sectaria” sino que quiere dar voz a todas las minorías del país en el proceso de modificación de la Constitución.

 

«La tolerancia no basta. Sin embargo...»

Los apretones de mano, la elección de un cristiano, el lenguaje político modificándose. Volvamos ahora a las palabras de Rober Koptas, de Agos: «Hasta hoy en el “discurso público” turco los armenios y los cristianos han sido considerados enemigos, pero ese discurso está cambiando». La cuestión de las minorías se sigue afrontando en términos de “tolerancia”, es cierto. «Para mí», sigue diciendo Koptas, «la tolerancia no es ideal, el punto de llegada. Sin embargo, hasta hoy los nacionalistas ven en griegos, armenios, judíos un peligro para la nación; en comparación, la tolerancia es un bien».

Discutimos también del genocidio de los armenios de 1915. Durante decenios en las escuelas turcas se ha enseñado a los niños que aquellos acontecimientos nunca tuvieron lugar; la opinión pública no puede cambiar de idea de un día para otro. Pero «si Turquía se convierte en una democracia con todas las de la ley, si llega a ser posible hablar abiertamente de estos problemas, entonces el gobierno estará en condiciones de reconocer la masacre de los armenios».

El cambio de mentalidad ya se está dando y hasta la principal fuerza de oposición, el CHP, parece haberse dado cuenta. El actual líder, Kemal Kiliçdaroglu, está insistiendo en la necesidad de prestar atención al problema de la minoría curda y de dirigirse también a la Turquía más religiosa. Pero las resistencias dentro de su partido son fuertes y no está claro si Kiliçdaroglu va a conseguir darle al partido un sesgo menos nacionalista y más cercano a los partidos socialdemócratas europeos. Pero que se planteen todos estos asuntos es ya una señal significativa.

De este modo, el papel del ejército en la vida política turca está cambiando. Bleda Kurtdarcan, de la Universidad Galatasaray, es un experto de asuntos militares. Hoy los investigadores como él pueden acceder a los presupuestos del ejército, estudiar sus estructuras. Hace años hubiera sido impensable. El caso Ergenekon, sin embargo, sigue abierto. Según la fiscalía que ha investigado en esta estructura secreta, en 2007 un grupo de oficiales del ejército planeó algunos homicidios excelentes para fomentar  el miedo de que Turquía se estuviera transformando en un Estado islámico. Entre estos, el del periodista armenio Hrant Dink, el de don Andrea Santoro y tres cristianos evangélicos. Según algunos observadores –entre ellos los reporteros del semanario Agos– también el homicidio de monseñor Luigi Padovese habría que vincularlo a aquella trama. Y en las últimas semanas se ha sabido por los papeles del proceso que los golpistas pretendían también asesinar al patriarca ecuménico Bartolomé I.

El complot fracasó. La intervención de los soldados, que en los planes de los golpistas hubieran tenido que intervenir para “restablecer el orden”, no encontró el apoyo necesario, ni en Turquía ni en el extranjero. Y las comunidades cristianas, víctimas de aquella agresión, siguen esperando poder vivir en paz en la tierra santa de Turquía.

 

Monseñor Ruggero Franceschini, entre algunos sacerdote [© Lorenzo Biondi]

Monseñor Ruggero Franceschini, entre algunos sacerdote [© Lorenzo Biondi]

Una presencia discreta

Pensando en las tragedias de los últimos años, uno se esperaría que los cristianos vivan segregados. La realidad es más compleja. El 13 de junio es la fiesta de san Antonio de Padua. Visitamos la iglesia de Estambul dedicada al santo; la fachada neogótica se asoma a Istiklal Caddesi, una de las calles de las compras, del turismo, de la vida nocturna. También en la iglesia hay un vaivén continuo; y solo algunos de los que pasan y entran son cristianos. Miran alrededor con curiosidad, observando las estatuas de los santos, piden información. Algunos encienden una vela, se paran a rezar. Entre ellos también hay musulmanes, mujeres con velo. A san Antonio le piden pequeñas gracias: hacer las paces después de una riña, la serenidad en la familia. La santidad de Antonio es reconocida por todos, más allá de las divisiones confesionales.

En Turquía conviven dos realidades opuestas. Por un lado, los episodios de gamberrismo contra los religiosos. Es difícil cancelar decenios de propaganda nacionalista contra los “misioneros” cristianos –acusados de ser la vanguardia de los colonizadores occidentales–. Por otro, las relaciones de amistad que nacen entre cristianos y musulmanes.

Las monjas de Ivrea que administran la escuela italiana de Esmirna nos describen la estima que la gente del lugar les demuestra: muchos de sus estudiantes no son cristianos. En Antioquía, el padre Domenico Bertogli nos cuenta que las donaciones efectuadas al pequeñísimo oficio de la Cáritas local llegan en parte de benefactores musulmanes. La circunstancia no ha de sorprender: Cáritas ayuda a los necesitados sin tener en cuenta su fe. Los musulmanes lo saben, y muestran su reconocimiento con gestos concretos.

Sin embargo, en los últimos tiempos la organización está atravesando un momento difícil: en el pasado, gracias a la cobertura del Vaticano, Cáritas figuraba como institución ligada a un país extranjero, mientras que hoy la asociación está sujeta a la ley turca sobre las fundaciones religiosas. Como tal, no está autorizada a tener propiedades, por lo que se ve obligada a inscribirlas a nombre de personas físicas que trabajan para ella. Por ejemplo, a monseñor Padovese, antes de su trágica muerte; sin embargo, en la situación actual los bienes de propiedad del obispo han sido congelados por el Estado, que se niega a devolvérselos a Cáritas. Este problema no hubiera existido de haber intervenido una tutela “internacional”.

Cáritas de Turquía dispone de medios pobres, pero a veces basta poco para dar un testimonio de fe. «Si miramos los números», nos dice el nuncio, monseñor Antonio Lucibello, «nuestra presencia en Turquía es mínima: somos como una pequeña parroquia de un pueblecito occidental. Y sin embargo, nuestro testimonio discreto da fruto, nos estiman y nos siguen». Si tuviéramos que “medir” el estado de salud de la Iglesia local contando las cabezas, el escenario sería triste. Pero viendo a la gente de aquí la felicidad que brota de la fe es un hecho evidente. «No es necesario estar presente haciendo ruido», sigue diciendo monseñor Lucibello, «golpeando los tambores. Es fundamental un testimonio de vida, que no se impone con el espectáculo».

Una monja, que llegó de Italia en la época de la muerte de Padovese, nos confiesa sus preocupaciones al llegar a Turquía. «Sin poder llevar los hábitos de religiosa, sin poder enseñar religión en la escuela, pensaba: ¡pero qué es lo que he venido a hacer aquí! Yo que en Italia estaba acostumbrada a ir a todas las manifestaciones... Cuando llegas aquí comprendes que no se trata de hacer o de decir algo en particular. Basta estar aquí, en esta tierra santa donde vivieron los apóstoles, y ponerse en las manos del Señor».

La experiencia de la Iglesia de Turquía está toda aquí. Es el aire hogareño que se respira en medio de los niños del patio del padre Domenico, en Antioquía. O bien en Tarso, cuando los religiosos comen con la gente que llega de pueblos cercanos para festejar a Pablo. El padre Roberto, de 80 años, con más de 60 aquí en Turquía, le entrega dinero a una familia que no puede pagarse el billete para volver a casa. Las hermanas del lugar, durante la comida, le indican a monseñor Franceschini a un matrimonio o a un niño, le ponen al día sobre los matrimonios y los nacimientos.

Uno podría preguntarse: con tan pocos cristianos, ¿qué trabajo tienen los curas en Turquía? El trabajo, a decir verdad, no falta nunca, entre las necesidades de la gente del lugar y la acogida de peregrinos. Pero «no se trata de hacer algo». Basta estar aquí, custodiando esta tierra santa. Santa porque aquí nació Pablo, aquí vivieron Bernabé y Pedro. San Juan está enterrado en Éfeso, bajo las ruinas de una basílica que mira hacia el mar. La Virgen, que según la tradición siguió a Juan por estos lugares, se “durmió” aquí y ascendió a los cielos.

A los padres capuchinos les gusta recordar el consejo de san Francisco a los frailes que se iban a Asia Menor. Hay dos modos de hacer misión: «Un modo es que no haya riñas ni disputas, sino que se sujeten a toda criatura humana por amor de Dios y confiesen que son cristianos». El testimonio discreto. «El otro modo es que, cuando vean que gusta al Señor, anuncien la palabra de Dios». Atentos a las cosas del mundo, capaces de seguir y recoger todo lo que bueno que ocurre a su alrededor.



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