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ANIVERSARIOS
Sacado del n. 06 - 2011

BENEDICTO XVI. Sesenta años de sacerdocio

«Una gratitud que crece de año en año»


Entrevista con monseñor Georg Ratzinger, que hace sesenta años fue ordenado sacerdote con su hermano Joseph


Entrevista a Georg Ratzinger por Roberto Rotondo y Silvia Kritzenberger


«El día más importante de mi vida»: así ha definido siempre Joseph Ratzinger el día de su ordenación sacerdotal, que tuvo lugar el 29 de junio de 1951. Y, como todo el mundo sabe, ese día, en la Catedral de Frisinga, Baviera, fue ordenado también su hermano Georg. Con ocasión del sesenta aniversario de sacerdocio del Papa, le hemos pedido a monseñor Georg Ratzinger, testigo de excepción, que vuelva con la memoria a aquella mañana de verano de 1951. Comenzando por el jubileo recién trascurrido.

Monseñor Georg Ratzinger [© Stefan Matzke/Sampics/Corbis]

Monseñor Georg Ratzinger [© Stefan Matzke/Sampics/Corbis]

Monseñor Ratzinger, ¿qué le queda en el corazón de estas jornadas de celebraciones por los sesenta años de sacerdocio?
GEORG RATZINGER: No les escondo que al principio quería celebrarlos sólo de manera privada, sin participar en ceremonias solemnes, porque aún no estoy en perfecta forma después de la operación de rodilla, y las ceremonias requieren cierta frescura mental y física. Pero me alegro de que las cosas hayan ido como han ido, porque ha habido momentos muy conmovedores, como la bellísima celebración organizada en la Catedral de Frisinga por el Instituto Benedicto XVI, que se ocupa de la publicación de la opera omnia del Santo Padre. La Catedral de Frisinga es el lugar donde mi hermano y yo fuimos ordenados sacerdotes y se respiraba una atmósfera verdaderamente familiar para mí. Por la mañana se rezaron las laudes y luego, tras las palabras de saludo y algunas intervenciones, tuvimos una comida con los altos prelados, algunos cardinales, los obispos auxiliares y, naturalmente, los viejos amigos. Otro momento importante fue la misa en mi colegiata de San Juan Bautista: la iglesia estaba a rebosar y la atmósfera era solemne. Por último, la tercera cita fue la misa en San Pedro de Roma: fue conmovedor pensar que nuestro jubileo se colocaba en el contexto de la solemnidad en memoria de los santos Pedro y Pablo, tan importantes para Roma y para la Iglesia universal.
Para su hermano habrá sido una alegría tenerle a usted a su lado durante esos días…
Es siempre una gran alegría cuando nos vemos. Durante toda nuestra vida no hemos dejado de vernos y naturalmente no queremos renunciar ahora en la vejez, en la que experimentamos de manera especial este sentimiento de pertenecer el uno al otro.
¿Qué pensó usted aquel 29 de junio de 1951? El Papa, recordando el día de su ordenación, dijo: «Ya no os llamo siervos, sino amigos. Sesenta años después de mi ordenación sacerdotal, siento todavía resonar en mi interior estas palabras de Jesús, que nuestro gran arzobispo, el cardenal Faulhaber, nos dirigió a los nuevos sacerdotes al final de la ceremonia de ordenación»…
Pensé que se estaba dando un cambio en mi vida, como en la de todo hombre que se hace sacerdote, porque la ordenación sacerdotal le confiere al hombre una nueva calidad de vida y lo convierte en un “encargado” de Cristo, que debe llevar el misterio y la palabra de Jesucristo al mundo. Con los años he tenido la posibilidad de comprender lo verdaderas que son las palabras del Evangelio de san Juan que nos dirigió el cardenal Faulhaber: porque la ordenación sacerdotal conlleva una amistad especial con Cristo en cuanto confiere un mandato especial. Y da la sorpresa y la conciencia de ver cómo el Señor interviene en nuestra vida humana.
¿Cómo se vivió ese día en su familia?
Fue una experiencia de felicidad única. En nuestra vida familiar, que hasta ese momento había sido la vida de una familia normal, había tenido lugar un acontecimiento que en aquella época era considerado un don: el sacerdocio, algo que remite a la eternidad, a una  esfera diferente. Tenía tres años más que mi hermano y fue estupendo vivir juntos la ordenación y la primera misa, aunque se debía solo a las consecuencias de la guerra que había trastornado los proyectos de todos. En aquellos años, en efecto, en el seminario de Frisinga eran grandes las diferencias de edad entre los aspirantes sacerdotes.
¿Quiénes fueron las personas que mayormente influyeron en la maduración de ustedes dos como sacerdotes y cristianos durante los años del seminario?
Una figura clave en el “Domberg” de Frisinga fue nuestro rector Michael Höck, que había estado cinco años en el campo de concentración de Dachau. Su camino había sido el de un sacerdote piadoso, devoto y comprometido. Tenía un algo de paternal, bueno, comprensivo, y fue considerado más como un padre que como un superior. Lo que le interesaba era ayudar a cada uno de nosotros a encontrar, en aquellos tiempos difíciles, el camino que lleva a una meta buena.
El 29 de junio de 1951, en la Catedral de Frisinga, el cardenal Faulhaber ordena sacerdotes a más de cuarenta seminaristas, entre ellos a Georg y Joseph Ratzinger

El 29 de junio de 1951, en la Catedral de Frisinga, el cardenal Faulhaber ordena sacerdotes a más de cuarenta seminaristas, entre ellos a Georg y Joseph Ratzinger

El Papa, durante la comida con los cardenales y usted, recordando aquel 1951, subrayó que entonces el mundo era muy diferente al de hoy y que Alemania debía ser reconstruida material y moralmente. ¿Les parecía a ustedes que haciéndose sacerdotes participaban en esa reconstrucción?  
Todos estamos condicionados por la época en la que vivimos, compartimos con los hombres de nuestra época las dificultades, las preocupaciones de nuestro tiempo, pero también los gozos. En este sentido también nosotros hemos contribuido a esta obra de renovación. Pero es verdad que no ha sido un proceso unívoco, porque según iba creciendo la economía, y con ella la riqueza y el bienestar, se fue introduciendo también cierta decadencia moral y, sin que pudiéramos imaginarlo, otros elementos negativos que acompañaron al proceso de reconstrucción.
Ya desde los años del seminario sabían ustedes que tomarían caminos distintos. Usted la música, su hermano la enseñanza teológica…
Sí, el buen Dios nos ha hecho seguir caminos distintos. Yo siempre le había pedido al Señor, si era posible, que me hiciera trabajar con la música sagrada, poder cantar sus alabanzas mediante la música. Y si ahora contemplo mi vida, he de decir que me ha escuchado. Me ha permitido trabajar en el coro de la Catedral de San Pedro de Ratisbona, los Regensburger Domspatzen, que estimo mucho y que poseen cualidades tal vez únicas en el mundo católico.
¿Qué piensa de la situación actual de la música sagrada en la Iglesia?
La situación varía según el lugar y el país. Por lo que concierne a mi experiencia, puedo decir que la Catedral de Ratisbona tiene una larga tradición en el canto gregoriano y la polifonía vocal clásica, que ha sido muy bien conservada después del Concilio, pero que también ha ido adelante. La música siempre tuvo una importancia fundamental para la vida religiosa porque la palabra hablada llega solo a la ratio, mientras que la música implica a todo el hombre en las alabanzas a Dios. Y aunque las modalidades pueden variar, la música sagrada tendrá siempre gran importancia. Hemos de asegurarnos que se ponga el mayor cuidado en la música para que pueda alcanzar plenamente su efecto: llevar a los hombres a Dios.
La última pregunta: recordando aquel 29 de junio de hace sesenta años, ¿qué es lo que conserva su hermano de aquel joven sacerdote de 24 años?
Mucho, porque conserva la gratitud de haber recibido la gracia de ser sacerdote. Que es mi misma gratitud y espero siempre que permanezca en mí la alegría que sentí aquel día, la gratitud de haber recibido esta llamada. Es más, espero que esta gratitud aumente de año en año.



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