La DC y el encanto del nombre cristiano
Pese a que esa preocupación de defensa contra el comunismo era importante, el impulso que la movía era de carácter positivo: era el encanto que el nombre cristiano conseguía provocar en la vida diaria de cada uno de nosotros
por Giulio Andreotti

Alcide De Gasperi con Giulio Andreotti
La Democracia Cristiana (DC) representó para mí –aunque creo que también para muchos de los que en ella militaron– la invitación constante a considerar no ocasional lo que ocurre en el día a día, como si fueran muchos hechos desligados entre sí, sino a considerar el conjunto como algo interrelacionado, como a través de una telaraña que te permite captar el significado profundo de las cosas que ocurren y pasan.
En este libro, una sintética relectura de algunos momentos destacados de la historia democristiana escrita por Giovanni Di Capua y Paolo Messa, he visto citado también mi primer encuentro con De Gasperi. Ya lo he contado varias veces: yo nunca había visto a De Gasperi y ni sabía quién era. Yo no procedía de una familia que se ocupara de política. De Gasperi, en cambio, se había fijado en mí, pues yo era presidente de la Federación de universitarios católicos. Un día estaba yo en la Biblioteca Vaticana buscando material en los papeles de la Marina Pontificia para una tesina, cuando un desconocido se me dirigió preguntándome si no tenía nada mejor que hacer, para luego irse con cierta frialdad. No sabía que aquel señor era De Gasperi, pero lo iba a conocer algunos días después, cuando Giuseppe Spataro me dijo: “Ven, que De Gasperi quiere verte”. Sería un presuntuoso si dijera que ya entonces imaginaba las consecuencias de aquel encuentro, pero todo lo que nos rodeaba a los jóvenes era nuevo y tenía un encanto difícil de explicar pero que estaba bien presente en nuestro espíritu.
Los primeros años de la posguerra fueron apasionantes, y diría una banalidad afirmando que la única finalidad y lo que tenía unida a la DC era contrarrestar el peligro comunista. Pese a que esta preocupación de defensa contra el comunismo era importante, el impulso que la movía era de carácter positivo: era el encanto que el nombre cristiano conseguía provocar en la vida diaria de cada uno de nosotros.
Una lección que podemos sacar de la historia de la DC, que puede seguir siendo válida hoy también, es que sin un punto de referencia que supere lo puramente circunstancial, lo contingente, es casi imposible crear un nuevo sujeto político. El itinerario para la creación de un nuevo movimiento político no puede ser en un primer momento organizativo; tanto es así que los padres fundadores democristianos partieron de las ideas, del Código de Camaldoli. Si falta la base moral, y yo diría también espiritual, es difícil luego conseguir atraer a la gente y especialmente a los jóvenes.
Durante los años de la DC atravesamos muchas crisis, pero hoy es menor el impulso de carácter teórico y cultural, y mayor el empuje material. Saber mirar alto era una costumbre que quizá hemos ido perdiendo por el camino.
En el libro de Di Capua y Messa aparece también el problema de las corrientes internas de la DC. También estas podían ser un estímulo espiritual y cultural (algunas reformas importantes como la agraria y la ley para el Sur se deben a las corrientes), pero podía ser dolorosamente motivo de dramáticas divisiones, enfrentando a los unos contra los otros. De Gasperi no las quería porque en vez de alentar la competición positiva, podían poner en marcha una competencia deletérea, dentro de un espíritu “comercial” que es lo último que se necesita en este ámbito.
Pese a la larga militancia nunca me sentí un extraño en la DC; me sentía atraído sentimentalmente, además de racionalmente, y nunca pensé que mi camino pudiera ser otro distinto. Existía siempre un estímulo a seguir adelante sin que lo debilitara el mirar demasiado atrás. Aún hoy creo que lo que se ha de privilegiar es mirar siempre adelante, o mejor, siempre en alto. Este “mirar en alto” me da pie a comentar un aspecto tratado en el libro: la clave para comprender la relación que existió entre la DC y la Iglesia está en las personas. Hay que tener en cuenta la grandeza de algunos eclesiásticos con quienes crecimos y anduvimos un tramo de camino. Su costumbre, y Montini era un buen ejemplo de esto, de saber considerar los problemas no solo en su ámbito material, contingente. Sabían mirar por encima de nuestras cabezas y precisamente por eso estaban un paso más adelante, sabían mirar alto.
Termino: recorrer la historia de la DC es muy oportuno, para meditar y no correr el riesgo de convertir hoy en esencial lo que es completamente marginal y viceversa. El tiempo siempre trae novedades, pero ¡ay de quienes piensan que estamos al principio de la creación! Hay momentos en los que meditar es necesario para no olvidar lo que nos ha traído hasta aquí.