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AUGUSTO DEL NOCE
Sacado del n. 07/08 - 2011

La modernidad no es el “enemigo”


Il Mulino, editorial laica de Bolonia consagró al filósofo Augusto Del Noce como autor nacional mostrando la fecundidad de su punto de vista.
Bajo el signo de una apertura crítica a lo moderno que anticipaba el Concilio Vaticano II. Entrevista con Massimo Borghesi, profesor de Filosofía moral en la Universidad de Perusa


Entrevista a Massimo Borghesi por Gianni Valente


Massimo Borghesi, <I>Augusto Del Noce. La legittimazione critica del moderno</I>, Marietti <I>1820</I>, Génova – Milán, 2011, 368 pp., 26,00 euros

Massimo Borghesi, Augusto Del Noce. La legittimazione critica del moderno, Marietti 1820, Génova – Milán, 2011, 368 pp., 26,00 euros

 

Está ya en las librerías italianas el ensayo de Massimo Borghesi Augusto Del Noce. La legittimazione critica della modernità (Marietti 1820). 370 páginas que recorren con ritmo intenso la aventura intelectual del gran filósofo católico.

Massimo Borghesi es profesor ordinario de Filosofía moral de la Universidad de Perusa

 

Profesor, a más de veinte años de su muerte se siguen escribiendo libros sobre Augusto Del Noce (1910-1989), uno de los mayores intelectuales italianos del siglo XX. ¿Cuál es la novedad de este último volumen recién editado por Marietti?

MASSIMO BORGHESI: Esencialmente las novedades son dos. Desde el punto de vista historiográfico intentamos, por primera vez, reconstruir orgánicamente el desarrollo del pensamiento de Del Noce, en el lapso de tiempo que va desde 1943 a 1978, en la profunda conexión entre el momento filosófico y el histórico-político. Normalmente el acercamiento al autor privilegiaba el estudio de bloques temáticos diferentes sin que resultase clara la relación entre ellos. La segunda novedad es de tipo interpretativo. El objetivo del volumen, como aclara el subtítulo, es subrayar “la legitimación crítica de lo moderno” llevada a cabo por Del Noce. Se trata de una lectura que de hecho libra al filósofo del estereo­tipo del pensador sin duda genial, pero que mira al pasado, conservador crítico del tiempo presente. Una etiqueta que ha condicionado durante mucho tiempo el éxito de Del Noce, y que muchos católicos han aceptado de manera acrítica.

¿De qué modo la relectura que usted propone ha logrado el objetivo?

En primer lugar aclarando cuál es el punto genético de la reflexión delnociana. Para Del Noce el verdadero punto de inicio, en sentido especulativo, es el año 1943, el año de la caída del régimen fascista, un acontecimiento que le induce a pensar el tiempo histórico. Es aquí donde la obra de Jacques Maritain, el gran filósofo católico francés, se revela decisiva. Del Noce, como él mismo recordaba en la entrevista concedida a 30Giorni en abril de 1984, había leído Humanisme intégral de Maritain cuando salió en Francia, en 1936. Es el año de la guerra italiana contra Etiopia, un acontecimiento que marca el periodo de máximo consenso al régimen fascista, y que, en cambio, provoca en Del Noce un sentimiento de repulsión y de oposición moral contra Mussolini y el fascismo, considerado como mero reino de la fuerza, de una fuerza brutal sin justicia. Hay que decir que esta oposición tenía en Aldo Capitini –el futuro organizador de las marchas por la paz Perusa-Asís, que Del Noce conoció en 1935 precisamente en Asís– un punto de referencia importante. Leído en este contexto, el volumen de Maritain le aclaró a Del Noce la inconciliabilidad ideal entre catolicismo y totalitarismo. El texto, de hecho, liberaba a los católicos de la utopía “medievalista”, antimoderna, que impulsaba a muchos de ellos a adherirse al fascismo, visto, erróneamente, como una fuerza conservadora, una especie de valioso aliado en la lucha contra la modernidad.

¿El encuentro con Maritain le sirvió a Del Noce solo como antídoto contra el clerigofascismo?

Maritain es quien, entre 1943 y 1945, libra a Del Noce del “complejo” de Benedetto Croce, según el cual los católicos, en cuanto católicos, no podían, a causa de su fe (integrista y autoritaria), ser liberales y antifascistas como los laicos. Maritain demostraba, en cambio, que solo la perspectiva religiosa podía salvaguardar la libertad y los derechos de la persona. Para tal fin, sin embargo, había que distinguir entre cristianismo y cristiandad, entre la fe y sus realizaciones históricas, siempre contingentes. Incluida la cristiandad medieval tomada como modelo por esos cristianos que miraban con desconfianza a todo el mundo moderno y contraponían verdad y libertad, acabando por adherirse a todo auto­ritarismo clerical. Para Maritain, en este punto seguido por Del Noce, la modernidad, que viene después de las guerras de religión y la división de la Iglesia, ya no puede presuponer la fe como “a priori”, como paradigma común prefijado y pacíficamente aceptado. Lo moderno es el tiempo en el que la verdad puede y debe ser buscada y propuesta en la libertad. Esta persuasión es el punto fundamental que está en el origen de la “legitimación crítica de lo moderno” de Del Noce. En los escritos de 1943-1946 hay afirmaciones que anticipan, con gran lucidez, las conclusiones del Concilio Vaticano II sobre la libertad religiosa. Lo que es significativo es que Del Noce sitúa sus afirmaciones en un horizonte que remite a san Agustín: si la fe es, según la doctrina cristiana, obra de la gracia, entonces no puede ser impuesta de forma coercitiva. La prioridad de la gracia conduce al reconocimiento del momento insustituible de la libertad, también en sentido político. De aquí viene también la superioridad de la democracia concebida, con Capitini, como lugar de la “persuasión” y de la no violencia.

Augusto Del Noce

Augusto Del Noce

¿Cómo se articula el proyecto de Del Noce para deli­near un encuentro positivo entre catolicismo y libertades modernas?

Se desarrolla en dos niveles: uno político y otro filosófico. En lo político se compromete durante toda la década de los cincuenta a darle forma teórica al proyecto de Democracia Cristiana formulado por Alcide De Gasperi, a su concepción del marco democrático que gira en torno a la alianza entre católicos, laicos, socialistas democráticos. Del Noce tiene la secreta ambición de convertirse en el “filósofo de De Gasperi”. Para dar vida al proyecto político del estadista trentino había que salir del integrismo reaccionario y de su imagen especular, el modernismo, ambos herederos de la filosofía de la historia del siglo XIX, marcada, para los católicos, por el medievalismo y lo antimoderno. Solamente de ese modo la Democracia Cristiana podía concordar democracia y cristianismo. Para este fin, y es el segundo camino de investigación de la intensa reflexión delnociana, había que deconstruir todo el marco del pensamiento moderno: el que fue codificado por Hegel y por el idealismo, fue aceptado por el marxismo y compartido, aunque desde la oposición, por la neoescolástica tomista. Para dicho pensamiento lo moderno es el tiempo de la secularización (o del ateísmo) en el que la emancipación y la libertad del hombre corren parejas con su alejamiento de Dios y de la fe. Entre 1954 y 1958 Del Noce cambia esta perspectiva.

¿De que manera?

Reconociendo que la modernidad no es una, sino “dúplice”. De Descartes no sale sólo el filón del racionalismo que culmina en Hegel y Marx. De Descartes sale también un filón agustiniano, cristiano-moderno, que pasa por Pascal, Malebranche, Vico, y culmina en Antonio Rosmini, el pensador en el que catolicismo y libertad encuentran su síntesis. Era el filón personalista de lo moderno, que vincula la libertad del hombre a la existencia de Dios, contrapuesto al spinoziano-hegeliano, en el que panteísmo y ateísmo culminan en el totalitarismo político. Se trataba de un verdadero descubrimiento por el que la postura reaccionaria era definitivamente superada y el encuentro entre cristianismo y democracia liberal y personalista podía finalmente obtener su legitimación.

Su volumen dedica un capítulo entero a la relación entre Del Noce y la editorial Il Mulino. No cabe duda de que se trata de un capítulo original.

Del Noce colabora asiduamente con Il Mulino de Bolonia desde 1957 a 1965. Aquí pública, además de numerosos ensayos en la homónima revista, dos de sus libros más importantes: Il problema dell’ateismo, en 1964, y Riforma cattolica e filosofia moderna, volumen I: Cartesio, en 1965. Il Mulino era entonces la editorial de Bolonia caracterizada por el diálogo y el debate entre católicos, laicos y socialistas. Del Noce coincidió especialmente con Nicola Matteucci y Luigi Pedrazzi. Los puntos de contacto eran la valorización del cuatripartito degasperiano, la superación de las tendencias integristas presentes tanto entre los católicos como entre los laicos, y también el paso del antifascismo ideológico –favorecido por el Partido comunista– al postfascismo. El periodo de su colaboración con Il Mulino es un periodo extremadamente fecundo. No sólo la editorial consagra a Del Noce como un autor nacional, sino que él mismo tiene la posibilidad de poner a prueba la fecundidad de su punto de vista, según el cual el catolicismo es original sólo cuando no es subalterno, es decir, cuando para definirse a sí mismo no parte de la contraposición a un adversario. Por eso fracasan la postura reaccionaria y la modernista. Como escribe en 1968: «La oposición contra la sociedad del bienestar no puede llevarse a cabo desde el punto de vista reaccionario, y esto sencillamente porque la oposición de progresista y reaccionario está dentro de su lenguaje».

¿Qué significa esto, en detalle, en la relación entre cristianismo y modernidad?

Para Del Noce significa que no es posible valorizar la tradición, tanto la filosófica como la religiosa, permaneciendo dentro de una perspectiva reaccionaria. La valorización de la tradición, de sus «virtualidades» como las llama Del Noce citando a Newman, permite, por el contrario, encontrar las instancias más auténticas de lo moderno. Es precisamente en este sentido que su perspectiva coincide con la del Vaticano II.

Franco Rodano

Franco Rodano

En los años sesenta Del Noce, y este es un aspecto interesante e inédito de su investigación, reanuda también las relaciones con Franco Rodano, es decir, con el autor con quien había compartido la experiencia católico-comunista durante la fase de la “Resistencia” entre el otoño de 1943 y la primavera de 1944.

Ciertamente. También aquí se subraya siempre, y justamente, la crítica delnociana a Rodano contenida en Il cattolico comunista, editado en 1981. Se olvida, sin embargo, recordar que desde comienzos de los años sesenta hasta el Congreso de Lucca de 1967 Del Noce y Rodano reanudan su relación mediante una correspondencia que lamentablemente sigue aún inédita. La noción de «sociedad opulenta», que es el punto central del ensayo de 1963 Appunti sull’irreligione occidentale contenido en Il problema dell’ateismo, se deriva de Franco Rodano. El año 63 marca el comienzo de una nueva fase de la reflexión delnociana. Siente, en efecto, que está terminando una época: la era postbélica de la reconstrucción, la era crociano-degasperiana caracterizada por el encuentro entre los componentes laico-liberales y los cristianos. La nueva sociedad del bienestar ya no necesitaba fuerzas religiosas para oponerse al comunismo. Ahora el nuevo Occidente era capaz de vencer mediante la ampliación de la sociedad del bienestar. Una sociedad caracterizada por la primacía de la razón instrumental, más irreligiosa que el ateísmo comunista, victoriosa en el mismo terreno que el comunismo, el del materialismo. En 1963, pues, Del Noce intuye, también gracias a Rodano, el nuevo adversario de la fe en la era postmarxista. Es decir, entrevé el tiempo en el que la relativización de todo ideal se encuentra con una visión tecnocrática del mundo. Esta perspectiva es la que le permite valorar, en 1975, la lección de Pier Paolo Pasolini, como la del crítico más lúcido del nuevo totalitarismo de la disolución.

Respecto a esta perspectiva, bastante dramática, ¿veía caminos de salida el Del Noce de los años sesenta?

Entreveía posibilidades, pero sin indicar positivamente las salidas. El momento histórico enfrentaba a dos instancias que entre ellas estaban en conflicto. Por un lado la crisis del marxismo –que conocerá inesperadamente un nuevo revival tras las protestas del 68– daba pie a un regreso ideal del pari, de la apuesta pascaliana: en el momento mismo en que el ateísmo perdía su aspecto científico, la posibilidad de que se reavivara la opción religiosa volvía a ser actual. Se trataba, sin embargo, de una posibilidad, no necesariamente de una realidad. Del Noce no dedujo nunca filosóficamente la necesidad de la opción religiosa. Por el otro, el triunfo de la sociedad opulenta, y por tanto de la irreligión occidental, sobre el marxismo, cortaba vuelos a todo posible renacimiento religioso. Dos dinámicas conflictivas que el Del Noce de los años sesenta no pudo ni quiso desentrañar.



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