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Sacado del n. 07/08 - 2011

Lectura espiritual/43




Vista del interior del Baptisterio de Padua con la pila bautismal <BR>[© Giorgio Deganello Editore]

Vista del interior del Baptisterio de Padua con la pila bautismal
[© Giorgio Deganello Editore]

«Confiteor unum baptisma in remissionem peccatorum»

 

Decretum de peccato originali, can. 4

 

Si quis parvulos recentes ab uteris matrum baptizandos negat, etiam si fuerint a baptizatis parentibus orti, aut dicit, in remissionem quidem peccatorum eos baptizari, sed nihil ex Adam trahere originalis peccati, quod regene­rationis lavacro necesse sit expiari ad vitam aeternam consequendam, unde fit consequens, ut in eis forma baptismatis “in remissionem peccatorum” non vera, sed falsa intellegatur: anathema sit. Quoniam non aliter intellegendum est id, quod dicit Apostolus: «Per unum hominem peccatum intravit in mundum, et per peccatum mors, et ita in omnes homines mors pertransiit, in quo omnes peccaverunt» (Rom. 5, 12), nisi quemadmodum Ecclesia catholica ubique diffusa semper intellexit. Propter hanc enim regulam fidei, ex traditione Apostolorum, etiam parvuli, qui nihil peccatorum in semetipsis adhuc committere potuerunt, ideo in remissionem peccatorum veraciter baptizantur, ut in eis regeneratione mundetur, quod generatione contraxerunt. «Nisi enim quis renatus fuerit ex aqua et Spiritu Sancto, non potest introire in regnum Dei» (Io. 3, 5) (Denzinger 1514).


«Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados»

 

Decreto sobre el pecado original, can. 4

 

Si alguno niega que hayan de ser bautizados los niños recién salidos del seno de su madre, aun cuando procedan de padres bautizados, o dice que son bautizados para la remisión de los pecados, pero que de Adán no contraen nada del pecado original que haya necesidad de ser expiado en el lavatorio de la regeneración para conseguir la vida eterna, de donde se sigue que la forma del bautismo “para la remisión de los pecados” se entiende en ellos no como verdadera, sino como falsa: sea anatema. Porque lo que dice el Apóstol: «Por un solo hombre entra el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así a todos los hombres pasó la muerte, por cuanto todos habían pecado» (Rm 5, 12), no de otro modo ha de entenderse, sino como lo entendió siempre la Iglesia católica, difundida por doquier. Pues por esta regla de fe procedente de la tradición de los Apóstoles, hasta los párvulos que ningún pecado pudieron aún cometer en sí mismos, son bautizados verdaderamente para la remisión de los pecados, para que en ellos por la regeneración se limpie lo que por la generación contrajeron. Porque «si uno no renaciere del agua y del Espíritu Santo, no puede entrar en el reino de Dios» (Jn 3, 5).

 

 

Como comentario del canon 4 del Decretum de peccato originali del Concilio de Trento (Denzinger 1514), en el que, siguiendo fielmente el Credo niceno-constantinopolitano (Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados), se afirmaque también el bautismo de los niños, los cuales no han podido cometer ningún pecado personal, es para el perdón de los pecados, publicamos nuevamente, en apoyo de la fe y como oración, los fragmentos del Credo del pueblo de Dios de Pablo VI que proponen de nuevo esta doctrina de fe.

Siempre nos ha llamado la atención ver que san Agustín, cuando alude al momento en que se deja suelto al diablo (cf. Ap 20, 3. 7) –es decir, es desencadenado, se desencadena–, indica como señal de la fidelidad del Señor a su Iglesia, y, por tanto, como señal y signo de esperanza, el hecho de que los padres cristianos hacen bautizar a sus hijos (cf. De civitate Dei XX, 8, 3).

Por ello, también como comentario del canon 4 del Decretum de peccato originali del Concilio de Trento, proponemos la lectura de unos apuntes tomados en una lección de don Giacomo Tantardini sobre este fragmento del De civitate Dei de Agustín. Los apuntes de la lección, pronunciada en la Libera Università San Pio V de Roma el 5 de mayo de 1999, fueron distribuidos entre los estudiantes en un fascículo titulado Invito alla lettura di sant’Agostino. Appunti dalle lezioni di don Giacomo Tantardini alla Libera Università San Pio V di Roma su “La città di Dio e gli ordinamenti degli Stati”, Año académico 1998-1999 (pro manuscripto), Asociación San Gabriel, Roma.

 

 

Pecado original y bautismo de los niños

 

Pablo VI, Credo del pueblo de Dios

Creemos que todos pecaron en Adán; lo que significa que la culpa original cometida por él hizo que la naturaleza, común a todos los hombres, cayera en un estado tal en el que padeciese las consecuencias de aquella culpa. Este estado ya no es aquel en el que la naturaleza humana se encontraba al principio en nuestros primeros padres, ya que estaban constituidos en santidad y justicia, y en el que el hombre estaba exento del mal y de la muerte. Así, pues, esta naturaleza humana, caída de esta manera, destituida del don de la gracia del que antes estaba adornada, herida en sus mismas fuerzas naturales y sometida al imperio de la muerte, es dada a todos los hombres; por tanto, en este sentido, todo hombre nace en pecado. Mantenemos, pues, siguiendo el concilio de Trento, que el pecado original se transmite, juntamente con la naturaleza humana, por propagación, no por imitación, y que se halla como «propio en cada uno» (cf. Denzinger 1513).

Creemos que nuestro Señor Jesucristo nos redimió, por el sacrificio de la cruz, del pecado original y de todos los pecados personales cometidos por cada uno de nosotros, de modo que se mantenga verdadera la afirmación del Apóstol: Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia (cf. Rm 5, 20).

Confesamos creyendo un solo bautismo instituido por nuestro Señor Jesucristo para el perdón de los pecados. Que el bautismo hay que conferirlo también a los niños, que todavía no han podido cometer por sí mismos ningún pecado, de modo que, privados de la gracia sobrenatural en el nacimiento nazcan de nuevo, del agua y del Espíritu Santo, a la vida divina en Cristo Jesús (cf. Denzinger 1514).

 

 

 

 

 

Apuntes de la lección que don Giacomo Tantardini
pronunció en la Libera Università San Pio V de Roma el 5 de mayo de 1999

 

«Incluso cuando el diablo esté sueltohabrá padres tan fuertes
que harán bautizar a sus hijos»
(De civitate Dei XX, 8, 3)

 

La bestia queriendo devorar al niño que la mujer vestida de sol ha dado a luz [© Archivi Alinari, Florencia]

La bestia queriendo devorar al niño que la mujer vestida de sol ha dado a luz [© Archivi Alinari, Florencia]

Los últimos cuatro libros del De civitate Dei describen el final, el término de las dos ciudades. El tercer fragmento que leeremos hoy está tomado del vigésimo libro del De civitate Dei: es uno de los fragmentos más bellos. En el capítulo octavo del vigésimo libro1 Agustín comenta algunos versículos del Apocalipsis. Empieza comentado ese versículo (Ap 20, 3) en el que se lee: «“Post haec oportet eum solvi brevi tempore” / “Después tiene que estar suelto [el diablo] por un breve tiempo”». Juan habla de los mil años en que el diablo está atado; del breve tiempo en que el diablo está suelto; de los mil años en que los santos reinarán sobre la tierra. De estas imágenes del discípulo predilecto Agustín ofrece una lectura que la Iglesia ha hecho propia y ha propuesto siempre. Es interesante notar que existe toda una tradición cultural, que parte de Joaquín de Fiore, contraria a la lectura de Agustín. Hay un libro muy interesante de Ratzinger sobre este tema2. Dice Agustín que entre la ascensión del Señor y su regreso glorioso con la resurrección de entre los muertos y el juicio final, existe sólo el tiempo de la memoria. En este «breve tiempo»3, entre la ascensión del Señor y su regreso glorioso, no sucede nada que sea diverso, distinto4. La memoria es, en efecto, el acontecer siempre nuevo, como nuevo inicio, de ese mismo y único acontecimiento definitivo. Por tanto, los mil años en que el diablo está atado, o el breve tiempo en que está suelto, así como los mil años en que los santos reinan, todas estas expresiones pertenecen a este tiempo de la Iglesia antes del juicio final; son expresiones que describen condiciones de este tiempo de la Iglesia. San Agustín supera de manera definitiva el milenarismo. Los mil años en que los santos reinen sobre la tierra no serán un tiempo diverso, otro tiempo de la Iglesia. En efecto, dice Agustín en una de sus observaciones más bellas, ya reina ahora, ya ahora existe este reino5. Este es el contexto en que hay que situar las palabras de Agustín. Y la interpretación de Agustín resulta aún más realista si aceptamos las sugerencias que da el profesor Eugenio Corsini para leer el Apocalipsis6, que, según él, se refiere ante todo a la muerte y a la resurrección del Señor, a esos tres días en los que se cumplió de una vez para siempre «la revelación de Jesucristo» (Ap 1, 1). El tiempo de la Iglesia vive de la memoria de ese acontecimiento y de la espera de su manifestación definitiva. El Apocalipsis, por tanto, es más un libro de memoria que de perspectivas futuras.
¿Qué quiere decir, se pregunta por tanto Agustín, que el diablo estará suelto por breve tiempo? ¿Podrá seducir a la Iglesia cuando esté suelto?
«Absit; / De ninguna manera. / numquam enim ab illo Ecclesia seducetur / Jamás será por él [el diablo] seducida la Iglesia / praedestinata et electa ante mundi constitutionem, / predestinada y elegida antes de la creación del mundo. / de qua dictum est: “Novit Dominus qui sunt eius”. / De ella se dijo: “Sabe el Señor quiénes son los suyos”».
En la Cuaresma de 1995 sugerí que se imprimiera una cartulina con la Oración a San José, el Memorare, el Ángel de Dios y con una de las frases más hermosas que Giussani había dicho en enero-febrero de ese mismo año: «Estamos en una situación de degradación universal de tal magnitud que ya no existe nada receptivo del cristianismo excepto el nivel elemental de la criatura. Por eso es el momento de los comienzos del cristianismo, es el momento en que el cristianismo surge, es el momento del resurgir del cristianismo. Y el resurgir del cristianismo tiene un gran y único instrumento. ¿Qué? El milagro. Es el tiempo del milagro. Hay que decirle a la gente que invoque a los santos porque fueron hechos santos para esto». Porque aunque también otros hacen milagros7, los santos han sido hechos para esto. Me han referido que el pasado lunes, durante el programa de televisión Porta a porta, que tenía por tema la beatificación del Padre Pío, ante algunas intervenciones que afirmaban que los santos son canonizados por su cultura, Andreotti, presente en el programa, dijo con ironía que si de verdad fuera así entonces sería santo sólo Tomás de Aquino. Los santos han sido proclamados santos por los milagros.
En la misma cartulina para la Cuaresma de 1995 mandé escribir tres frases. La primera estaba tomada del Salmo 5: «Pierdes a los mentirosos. El Señor detesta a los sanguinarios y fraudulentos». La segunda, del Apocalipsis (Ap 13, 11.16-17): «Vi luego otra bestia que surgía de la tierra. [...] Y hace que todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se hagan una marca en la mano derecha o en la frente, y que nadie pueda comprar nada ni vender [pueda hacer carrera], sino el que lleve la marca con el nombre de la bestia o con la cifra de su nombre». La tercera frase es de la segunda Carta de san Pablo a Timoteo (2Tm 2, 19): «Sin embargo, el sólido fundamento puesto por Dios se mantiene firme, marcado con este sello: El Señor conoce a los que son suyos; y: Apártese de la iniquidad todo el que pronuncia el nombre del Señor». Esta tercera frase es la que san Agustín dice que vale sobre todo en el tiempo en que el diablo está suelto.
Sigamos con la lectura de san Agustín: «Et tamen hic erit etiam illo tempore, quo solvendus est diabolus, / Y, sin embargo, cuando el diablo sea soltado habrá en la tierra una Iglesia, / sicut, ex quo est instituta, hic fuit et erit omni tempore, in suis utique qui succedunt nascendo morientibus / como la hubo desde que fue fundada, y la habrá siempre, indefectiblemente, en los miembros que, por la muerte, unos son sucedidos por otros»: la Iglesia vive en los que son suyos. No existe la Iglesia en abstracto. Existe la Iglesia que vive en los que son suyos, que vive de manera perfecta en Aquella que ha sido su madre. Cuando en todas las misas se dice «no tengas en cuenta nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia» pienso ante todo en la Virgen. Porque de hecho la fe de su Iglesia la vivió esa muchacha de manera excelente, humilde y excelente, en una plenitud de gracia que es insuperable. Si no hubiera habido nadie que hubiese vivido así, no sería tan real esta oración.
Luego Agustín comenta otro fragmento del Apocalipsis (20, 9ss), en el que Juan dice que todas las naciones «cinxerunt castra sanctorum et dilectam civitatem, / cercaron el campamento de los santos y la ciudad predilecta, / et descendit ignis de caelo a Deo et comedit eos [...] / pero bajó el fuego de Dios del cielo y los devoró [...]», a los que iban a conquistar la ciudad predilecta... Agustín, como decía antes, afirma comentando este pasaje que la victoria definitiva «iam ad iudicium novissimum pertinet / ya pertenece al juicio final».
Respecto al breve tiempo en que el diablo está suelto, dice Agustín: «[...] ne quis existimet eo ipso parvo tempore, quo solvetur diabolus, in hac terra Ecclesiam non futuram, illo hic eam vel non inveniente, cum fuerit solutus, vel absumente, cum fuerit modis omnibus persecutus / [...] nadie vaya a pensar que en ese breve lapso de tiempo en que estará suelto el diablo no habrá Iglesia en esta tierra, sea porque no la va a encontrar, sea porque la va aniquilar con toda clase de persecuciones».
Cristo sobre el caballo blanco seguido por los ejércitos celestiales [© Giorgio Deganello Editore]

Cristo sobre el caballo blanco seguido por los ejércitos celestiales [© Giorgio Deganello Editore]

Pero si el diablo es desatado quiere decir que está atado. ¿Qué significa el hecho de que esté atado?: «[...] sed alligatio diaboli est non permitti exserere totam temptationem quam potes t / [...] el encadenamiento del diablo equivale a no permitirle desarrollar todas las tentaciones de que es capaz / vel vi vel dolo ad seducendos homines / como son la violencia y el engaño con vistas a seducir a los hombres», para apartar a los hombres de la fe. Esta es la expresión máxima de la tentación. Son tentaciones todas las tentaciones del diablo, así como son pecados capitales todos los siete pecados capitales8. Pero la tentación a la que tienden todas las tentaciones es cuando el diablo quiere destruir la fe. Como decía siempre el padre Leopoldo Mandic cuando confesaba: «Basta que se salve la fe»9. Este es el criterio para los sacerdotes cuando confiesan; y es el fin último por el que nos confesamos. Así que es un consuelo muy grande confesar todos los pecados para que se salve la fe. La fe es la raíz de todo. Así volvemos a ser inocentes, pequeños, puros de corazón.
«Con la violencia y con el engaño» se mueve el diablo para destruir la fe. «Con la violencia y con el engaño».
«Vi / con la violencia». Por ejemplo la amenaza. Frente a las muertes imprevistas que han marcado estos años, he dicho a veces que, desde cierto punto de vista, para que sean usadas como amenaza contra quienes creen, no es importante que sean muertes imprevistas debidas a homicidio o muertes imprevistas debidas a la casualidad (por casualidad no lo son nunca en el designio de la providencia del Señor). En efecto pueden ser usadas como amenaza contra quienes creen, aunque no sean homicidios reales. Frente a ciertas muertes imprevistas se le puede decir a uno: «Mira que si no haces esto, acabarás como ese». Así pues, se usan las muertes imprevistas como amenazas, incluso si esas muertes no fueran homicidios reales, incluso si fueran muertes, digamos, naturales.
«Dolo / con el engaño». La mayor parte de las personas es seducida mediante el engaño. Con términos modernos podríamos hablar de homologación también mediante los instrumentos de las comunicaciones de masa. Engaño mediático. Para engañar a las personas el diablo insiste en el pecado de soberbia. En efecto, a los pequeños y a los sencillos, es decir, a los humildes («Qui sunt parvuli? Humiles»10) el Señor les da la sabiduría. «Al abrirse, tus palabras iluminan dando inteligencia a los sencillos» (Sal 118, 130).
Por esto cuando Agustín habla de esta persecución dice que es importante la sabiduría, es decir, es importante la sagacidad que capta el momento. Lo dice más adelante: «Omnes insidias eius atque impetus et caverent sapientissime et patientissime sustinerent / para esquivar con suma sabiduría las asechanzas y los ataques [del diablo] y para hacerles frente con paciencia ejemplar». Agustín insiste en esta sagacidad; aunque es evidente que es un don de gracia especial permanecer fieles durante la persecución. Sobre todo cuando la persecución se vuelve cruenta, como había previsto Giussani en abril de hace siete años, abril de 199211.
Sigue diciendo Agustín: «[…ad seducendos homines] in partem suam cogendo violenter fraudolenterve fallendo / […con vistas a seducir a los hombres] hacia su partido, violentándolos o engañándolos astutamente». El diablo tienta a los hombres no en primer lugar para que pequen (aunque no les puede obligar a estar de su parte con la violencia y con el engaño más que mediante el pecado12), sino para que estén de su parte. Este es su objetivo: que estén de su parte. Si no se entiende esto, no se entiende una dimensión esencial de la historia de la Iglesia. No puede describirse la historia de la Iglesia sólo como historia de gracia y de pecados. Me acuerdo que una vez iba por Roma en coche con Giussani. Antes de llegar a la plaza Venecia, Giussani me dijo: «Ves, los factores de la historia de la Iglesia son tres: la gracia, el pecado y el anticristo. Si no se tiene presente al anticristo, la relación entre gracia y pecado puede ser concebida de manera moralista». El anticristo, mediante el pecado, quiere seducirte hacia su partido. «In partem suam cogendo violenter fraudolenterve fallendo / hacia su partido, violentándolos o engañándolos astutamente».

Se pregunta Agustín: ¿por qué se desata al diablo?
Abro un breve paréntesis. Alguien me refirió de un sueño de san Juan Bosco. Don Bosco sueña una apuesta, si no me equivoco, entre Dios y el diablo, en la que el diablo le dice a Dios que es capaz de destruir la fe en un siglo. Y el Señor le dice: de acuerdo, te doy un siglo, puedes hacer lo que quieras. Al final veremos si consigues destruir completamente la fe dentro de mi Iglesia. Uno es libre de creer o no creer en todas las profecías privadas, como pueden ser los sueños de don Bosco. Es más, para ser exactos, no se cree en ellas, se les puede sólo dar crédito. Porque no son objeto de la fe. Las profecías privadas pueden ser, sin embargo, hipótesis inteligentes para leer la realidad. Las profecías privadas, incluidas las apariciones de la Virgen, pueden ser sugerencias a la inteligencia iluminada por la fe para mirar la realidad. Piensen en la profecía de Pablo VI en septiembre de 197713 y el juicio aún más dramáticamente realista de Giussani de diciembre de 1998 sobre el pequeño resto14. Una profecía privada, en la que no se cree propiamente hablando, pero a la que simplemente se le da crédito, porque la fe nace sólo por atractiva de gracia15, pero puede ser una sugerencia muy útil para mirar con atención y con aceptación la realidad tal y como es.

Entonces, ¿por qué se suelta al diablo?
«Si autem numquam solveretur, minus appareret eius maligna potentia, / Si no anduviese nunca suelto, apenas se vería su maléfico poder; / minus sanctae civitatis fidelissima patientia probaretur, / no se pondría a prueba la firme paciencia de la ciudad santa; / minus denique perspiceretur, quam magno eius malo tam bene fuerit usus Omnipotens [...] / pero sobre todo se vería menos nítidamente cómo Aquel que es omnipotente puede usar un mal tan grande para un bien aún más grande [...] / In eorum sane, qui tunc futuri sunt, sanctorum atque fidelium comparatione quid sumus? / ¿Qué somos nosotros, realmente, en comparación de los santos y fieles que habrá entonces? [cuando se deje en libertad al diablo]».
Para Agustín esta pregunta surgía espontánea, porque Agustín vivía en una época en que miles y miles de personas se convertían al cristianismo. Hasta el punto de que para Agustín es milagro evidente para creer en Cristo la multitudo, la multitud de personas que se convierten. Agustín estaba rodeado por el milagro de miles y miles de personas que se convierten. Una multitudo de ignorantes y pecadores que encontraban el cristianismo16. No tiene comparación la evidencia de los milagros que confortan la fe17 de la época de Agustín con hoy, en que, como le decía a 30Giorni un obispo de Laos, la Iglesia es como un niño pequeño salvado de las aguas18. Agustín podía decir: «El milagro más evidente es que vuestros templos y vuestros teatros están vacíos, mientras que las iglesias están llenas de gente». Hoy es literalmente lo contrario. Por esto me parece posible leer este tiempo o momentos de este tiempo, como tiempo o momentos en los que el diablo anda suelto. Digo esto desde un punto de vista realista, de constatación19. También la oración del papa León XIII a san Miguel Arcángel, que, antes de la reforma litúrgica, se rezaba al final de la santa misa, sugería esta hipótesis, pidiendo: «... y tú, oh Príncipe de la Milicia Celestial, con el poder que Dios te ha conferido, encaden a en el infierno a Satanás, y a los demás espíritus malignos...»20.

«[...] Usque in illum finem sine dubio convertentur; [...] / [...] Hasta el final [incluso cuando el diablo deberá ser soltado] habrá quienes se conviertan; [...] / qui oderint christianos, in quorum quotidie, velut in abysso, caecis et profundis cordibus includatur / [y habrá también] quienes odien a los cristianos; en lo profundo de sus ciegos corazones es a diario encerrado el diablo, como en un abismo»: creo que difícilmente Agustín ha dado sobre alguien un juicio tan trágico como este sobre quienes odian a los cristianos en cuanto tales, es decir, «los que se mueven en la sencillez de la Tradición»21.
«Immo vero id potius est credendum, / Lo más probable será / nec qui cadant de Ecclesia nec qui accedant Ecclesiae illo tempore defuturos, / que en aquella época no falten los que se alejen de la Iglesia ni los que la encuentren. / sed profecto tam fortes erunt et parentes pro baptizandis parvulis suis / Y, por supuesto, habrá una valentía tan grande en los padres para hacer bautizar a sus hijos, [es muy hermosa esta alusión, precisamente como mirada a las cosas que han ocurrido en estos años], / et hi, qui tunc primitus credituri sunt, ut illum fortem vincant etiam non ligatum, / y en aquellos que abracen la fe por primera vez, que serán capaces de vencer a ese forzudo incluso sin ataduras, / id est omnibus, qualibus antea numquam, vel artibus insidiantem vel urgentem viribus, et vigilanter intellegant et toleranter ferant; ac sic illi etiam non ligato eripiantur / es decir, preparados a comprender con atención y capaces de resistir con sabiduría al diablo que, como jamás lo había hecho, insidia con todas sus astutas artimañas y con toda la fuerza de sus ataques. De esta forma, por más suelto que esté, saldrán de sus garras»: no son ellos los que vencen, pero son ellos los que, por la gracia de Dios, son arrebatados a la fuerza que amenaza y al engaño.
En fin, en el capítulo noveno del libro vigésimo22, Agustín comenta los mil años en que los elegidos reinan sobre la tierra: «Interea dum mille annis ligatus est diabolus, sancti regnant cum Christo etiam ipsi mille annis, eisdem sine dubio et eodem modo intellegendis, id est, isto iam tempore prioris eius adventus. / Durante todo este periodo de mil años en que el diablo está encadenado, los santos están reinando con Cristo esos mil años, exactamente los mismos, y entendidos en los mismos términos, es decir, ya en este tiempo de la primera venida de Cristo. / Excepto quippe illo regno, de quo in fine dicturus est: “Venite, benedicti Patris mei, possidete paratum vobis regnum”, nisi alio aliquo modo, longe quidem impari, iam nunc regnarent cum illo sancti eius, quibus ait: “Ecce ego vobiscum sum usque in consummationem saeculi”; / Dejemos a un lado aquel reinado del que se dirá al final: “Venid, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros”; pues bien, si los santos, a quienes se dijo: “Mirad, yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo”, no reinasen con Cristo ya ahora, de una manera bien distinta, por cierto, [del Paraíso] / profecto non etiam nunc diceretur Ecclesia regnum eius regnumve caelorum / nunca se llamaría, por supuesto, a la Iglesia ya ahora su reino o el reino de los cielos»: sus fieles reinan por Su presencia. Porque, estando ya ahora presente el Señor, reinar es como la reverberación en el corazón y en los gestos, es decir, en las obras buenas, de Su presencia y de Su actuar.
«[...] Ergo et nunc Ecclesia regnum Christi est regnumque caelorum. / [...] Por consiguiente, la Iglesia, ya desde ahora, es reino de Cristo y reino de los cielos. / Regnant itaque cum illo etiam nunc sancti eius, / Y los santos reinan con él incluso ahora, / aliter quidem quam tunc regnabunt; / claro que de otra manera a como reinarán entonces [en el Paraíso]. / nec tamen cum illo regnant zizania, quamvis in Ecclesia cum tritico crescant / Sin embargo, la cizaña no reina con él por más que crezca juntamente con el trigo en la Iglesia». La diferencia en la Iglesia es precisamente reinar. La diferencia es la experiencia del estupor que genera su presencia. La diferencia reside en estar o no estar en gracia de Dios23. También la cizaña está en la Iglesia, la cizaña también pertenece a la Iglesia, también la cizaña puede participar de los sacramentos de la Iglesia, puede estar entre los líderes de la Iglesia24, pero no reina. Porque reinar es simplemente la reverberación en el corazón y en las obras buenas del estupor de su gracia: «[...] Postremo regnant cum illo, qui eo modo sunt in regno eius ut sint etiam ipsi regnum eius / [...] Finalmente, reinan con él quienes de tal manera viven en su reino, que ellos mismos constituyen su reino».

 

 

Notas

1 Cf. De civitate Dei XX, 8, 1-3.
2 Cf. J. Ratzinger, San Bonaventura e la teologia della storia, Nardini Editore, Florencia, 1991.
3 Agustín, In Evangelium Ioannis CI, 1.6.
4 Concilio ecuménico Vaticano II, constitución dogmática sobre la divina revelación Dei Verbum, n. 4: «Oeconomia ergo christiana, utpote foedus novum et definitivum, numquam praeteribit, et nulla iam nova revelatio publica expectanda est ante gloriosam manifestationem Domini nostri Iesu Christi / La economía cristiana, por tanto, como alianza nueva y definitiva, nunca cesará, y no hay que esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo (cf. 1Tm 6,14; Tit 2,13)».
5 Cf. De civitate Dei XX, 9, 1, véase pp. 23ss.
6 Cf. I. de la Potterie, El Apocalipsis ya sucedió, en 30Días, 1995, año IX, n. 96 , pp. 62-63.
7 L. Giussani, Cristo es todo en todos, Ejercicios de la Fraternidad de Comunión y Liberación. Apuntes tomados de las meditaciones de Luigi Giussani. Rímini 23-25 abril 1999, suplemento de la revista «Litterae Communionis-Huellas», 3, 1999, p. 58: « ¿Os acordáis –lo describe el segundo volumen de la Escuela de comunidad– de cuando Jesús, andando por los caminos con sus apóstoles cerca de un pueblo que se llamaba Nain, vio a una mujer que lloraba tras el féretro de su hijo muerto? Se acercó, pero no le dijo: “Resucito a tu hijo”, sino: “Mujer, no llores”, con ¡una ternura, atestiguando así una ternura y un amor al ser humano inconfundibles! Y, después, le devolvió a su hijo vivo. Sin embargo, esto no es lo más grande, porque también otros hacen milagros; pero esa caridad, ¡este amor peculiar de Cristo al hombre no tienen comparación con nada!».
8 Cf. Quien reza se salva, 30Días, Roma 2007, p. 20: «Los siete pecados capitales: 1. Soberbia; 2. Avaricia; 3. Lujuria; 4. Ira; 5. Gula; 6. Envidia; 7. Pereza».
9 Cf. S. Falasca, Es el Señor quien actúa, en 30Días, n. 1, enero 1999, pp. 55-59.
10 Agustín, Sermones 67, 5, 8.
11 L. Giussani, Un avvenimento di vita, cioè una storia (introducción del cardenal Joseph Ratzinger), Edit-Il Sabato, Roma, 1993, p. 104: « Así es. La ira del mundo de hoy no se desata ante la palabra Iglesia, ni ante la idea de que algunos nos sigamos llamando católicos, o ante la figura del Papa descrito como autoridad moral. Es más, hay un respeto formal, incluso sincero. El odio –a duras penas contenido, pero que enseguida se desbordará– se desencadena frente a los católicos que actúan como tales, los católicos que se mueven en la sencillez de la Tradición».
12 «Non enim nisi peccatis homines separantur a Deo / Sólo por los pecados se separan de Dios los hombres» (De civitate Dei X, 22); «Non deserit, si non deseratur / No abandona si no es abandonado» (Agustín, De natura et gratia 26, 29); Concilio de Trento, Decretum de iustificatione, cap. 11: De observatione mandatorum, deque illius necessitate et possibilitate, Denzinger 1536-1539, en especial 1537; Concilio Vaticano I, constitución dogmática sobre la fe católica Dei Filius, Denzinger 3014.
13 Cf. L. Giussani, Un avvenimento di vita, cioè una storia (introducción del cardenal Joseph Ratzinger), Edit-Il Sabato, Roma 1993, pp. 72-73: «En los últimos años usted desea que se repitan y se hagan conocer las palabras que Pablo VI le digo a su amigo Jean Guitton, el 8 de septiembre de 1977, donde se habla de “un pensamiento no-católico” y de la resistencia de una “pequeña grey”. ¿Por qué? Luigi Giussani: Porque es lo que está ocurriendo. Léame, por favor, esas palabras. Son estas: “Hay una gran turbación en este momento en el mundo y en la Iglesia, y lo que está en entredicho es la fe. A veces me repito a mí mismo la frase oscura de Jesús en el Evangelio de san Lucas: ‘Cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?’. Sucede a veces que se publican libros en los cuales la fe retrocede en puntos importantes, que los episcopados callen y no vean nada raro en estos libros. Esto, para mí, es extraño. A veces vuelvo a leer el Evangelio del final de los tiempos y constato que en este momento emergen algunos signos de este final. ¿Estamos cerca del fin? Nunca lo sabremos. Debemos mantenernos siempre preparados, pero todo puede aún durar mucho tiempo. Lo que me llama la atención cuando considero el mundo católico es que en el seno del catolicismo a veces parece predominar un pensamiento de tipo no-católico, y puede ocurrir que este pensamiento no-católico dentro del catolicismo mañana podría convertirse en el más fuerte. Pero nunca representará el pensamiento de la Iglesia. Es necesario que subsista una pequeña grey, por pequeña que sea”».
14 L. Giussani, Cristo es parte presente de lo real, en 30Días, n. 12, diciembre 1998, p. 76: «Sólo unos pocos viven actualmente el hecho de que Cristo exista (¿quién es Cristo?, ¿dónde está?, ¿cuál es el camino para ir a Él?): es casi un resto de Is­rael, e incluso estos pocos sufren a menudo la influencia o el bloqueo de la mentalidad común».
15 Tomás de Aquino, Summa theologiae II-II q. 4 a. 4 ad 3: «Gratia facit fidem non solum quando fides de novo incipit esse in homine, sed etiam quamdiu fides durat / La gracia crea la fe no solo cuando la fe comienza en una persona, sino durante todo el tiempo que la fe dura».
16 Cf. J. Ratzinger, Popolo e casa di Dio in sant’Agustín, Jaca Book, Milán 1971, en particular pp. 33-38: «Dios hizo esto [procurarle a la sabiduría una encarnación posterior que le abra el camino hasta la mirada del necio] primero mediante los milagros, luego mediante la multitudo. Para Agustín la multitud de los pueblos que pertenecen a la Iglesia constituye una evidente señal divina que realmente sólo Dios mismo podía dar» (p. 35).
17 Cf. Concilio ecuménico Vaticano I, constitución dogmática sobre la fe católica Dei Filius, Denzinger 3009.
18 Cf. S. M. Paci, Nos basta un Avemaría, entrevista a monseñor Jean Khamsé Vithavong, vicario apostólico de Vientián, Laos, en 30Días, n. 3, marzo 1999, pp. 14-17.
19 Cf. J. Ratzinger, La angustia de una ausencia. Una meditación sobre el Sábado santo, en 30Días, 1994, año VIII, n. 78, pp. 37-44.
20 El papa León XIII compuso la oración a san Miguel Arcángel, al parecer en 1886, y mandó que se enviara a todos los obispos para que se rezara de rodillas al final de la santa misa, después de que una visión que tuvo al final de la celebración de una santa misa a la que asistía le dejara profundamente turbado (cf. Ephemerides liturgicae 69 [1955], p. 59 nota 9). La oración fue incluida también dentro de un exorcismo especial que León XIII mandó introducir en el Ritual Romano (aparecía en el título XII, en la edición de 1954).
21 Cf. arriba, nota 11.
22 Cf. De civitate Dei XX, 9, 1.
23 Cf. Concilio ecuménico Vaticano II, constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium, n. 14: «Non salvatur tamen, licet Ecclesiae incorporetur, qui in caritate non perseverans, in Ecclesiae sinu “corpore” quidem, sed non “corde” remanet. Memores autem sint omnes Ecclesiae filii condicionem suam eximiam non propriis meritis, sed peculiari gratiae Christi esse adscribendam; cui si cogitatione, verbo et opere non respondent, nedum salventur, severius iudicabuntur / No se salva, sin embargo, aunque esté incorporado a la Iglesia, quien, no perseverando en la caridad, permanece en el seno de la Iglesia “en cuerpo”, mas no “en corazón”. Pero no olviden todos los hijos de la Iglesia que su excelente condición no deben atribuirla a los méritos propios, sino a una gracia singular de Cristo, a la que, si no responden con pensamiento, palabra y obra, lejos de salvarse, serán juzgados con mayor severidad (Lc 12, 48: “Mucho se exigirá al que ha recibido mucho”. Cf. también Mt, 5, 19-20: 7, 21-22; 25, 41-46; St, 2, 14)».
24 Cf. L. Giussani El hombre y su destino. En camino, Ediciones Encuentro, Madrid, 2003, pp. 27-28: «Aquí quisiera hacer una observación. Lo que hemos dicho esta mañana acerca del poder vale en su aspecto vertiginoso para la autoridad tal y como podría vivirse en la Iglesia. Si la autoridad no es paternal, y por consiguiente maternal, puede convertirse en fuente suprema de equívocos, en el instrumento más engañoso y destructivo que tenga en sus manos la mentira, Satanás, padre de la mentira (cf. Jn 8, 44). No obstante, paradójicamente, la autoridad de la Iglesia debe en última instancia ser obedecida siempre».



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