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LA SEGUNDA VISITA PASTORAL...
Sacado del n. 10 - 2011

El continente africano «pulmón» espiritual de la humanidad


Benín. La segunda visita pastoral de Benedicto XVI a África.

Reflexiones del cardenal Robert Sarah


por el cardenal Robert Sarah


Benedicto XVI durante el viaje a Camerún y Angola en marzo de 2009; el Papa vuelve al continente africano con motivo de su viaje apostólico a Benín del 18 al 20 de noviembre de 2011 [© Osservatore Romano]

Benedicto XVI durante el viaje a Camerún y Angola en marzo de 2009; el Papa vuelve al continente africano con motivo de su viaje apostólico a Benín del 18 al 20 de noviembre de 2011 [© Osservatore Romano]

 

África se siente de verdad honrada por la segunda visita pastoral del Santo Padre, el papa Benedicto XVI, que pronto irá a Benin. No cabe duda de que esta visita pastoral quiere animar al continente africano para que tome en sus manos, de manera responsable, su propio destino, quiere darle ánimos en un momento en que atraviesa por tantas pruebas, consolidar la fe de los cristianos y recordarle a la Iglesia su tarea misionera. África está totalmente abierta a Cristo. Ha dado un gran paso hacia Jesucristo. A principios del siglo XX había solo dos millones de católicos en toda África. Hoy el continente cuenta con 147 millones, con una cantidad impresionante de vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa, y numerosas conversiones al cristianismo. Pero vastas regiones no conocen aún «el Evangelio de Dios» (Mc 1, 14).

El primer Sínodo sobre «La Iglesia en África y su misión evangelizadora» y el segundo Sínodo del continente sobre «La Iglesia en África al servicio de la reconciliación, la justicia y la paz» afrontaron con mucha seriedad y dedicación las cuestiones de fondo que preocupan y atormentan a toda la Iglesia y a los pueblos africanos: la evangelización; la inculturación; la Iglesia “familia de Dios”; el diálogo como «modo de ser del cristiano dentro de su comunidad y con los otros creyentes»; la justicia y la paz; la reconciliación; la influencia masiva y poderosa de los medios de comunicación de masa en la evolución cultural, antropológica, ética y religiosa de nuestras sociedades. Estas cuestiones importantes fueron estudiadas y discutidas en un clima de fe y oración, examinadas con humilde obediencia a la Palabra de Dios y bajo la luz siempre encendida del Espíritu, que nos acompaña a lo largo de la historia.

Confío en que con paciencia, determinación, fuerza de la fe, y con la ayuda de Dios, el continente africano conozca la paz, la reconciliación, mayor justicia social, y pueda contribuir a reencontrar los valores humanos, religiosos y éticos, la sacralidad y el respeto de la vida desde su concepción hasta su muerte natural, la grandeza del matrimonio entre un hombre y una mujer, el significado y la nobleza de la familia, que las sociedades modernas –sobre todo occidentales, debilitadas por la “apostasía silenciosa”– “deconstruyen”, desenfocan y vuelven inconsistentes. Pueda contribuir a reencontrar a Dios, el sentimiento de lo sagrado y la realidad del pecado, en sus formas individuales y sociales.

Además de sus fabulosos recursos naturales, el continente africano posee una riqueza humana extraordinaria. Su población es joven y en constante aumento. África es una tierra fecunda en vida humana. Por desgracia, a pesar de las riquezas naturales y humanas, sufre trágicamente la pobreza, la inestabilidad y los desórdenes políticos y económicos. Vive aún los efectos de la dominación, del desprecio, del colonialismo, un fenómeno que –aunque aparentemente concluido a nivel político– no se ha extinguido: hoy es más sutil y dominante que nunca. Debido a las debilidades tecnológicas, económicas y financieras de África, los poderosos y astutos expertos del mundo económico han organizado la rapiña y la explotación desordenada de sus riquezas naturales, sin ningún beneficio para los pueblos del continente. África es pobre y no tiene dinero, pero compra armas con sus recursos naturales para hacer guerras fomentadas con la complicidad de algunos líderes africanos corruptos, deshonestos y que no se preocupan de los atroces sufrimientos de sus pueblos, continuamente perseguidos, huyendo ante la violencia, los choques sangrientos y la inseguridad.

Sin embargo, hay que dar gracias a Dios. Hoy África, en su conjunto, parece vivir cierta tranquilidad respecto a las graves tensiones que han caracterizado al continente en los últimos dos decenios. Aunque en algunos lugares la paz y la seguridad de la población son aún frágiles y siguen estando amenazadas, se puede percibir una evolución real hacia la pacificación. Una vez terminada –o casi– la guerra, hay ahora que emprender el camino de la reconciliación. El segundo Sínodo sobre África ha llegado en el momento justo para recordarles a los cristianos que deben ser constructores de paz y reconciliación. El papa Benedicto XVI vuelve a África para ayudar al continente a afrontar este inmenso reto y esta difícil batalla contra la pobreza, en favor del desarrollo económico y de una existencia humanamente más digna y más feliz en la que la Iglesia debe colaborar con otras estructuras; el Santo Padre vuelve a África con el objetivo de reafirmar ante los africanos toda su confianza en sus capacidades para salir autónomamente de esta larga y penosa crisis socioeconómica y política con el trabajo, la unidad y la comunión de los espíritus, y recordarles a los cristianos de África que Dios nos ha reconciliado con él por medio de Cristo, y nos ha confiado el ministerio de la reconciliación (cf. 2Co 5, 18). El Santo Padre estimulará las energías del continente africano y, como un padre, impulsará a los africanos a salir de la “reserva” y entrar en los grandes circuitos mundiales para afirmarse y manifestar públicamente los valores culturales y las inestimables cualidades humanas y espirituales que pueden ofrecer a la Iglesia y a toda la humanidad.

La ceremonia de apertura de la segunda Asamblea especial para África del Sínodo de los obispos, Basílica de San Pedro, 4 de octubre de 2009 [© Paolo Galosi]

La ceremonia de apertura de la segunda Asamblea especial para África del Sínodo de los obispos, Basílica de San Pedro, 4 de octubre de 2009 [© Paolo Galosi]

Hoy la mayor parte de África está fuera de los grandes circuitos mundiales; se la deja de lado con facilidad. África es un eslabón intrascendente de la cadena mundial, frente a un mundo totalmente controlado por las naciones ricas y poderosas desde el punto de vista económico, tecnológico, militar. Todos los ejércitos de los países occidentales están presentes en los países pobres de Asia y África, bombardean y destruyen edificios, miles y miles de vidas humanas inocentes, para –dicen– mantener la paz y promover la democracia. Irak y su población están destruidos, y Sadam Husein muerto. A Bin Laden lo han matado y arrojado al mar. A Muamar Gadafi lo acaban de matar con algún miembro de su familia, y han hecho desaparecer su recuerdo entre las arenas del desierto. Costa de Marfil era un país que estaba bien desde el punto de vista económico. Ahora está dividido en dos y destruido… No quiero defender a estos personajes ni sus acciones, que desde luego hay que execrar y condenar mil veces. Pero es una barbarie y no tiene perdón que potencias civiles se unan y traten así a seres humanos creados a imagen de Dios. Y si estas personas han sido unos bandidos y dictadores para sus pueblos, ¿por qué temen que sus tumbas se conviertan en lugares de peregrinación? ¡El mismo destino les espera quizás a otros jefes de Estado!

No sé lo que piensa Dios, en su silencio, de tanta crueldad. Su corazón, probablemente, está triste. Perdónenme este paréntesis. No debe suceder jamás que el dinero y el poder se conviertan en los dioses del mundo y que se les ofrezcan en sacrificio vidas humanas. La verdad debe triunfar. Sólo Dios es la primera verdad y la más grande. Sin verdad, el hombre no logra captar el sentido de la vida; deja, a fin de cuentas, el campo a los más fuertes (cf. Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. Desde la entrada en Jerusalén a la Resurrección). ¡La ley del más fuerte, la violencia y las guerras de este mundo son el gran problema y la gran herida de nuestra humanidad hoy en día!

Los hombres se han olvidado del continente africano, pero Dios no, porque siente predilección por los pequeños, los pobres y los débiles. Ya en 1995 el papa Juan Pablo II decía que «el África de hoy se puede parangonar con aquel hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó; cayó en manos de salteadores que lo despojaron, lo golpearon y se marcharon dejándolo medio muerto (cf. Lc 10, 30-37). África es un continente en el que innumerables seres humanos —hombres y mujeres, niños y jóvenes— están tirados, de algún modo, en la cuneta, enfermos, heridos, indefensos, marginados y abandonados. Ellos tienen necesidad imperiosa de buenos Samaritanos que vengan en su ayuda» (Ecclesia in África, n. 41). Por esto, fuertes en su fe en Jesucristo, los obispos de África han consagrado su continente a Cristo Señor, el verdadero Buen Samaritano, porque están convencidos de que sólo él, mediante su Evangelio y su Iglesia, puede salvar a África de sus dificultades actuales y sanarla de muchos de sus males.

Jesucristo, su Evangelio y su Iglesia son la esperanza de África, y África es el futuro del mundo. Los últimos Papas piensan de igual modo, en la interpretación que yo doy de sus palabras. Y creo que su punto de vista es digno de crédito, porque así se han expresado en el ejercicio de su función profética.

En el Antiguo Testamento, los profetas tenían como misión leer, interpretar y comentar la historia y los acontecimientos sociopolíticos y religiosos, no solo del pueblo de Israel, sino también de los pueblos cercanos. Ciertamente hoy, los papas, sucesores de Pedro, continúan este ministerio profético para leer, analizar e interpretar la historia de la Iglesia y los hechos humanos, religiosos y sociopolíticos del mundo.

¿Qué dicen de África los últimos papas? Expresan con claridad qué es África a los ojos de Dios y su misión presente y futura en el mundo.

Pablo VI ante el monumento a los mártires ugandeses, Namugongo, 2 de agosto de 1969. Montini fue el primer papa que visitó África <BR>[© Pepi Merisio]

Pablo VI ante el monumento a los mártires ugandeses, Namugongo, 2 de agosto de 1969. Montini fue el primer papa que visitó África
[© Pepi Merisio]

Como declaró Pablo VI en Kampala, en julio de 1969: «Nova Patria Christi, África. La nueva Patria de Cristo es África». Dios ha prestado siempre una atención especial a África, haciéndola participar en la salvación del mundo. Fue, en efecto, la tierra «que acogió al Salvador del mundo cuando de niño tuvo que refugiarse con José y María en Egipto para salvar su vida de la persecución del rey Herodes» (cf. Insegnamenti di Benedicto XVI, V, 2, Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano 2009, pp. 416-417). Y más tarde un africano, un tal Simón originario de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, ayudó a Jesús a llevar la cruz (cf. Mc 15, 21).

En 1995, el beato papa Juan Pablo II escribía en la Ecclesia in África: «“Míralo, en las palmas de mis manos te tengo tatuada” (Is 49, 15-16). Sí, en las palmas de las manos de Cristo, ¡traspasadas por los clavos de la crucifixión! El nombre de cada uno de vosotros, africanos, está escrito en esas manos» (Ecclesia in África, n. 143).

Y Benedicto XVI, en su homilía de apertura de la segunda Asamblea especial para África del Sínodo de los obispos, el 4 de octubre de 2009, dice: «África es depositaria de un tesoro inestimable para el mundo entero: su profundo sentido de Dios […]. África representa un inmenso “pulmón” espiritual para una humanidad que se halla en crisis de fe y esperanza. Pero este “pulmón” puede enfermar. Y por el momento al menos dos peligrosas patologías están haciendo mella en él: ante todo, una enfermedad ya extendida en el mundo occidental, es decir, el materialismo práctico, combinado con el pensamiento relativista y nihilista» (Insegnamenti di Benedicto XVI, V, 2, Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano 2009, pp. 328-331).

Por eso es importante y urgente una evangelización más profunda de las mentalidades, de las costumbres y de las culturas africanas, un trabajo intenso de profundización y apropiación de la fe y de los misterios cristianos. Ha de ser promovida y reforzada la formación del corazón, que permite establecer vínculos de íntima amistad con Cristo y favorece una intensa vida de oración y encuentros frecuentes y personales con Dios. Para lograrlo tenemos la ayuda, el sostén y el impulso de los modelos africanos de santidad que estamos llamados a imitar: los mártires san Carlos Lwanga y sus compañeros, el beato Cipriano Michele Tansi, santa Josefina Bakhita, santa Clementina Anuarite mártir, etcétera. Pero tenemos también otro gran modelo cristiano y un gran africano que hace poco volvió a la casa del Padre: el venerado cardenal Bernardin Gantin.

Era un hombre de Dios, un gran hombre de oración, que estaba atento a Dios y a los hombres, y poseía una delicada humildad. Nos recomendaba esto: «Que vuestros días sean ordenados, uniendo el descanso al trabajo; escuchad al Señor y también a los hombres, y luego rezad. Rezad sobre todo a través del signo vivo de la Eucaristía, que es el momento divino del amor más grande de Dios por la humanidad» (homilía durante una ordenación sacerdotal, 19 de noviembre de 2005). La oración era el fulcro de su vida. Le dijo un día a un joven sacerdote: «Hijo mío, debemos rezar mucho. Debemos rezar pidiendo perdón por todo lo que hubiéramos podido hacer, pero no hemos podido realizar… Oración, oración; sí, oración ante todo y únicamente… Según vayan aumentando las ta­reas y las responsabilidades, la oración deberá hacerse más intensa, más larga, más insistente». La oración debe unirnos más a Dios, que actúa a través de nuestras pobres personas. Y hacia el final de su vida, dio testimonio de ello diciendo: «Le había prometido al papa Juan Pablo II que consagraría el tiempo de mi jubilación al recogimiento, a la escucha y a la oración» (Bodas de oro episcopales, Ouidah, 3 de febrero de 2007).

El cardenal Bernardin Gantin era un fiel y afectuoso servidor de Dios, de la Iglesia y del Papa. Un hombre de gran fe, totalmente empapado del Amor de Cristo. Sumisión, fidelidad y amor por la Iglesia y el Papa, así vivía su don y su humilde servicio a Dios, que le había donado la gracia del sacerdocio. Como cardenal, definió así ese honor y privilegio: «Qué es un cardenal de la Iglesia si no un servidor, ministro del Papa, disponible, semejante al gozne de una puerta, según la definición de su étimo latino “cardo”, siempre feliz y agradecido por haber sido elegido únicamente para servir» (homilía por los treinta años de cardenalato, Cotonú, 27 de junio de 2007). Y añadía: «Todo mi amor cristiano se resume en estas sencillas palabras: Dios, Jesucristo, el Papa, la Virgen. Realidades supremas que Roma me ha hecho descubrir, amar y servir. Por ello, jamás se alabará suficientemente al Señor».

El cardenal Bernardin Gantin fue también un gran africano. Aunque pasó treinta años en Roma al servicio de la Iglesia universal, siguió siendo imperturbablemente un africano auténtico, sencillo, humilde, afable, cortés con todos, sin pomposidad, deseoso sobre todo de profundizar cada día en su amor y amistad con Cristo y hacer que su servicio a la Iglesia y al Papa fuera cada vez más verdadero, más total y más humilde.

Gantin con Juan Pablo I, el 28 de septiembre de 1978 [© Foto Felici]

Gantin con Juan Pablo I, el 28 de septiembre de 1978 [© Foto Felici]

Fue un puente sólido y seguro entre África y la Santa Sede. Fue un digno hijo de la Iglesia. Fue un digno y noble representante de África ante los demás continentes y pueblos del mundo. Dijo Benedicto XVI de él: «Su personalidad humana y sacerdotal constituía una síntesis admirable de las características del alma africana con las propias del alma cristiana, de la cultura y de la identidad africana con los valores evangélicos. Fue el primer eclesiástico africano que desempeñó cargos de gran responsabilidad en la Curia romana, y los realizó siempre con su típico estilo humilde y sencillo» (Insegnamenti di Benedicto XVI, IV, 1, Libreria Editrice Vaticana, Città del Vaticano 2008, pp. 862-863, viernes 23 de mayo de 2008).

Tuve el privilegio de conocer al cardenal Gantin en 1971. Era entonces secretario de la Congregación para la Evangelización de los pueblos (Propaganda Fide), y yo, estudiante en Roma. Mi obispo, su excelencia monseñor Raymond-Marie Tchidimbo, arzobispo de Conakry, en Guinea, estaba en la cárcel. La Iglesia de Guinea atravesaba la tempestad de la persecución bajo el régimen revolucionario de Sékou Touré. Yo me había quedado sin obispo y había perdido todos los contactos con mi país y mi familia. Así que el entonces monseñor Gantin me hacía de obispo, padre y consejero. Su humildad, su sencillez y delicadeza me han marcado profundamente. Me tenía mucho cariño y yo a él. Me consideraba como un hijo, su prosecución, su vástago. Un día, durante una recepción en la embajada de Senegal ante la Santa Sede, organizada en su honor con motivo de su regreso definitivo a Benín, dijo hablando de mí: «Yo hoy soy como un plátano. Al plátano, después de dar fruto, se le corta y muere. Pero antes de morir, produce un gran número de brotes que toman su lugar. Este es mi vástago». Reconozco que ante las inmensas cualidades del cardenal, yo no soy más que un brote seco, pobre y sin valor. Pero estoy orgulloso de haberlo tenido como padre y que él me considerada su hijo espiritual.

Al ir a Benin, Benedicto XVI visita el África entera, para confirmarla en la fe, despertar la esperanza y la confianza en su porvenir, un porvenir luminoso porque está en las manos de Dios. El Santo Padre dará a la Iglesia que está en África un nuevo impulso misionero y un dinamismo nuevo al servicio del Evangelio, de la reconciliación, de la justicia y de la paz. Pero si va a Benín es también porque Benedicto XVI querrá venerar al cardenal Gantin, este hombre «lleno de espíritu y de sabiduría», este gran servidor de Dios, de la Iglesia y del papa, yendo a rezar ante su tumba. Merece la amistad y la atención del Papa.

Que esta segunda visita pastoral del Santo Padre pueda reforzar y hacer más filial y más afectuosa la devoción y la fidelidad de toda la Iglesia de África al Sucesor de Pedro, como lo fue el venerado cardenal Bernardin Gantin.



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