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EDITORIAL
Sacado del n. 12 - 2011

Europa: la visión de los padres fundadores


«Como presidente honorífico de la Fundación De Gasperi le he pedido al diputado Franco Frattini, ex ministro de Asuntos Exteriores italiano, que accedió a la presidencia de la Fundación en noviembre de 2011, que explique a nuestros lectores lo que le une con las enseñanzas políticas de De Gasperi y el espíritu con el que dirigirá la Fundación»

 

Giulio Andreotti


por Franco Frattini


Creo esencial que nos inspiremos en el magisterio moral, en el enfoque ideal y la visión de altos vuelos de Alcide De Gasperi especialmente en estos momentos difíciles para el clima económico y político de nuestro país y del continente europeo. Por eso, el pasado mes de noviembre acepté, plenamente consciente del honor que se me otorgaba y de la responsabilidad que se me exigía, la invitación a aceptar el prestigioso cargo de presidente de la Fundación dedicada al estadista trentino, precisamente a la luz de la inmensa herencia política y espiritual que nos dejó uno de los padres de la Unión Europea y protagonista absoluto del renacimiento democrático, civil y material de Italia y de Europa. Entonces me prometí a mí mismo devolver la confianza que se me otorgaba, poniendo todo mi tesón y entusiasmo en la tarea de promocionar y difundir los valores de libertad, solidaridad y unificación europea trazados por la fundación durante estos años bajo la dirección del presidente Andreotti. A él y a la señora Maria Romana De Gasperi les expreso mi agradecimiento por su disponibilidad para seguir ayudándonos a fin de conseguir este importante objetivo.

 

Alcide De Gasperi con Konrad Adenauer, Robert Schuman y los ministros de Exteriores de Holanda y Luxemburgo durante los trabajos del Consejo de Europa en Estrasburgo en 1951

Alcide De Gasperi con Konrad Adenauer, Robert Schuman y los ministros de Exteriores de Holanda y Luxemburgo durante los trabajos del Consejo de Europa en Estrasburgo en 1951

«Un político mira a las próximas elecciones. Un estadista, a la próxima generación»

Esta frase de Alcide De Gasperi pone en evidencia de manera extremadamente eficaz la enorme diferencia que existe entre los nobles ideales y los altos valores éticos que inspiraron la previsora acción de De Gasperi, Adenauer y Schuman y los horizontes circunscritos al dividendo electoral, las vacilaciones frente a los volubles sondeos y los objetivos de breve período que a menudo caracterizan a los actuales líderes europeos y el debate político en Italia.

En los últimos tiempos suele ocurrir que lo que priva a las políticas europeas del empuje necesario hacia una perspectiva unitaria más íntima son los egoísmos nacionales, los intereses facciosos, las miopes contraposiciones, la carencia de visión. Y así es inevitable que el debate europeísta se haya vuelto estéril e incapaz de convertir a Europa en verdadera protagonista en la política mundial. Los perdedores somos nosotros.

El presidente de la República italiana, Giorgio Napolitano, ha recordado que «las instituciones de la Unión Europea y los Estados que la componen, ninguno excluido, están pagando el precio de insuficiencias, vacilaciones, contradicciones, sobre los que cada cual debería interrogarse por la parte de responsabilidad que le toca». Frente a la constatación de esta gran diferencia entre los altos ideales del pasado y la crisis de liderazgo del presente, no hemos de dejarnos arrastrar por el desánimo. Antes bien, hemos de reaccionar, intentando introducir en el proyecto europeo la visión y el valor de sus padres fundadores.

Creo que hoy la acción de Europa es para Italia una oportunidad de estímulo y ánimo para que se hagan por fin esas reformas que las reticencias y los vetos nos han impedido hacer, desde la reducción de la deuda pública a una reforma estructural de las pensiones. Somos conscientes de la necesidad urgente de reformas en sentido liberal para dar más competitividad a la economía y asegurar perspectivas concretas de futuro a los jóvenes decepcionados. La economía social de mercado, pilar de popularismo europeo, es también en esto nuestra guía y marca nuestros valores.

Por otra parte, cuando se descarga sobre las instituciones europeas el peso moral y político de responsabilidades propias, no nos damos cuenta del peligro de contribuir a una espiral en la que podría enroscarse la supervivencia de la zona euro y el superior bien colectivo de la Unión Europea. Sin el euro seríamos todos más víctimas de los efectos dramáticos de los ataques especulativos. Deberíamos ser más cautos a la hora de criticarlo y más convencidos a la hora de sostenerlo, pues lo que está en crisis no es el euro sino la deuda soberana, además detrás del euro está todo el proyecto europeo.

Hoy, si acaso, estamos pagando el precio de la “no Europa”: nos vemos obligados a llevar a cabo rigurosas políticas de austeridad porque somos políticamente frágiles, porque todavía no existe una verdadera governance europea. La especulación internacional no se ha cebado solo en la insolvencia de la deuda pública griega, sino que también y sobre todo ha apostado contra la solvencia política de toda la Unión Europea, apuntando contra sus elementos de debilidad y las divisiones interiores. Si la crisis griega se hubiera afrontado al principio con decisiones y fuerte espíritu unitario, no se hubiera producido el contagio. Pero si se sigue invocando el uso de la soberanía nacional contra Europa, ninguna partida de fondos europeos, por muy consistente que sea, podría nunca conseguir disuadir a los especuladores de seguir con sus cínicos ataques.

Así pues, nunca como en este momento se advierte «la exigencia tajante de hacer más Europa», como la definió el presidente Napolitano, es decir, de llevar a cabo ese salto de cualidad que requiere el proceso de integración europea. Por una parte, las instituciones europeas no son suficientemente sólidas y cohesionadas como para protegernos de imprudencias y falta de escrúpulos de una finanza sin ética y de una irresponsable acumulación de deuda soberana. Por la otra, ningún país europeo, ni siquiera el más grande y eficiente, puede “salvarse solo”.

Para defender la credibilidad de cada uno de los Estados miembros en las plazas financieras es necesario devolverle la credibilidad a todo el proyecto europeo, partiendo del nuevo impulso a la construcción de una verdadera governance económica. Tenemos que ir más allá de Maastricht, y superar la pretensión ilusoria de que el respeto de reglas y procedimientos puede sustituir las decisiones estratégicas de la política, de que la ejecución mecánica de criterios técnicos y el automatismo de sanciones en caso de incumplimiento sean capaces de alejar cualquier crisis, tanto presente como futura.

 

Manifestantes frente a la sede del Banco Central Europeo en Frankfurt en octubre de 2011 [© Associated Press/LaPresse]

Manifestantes frente a la sede del Banco Central Europeo en Frankfurt en octubre de 2011 [© Associated Press/LaPresse]

Del gobierno de las reglas al gobierno de las decisiones

Para resistir contra el ataque de los especuladores hemos de pasar de la coordinación mecánica de políticas basada en reglas consideradas válidas de una vez para siempre a un gobierno unitario de la política económica, que pueda tomar decisiones según los retos que se vayan presentando. En ausencia de este diseño unitario, la especulación, tras atacar a un país, se dirigiría inmediatamente al siguiente en la cadena de la Eurozona. Y los pequeños bancos italianos, franceses o alemanes no podrían aguantar solos esta tempestad. El almirante ha de estar en Bruselas, no en cada una de las capitales. Y ha de disponer de los instrumentos adecuados para cambiar de rumbo a la flota cuando el radar señale los bancos de arena de la recesión o el ciclón de la especulación.

Europa debe, pues, volver a ser la verdadera protagonista. Y convencer de este modo a los centros financieros internacionales de que los pueblos europeos siguen estando fuertemente animados por la voluntad política superior de defender los nobles ideales de solidaridad, libertad y unidad en los que se inspiraron los padres fundadores. Para volver a relanzar el proyecto europeo no es oportuno por el momento abrir de nuevo la caja de Pandora de la modificación de los Tratados. Pero podemos fijarnos como objetivo utilizar plenamente los instrumentos existentes.

Sin variar los Tratados, por ejemplo, el artículo 136 del Tratado de la UE podría ya de por sí consentir el refuerzo del BCE para dotarlo de un papel análogo al atribuido a la FED. De esta manera, los mercados comprenderían inmediatamente que quedaría políticamente excluida cualquier opción de default de cualquiera de los miembros de la zona euro. Recordemos que la resistencia del dólar nunca fue puesta en discusión por la deuda de ninguno de los Estados federales. Y sin embargo, California ha estado varias veces al borde de la bancarrota y su deuda incide en el PIB americano mucho más que la griega en el europeo. Es la voluntad política superior lo que hace que la especulación ataque a quienes carecen de unidad y no a quienes están ligados por una agenda unitaria.

No serviría la modificación de los Tratados ni siquiera para reforzar la vigilancia europea sobre bancos y seguros, o para crear una agencia de calificación europea. En la economía global es fundamental confiar en terceros sujetos que certifiquen de manera transparente el estado de las finanzas públicas y de las compañías privadas. Pero es justo que las calificaciones las reciba Europa de controladores europeos, no de sujetos de otros continentes, que, además, salen siempre airosos incluso después de cometer graves errores de valoración.

 

De Gasperi preside la Asamblea de la CECA, el 10 de mayo de 1954

De Gasperi preside la Asamblea de la CECA, el 10 de mayo de 1954

Comenzar de nuevo desde el valor y la amplitud de miras de los padres fundadores

Quisiera traer aquí algunas proféticas palabras pronunciadas por De Gasperi. Contemplando una Europa que comenzaba a nacer según el método funcionalista, el estadista trentino reconocía que «la construcción de los instrumentos y los medios técnicos, las soluciones administrativas son sin duda necesarias». Pero inmediatamente después advertía del riesgo de involución implícito en «construir solo administraciones comunes, sin una voluntad política superior». Y añadía que, sin vida ideal, sin calor, la construcción europea «podría también parecer en un determinado momento una superestructura superflua y quizá incluso opresiva como pareció ser en ciertos períodos de su declive el Sacro Romano Imperio. En este caso», subrayaba, «las nuevas generaciones […] considerarían la construcción europea como un instrumento de coerción y opresión».

Para devolverle calor y empuje ideal al proyecto, evitando así que la Europa de los diferenciales y los PIB termine pareciéndoles a las jóvenes generaciones como el Sacro Romano Imperio en declive, es necesario implicar más a los ciudadanos. Es necesario superar el déficit democrático mediante el redescubrimiento de la dialéctica, de la pasión por el debate y la confrontación libre, expresando la exigencia de que al lado de la Europa monetaria se coloque también la Europa política. Y a ser posible elegir, en la próxima renovación, al presidente del Consejo europeo por sufragio universal.

A ese debate también la Fundación De Gasperi puede ofrecerle una aportación significativa, promoviendo la discusión sobre las cuestiones estratégicas de Europa. La Fundación puede estimular el interés por la construcción europea, celebrando los éxitos de De Gasperi y rememorando la pasión ideal también mediante el recuerdo de la amargura de los fracasos. No hemos de olvidar nunca que para De Gasperi y los demás padres fundadores no fue fácil defender, en una Europa traumatizada por el odio fratricida, el principio de “nunca más guerras entre nosotros”. Su éxito no estaba escrito en ninguna parte. Prevalecieron contra el prejuicio y la oposición preconcebida porque consiguieron afirmar la fuerza de las ideas en la confrontación democrática libre, haciendo valer sus posiciones pero esforzándose por comprender siempre las razones del oponente.

Algunos de sus proyectos, por lo demás, siguen sin haberse concretizado, pese a haberse propuesto con fuerza y determinación en la arena política. Pero toda la pasión europeísta de De Gasperi nace precisamente de una decepción política que tuvo que afrontar. Me refiero al fracaso de la Comunidad Europea de Defensa, proyecto en el que De Gasperi había creído enormemente. El rechazo de la CED puso en riesgo el proceso de integración y todavía hoy seguimos pagando las consecuencias en términos de fragmentación de la política de defensa europea. Todavía hoy, en una Europa que luego se ha dotado de una moneda pero no de una espada, hay quienes siguen prefiriendo formatos restringidos frente a una perspectiva unitaria en el sector de la defensa.

Los fracasos de un padre pueden, sin embargo, convertirse en victorias para sus hijos si estos son capaces de recoger el legado de valores por los que él luchó. La historia de aquella batalla política pone en evidencia, más que otros muchos éxitos, la fe de De Gasperi en el ideal de la construcción de una Europa libre y unida. La confianza en estos valores de libertad ha inspirado al movimiento para la unificación europea y ha de sostenernos en nuestra acción actual.



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