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IGLESIA
Sacado del n. 12 - 2011

Con el corazón en paz


Entrevista a Joseph Han Zhi-hai, obispo en China sin el reconocimiento del gobierno de Pekín: «Vengo de una familia que conoce a Jesús desde hace cuatrocientos años. Mi padre y mi madre me bautizaron ocho días después de nacer. Sabían que la Iglesia les pide a los padres que bauticen pronto a sus hijos»


Entrevista a Joseph Han Zhi-hai por Gianni Valente


Lanzhou es una de las ciudades más contaminadas del mundo. Hay días en que en la capital de la provincia china nordoccidental del Gansu, el smog es tan espeso que ni siquiera se ve la montaña de Lanshan, que se levanta a pocos quilómetros más al sur. En cambio, la mirada de Joseph Han Zhi-hai, de 46 años, arzobispo de la metrópolis que se asoma al río Amarillo, sigue siendo límpida y aguda incluso cuando se detiene en el momento delicado y controvertido que está viviendo la catolicidad china.

Han fue ordenado obispo en 2003. Los funcionarios políticos locales y nacionales todavía no han reconocido su ordenación episcopal. Pero su condición de sucesor de los apóstoles sin “certificación” gubernamental no le impide actuar ni mucho menos atestiguar la libertad propia de quien camina con el corazón en paz en la misma fe de los apóstoles. Dice de sí mismo: «Vengo de una familia que conoce a Jesús desde hace cuatrocientos años. Mi padre y mi madre me bautizaron ocho días después de nacer. Sabían que la Iglesia les pide a los padres que bauticen pronto a sus hijos».

 

Joseph Han Zhi-hai durante un bautizo

Joseph Han Zhi-hai durante un bautizo

Usted nació en 1966. China estaba en plena Revolución cultural. ¿Cómo recuerda los años de su infancia?

JOSEPH HAN ZHI-HAI: Vivíamos en un pueblo a doscientos quilómetros de Lanzhou. No era un pueblo católico, pero también allí había llegado la persecución. Durante aquel tiempo mis padres y mis familiares mantuvieron su fe en la intimidad de sus corazones, sin exteriorizarla, ni siquiera yendo a misa. No se podía hacer de otro modo. Por suerte, nuestra casa estaba algo separada de las otras. Para nosotros era más fácil seguir rezando incluso juntos. Mi abuelo nunca dejó de repetir las oraciones en la familia. Así nos mantuvo en la fe.

Luego, creciendo, ¿quienes fueron las otras personas importantes que encontró a lo largo del camino?

Sin lugar a dudas el padre Filippo, que luego en 1981 se convertiría en el obispo de Lanzhou y me ordenaría sacerdote. Lo habían dejado libre en 1978, después de treinta años de cárcel y aislamiento, y desde aquel día, nada más alcanzar la libertad, sin ningún tipo de queja volvió a anunciar el evangelio recorriendo los pueblos. Iba siempre a visitar a los cristianos de la región, casa por casa, a decir misa y a rezar con ellos y consolarlos a todos. Entonces yo era un joven estudiante. Mirándolo a él nació en mí también el deseo de hacerme sacerdote. Pero entonces no había ningún seminario. Íbamos por ahí buscando los pocos y viejos manuales y textos de teología y de doctrina que se habían salvado de la destrucción. Estudiábamos con lo poco que se conseguía encontrar. Luego el gobierno permitió que se reconstruyeran las iglesias. Y entonces las familias comenzaron a levantar sus capillas y sus parroquias. De este modo, la fe reflorecía.

Si compara aquel período con el tiempo presente, ¿qué es lo que ha cambiado en la vida ordinaria de los católicos?

Hoy veo mucha apertura, hay más libertad con respecto a entonces. En nuestras comunidades sigue existiendo mucha fe, pero en los jóvenes se ve también una fragilidad ligada de algún modo al nuevo materialismo que caracteriza a la sociedad. El riesgo de la disipación va ligado más al consumismo y al materialismo de la vida moderna que a las dificultades en las relaciones con el gobierno.

¿Y cómo actúa usted con los jóvenes y los muchachos?

Trabajamos sobre todo con los estudiantes de los años anteriores a la universidad. Creamos clases de estudio durante el verano y durante las vacaciones de Fin de año. Pero lo que cuentan son las relaciones de persona a persona con cada uno, más que las iniciativas colectivas.

¿Cómo y cuándo se hizo sacerdote?

Fue en 1994. Aquella vez fuimos cinco los que recibimos la ordenación sacerdotal de manos del obispo Filippo. Ninguno de nosotros había asistido a los seminarios que se habían vuelto a abrir en China bajo el control del gobierno. Las clases fundamentales las habíamos recibido de un laico que conocía la teología.

Luego, algunos años después de la muerte de Filippo, también usted fue ordenado obispo, pero sin recibir la aprobación ni el permiso de los aparatos del gobierno.

Ocurrió en enero de 2003. Yo hacía tiempo que me había percatado de que la división que existe en China entre obispos y comunidades “oficiales” y “clandestinas” no tenía sentido. La mayoría de los obispos elegidos según los procedimientos exigidos por el gobierno habían sido legitimados por la Santa Sede y estaban también ellos en comunión con el Papa. Por ello me parecía que ha­bían quedado anticuadas y que había que archivar las viejas indicaciones que circulaban en la Iglesia según las cuales había que evitar las celebraciones eucarísticas con sacerdotes y obispos que aceptaban colaborar con el gobierno.

Y entonces, usted no se guardó para sí estos pensamientos...

Pocos meses después de mi ordenación, escribí una carta abierta para invitar a todos mis hermanos obispos a liberar a los católicos chinos de esta laceración. Lo más sencillo era confesar con serenidad y valor la comunión de fe con el Papa. De este modo eliminaríamos inútiles equívocos y dañinas sospechas.

Hoy no han cambiado mucho las cosas con respecto al comienzo de la división.

En mi opinión, para ver los hechos tal y como son realmente, hay que saber distinguir. La gran mayoría de los obispos ordenados según los procedimientos gubernamentales están en comunión con Roma, hoy más que nunca. Nadie quiere realmente hacer una Iglesia china separada de la Iglesia universal. Los condicionamientos forman parte de la situación política en la que nos encontramos.

La ciudad de Lanzhou, atravesada por el río Amarillo [© Corbis]

La ciudad de Lanzhou, atravesada por el río Amarillo [© Corbis]

¿Es este el motivo por el que la división continúa?

Dentro de la comunidad clandestina hay sectores extremistas que no aceptan ningún tipo de diálogo y condenan a los demás. También entre aquellos que están registrados en las estructuras de la política religiosa gubernamental hay algunos que van por el camino equivocado. Pero estoy seguro de que la gran mayoría desea y espera la plena comunión pública y visible de todos los que pertenecen a la Iglesia católica de China.

¿Cómo conviene comportarse frente a las pretensiones del gobierno?

Yo he aprovechado los nuevos espacios que se han abierto. Si evito la confrontación con el gobierno, puedo dedicar más energías y tendré más oportunidades de anunciar el evangelio a más personas. Por eso, en mi opinión, cuando sea posible conviene que los obispos salgan de la clandestinidad, que tomen conciencia de la situación actual y adopten una actitud de diálogo y no de conflicto con el gobierno.

¿Cuál es el efecto más grave de la división entre los católicos?

El no compartir la Eucaristía, acusándose mutuamente. Porque si confesamos la misma fe, solo comulgar con el mismo cáliz del Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor puede hacer que reflorezca la unidad y la comunión. La Eucaristía es el manantial de esta unidad. Si desaparece este manantial sacramental, la unidad no puede renacer por los razonamientos de los hombres y ni siquiera por las llamadas y las indicaciones que proceden del exterior.

¿Ni siquiera las que llegan del Vaticano?

A veces parece que algunos piensan que aquí en China no escuchamos ni seguimos a Jesús. Esto es un error. Hay que partir del hecho que aquí en China está ya la Iglesia de Cristo. La Iglesia una, santa, católica y apostólica, así como la confesamos en el Credo. Nuestra comunión puede florecer solo si el propio Jesús alimenta también aquí en China y mantiene unida su Iglesia con sus sacramentos, custodiando en ella la fe de los Apóstoles. Forma parte de esta fe también la comunión con el sucesor de Pedro y la obediencia a su ministerio, tal como quiso Jesús. De otro modo, si no existiera esto, si aquí en China no existiera entre el pueblo y sus pastores la fe católica, sería inútil hacer discursos o dar disposiciones disciplinarias sobre estas cosas.

Este reconocimiento ha inspirado la consideración sobre la Iglesia en China expresado en la Carta que Benedicto XVI dirigió en 2007 a todos los católicos chinos. Aquel pronunciamiento del Papa, ¿no respondió acaso de manera clara también a las cuestiones que había usted indicado en su carta abierta de cuatro años antes?

La Carta del Papa fue una respuesta importantísima a muchos problemas que acucian a la Iglesia en China. La leímos con emoción, muchos no se esperaban una carta tan clara y se quedaron sorprendidos. Pero con el paso del tiempo algunos añadieron otras cosas, otros comentarios, se quisieron difundir interpretaciones parciales. Y entonces, por lo menos en parte, aquel pronunciamiento perdió su fuerza.

Se dice que algunas autoridades políticas locales obstaculizaron la difusión de aquella Carta.

En algunas regiones hubo prohibiciones, pero de hecho no funcionaron. La Carta circulaba también. Más bien en algunas provincias como Fujian y Hebei hubo algunas comunidades eclesiales que recibieron la Carta con cierta reserva.

En la fase que siguió a la publicación de la Carta del Papa, fueron más numerosas las ordenaciones de obispos reconocidos paralelamente tanto por la Santa Sede como por las autoridades civiles chinas. ¿Qué opinión le merece aquel modus procedendi experimentado sobre todo entre 2009 y 2010?

El gobierno persigue su política. Quiere mantener cierto control en los procedimientos de los nombramientos episcopales. En mi opinión, si ellos aprueban la ordenación de obispos que tienen también el mandato apostólico del Papa, conviene actuar de este modo. Si los candidatos son dignos y se muestran conscientes de las responsabilidades a las que son llamados, hay que evitar objeciones y complicaciones inútiles.

Lo cierto es que la fase de las ordenaciones con “tácito consenso paralelo” se interrumpió cuando el poder civil impuso tres ordenaciones episcopales ilegítimas. Los obispos ilegítimos fueron excomulgados, algo que hizo público también la Santa Sede. ¿Cómo contempla usted esta situación?

Si alguien se deja ordenar obispo aun sabiendo que la Santa Sede es contraria a su ordenación es inevitable que después lleguen las penas canónicas. Pero hay que valorar siempre las circunstancias de cada caso. Teniendo siempre presente la situación particular en la que nos encontramos, y las presiones a que están sometidos los obispos chinos.

Fieles durante la misa de Navidad en una iglesia de Pekín <BR>[© Getty Images]

Fieles durante la misa de Navidad en una iglesia de Pekín
[© Getty Images]

Después de aquello volvieron las sospechas sobre todos los obispos que aceptan actuar conforme a la política religiosa del gobierno.

Ante todo hay que decir que aquí en China estamos en comunión con el obispo de Roma. Nosotros también somos obispos católicos, y sabemos qué quiere decir todo esto. Pero siendo obispos católicos en China, vivimos en este país, donde existe un gobierno que tiene una política determinada. Ahora si no quieres seguir esa política las consecuencias no son tan graves como antes. Pero todo será más difícil: se entra en una situación de oposición que hace más trabajosa la vida ordinaria de la Iglesia y el trabajo pastoral normal. Hemos de tener en cuenta esto, precisamente por la tarea que tenemos.

¿Cómo manifiesta usted en concreto su comunión con el sucesor de Pedro?

Cuando yo colaboro con el gobierno repito siempre abiertamente y con fuerza que para los católicos es esencial nuestra comunión con el Papa. De ello depende nuestra catolicidad. Pero también he de decir que esto ellos lo aceptan. O, de todos modos, no ponen objeciones. Ellos siguen su política, les interesa el aspecto político. Las cosas que para nosotros son de crucial importancia, como la fidelidad al Papa como custodio de la Tradición, a ellos no parece interesarles mucho.

Sigue estando en pie de todos modos que usted sigue todavía siendo obispo “no oficial”, no reconocido como obispo por los aparatos del gobierno. ¿Se está preparando algo para usted?

En Lanzhou no existe otro obispo “oficial” aprobado por el gobierno. Hace algo de tiempo que los del gobierno me vienen repitiendo que pronto me reconocerán como obispo de la diócesis, pero que todavía no han establecido un momento preciso para hacerlo.

Si esto sucede, ¿teme que haya equívocos y malhumores en la comunidad eclesial?

Sobre esto estamos todos unidos. Todos comparten el mismo pensamiento. Todos ven que el reconocimiento por parte del gobierno no contradice ni obstaculiza la comunión con el Papa y con la Iglesia universal.

Llegados a ese punto, debería usted mantener contactos con la Asociación patriótica, el organismo de control creado por el régimen. ¿Cómo plantearía sus relaciones con la AP?

Actualmente el jefe de la AP es todavía un laico. En el futuro ese puesto podría desempeñarlo uno de los sacerdotes de la diócesis, para gestionarlo todo de manera amistosa.

¿Qué le diría al Papa para aclararle la situación china?

El momento es confuso. Y no puede seguir siendo así. Para el futuro sería útil tener presentes dos cosas. Ante todo, que nosotros queremos estar en comunión con el Papa, queremos ser un solo corazón con él. Y luego que hay que ser claros a la hora de indicar los errores y lo que se debe corregir en las anomalías de la situación en que nos encontramos. Pero al hacerlo no hay que perder nunca los contactos. Hay que mantener abiertos los canales que sirven para seguir hablando. Porque hay situaciones que solo se pueden resolver con el diálogo.

Quizá pueda usted verse con el Papa pronto, cuando sea convocado a Roma para el Sínodo de los obispos.

Me encantaría. Pero no creo que pueda ir...



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