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IGLESIA
Sacado del n. 12 - 2011

Carta a los amigos, nueve años después



por Gianni Valente


Joseph Han Zhi-hai, arzobispo de Lanzhou

Joseph Han Zhi-hai, arzobispo de Lanzhou

 

Joseph Han Zhi-hai tenía 37 años y hacía pocos meses que era obispo cuando en el verano de 2003 escribió una “Carta abierta a los amigos” que sigue siendo todavía hoy un documento precioso para comprender el presente del catolicismo chino. En aquel texto, el joven obispo contaba un episodio importante vivido en los años precedentes por él y algunos coe­táneos suyos, todos ellos ordenados sacerdotes fuera de los organismos y los procedimientos de control impuestos a la estructura eclesial.

Durante largo tiempo Han y sus amigos siguieron desafiando a los obispos, los curas y los laicos católicos que, a diferencia de ellos, aceptaban colaborar con la Asociación patriótica (el instrumento-clave de la política religiosa del régimen). En ellos seguía existiendo la sospecha de que los obispos ordenados con el placet del gobierno y a menudo sin el de la Sede apostólica cultivaban el deseo de «provocar un cisma en nuestra Iglesia, creando una Iglesia católica independiente de la Iglesia universal y el Papa». Por eso Han y sus amigos rechazaban unirse a sus celebraciones eucarísticas y animaban a los fieles católicos a hacer lo propio. Una división dolorosa, pero que parecía inevitable si se quería «proteger la unidad de nuestra Iglesia con la Iglesia universal y con el Santo Padre». Luego, sin embargo, también ellos habían ido descubriendo que muchos de los obispos “oficiales”, pese a ser nombrados según los procedimientos impuestos por el gobierno chino, eran también legitimados por el Papa y habían recibido de él el mandato apostólico. Quedaba cada vez más claro que «la mayoría de los obispos oficiales están ya ahora en unión con el Papa y la Iglesia universal».

En aquellas circunstancias el obispo Han se había dado cuenta de que precisamente el apartheid sacramental que se seguía practicando dentro del catolicismo chino terminaba engangrenando divisiones y enemistades, convirtiendo en estériles las llamadas a la reconciliación: «Seguimos divididos entre una comunidad oficial y otra comunidad no oficial que celebran la Eucaristía por separado», escribió Han en su epístola, «mientras que la Eucaristía es precisamente el momento en el que la unidad se funda y se celebra... Es la Eucaristía lo que alimenta la unidad».

Entonces, las vacilaciones de muchos a la hora de dar pasos concretos por el camino de la reconciliación eran interpretadas por Han a tenor del empacho representado por la Asociación patriótica de los católicos chinos, «que es ambigua cuando se trata de la unidad con la Santa Sede, realidad que es, en cambio, esencial para nosotros». Todavía hoy el papel ejercido por los aparatos “patrióticos” sobre la vida eclesial –hasta la pretensión de controlar los nombramientos episcopales– representa por distintas razones un problema que resolver.



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