Home > Archivo > 05 - 2012 > Un rosario para todo el mundo
AÑO DE LA FE
Sacado del n. 05 - 2012

Un rosario para todo el mundo


«El Año de la fe es ante todo un año en el que hemos de rezar por la fe, y pedirle al Señor que nos la conceda». Entrevista abierta con el cardenal Fernando Filoni, prefecto de la Congregación para la Evangelización de los pueblos.

De las ordenaciones de los obispos chinos a la “campaña” de oraciones por el anuncio del Evangelio en cada continente


Entrevista al cardenal Fernando Filoni por Gianni Valente


El pasado 19 de febrero le tocó a él presentar a Benedicto XVI las deferencias de todos los nuevos cardenales creados en el Consistorio del día anterior. En aquella ocasión, su eminencia Filoni colocó el servicio cardenalicio de los nuevos purpurados «bajo la protección de María, Madre de la Gracia». Ahora, su “estrategia” para vivir el inminente Año de la fe es un simple rosario. Una corona de oraciones que ofrecer para el anuncio del Evangelio en cada continente. El modo más sencillo para «pedirle al Señor el don de la fe», para sí y para los demás. Se trata de una Campaña de oración mundial para la evangelización que ha de acompañar al Año de la fe, a la que dio su bendición el papa Benedicto XVI el pasado 11 de mayo, con motivo de la audiencia concedida a los Directores nacionales de las Obras Pontificias Misionales, que serán los animadores de la iniciativa en cada uno de sus países.

Fernando Filoni, prefecto de la Congregación para la Evangelización de los pueblos, ha viajado por todo el mundo y sabe cómo funciona. De él se conoce su carácter reservado, su indisposición hacia el cotilleo, su gran capacidad de trabajo, su capacidad de dar enseguida con el centro del problema buscando soluciones con realismo. Y el hecho de que estas dotes no representan el perfil de un “burócrata” vaticano, sino que dejan entrever una sabiduría espiritual y un modo de ver las cosas de la Iglesia y del mundo sencillo y concreto. Como la corona de un rosario.

30Días lo ha entrevistado en su estudio, en el histórico Palacio romano de Propaganda Fide, asomado a la Plaza de España. De la Congregación para la Evangelización de los pueblos dependen hoy más de un millar de circunscripciones eclesiásticas, entre ellas la mayoría de las diócesis africanas, asiáticas y de Oceanía, además de universidades, seminarios, hospitales, escuelas.

 

El cardenal Filoni con motivo de la toma de posesión de la diaconía de Nuestra Señora de Coromoto en San Juan de Dios, Roma, el 23 de febrero de 2012

El cardenal Filoni con motivo de la toma de posesión de la diaconía de Nuestra Señora de Coromoto en San Juan de Dios, Roma, el 23 de febrero de 2012

Cuando fue creado cardenal, pudo leerse en la nota biográfica que publicó L’Osservatore Romano que de niño «su casa estaba justo delante de la iglesia de su pueblo». Evidentemente, este fue un detalle importante de su vida...

FERNANDO FILONI: Dios ofrece muchas posibilidades, y construye nuestra historia según lo que somos. Yo iba a la parroquia, ayudaba a los sacerdotes en la misa, y estando con ellos alrededor del altar intuía el significado de su dedicación. Hasta que el párroco nos preguntó una tarde a todos los monaguillos si alguno de nosotros quería entrar en el seminario. Yo levanté la mano y dije: ¡Yo! Había mucha espontaneidad infantil en aquel arranque. Pero también el que hubiera crecido teniendo ante mi vista la fe de mis padres en las cosas de todos los días.

Los años de su preparación al sacerdocio fueron los del Concilio Vaticano II.

Nuestros superiores nos ha­cían leer durante las comidas las crónicas del Concilio. La televisión, aunque era en blanco y negro, nos ofrecía visualmente la imagen de la universalidad y de la variada diversidad humana de la Iglesia: el Papa, los patriarcas de Oriente y los obispos que en procesión entraban en San Pedro. Blancos, negros, con barba, occidentales, orientales... Cuando comencé Teología en el seminario de Viterbo, el Concilio había terminado. Los escaños que habían servido para las congregaciones generales de los padres conciliares se mandaron a los distintos seminarios. Con los que llegaron a Viterbo se montó el aula de teología. Así que asistíamos a las clases sentados en los escaños de los padres conciliares. E intentábamos imaginar quién se había sentado en aquellos escaños que ahora ocupábamos nosotros.

Su lema episcopal es «Lumen gentium Christus». Alude a las primeras palabras de la constitución dogmática sobre la Iglesia, el documento más importante que salió del Concilio.

Estábamos impresionados por el gran debate sobre la Iglesia que había representado el corazón del Concilio: «Lumen gentium Christus», todo en solo tres palabras. El comienzo de la constitución conciliar hacía alusión al misterio y la misión de la Iglesia. Si la Iglesia no refleja la luz de Cristo, no tiene motivo de ser. También a nosotros se nos pedía que anunciáramos y diéramos testimonio de Cristo. Esta es la misión que la Iglesia me ha confiado también a mí. Como sacerdote, y luego como obispo y también como nuncio.

Después de la ordenación sacerdotal vino usted a Roma para seguir sus estudios. Vivía y desarrollaba su servicio pastoral en una parroquia, y enseñaba en un instituto romano. ¿Qué recuerdos conserva de aquel período?

Mi obispo me había permitido ir a Roma para completar los estudios. Opté por quedarme en una parroquia, y no en un colegio. Fueron años muy bonitos. La parroquia era la de San Tito, que ahora está dedicada a San Leonardo Murialdo. Yo enseñaba religión en el instituto clásico Vivona, en la sede separada que luego se convirtió en el instituto Sócrates. Conocí a cientos de chicos y chicas. Eran los años setenta, los años de la protesta. Para mí, que estudiaba teología, el diálogo continuo con ellos era una ayuda para confrontar lo que estábamos estudiando con la vida concreta. También para los chicos, creo, era una experiencia interesante oír hablar de teología y de historia de la Iglesia fuera de las generalizaciones que se leían en muchos periódicos.

¿Cómo llegó al servicio diplomático de la Santa Sede?

Cuando mi obispo me pidió que volviera a la diócesis –de la que faltaba desde hacía ocho años–, el cardenal vicario Ugo Poletti, con sus modales bonachones y cautivadores, me dijo: «Tu diócesis ya tiene muchos sacerdotes. En la Secretaría de Estado me preguntan si hay disponibilidad...». Puede parecer un incidente en el camino. Pero para mí también aquello formaba parte de la línea que Dios traza en la vida de cada uno de nosotros.

Después de un período en Sri Lanka, fue mandado usted a Irán. ¿Cómo era este país en aquellos años?

Era el durísimo período de la guerra entre Irán e Irak. Los bombardeos llegaban hasta Teherán. Era una guerra muy cruel, con cientos de miles de muertos. La Santa Sede tenía allí una antigua misión, desde que una representación del papa Urbano VIII se estableciera en Isfahan en 1629 a petición del sha Abbas el Grande, artífice de un renacimiento cultural y político persa. Una presencia que conoció altibajos, hasta el establecimiento de relaciones diplomáticas plenas entre Irán y la Santa Sede, en 1953. Yo pude compartir allí la vida de la comunidad cristiana local, compuesta por armenios católicos y ortodoxos, católicos latinos y caldeos. Para ellos la vida no era siempre fácil. Pero nos respetaban mucho. Se había dado el caso de los empleados secuestrados en la embajada de Estados Unidos. Pero aquel asunto había dado origen a una estima hacia la nunciatura, que había afrontado la difícil cuestión desde un punto de vista humanitario, sin intervenir en el terreno político. Y esto había sido apreciado.

Después de otras etapas diplomáticas (Secretaría de Estado, Brasil), fue mandado usted a Hong Kong, punto de observación privilegiado sobre China Popular. Entonces estaba todavía muy difundida la idea de que una gran parte de la catolicidad china, presionada por las autoridades civiles, estaba abocada a crear una Iglesia nacional independiente. ¿Qué experiencias tuvo en este sentido?

Cuando yo era seminarista me impresionaron los testimonios de fidelidad al Evangelio que procedían de China. Había leído las memorias de Gaetano Pollio, el arzobispo de Kaifeng que había sido encarcelado y expulsado en los primeros años del régimen maoísta, que luego fue arzobispo de Otranto y más tarde de Salerno. Me asombraba que, en los sufrimientos, había servido a la Iglesia y amado al pueblo chino. Aquellos acontecimientos me volvían a la mente después de recibir el cargo en Hong Kong. Eran los años de la apertura propiciada por Deng Xiaoping. Ahora vemos claramente la amplitud de miras de Deng. La Santa Sede quería que su posición internacional no se identificara con Taiwán, donde hay una sede diplomática vaticana. Así pues en Hong Kong se había abierto una “Misión de estudio”, que se había de ocupar de China Popular, además de la entonces colonia británica y de Macao. Era el momento en el que también la Iglesia de China iba reorganizándose. La Santa Sede quería comprender como progresaba la situación, y manifestar su cercanía a los católicos chinos que mostraban su gran deseo de vivir su fe en comunión con el Obispo de Roma. Un vínculo de comunión que los obispos chinos habían seguido confesando también en las persecuciones.

Fernando Filoni recibe el birrete cardenalicio de manos del papa Benedicto XVI en el Consistorio del 18 de febrero de 2012 [© Paolo Galosi]

Fernando Filoni recibe el birrete cardenalicio de manos del papa Benedicto XVI en el Consistorio del 18 de febrero de 2012 [© Paolo Galosi]

¿Cómo consideraba las divisiones existentes en la Iglesia china entre los llamados “oficiales” y los “clandestinos”?

La división no era el resultado de dinámicas eclesiales, sino de circunstancias históricas y políticas. Era una situación de sufrimiento y de prueba. Y había que ayudar a la Iglesia de China, tanto al área llamada underground como a la no correctamente llamada “patriótica”, a mirar la situación con una perspectiva futura. Para que me entendieran yo decía entonces que la situación del catolicismo chino era comparable a un manantial cuya agua, en un momento determinado, encontraba un obstáculo en su fluir, se dividía en dos corrientes. Una parte buscaba la manera de seguir fluyendo abiertamente. La otra había encontrado la manera de fluir bajo la superficie de la tierra. Las dos corrientes, nacidas de la misma fuente, estaban de todos modos destinadas a volver a encontrarse en la unidad del mar. Y el mar –decía entonces– es el corazón de Dios. Las dos comunidades eclesiales, si hubieran seguido en la fe de los apóstoles, se hubieran vuelto a encontrar luego un día unidas en Cristo. Claro que desde que las dos corrientes se separaron ha habido muchas complicaciones. Pero creo que antes o después se llegará a una solución.

Luego, como nuncio, vivió usted la crucial experiencia en Irak, donde vivió los bombardeos

Estuve allí durante el primer período terminal del régimen de Sadam Husein, mientras se endurecían de manera increíble las sanciones de la ONU para doblegar al régimen. La voz de la Iglesia era profética. Repetíamos en todas partes solo lo que veíamos: que en realidad las sanciones afectaban al pueblo, no al régimen.

¿Cómo interpreta hoy las intervenciones militares en Irak y todo lo que siguió después, para aquella área del mundo y sobre todo para sus comunidades cristianas?

La guerra fue un error en sí misma. No se puede pensar que se puede exportar la democracia con la guerra. En aquel tiempo existían condiciones para las negociaciones. Sadam me había manifestado también a mí que esta era su petición. Pero como cada líder, especialmente en el mundo árabe, si se quería tratar con él no había que humillarlo. Faltó comprensión de la situación. Bajo el régimen los cristianos sufrían injusticias, como toda la sociedad. Pero el régimen, para mantener la paz interna, tutelaba por lo menos la libertad de culto. La guerra no se justificaba desde el punto de vista político y de la justicia internacional. Porque Irak no había tomado parte en los atentados del 11 de septiembre. Y la cuestión de las armas de destrucción masiva era un pretexto. Un mes antes del comienzo de los bombardeos, Sadam había conseguido de la asamblea de los jefes de tribu la aprobación de la ley con la que Irak se comprometía a no dotarse de armas de destrucción masiva. Todos decíamos que era importante que ocurriera esto, que era una señal de su disposición a colaborar. Pero no sirvió para nada. Evidentemente la guerra estaba ya decidida. Y ya entonces se comprendía que después iba a llegar el caos, la guerra ha desestabilizado no solo la pequeña comunidad cristiana, sino todos los aspectos de la vida del país, provocando decenas de miles de muertos. Esto es lo que aún hoy seguimos teniendo ante nuestra vista.

Después de un breve paréntesis en las Filipinas, fue llamado usted a Roma como sustituto en la Secretaría de Estado. ¿Qué puede decirnos sobre el ritmo del trabajo y sus modalidades?

El sustituto es uno de los primeros colaboradores del Papa. Responde directamente a él y al secretario de Estado. Para mí fue un período muy hermoso, sobre todo porque me dio la posibilidad de conocer de cerca a Benedicto XVI y de tener un contacto muy frecuente con él, que es un padre, un maestro, y es extremadamente amable. Son esas riquezas y esos dones de gracia que quien los ha recibido lleva siempre consigo. Y por los que solo se puede dar gracias a Dios. El ritmo y las modalidades requerían mucho esfuerzo, pero formaban parte del trabajo.

Ahora es usted prefecto de la Congregación para la Evangelización de los pueblos. ¿Cuáles son los criterios que le orientan en la tarea que le ha sido asignada?

La Congregación de Propaganda Fide está llena de historia. Quienes trabajan aquí tienen que sentir el gran legado de este dicasterio que fue y sigue siendo tan importante para ayudar a la vida de las Iglesias en todo el mundo. Su primera razón de ser es el anuncio del Evangelio en todo el mundo. Y puesto que la Iglesia ahora está arraigada en muchos de aquellos que antiguamente eran territorios de misión, Propaganda Fide sigue ofreciendo sus servicios a los obispos, los sacerdotes, los religiosos y los laicos de aquellas Iglesias particulares. De este modo contribuye a expresar la «solicitud del Papa por todas las Iglesias», una fórmula evocadora, que siempre me asombra. Andando el tiempo incluso las Iglesias más jóvenes adquieren consistencia en términos de seminarios, sedes, escuelas, universidades, asistencia sanitaria en las ciudades y los pueblos. El anuncio del Evangelio se expresa también abrazando las necesidades de los pueblos. Veo una antigua sabiduría en la decisión de confiar a Propaganda Fe el servicio y el cuidado en favor de las nuevas Iglesias no solo por lo que respecta a los aspectos estrictamente eclesiales, sino también a la hora de apoyar las obras materiales gracias a las Obras Misionales Pontificias, la red nacida de la intuición de Paulina Jaricot, la venerable que murió en la pobreza en las calles de Lyon precisamente hace quinientos años.

La propagación de la fe, ¿es asimilable a una estrategia de expansión cultural y religiosa?

La dinámica propia de la evangelización procede del mismo Cristo. Es Él, el enviado del Padre, quien mandó a sus discípulos a anunciar el Evangelio primero de dos en dos, y luego poniendo en sus manos plenamente este mandato de manera definitiva antes de la Ascensión. Las estrategias de expansionismo responden a una lógica comercial o política. El dinamismo interior de la fe, en realidad, no es paragonable a todo esto. Se puede ver en los Evangelios: cuando los primeros discípulos encontraron a Jesús no le pidieron otra cosa más que estar a su lado, conocerlo, escucharlo: «Maestro, ¿dónde vives?». «Venid y veréis». Y se quedaron con él. No había estrategia, no había idea de expansión, solo el deseo de conocerlo, porque nadie hablaba de Dios como él. Evangelizar es difícil. Lo sabía muy bien san Pablo y lo saben bien nuestros misioneros. La evangelización paga cada año un alto tributo incluso de sangre, pero nuestros misioneros, como el Apóstol de las gentes, tienen el consuelo de Dios, como san Pablo, el cual, después de innumerables persecuciones, vio en sueños al Señor que le decía: «¡Ánimo! Así como has dado testimonio de mí en Jerusalén, también es necesario que des testimonio de mí en Roma» (Hch 23, 11).

Como prefecto de Propaganda Fide, se encuentra usted de nuevo en la tesitura de tratar los acontecimientos de China. Los organismos gubernamentales siguen queriendo ejercer formas de control en el nombramiento de los obispos. ¿Cómo puede abordarse este problema?

Ha que abandonar la idea equivocada de que el obispo es un funcionario. Si no se sale de esta lógica, todo sigue estando condicionado por una visión política. Para ser funcionario de un partido o de un gobierno hay determinados criterios. Los utilizados para el nombramiento de los obispos son diferentes. Y hay que respetar esta peculiaridad. Lo que nosotros pedimos en todas partes, no solo en China, es que los obispos sean buenos obispos, dignos de la tarea que se les confía. Es decir, que sean hombres de Dios y también que sean capaces de tener una visión de conjunto de la vida de su Iglesia particular, para confirmar a los hermanos y ordenar sacerdotes en la fe y en la gracia de Dios. Se requiere una idoneidad particular, espiritual, y una madurez psicológica, que implica también equilibrio y prudencia. En la elección de obispos que se hace también en China son estos los criterios que dirigen el comportamiento de la Santa Sede. Sabiendo bien, naturalmente, que también los obispos son ciudadanos de su propio país, y que, como tales, han de ser leales con su patria, dando al César lo que es del César, pero no en perjuicio de dar a Dios lo que es de Dios. Como sucesores de los apóstoles, se les exige que sean fieles totalmente a la doctrina de la Iglesia. Esta no es una “orden” del Papa. Lo desean ante todo los fieles. Son los fieles los que en concreto juzgan luego la idoneidad y la dignidad de sus obispos: los aman o los marginan. El bien precioso que es lo más importante para el Papa y los pastores en China, y que nos pide el Señor, es el cuidado pastoral del pueblo de Dios, el cual en China posee un extraordinario sensus fidei, purificado por años de sufrimiento.

Benedicto XVI con el cardenal Filoni con motivo de la audiencia a los directores nacionales de las Obras Misionales Pontificias en la Sala Clementina, el 11 de mayo de 2012 [© Osservatore Romano]

Benedicto XVI con el cardenal Filoni con motivo de la audiencia a los directores nacionales de las Obras Misionales Pontificias en la Sala Clementina, el 11 de mayo de 2012 [© Osservatore Romano]

¿Cuál es la tarea de la Santa Sede para con la Iglesia en China?

La Iglesia es una realidad de comunión. No es una estructura verticalizada, en la que el único problema es hacer que pasen las órdenes que llegan de arriba. La tarea del magisterio no es afirmar ciertas ideas o convicciones del Papa o de los obispos. Su función propia es la salus animarum, es la de confirmar al pueblo de Dios en la fe y en la fidelidad a Cristo, es vivir, en la comunión con toda la Iglesia, en la fidelidad al Papa. En China como en todas partes, cuando surgen dificultades hay que intervenir, y a veces corregir si es necesario. Pero tampoco en este proceso nadie decide por sí mismo. Se necesita el consenso de los fieles, de los sacerdotes y de los obispos. La Iglesia vive en este mundo y camina en la historia. Es esencial que también en las relaciones con la realidad civil y política los obispos, los sacerdotes, los religiosos y los fieles ayuden a la Sede Apostólica ofreciendo elementos de valoración. Lo único que no se puede hacer es separar y contraponer el Sucesor de Pedro a los obispos, o bien a los sacerdotes contra los obispos, y mantener la unidad del pueblo de Dios. Aquí vuelve el tema de la Lumen gentium: si la Iglesia es Pueblo de Dios y Cuerpo de Cristo, no se pueden poner en contraposición los elementos que pertenecen tanto a su tradición como a su realidad viva.

Benedicto XVI ha convocado un Año de la fe. ¿De qué modo participará usted y su dicasterio en esta perspectiva solicitada por el Papa a toda la Iglesia?

Nosotros, como Congregación, afrontamos el Año de la fe en la perspectiva del primer anuncio. Y creemos que el Año de la fe es ante todo un año en el que hemos de rezar por la fe, es decir, hemos de pedir al Señor que nos la de. Sin esto, incluso todas nuestras obras y la red de ayudas que abarca todo el mundo, en especial el misionero, perderían su verdadera razón de ser. Por eso hemos pensado en una pequeña señal concreta: repartiremos un simple rosario cuyas cuentas intermedias entre una decena y la otra serán de distintos colores, representando los cinco continentes, como para significar que esa decena está dedicada especialmente a las exigencias de la evangelización y la fe en ese continente (los colores son: blanco para Europa, rojo para América, amarillo para Asia, azul para Oceanía y verde para África). Lo difundiremos por todo el mundo, recogiendo las peticiones y adhesiones también a través de internet. De este modo, quienquiera podrá rezar a la Madre de Jesús por el anuncio del Evangelio en todos los continentes. Me gusta pensar en la invitación que, en Canaán de Galilea, María dirigió a los criados: «Haced lo que él os diga». Si escuchamos esta invitación, estamos seguros de que el Señor no dejará que le falte a su Iglesia el mejor vino de la fe para todo el mundo.



Italiano English Français Deutsch Português