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ESTADOS UNIDOS
Sacado del n. 05 - 2012

Lo que nos convierte en una sola cosa


«Damos gracias a Dios con sencillez, porque ustedes y yo hemos sido invitados a la vida del Señor resucitado y tenemos el privilegio de encontrarlo cada vez que celebramos esta santa Eucaristía, esta santa misa»


por el cardenal Donald Wuerl


La santa misa celebrada por el cardenal Donald Wuerl, el 18 de abril de 2012, en la Basílica romana  de San Pedro in Vincoli con motivo de la peregrinación a Roma de la Fundación Papal [© Paolo Galosi]

La santa misa celebrada por el cardenal Donald Wuerl, el 18 de abril de 2012, en la Basílica romana de San Pedro in Vincoli con motivo de la peregrinación a Roma de la Fundación Papal [© Paolo Galosi]

 

Hemos venido juntos a esta antigua e histórica iglesia romana para que nuestra fe sea renovada. Es un gesto de fe personal el que esta mañana nos ha traído aquí, y aquí estamos porque lo necesitamos. Necesitamos escuchar una vez más la proclamación que está en el centro de nuestra fe: ¡Cristo ha resucitado!
El domingo de Pascua, con júbilo y regocijo, la Iglesia en todo el mundo repitió una vez más, como ha hecho durante veinte siglos: «¡Cristo ha resucitado!».
Hoy nosotros seguimos proclamándolo y hemos venido a celebrar la resurrección de Jesús por dos razones: reafirmar nuestra fe personal en la resurrección de Jesús y alegrarnos de lo que significa para cada uno de nosotros: una vida nueva en Cristo. Nosotros no estábamos en el sepulcro vacío de la Resurrección, por eso necesitamos escuchar de nuevo el testimonio de los que estuvieron presentes.
La piedra angular para todas esas generaciones y generaciones de testigos de la resurrección de Jesús está aquí en Roma, la ciudad de san Pedro; él, roca sobre la que se apoya nuestro testimonio.
En el contexto de la celebración de la Pascua celebramos también esta misa en honor de san Pedro, jefe de los apóstoles y vicario de Cristo. La voz, el mensaje y las enseñanzas de Pedro siguen resonando hoy en nuestros corazones, porque resuenan en todo el mundo. Pedro es la piedra angular de la proclamación de la Resurrección, y todos nosotros tenemos un vínculo especial con Roma, porque Pedro vive y ejerce su ministerio aquí. Nosotros, que venimos de distintos lugares de Estados Unidos, reconocemos la tarea única de Pedro.
Esta misa nos llama a la gran gratitud que debe colmar nuestros corazones: damos gracias a Dios por el don de la fe. La primera lectura de hoy, tomada de la primera Carta de san Pedro, nos dice cómo debemos mirar a los presbíteros, a aquellos que son ejemplo para la grey tanto por su fe como por su ministerio.
Somos gente de fe. Lo que nos identifica como comunidad es precisamente el don de la fe, por el que cada uno de nosotros debe estar profundamente agradecido. Y como gente de fe reconocemos el gran don de Jesús: su Iglesia, su nuevo cuerpo. Cuando damos gracias a Dios por sus numerosas bendiciones, incluimos el don de la Iglesia, presencia de Cristo que continúa en el mundo de hoy. Y damos gracias también por nuestro Santo Padre, cabeza visible de la Iglesia, piedra angular de nuestra fe y de nuestra unidad.
El mes de noviembre de hace dos años tuve el gran privilegio de concelebrar con él en la Basílica de San Pedro. El día antes me había entregado la bula papal con la que me nombraba titular de esta antigua e histórica iglesia [San Pedro in Vincoli, en Roma, de la que el cardenal Wuerl es arzobispo titular, n. de la r.]. Es una de las dos únicas Iglesias antiguas de Roma que llevan el nombre de Pedro – San Pedro en el Vaticano y San Pedro in Vincoli. Aquella ceremonia subrayaba muy bien los vínculos que cada cardenal tiene con Roma –como sacerdote de una parroquia romana– y con el obispo de Roma, Pedro.
Hace cuatro años, en cambio, fue el Santo Padre quien vino a Estados Unidos, y en el National Park de Washington comenzó la celebración eucarística diciéndonos: «En el ejercicio de mi ministerio de Sucesor de Pietro, he venido a América para confirmaros, queridos hermanos y hermanas, en la fe de los Apóstoles (cf. Lc 22, 32).».
Hoy hemos devuelto la visita. Y venimos a profesar nuestra fe, nuestra lealtad y nuestro amor al Sucesor de Pedro.
Hoy nuestra celebración es una señal visible de la comunión de fe difundida en todo el mundo y de cómo está anclada en Roma, donde Pedro vive ahora y lleva el nombre de Benedicto XVI. Pero es mucho más lo que nos convierte en una sola cosa. Mientras terminamos estas reflexiones sobre la Palabra de Dios y nuestra visita a Roma nos acercamos al Señor resucitado, que está con nosotros presente en la Eucaristía. El Evangelio nos dice que Jesús se sentó a la mesa con los discípulos, luego «tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron». Después de que el celebrante muestra la hostia consagrada y el cáliz de la Preciosísima Sangre a los fieles, hace la genuflexión de reverencia y se une al pueblo con una de las expresiones que manifiestan el corazón de nuestra fe católica: «Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas».
Nuestra fe nos enseña que «cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de su Señor, se hace realmente presente este acontecimiento central de salvación y se realiza la obra de nuestra redención» (Ecclesia de Eucharistia, 11). Por este motivo podemos con razón hablar de la misa como de la fuente y el culmen de nuestra vida cristiana.
En la misa de hoy reconocemos y proclamamos que, por ser miembros de la Iglesia en comunión con Pedro y sus sucesores, nosotros no sólo escuchamos la Buena Nueva de que Cristo ha resucitado, sino que realmente lo reconocemos al partir el pan y participamos del misterio de su muerte y resurrección, en la Eucaristía.
Demos gracias a Dios con sencillez, porque ustedes y yo hemos sido invitados a la vida del Señor resucitado y tenemos el privilegio de encontrarlo cada vez que celebramos esta santa Eucaristía, esta santa misa.
Al mismo tiempo le pedimos a Dios que siga bendiciendo a la Iglesia de Roma –a la que ahora estamos vinculados de manera especial gracias a esta iglesia de San Pedro in Vincoli – a sus fieles y a su supremo pastor, Benedicto XVI, Pedro hoy.

 


(Preparado por Giovanni Cubeddu. El texto de esta homilía pronunciada en San Pedro in Vincoli, Roma, el 18 de abril de 2012, ha sido revisado por el autor para
30Giorni)



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