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EDITORIAL
Sacado del n. 05 - 2005

Recordando a Moro



Giulio Andreotti


Enrico Berlinguer, secretario del PCI, estrecha la mano
a Aldo Moro, presidente de la DC, el 20 de mayo de 1977

Enrico Berlinguer, secretario del PCI, estrecha la mano a Aldo Moro, presidente de la DC, el 20 de mayo de 1977

El día del 27º aniversario del asesinato de Aldo Moro fue presentado, en el Instituto Sturzo, el exhaustivo ensayo del historiador Agostino Giovagnoli, titulado Il caso Moro, escrito utilizando todas las fuentes posibles, incluido el archivo del Instituto, que contiene entre otras cosas una larga serie de testimonios de quienes vivieron en primera persona aquellas trágicas y largas semanas.
Encontramos de nuevo formulada, aunque blandamente, la crítica al Estado por no estar adecuadamente preparado tanto para prevenir el ataque de las Brigadas como para hacerle frente. Pese a que ya había habido acciones muy duras, con muertes y disparos a las piernas en todas las direcciones y a todos los niveles.
Habríamos tenido que comprender que los violentos iban a atacar en las más altas esferas. Ya entonces se criticó que Moro viajara en un coche no blindado. Puedo decir, sobre el tema, que cuando (29 de julio de 1976) relevé a Moro en la Presidencia del Gobierno, mi chófer se negó a conducir el coche blindado argumentando que era muy pesado conducirlo en ciudad. La sacó del garaje sólo la tarde del 16 de marzo de 1978.
En cuanto a la carencia de información válida sobre todos los ciudadanos y sus domicilios, no olvidemos que no sólo estamos en un Estado auténticamente democrático, sino también que la opinión pública es reacia a todas las limitaciones de la privacidad y la plena libertad. No hay más que pensar en las reacciones cuando el gobierno Rumor, en 1975, promulgó la Ley Reale (que lleva el nombre del Ministro de Justicia, Oronzo Reale) con la posibilidad de retener al detenido durante cuarenta y ocho horas antes de la intervención del magistrado. Recuerdo el duro ataque aparecido inmediatamente en el editorial de La Stampa de Turín; y el escaso margen por el que fue rechazado el referéndum abrogativo pese al apoyo político en su defensa, por una vez , tanto de los democristianos como de los comunistas. El margen era tan pequeño (el resultado fue el mismo en lo que atañe a la ley sobre la financiación de los partidos) que Berlinguer se asustó y el pobre presidente Leone se vio obligado a dimitir.
La misma acusación de escasa vigilancia se les hizo a los Estados Unidos tras el trágico 11 de septiembre de 2001; gravísimas acusaciones a la Policía y a los Servicios porque un núcleo de delincuentes árabes había podido vivir tranquilamente y realizar los cursos de piloto.
Mucho se criticó en Italia también en 1978. Sobre lo poco adecuado de nuestros Servicios de información. Bastará recordar de qué manera se lapidó políticamente al general De Lorenzo por la existencia de un número de fichados considerado excesivo. Quizá para provocarnos a los democristianos algunos se rasgaron las vestiduras porque entre los fichados había un obispo austriaco residente en Roma (que, además, había dado alojamiento a jerarcas nazis en retirada). Pero no pretendo dar testimonio de validez de los Servicios, dentro de los que, a propósito, había quienes nos consideraban ilusos porque creíamos que sólo con las reglas democráticas podíamos defendernos del peligro comunista.
Planeaba sobre el “caso Moro” sin duda alguna, y ante todo, la reacción interna (y quizá también externa) en el Partido Comunista, que en 1976 había dejado pasar un gobierno monocolor, presidido por mí, abandonando la oposición, que duraba ininterrumpidamente desde mayo de 1947. Esta era la primera concretización de la línea Moro-Berlinguer, definida de solidaridad nacional, mejor que de compromiso histórico.
Diré sobre este particular que si Berlinguer había de hacer frente a la reacción de Moscú, Moro estaba muy preocupado por la dificultad de Washington de comprender la ortodoxia por así decir atlántica de estos acuerdos. Ignoraba (y nunca lo supo) lo que había ocurrido precedentemente cuando había sacado adelante los gobiernos de centroizquierda y temía la incomprensión del otro lado del Atlántico (hasta el punto de rogarme que me quedara en Defensa para atenuar el impacto). Solo después de muchos años se sabría que los americanos habían tratado ya directamente con un emisario socialista (el diputado Pieraccini), concordando también un plan de ayudas para sustituir a las que, a través del PCI, ofrecían los rusos.
Podría parecer pertinente la observación de que debido al espectacular atentado de la calle Fani, nosotros sobreestimamos la consistencia de las Brigadas. Lo que salió a relucir luego fue un cuadro dirigente y una tropa bastante exiguos.
El día del 27º aniversario del asesinato de Aldo Moro fue presentado, en el Instituto Sturzo, el ensayo de Agostino Giovagnoli, escrito utilizando todas las fuentes posibles, incluido el archivo del Instituto, que contiene entre otras cosas una larga serie de testimonios de quienes vivieron en primera persona aquellas trágicas y largas semanas
¿Tenían ya decidido desde un primer momento sacrificar a Moro o pensaban poder conseguir con las conversaciones la liberación de sus compañeros detenidos? Las cartas de Moro ayudan solo a reconstruir los dos tiempos: en el primero, el propio Moro pensaba llevar al gobierno a las conversaciones (lo que significaba el reconocimiento político de la franja de izquierda que se oponía al PCI) también mediante la mediación del Papa, muy ligado a él desde los años de la FUCI. Cuando comprendió que no sería posible, trató de convencer a sus carceleros de que estaría de su parte castigando a la pérfida DC así como también a Berlinguer y compañía. Esta versión está atestiguada, pienso yo, por una prueba segura. En una de las últimas misivas le pide a la Cámara que se le incluya en el grupo mixto desde el grupo de la DC. Pienso que cuando el 9 de mayo le hicieron recoger su ropa, él pensó que le ponían en libertad. Un condenado a muerte no se ocuparía nunca de pertenecer a uno u otro grupo parlamentario.
El episodio de la falsa comunicación con la indicación del lago de la Duquesa fue aclarado posteriormente. Convencido de que el gobierno no podía acceder a las conversaciones, el Santo Padre dispuso ofrecer una fuerte suma para conseguir el rescate. Nosotros no solo no nos opusimos sino que incluso llegamos a tener ciertas esperanzas de que la iniciativa tuviera éxito, sobre todo cuando supimos que habían encontrado la calle (a través del capellán de la cárcel milanesa de San Vittore). Posteriormente, cuando murió el sacerdote y ya no era de temer el riesgo de la contestación constitucional del secreto de confesión, se supo que se trató de un engaño. La “prueba” que había pedido el emisario vaticano para cerrar las negociaciones se había dado con el preanuncio de un dramático comunicado (falso) según el cual el cadáver de Moro yacía en las aguas del lago de la Duquesa. Las BR declararon inmediatamente que el comunicado era falso, y en el lago se encontró efectivamente otro muerto, totalmente ajeno a la historia.
El 9 de mayo –singular coincidencia–, cuando habían de cobrar el rescate, Moro era asesinado y su cadáver encontrado cerca de la calle de Botteghe Oscure.
¿Es cierto que habría bastado la liberación de un único brigadista para salvar a Moro, y que el presidente Leone estaba dispuesto a conceder la gracia a la brigadista Besuschio? La respuesta es negativa porque esta señora, aunque hubiera recibido la gracia, estaba procesada también por otro delito que comportaba la orden de arresto obligatoria, por lo que habría sido una inútil provocación fingir que se la liberaba.
El que no se cediera a los brigadistas se debió, según algunos, especialmente a los comunistas, de los que habría dependido la frágil Democracia Cristiana. No es cierto. Como tampoco es verdad que en aquel cruel 9 de mayo Fanfani estuviera a punto de convencer a la DC de cambiar de rumbo aceptando las conversaciones. Salvo poquísimas voces discordantes, los democristianos –gobierno y partido– estuvieron siempre de acuerdo en no amainar la bandera. Además, si para salvar a cualquiera de nosotros hubiéramos faltado a nuestros deberes, la reacción moral de las familias de todas las víctimas de las Brigadas habría sido incontenible. Una de las viudas de la calle Fani nos llamó por teléfono para decirnos que se daría fuego frente a la sede de la DC.
Ni los años transcurridos ni los muchos cambios vividos amortiguan aquella dolorosa experiencia de 1978. La DC, al contrario de lo que Aldo había defendido fieramente desde su escaño, se dejó procesar. Y se extinguió.
Sin Moro, el sabio proyecto político que él había construido era, de todos modos, irrealizable.


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