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ONU
Sacado del n. 06 - 2005

Notas desde el Palacio de Cristal

Una contribución que se esperaba




Quienes han seguido la actividad diplomática multilateral del Vaticano se interrogan naturalmente sobre el modo en que la misma proseguirá bajo el nuevo Pontífice, sobre cuáles serán sus directrices e, incluso, sobre el asunto de si también en la Asamblea del Palacio de Cristal, en Nueva York, se podrán encontrar indicios de esa “novedad en la continuidad”.
Es cierto que durante la primera audiencia (en francés) del papa Ratzinger con el cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, el 12 de mayo, suscitó gran interés la mención que hizo el Pontífice «de las naciones con las que la Santa Sede aún no tiene relaciones diplomáticas» y la expresión de su «gratitud» a esas naciones por haberse sumado a las manifestaciones con motivo de la muerte de Juan Pablo II y de su elección. Que había una referencia, además, a la China continental era evidente.
Como también fue evidente que las acciones y la herencia del papa Wojtyla no se pueden contener en pocas frases. Esto se había visto en los numerosos saludos de despedida tributados a Juan Pablo II por todos los líderes de la ONU, desde Kofi Annan hasta el presidente de la Asamblea Jean Ping y los oradores que habían tomado la palabra en representación verdaderamente de todo el planeta. Porque Juan Pablo II, se puso de relieve, combatió el capitalismo salvaje en el oeste y el comunismo en el este, dio voz a quien en el sur está condenado a vivir con menos de un dólar al día y difundió la cultura de la vida en el norte desarrollado. Es de Juan Pablo II el deseo de que la ONU se convierta en un centro moral, capaz de transformar el mundo en una familia de naciones. Lo cual, traducido, significa estar en favor de la paz, de los más débiles y pobres.
¿Cómo compaginará esta herencia el nuevo Pontífice?
Benedicto XVI, apenas elegido, dijo que quería vincularse idealmente a Benedicto XV –«que guió a la Iglesia en un periodo agitado a causa de la primera guerra mundial»– y, de esta manera, poner su ministerio «al servicio de la reconciliación y la armonía entre los hombres y los pueblos». Reconciliación, pues.
Tampoco pueden existir dudas, a la luz de las primeras declaraciones de Benedicto XVI, de que la dignidad humana, base de cualquier consideración o acción política, recibirá el mismo interés y empeño que le diera el Papa anterior y, por tanto, se manifestará sin duda su voluntad de pronunciarse sobre los problemas de la bioética, por ejemplo la clonación, una cuestión candente en el Palacio de Cristal.
Si Benedicto XV fue el papa que intentó evitar «la inútil masacre», tratando con quien en el mundo quería la guerra, su homónimo sucesor, en lo que toca a la ONU, se encuentra ya frente al intento imponente de reforma del sistema mundial; un intento en el que la paz, la seguridad y el desarrollo son al mismo tiempo criterios y urgencias inderogables. La Iglesia no puede condicionar unilateralmente la actividad de la ONU, pero nadie duda de que la viva inteligencia del Pontífice encontrará el modo de dar esa contribución que se espera de la Iglesia católica para la paz y contra la pobreza en el mundo. El «desierto de la pobreza», por lo demás, fue inmediatamente evocado por Ratzinger en la homilía con la cual inauguró su ministerio el 24 de abril, prefigurando su voluntad de impulsar el magisterio social y la acción caritativa también a través de organismos internacionales como las Naciones Unidas.
En lo que concierne al mantenimiento de la paz, los diplomáticos de Benedicto XVI, siguiendo la línea del “no” a la guerra como instrumento político, podrán ofrecer a Kofi Annan un sincero respaldo ideal.
En efecto, en marzo, el secretario general publicó un informe en el que traza el camino de la reforma de las Naciones Unidas, en el 60 aniversario de su nacimiento. A propósito del uso de la fuerza en las relaciones internacionales (incluido el delicado caso de la “intervención humanitaria” preventiva), Annan solicita que se llegue a una resolución ad hoc del Consejo de Seguridad, que establezca los criterios que se han de seguir en el futuro. Estos criterios –que Annan enuncia por extenso: seriedad de la amenaza; justo propósito en el uso de la fuerza, previa consideración de medios alternativos a la misma; proporción entre la fuerza y la amenaza; razonable esperanza de éxito si se usan las armas– son en ictu oculi idénticos a los que aparecen expresados en el Catecismo de la Iglesia Católica, como herencia de san Agustín y de los Padres de la Iglesia. Aplicando estos criterios a la realidad, el representante vaticano ante la ONU no perdió ocasión, –en mayo a propósito del delicadísimo compromiso de lograr que la conferencia de revisión del Tratado de no proliferación nuclear obtuviera un resultado positivo– de afirmar que, en el siglo XXI, la paz no puede basarse en la disuasión nuclear y que la respuesta a la amenaza del terrorismo «no debe producir males y desórdenes más graves que el mal que se quiere eliminar».




G. C.



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