EDITORIAL
Sacado del n. 09 - 2005

El pasado


Sin referirme a nada en especial, recuerdo la pomposa advertencia que figuraba entre las máximas del ventenio: «Aquí no se hace política, se trabaja». Inmediatamente después Pietro Nenni contraatacó con su «Politique d’abord». Es conveniente aquí referirse a la áurea máxima latina: «In medio stat virtus»: la posición justa está en el medio.


Giulio Andreotti


Alcide De Gasperi

Alcide De Gasperi

Los actos conmemorativos en el cincuentenario de la muerte de De Gasperi concluyeron (salvo el que se está celebrando en Florencia y otro programado en Sicilia) el pasado mes de agosto.
Junto a las manifestaciones programadas por la Provincia de Trento y la Fundación que lleva el nombre del presidente, ha habido muchas iniciativas, todas ellas con un resultado muy positivo sin duda alguna. Especialmente porque se ha conseguido despertar el interés de la juventud, especialmente la universitaria.
Son muchos quienes hoy dicen que los jóvenes no se interesan por la política, cosa cierta incluso a nivel local. Pero quizá son muchos los que están empezando a sentir curiosidad por la recurrente y petulante desvalorización en bloque de todo el pasado, algo que ocurre cotidianamente. En general se llega a decir que el error consistió en querer verlo todo en clave política.
Sin referirme a nada en especial, recuerdo la pomposa advertencia que figuraba entre las máximas del ventenio: «Aquí no se hace política, se trabaja». Inmediatamente después Pietro Nenni contraatacó con su «Politique d’abord». Es conveniente aquí referirse a la áurea máxima latina: «In medio stat virtus»: la posición justa está en el medio. La política no lo es todo, pero sin política la vida pública se vuelve estéril y no construye.
Puede que precisamente este mensaje degasperiano haya sido recibido. Entre otras cosas con el planteamiento nuevo de un estrecho vínculo entre la política interior y la exterior; viéndose esta última no sólo como apoyo internacional, sino también como conexión comunitaria.
Adoptando una postura preconcebida y global, los partidos de izquierda no sólo no compartieron el europeísmo y la conexión atlántica, sino que votaron incluso contra las reformas sociales por las que la DC se había comprometido en las determinantes elecciones de la primera legislatura (18 de abril de 1948). Paradójicamente, votando contra la reforma agraria de 1950, los comunistas se encontraron codo con codo con los grandes propietarios que defendían sus latifundios.
Puede que en este recuerdo histórico estribe quizá la explicación de una de las manifestaciones más incisivas del cincuentenario. Asistí con emoción a la dedicación de una plaza de Grosseto a Alcide De Gasperi, decidida por el ayuntamiento de esa ciudad. Grandes fotografías recordaban que en 1952 el presidente fue a Grosseto para distribuir los certificados de propiedad a los beneficiarios de la reforma. Los supervivientes allí presentes con sus hijos y nietos no estaban solo celebrando, sino dando una explicación visual del porqué las orientaciones de una parte destacada de la población han ido cambiando para mejor. Por lo demás, De Gasperi no pudo felicitarse por ello ya que solo veintitrés años después de su muerte los comunistas reconocieron que «el Pacto Atlántico y la Comunidad Europea son los puntos de referencia fundamental de la política exterior italiana».
En otra jornada del cincuentenario, una gran ciudad de Emilia ­–Parma– le dedicó a De Gasperi un nuevo y hermoso puente. Alguien recordó en aquella ocasión que cuando en mayo de 1947 el presidente dejó a las izquierdas fuera del gobierno, trató –aunque sin conseguirlo– de mantener ad personam en el Ministerio de Transportes al ingeniero de Parma Giacomo Ferrari, entonces llamado maliciosamente “comunista degasperiano”. Hablando más en general, hemos de recordar de aquel momento tan tenso e incisivo que los trabajos institucionales de la Asamblea Constituyente en ningún momento quedaron interrumpidos por aquel giro político-gubernamental. A finales de año, la Constitución fue votada casi por unanimidad.
Pese a su firmeza en las posiciones políticas fundamentales, De Gasperi se inspiraba en una concepción muy precisa y justa de la lucha política: los antagonistas eran adversarios, no enemigos. Quizá el sistema proporcional por el que se regía la representación parlamentaria favorecía esta concepción. El bipolarismo, con el propósito de simplificar y otorgar solidez al sistema, ha terminado levantando un muro que no es el de Berlín, sino que está más cerca del que se está construyendo en Palestina.
Mientras escribo no está todavía claro si se volverá al sistema proporcional; y es que además, mientras el proyecto histórico de Forza Italia (propuesta de ley Urbani-Tremonti-Tomassini) copiaba el sistema alemán –proporcional puro con un techo mínimo del 5 por ciento–, la nueva propuesta se inspira en la reestructuración global de colegios y en otras peculiaridades, por lo que no ha sido bien recibida ni por los partidos del gobierno ni por el centroizquierda. El propio Berlusconi, presuponiendo un techo mínimo del 10 por ciento (claramente contra la contestataria UDC), ha provocado la incrédula reacción de la Liga Norte. Añádase a ello el que Prodi se ha manifestado a favor del status quo, sin preocuparse de las convicciones proporcionalistas de Fausto Bertinotti.
Quizá convenga recordar aquí que la moderación es una virtud; y que el compromiso, si es inaceptable sobre los principios, en lo restante, tanto en la vida pública como en la privada, es la única actitud que permite progresar.
Sin referirme a nada en especial, recuerdo la pomposa advertencia que figuraba entre las máximas del ventenio: «Aquí no se hace política, se trabaja». Inmediatamente después Pietro Nenni contraatacó con su «Politique d’abord». Es conveniente aquí referirse a la áurea máxima latina: «In medio stat virtus»: la posición justa está en el medio... ... La política no lo es todo, pero sin política la vida pública se vuelve estéril y no construye. Puede que precisamente este mensaje degasperiano haya sido recibido. Entre otras cosas con el planteamiento nuevo de un estrecho vínculo entre la política interior y la exterior; viéndose esta última no sólo como apoyo internacional, sino también como conexión comunitaria



También se ha evocado la límpida laicidad de De Gasperi. Ciertos ensayos de historia (véanse, por ejemplo, los diarios del cardenal Pavan, preparados por Andrea Riccardi) ayudan a comprender lo mucho que esto le costaba. Especialmente con Pío XII, que era conceptualmente contrario a las coaliciones gubernamentales: primero a la del Comité de Liberación Nacional con las izquierdas y luego la de centro con partidos conceptualmente discordantes con el mundo cristiano.
No era solo el Papa en persona. Cuando más tarde, a nivel gubernamental e incluso institucional, se intensificaron las relaciones con el gobierno soviético (manteniéndolas bien separadas de la relación que entre sí tenían los partidos comunistas), se difundieron los malhumores en el campo eclesiástico. Hasta el punto de que L’Osservatore Romano se vio obligado a explicar que el cardenal Ottaviani expresaba ideas personales suyas.
Del cardenal Ottaviani (por lo demás excelente sacerdote romano) he recordado ya otra vez un episodio. Poco antes de la reapertura de los clubs Rotary, cerrados por el fascismo, el cardenal me telefoneó para que aconsejara al presidente que no fuera, dado que se trataba de una iniciativa procedente de grupos opuestos a nosotros. Naturalmente no le dije nada a De Gasperi, y años después, participando en un almuerzo del Rotary en honor del propio cardenal Ottaviani, se lo recordé, sin malicia. Por lo demás, con ocasión de un encuentro internacional celebrado por los propios socios del club, los sacerdotes socios concelebraron una solemne misa en San Pedro.
El tiempo ayuda a corregir prejuicios y a acercar posiciones.
Simbólica y cordialísima fue siempre la relación personal de De Gasperi con monseñor Montini, de cuyo padre había sido colega en la Cámara de Diputados, y ambos expulsados en la gran “purga” de 1925.
Por lo demás, aunque con menor intensidad y sin raíces comunes particulares, la relación con monseñor Tardini fue también de gran comprensión y estima recíproca.
He de recordar, además, que las diferencias conceptuales con Pío XII no significan de ningún modo ninguna opinión negativa del Papa. Existe un documento muy elocuente sobre el tema. El 11 de febrero de 1949, en el 20 aniversario de la Conciliación, De Gasperi fue recibido solemnemente en el Vaticano. Saltándose el protocolo (según el cual solo hay discurso ante jefes de Estado), Pío XII le dirigió un bellísimo discurso. Le pregunté a monseñor Dell’Acqua quién lo había escrito, y me dieron una fotocopia del texto, manuscrito personalmente por el Pontífice, quien, quizá por encontrarlo no suficientemente caluroso, había escrito en el margen un añadido de elogio.
Hay otro episodio de menor alcance pero igualmente significativo. Hubo un día en el Palacio Apostólico una representación privada del célebre trabajo de Claudel La Anunciación a María. En la lista de los poquísimos invitados figuraban precisamente el presidente De Gasperi y la señora Francesca. Yo pude ver con qué cordialidad trató el Papa a De Gasperi.
La inauguración de la plaza Alcide De Gasperi en Grosseto, el 21 de diciembre de 2004

La inauguración de la plaza Alcide De Gasperi en Grosseto, el 21 de diciembre de 2004

Tampoco hay que olvidar que (gracias a un apunte mío que le hice llegar a través de sor Paschalina) cuando fue posible informar directamente al Papa de que la Operación Sturzo, orquestada en su nombre antes de las elecciones romanas de 1952, comportaba una gravísima crisis política con la dimisión del gobierno De Gasperi, Pío XII ordenó inmediatamente que la misma quedara archivada. Pero hay más. Habiendo hecho saber el presidente que estaba dispuesto él mismo a presentarse en las municipales, el Papa le agradeció el gesto, pero dijo: «Faltaría más que pusiéramos en crisis a De Gasperi».
Cuando dos años después murió el presidente, además del pésame oficial, el Santo Padre envió desde Castel Gandolfo a Sella di Valsugana al director de las Villas Pontificias, Emilio Bonomelli, para expresar a la familia su calurosa participación.
Dentro de pocas semanas saldrá mi diario 1948, con la documentación del directo compromiso del Papa y de la Iglesia por la elección política de los italianos (primera legislatura republicana), afrontando a cara descubierta al Frente comunista-socialista, cuya victoria habría supuesto abrir las puertas de Italia a la influencia soviética y, por consiguiente, al seguro riesgo de persecución religiosa. Superada esta fase, el compromiso será cada vez menos evidente, y el enfrentamiento tiene lugar no ya sobre el ordenamiento político, sino sobre algunos principios, empezando por la defensa de la vida y la importancia fundamental del matrimonio y la familia.


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