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CRISTIANISMO
Sacado del n. 05 - 2003

«La teologización de la política se convertiría en ideologización de la fe»


La intervención del cardenal prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe en el congreso “El compromiso y la conducta de los católicos en la vida política”, celebrado en Roma el 9 de abril de 2003 y organizado por la Universidad Pontificia de la Santa Cruz


por Joseph Ratzinger


Joseph Ratzinger

Joseph Ratzinger

Resisto a la fuerte tentación de responder a las interesantes observaciones y reflexiones del senador Francesco Cossiga, y me limito a introducir la “Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política”, para indicar cuál es la posición básica de este documento que habla en primer lugar a los católicos –porque sólo estos tienen una relación de fe con la Santa Sede–, pero que naturalmente quiere hacer pensar a todos. Según Paul Ricoeur hacer pensar es lo más noble que la filosofía puede obtener, y por tanto queremos hacer pensar sin imponer nada. De todos modos, la posición descrita en nuestro documento se podría resumir así: para nosotros, es decir, para la convicción de la Iglesia católica de todos los tiempos, la política pertenece a la esfera de la razón, la razón común a todos, la razón natural. La política, pues, es un trabajo que implica el uso de la razón y ha de estar gobernada por las virtudes naturales, que muy bien describió la antigüedad griega, las cuatro virtudes cardenales: prudencia, templanza, justicia y fortaleza.
La convicción de que el ámbito de la política es el ámbito de la razón común, que debe desarrollarse en la recíproca comprensión y que debe comportar también la iluminación de la razón, implica la exclusión de dos posiciones.
Ante todo excluye la teologización de la política, que se convertiría en ideologización de la fe. La política, en efecto, no se deduce de la fe, sino de la razón, y la distinción entre la esfera de la política y la esfera de la fe pertenece precisamente a la tradición central del cristianismo: la encontramos en la palabra de Cristo «Dad al emperador lo que es del emperador, a Dios lo que es de Dios». En este sentido el Estado es un Estado laico, profano, en sentido positivo. Pienso, por ejemplo, en las hermosas palabras de san Bernardo de Claraval al Papa de aquel entonces: «No pienses que tú eres el sucesor de Constantino; no eres el sucesor de Constantino, sino de Pedro. Tu libro fundamental no es el Código Justiniano, sino la Sagrada Escritura».
Este, digamos, justo carácter profano, o laico de la política, que excluye por tanto la idea de teocracia, de una política determinada por el dictado de la fe, excluye, por otra parte, también el positivismo y empirismo que es una mutilación de la razón. Según esta posición la razón sería capaz de percibir sólo las cosas materiales, empíricas, comprobables o falsificables con métodos empíricos. La razón, pues, sería ciega en lo que se refiere a los valores morales y no puede juzgarlos, porque entran en la esfera de la subjetividad, y no en la de la objetividad de una razón limitada a lo comprobable, a lo empírico y a lo positivista. Semejante mutilación de la razón que se limita a lo que puede constatarse, a lo empírico, a lo comprobable y a lo falsificable según métodos materiales, destruye la política y, como decía el senador Cossiga, la reduce a una acción puramente técnica, que debería seguir simplemente las corrientes más fuertes del momento, sometiéndose por tanto a lo transitorio y también a un dictado irracional. Y este es el otro compromiso de nuestro documento: si por un lado excluimos una concepción teocrática e insistimos en la racionalidad de la política, por el otro, excluimos también un positivismo según el cual la razón es ciega ante los valores morales, y estamos convencidos de que la razón tiene la capacidad de conocer los grandes imperativos morales, los grandes valores que deben determinar todas las decisiones concretas.
En este sentido me parece que interviene también cierto vínculo entre fe y política: la fe puede iluminar la razón, puede sanar, curar una razón enferma. No en el sentido de que este influjo de la fe traslada el ámbito de la política desde la razón a la fe, sino en el sentido de que restituye la razón a sí misma, a su propio ámbito, ayuda a la razón a ser sí misma, sin enajenarla.
Las indicaciones que aparecen en nuestra Nota a los políticos católicos, respecto a los valores que hay que defender contra mayorías de un momento, no quieren ser una intromisión en la política por parte de la jerarquía. Quieren ser una ayuda necesaria a la razón de modo que sobre todo los políticos creyentes puedan, en el debate político, ayudar a una evidencia común y de este modo a una presencia real y concreta de los valores que deben gobernar a cada uno en la política. Gracias.



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