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KENIA
Sacado del n. 07/08 - 2005

En la muerte de un obispo misionero


El 14 de julio fue asesinado en Kenia monseñor Luigi Locati, vicario apostólico de Isiolo. La figura del obispo misionero. Las primeras investigaciones sobre su asesinato


por Davide Malacaria


Benedicto XVI con monseñor Luigi Locati, el 25 de mayo de 2005

Benedicto XVI con monseñor Luigi Locati, el 25 de mayo de 2005

También ese día había terminado con sus alegrías y sus penas. Y como los demás días acababa con la cena en el centro pastoral, un saludo y luego a casa. Un trayecto que había hecho mil veces: cien metros, más o menos. Como otras veces le seguían los dos guardias nocturnos, encargados de vigilar las estructuras del vicariato, porque había recibido amenazas. Los agresores aparecieron de repente, no se sabe de dónde salieron. A golpes de bastón y machete redujeron primero al guardia más cercano y luego al otro. Parece que él intentó huir, sin lograrlo. Fue alcanzado por varios disparos. La voz de la agresión corrió rápida entre la pequeña comunidad que se estrechó en torno a monseñor Luigi Locati. La esperanza duró el tiempo del traslado al hospital local, donde el obispo falleció. Era el 14 de julio; nueve días más y don Luigi, como le seguían llamando sus viejos parroquianos, hubiera cumplido 77 años. Dicen que en esos momentos, los instantes antes de la muerte, se pasa revista a toda la vida. Dicen. Si es verdad, quién sabe qué pasó por su mente en esa hora. Quizá su infancia en Vinzaglio, el pueblito de la diócesis de Vercelli donde había nacido, o quizá el pequeño santuario campestre dedicado a la Virgencita de la Nieve, donde iba a rezar con monseñor Natalino Pescarolo, obispo de Cuneo, y donde, confiesa Pescarolo al periódico de la diócesis de Vercelli, en el corazón de los dos, entonces monaguillos en iglesias distintas, floreció la vocación común. Tal vez pensó en su seminario, o en aquel 29 de junio de 1952, día de su ordenación. Y en los once años pasados como vicepárroco en Santa María la Mayor de Vercelli. Un cura como muchos otros: enérgico, decidido, afable, querido por sus parroquianos, atento a la misa y a la confesión. Sor Maria Loreta recuerda conmovida aquellos años, porque entonces don Luigi era capellán de las religiosas de San Eusebio y a menudo iba a visitarlas. Así que cuando se fue a África las quiso a su lado. Sí, África. Es posible que pensara en aquel octubre de 1962, cuando, dejando tras de sí el pasado, salió hacia Kenia. Sacerdote fidei donum de la diócesis de Vercelli catapultado en el norte de ese país, territorio abandonado por todos, incluido el gobierno. ¿Cómo es posible que no haya pensado en aquel día? Desde entonces era su tierra y los africanos su gente. Durante 43 años, de los cuales 41 pasados en Isiolo. «Cuando llegó él, en Isiolo no había más que un puñado de cabañas… Los cristianos eran pocas decenas», recuerda sor Maria Loreta: «Ahora son miles. La primera iglesia la construyó en Isiolo, pero ahora hay iglesias en todas las aldeas del vicariato y muchas se han convertido en parroquias». La última, la que hizo erigir en Kenna, debía ser su última destinación, después de la llegada de su sucesor. Así se lo confesó a sor Maria Loreta. Porque él ya había superado el límite de los 75 años y esperaba un sucesor. Monseñor Ambrogio Ravasi, obispo de Marsabit, afirma que hacía poco que había recibido aseguraciones sobre esto; y era feliz. La diócesis de Marsabit, poco antes del asesinato del prelado, había sido teatro de un sangriento enfrenamiento entre dos etnias que había causado la muerte de más de setenta personas, entre ellas decenas de niños. Al principio se pensó que los dos hechos estaban relacionados. «No tienen nada que ver el uno con el otro», explica monseñor Ravasi: «Además, monseñor Locati había recibido amenazas mucho antes de que sucedieran esos enfrentamientos… El fundamentalismo islámico no tiene nada que ver. Tenía buenas relaciones con los musulmanes: todos los meses se reunía con el Islamic Council para confrontarse y dialogar». El padre comboniano Renato Kizito Sesana, que desde hace años trabaja en Nairobi, habla de un hombre esquivo y reservado. Cierto, como todos los obispos, veía las condiciones miserables de su gente, y los estropicios y la corrupción del poder keniano; y como todos los obispos contribuía a redactar esos documentos, el último en mayo, en los que se criticaban duramente esos estropicios. Pero, en general, monseñor Locati, recuerda el padre Kizito, era reacio a las denuncias públicas y no buscaba el choque, todo lo contrario: «Era un misionero chapado a la antigua. Trabajaba en el ámbito de su vicariato, para su gente, sin discriminaciones contra nadie, incluidos los islámicos». Y, sin embargo, al principio hubo quien culpó a los islámicos de su muerte. Parece que está de moda. Pero que era una patraña lo confirma también Joseph Samal, coordinador para el desarrollo del vicariato, que habla de una comunidad angustiada y preocupada, más allá de cualquier diferencia étnica y religiosa: «Hacía el bien de todos», afirma. Por lo demás, basta observar la multitud heterogénea presente en la vigilia fúnebre y en el funeral para comprender cuánto lo quería su gente. Había construido para todos escuelas de todos los niveles de enseñanza, dispensarios (una especie de ambulatorios-farmacias), escuelas de artes y oficios, como el colegio para secretarias de empresa, que era el orgullo de sus obras. Obras que habían florecido gracias también a las aportaciones que llegaban de Vercelli, de donde procedían también sacerdotes y simples fieles, atraídos por todo lo que se movía en torno a don Luigi. El 15 de febrero de 1995 la Iglesia reconoció públicamente su obra e instituyó el vicariato apostólico de Isiolo. Don Luigi fue nombrado obispo, naturalmente el primer obispo de Isiolo. Por eso Roma ha dispuesto que sus restos descansen ahora en la Catedral. Esa Catedral que él había querido hermosa, con la imagen del Redentor pintada en la fachada, y que había dedicado a san Eusebio, protector de su Vercelli.
Nadie en Isiolo se resigna a lo que ha sucedido. Todas las personas con las que nos hemos puesto en contacto explican el homicidio en relación con la obra benéfica del misionero. Quizás a alguien no le gustaban sus iniciativas en favor de los pobres, sobre todo a esos potentados locales que prosperan gracias a la pobreza ajena. En el momento en que escribimos (finales de julio), la policía sigue varias pistas. Una de ellas conduce a dos escuelas que monseñor Locati había abierto hacía poco en Merti (a 200 kilómetros de Isiolo), y que habían sido causa de tensiones con algunos potentados locales. Le habían quitado al obispo el control de las escuelas para administrarlas a favor de una etnia, motivo por el cual el prelado las cerró, con lo que irritó aún más a los cabecillas de la zona. La otra pista, en cambio, quizás relacionada con esta, quizá ligada a la gestión de los fondos para el desarrollo, sigue un camino distinto y más interno a la Iglesia, sensación alimentada por la detención policial de dos custodios de la Catedral y de dos sacerdotes locales que en el pasado habían tenido roces con el obispo. La cizaña, se sabe, arraiga en todas partes, también en el campo eclesiástico, pero aún es pronto para sacar conclusiones… A la espera de los resultados de las investigaciones y del juicio, nos resuenan en la memoria las palabras de una de nuestras fuentes en Isiolo, que dice que espera que no se dé otro caso Kaiser (el padre John Anthony Kaiser fue asesinado en agosto de 2000; ha habido varios intentos de hacer fracasar las investigaciones sobre este delito) y que la investigación sobre el homicidio del obispo puede, como esa otra, reservar sorpresas.
En realidad el padre Kaiser no ha sido el único misionero asesinado en Kenia en los últimos años: desde 1997 a hoy son cinco los misioneros católicos asesinados en varias circunstancias. Un número muy alto, incluso en relación con otros Estados africanos. Coincidencias desafortunadas o, más simplemente, síntoma de la falta de seguridad que existe en el país. Una situación que ha sido fatal para monseñor Locati, que desde hacía tiempo era objeto de intimidaciones. En marzo del año pasado le pusieron una pequeña bomba en casa y en septiembre unos desconocidos le plantaron un machete en el cuello, pero escaparon ante la imprevista reacción del prelado. Monseñor Luigi Paiaro, obispo de Nyahururu, cuenta que se sentía amenazado, que se lo había confesado a su hermana la última vez que había venido a Italia, el pasado mes de mayo. De esos días pasados en Italia todos recuerdan su entrevista con el Papa, el 25 de mayo, con ocasión de la audiencia del miércoles. La foto de los dos, sonrientes, ha salido en todos los periódicos después de la muerte del obispo misionero. Ese miércoles era la Jornada de África. Y esa foto, al verla ahora, se transfigura, adquiere un valor distinto, casi como si sintetizara en una imagen la solicitud de la Iglesia por ese continente olvidado.
Monseñor Luigi Locati en Isiolo, Kenia

Monseñor Luigi Locati en Isiolo, Kenia

¿Le habrá venido a la mente este encuentro durante aquellos momentos terribles? Quizá. Como es probable que se hayan acumulado en su mente las imágenes de sus días africanos. Por ejemplo, esas piedras donde solía sentarse, a imitación de su gente, que, por necesidad, debía usar ese tipo de sillas. Lo cuenta monseñor Franco Givone, director del Centro misionero de Vercelli, colaborador suyo durante veinte años. Y recuerda que monseñor Locati no quería la luz eléctrica, porque los suyos no la tenían, ni el agua corriente, pues los suyos tenían que recorrer kilómetros para buscarla. «Tampoco quería el piso en su residencia», añade monseñor Givone, «porque decía, sonriendo, que su gente podía resbalarse… Y también quería que la evangelización fuera una cosa simple: normalmente se ponía debajo de un árbol y respondía a las preguntas de los fieles. Era un hombre espartano, de pocas palabras, pero que no se amedrentaba ante nada. Para él nada era imposible. Cuando se le metía algo en la cabeza antes o después lo realizaba». Que era un hombre recio, todo el mundo lo sabía. También el padre Gigi Anatoli, misionero de la Consolata desde hace años en Kenia, recuerda su dureza. Pero porque, explica, era duro el ambiente donde vivía; y monseñor Luigi era el hombre adecuado para ese ambiente. «De no haber sido así no hubiera resistido en Isiolo». Y recuerda aquel fugaz encuentro con el Papa que tanta alegría le había dado: habló de ello durante una comida, como un recuerdo querido, porque el Papa le había dicho que conocía el perdido vicariato apostólico que le había sido confiado…
En aquella tierra lejana monseñor Locati había conocido también a Annalena Tonelli, la misionera laica, que tras dejar Forlì, había trabajado durante años con las poblaciones somalíes de Kenia, antes de que las autoridades la echaran por sus posturas en favor de aquella gente. Alude a ello monseñor Givone, recordando que cuando Annalena estaba en Kenia, vivía en Wajr, al noreste de Isiolo; así que cada vez que iba a Nairobi solía pararse en Isiolo para descansar. La historia de Annalena es otra, ligada a Somalia. Pero de todos modos es extraña la trama dibujada por el destino en este lejano trozo de África, que ha querido que los dos fueran asesinados, a distancia de dos años, de manera análoga: por la tarde, a pocos metros de su casa.
Quién sabe lo que habrá pensado monseñor Locati en aquellos momentos terribles… De todo, quizá, pero, es probable, que pensara sobre todo en quién le había arrastrado a esa larga aventura, tan lejos de casa, y había estado cerca de él en todos esos años; y que en aquel momento estaba más cerca que nunca. Sí, es probable que pensara en Jesús.


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