Vaticano-Manchukuo, no sirven mea culpa
Un memorándum inédito del gran misionero Charles Lemaire, protagonista de la historia, demuestra que la Santa Sede no dio ningún reconocimiento diplomático al Estado fantoche creado en los años treinta en Manchuria por los invasores japoneses. Pero precisamente allí se superó la secular controversia sobre los “ritos chinos”. Las analogías y las diferencias con el “caso” Santa Sede-Taiwán
por Gianni Valente
La propaganda japonesa en un cartel de 1930 en inglés para el Estado de Manchukuo. El desarrollo técnico-económico y el orden social eran los temas de los invasores para justificar la creación del Estado fantoche
La diplomacia vaticana es la única importante que sigue manteniendo su representación en Taipei, donde no hay embajadas europeas y donde los Estados Unidos “amigos” de Taiwán mantienen abiertos sólo despachos comerciales. Y cuando se buscan en el pasado las razones de dicha anomalía, Roma y Pekín cuentan dos historias distintas.
Fue el régimen comunista recién establecido el que cortó con rudeza las relaciones diplomáticas con el Vaticano, cuando en septiembre de 1951 expulsó como persona non grata al nuncio Antonio Riberi, que hasta ese momento residía en Nankín. En Roma interpretaron obviamente esta acción hostil como un episodio de la persecución, que por aquellos años había comenzado el nuevo poder comunista, para anular todo vínculo de la Iglesia en China con la Sede apostólica. Pero el hecho de que solamente tres años después el mismo Riberi trasladara la nunciatura ante el gobierno nacional de Chiang Kai-chek, que había huido a Formosa tras perder la guerra civil con los comunistas, ha sido presentado siempre por el régimen como una prueba de la radical hostilidad vaticana contra la nueva China comunista. O incluso, como la demostración del sentimiento negativo del Vaticano contra todo el pueblo chino.
Hay un antecedente histórico controvertido que, puesto en relación con el caso de Taiwán, parece hecho a medida para avalar las recriminaciones político-diplomáticas chinas. Es el caso del Manchukuo, el Estado fantoche que la ocupación militar japonesa creó en los años treinta en las regiones del nordeste de China. También en esa situación, según la historiografía oficial china, la diplomacia del Papa no tardó en reconocer la ilegítima entidad estatal creada por los agresores japoneses en perjuicio de China. Asimismo uno de los documentos gubernamentales más importante sobre la cuestión religiosa, el “libro blanco” sobre la religión publicado por el Consejo de Estado en octubre de 1997, recuerda que «después de que Japón invadiera el nordeste de China, el Vaticano tomó un postura de apoyo a la agresión japonesa. Fue el primero en reconocer al régimen fantoche de Manchukuo, instituido por Japón, y envió un representante».
Efectivamente, las fotos del representante vaticano participando en los recibimientos oficiales del gobierno de Manchukuo fueron usadas durante decenios por la propaganda china antimperialista. Pero, ¿qué fue lo que pasó de verdad? ¿Hubo realmente un reconocimiento diplomático del Estado fantoche por parte del Vaticano? Nuevos documentos inéditos –que 30Días anticipa– ayudan a reconstruir de otra manera este caso. Y, de rebote, podría presentar bajo una luz nueva la intrincada historia de las relaciones entre el Vaticano y Taiwán.
La infantería japonesa en el frío invierno de 1933 durante la invasión de Manchuria
Una historia controvertida
La China de los años treinta es un gigante enfermo, las luchas internas lo han debilitado y expuesto a la codicia imperialista de las potencias extranjeras. Tras la abdicación de Puyi, el último emperador Qing, ocurrida en 1912, la estructura imperial se ha desvanecido. Pero la joven República establecida por los nacionalistas del Kuomintang no puede mantener el control sobre todo el inmenso territorio. Mientras el choque con los comunistas de Mao degenera en una sangriento conflicto, los japoneses provocan en septiembre de 1931 un atentado contra sus líneas de ferrocarril que atraviesan la Manchuria del sur para luego justificar en nombre del «principio de defensa preventiva» la ocupación de la rica provincia china del nordeste, como base para posteriores conquistas territoriales en el antiguo Imperio Celeste. En marzo de 1932 los japoneses para camuflar la ocupación crean en Manchuria el Estado fantoche de Manchukuo, y ponen como jefe de Estado a Puyi, el emperador destronado (figura a la que ha dado fama la película de Bernardo Bertolucci El último emperador). La Sociedad de las Naciones se niega a reconocer a la nueva entidad estatal, donde de todos modos el 1 de marzo de 1934 Puyi es coronado con el título real de Kang De (bienestar y virtud). Los japoneses siguen adelante con la comedia y nombran a un embajador ante el gobierno de Manchukuo. El nuevo Estado es reconocido sólo por la Italia de Mussolini y la Alemania nazi, que envían sus propios representantes.
Para el Vaticano la primera cuestión urgente es tutelar en lo posible la vida ordinaria de las misiones católicas –ocho vicariatos y prefecturas apostólicas, más las dos provincias de Jehol e Hingan– ahora bajo el control del nuevo “imperio”, que prohíbe con la fuerza de su aparato policial todo contacto entre los ordinarios de dichas circunscripciones eclesiásticas y el delegado apostólico en China (que hasta el 33 fue el legendario Celso Costantini). Cuando surgen las primeras dificultades, como la amenaza del nuevo régimen de cerrar las escuelas católicas que no cumplen los ritos de homenaje a Confucio prescritos por las autoridades civiles, se comienza a tomar precauciones. Con una carta fechada el 20 de marzo de 1934, la Congregación de Propaganda Fide le envía a uno de los ordinarios locales, el vicario apostólico de Kirin, Auguste Ernest Pierre Gaspais, el insólito nombramiento ad tempus de «representante de la Santa Sede y de las misiones católicas de Manchukuo ante el gobierno de Manchukuo».
Ya en aquellos años el boletín de la congregación de las Missions étrangères de Paris denunciaba la maniobra que se estaba llevando a cabo en la prensa local con el fin de «sobrevalorar las funciones del obispo Gaspais». También la propaganda maoísta interpretará en los nuevos cargos atribuidos al vicario de Kirin el pleno reconocimiento vaticano del gobierno fantoche. ¿Fue de verdad lo que ocurrió? ¿Se prestó la diplomacia vaticana a legitimar la entidad política creada por la agresión japonesa? Un memorándum hasta ahora inédito, escrito a mediados de los años ochenta por el que entonces se definía «el único testigo vivo de Kirin», permite reconstruir desde dentro lo que de verdad sucedió. El testimonio es de uno de los protagonistas de los hechos: el francés Charles Lemaire, de la sociedad misionera de las Missions étrangères de Paris (MEP), en aquellos años rector del seminario diocesano de Kirin, y que precisamente en ese periodo fue nombrado obispo auxiliar (con una decisión “táctica” que, como veremos, por sí sola bastaba para aclarar qué pensaba el Vaticano respecto a las relaciones con Manchukuo). El memorándum –doce páginas escritas a mano, llenas de añadidos y correcciones, con caligrafía lineal pero en algunos raros casos indescifrable– lleva la fecha del 16 de junio de 1986 y monseñor Lemaire lo redactó porque se lo había solicitado el gran sinólogo jesuita Laszlo Ladany, que le había pedido un informe detallado de los hechos. Estos apuntes (cuyo original está ahora depositado en el archivo personal del misionero del Pime Giancarlo Politi) serán una de las fuentes principales del volumen en preparación Santa Sede e Manciukuò 1932-1945 (autor Giovanni Coco, Libreria Editrice Vaticana), junto con otros documentos inéditos conservados en los Archivos vaticanos.
La reconstrucción sumaria de los hechos que propone Lemaire es clara. El misionero francés afirma con tono decidido que «el Vaticano no reconoció nunca la legitimidad del gobierno de Manchukuo, ni la legitimidad del poder japonés, ni la del poder imperial de Puyi y de sus ministros manchúes». Y todo esto porque «el Vaticano estaba muy bien informado para dejarse implicar, era demasiado respetuoso de los derechos de China y de los sufrimientos de la población china de Manchuria, humillada y reducida al silencio por un poder policial omnipresente y omnipotente, como para recitar la comedia dando la impresión de reconocerle la legitimidad y entablar relaciones diplomáticas». El nuevo cargo atribuido a Gaspais servía sólo para asegurar ante las misiones la presencia «de alguien que representara la autoridad central de la Iglesia» en aquella situación de emergencia y, en nombre de los obispos del lugar, pudiera llevar a cabo negociaciones con el gobierno ilegítimo, aunque sin reconocerlo a nivel diplomático. Debido a la imposibilidad de mantener contactos con el delegado apostólico en China, hacía falta alguien que «por derecho eclesiástico pudiera estar al corriente de las dificultades espirituales y temporales de los ordinarios, y pudiera, en su nombre, tratar con las autoridades centrales». Lemaire enumera detalladamente las dificultades concretas que hacían necesaria la presencia de un representante de las misiones que pudiese tomar decisiones en nombre de la Santa Sede, como la facultad de erogar dispensas, o de realizar las investigaciones preliminares a los nombramientos eclesiásticos. Y sobre todo, la facultad de hacer frente a «incidentes locales, contestaciones, hechos arbitrarios, injusticias evidentes por parte de las autoridades locales contra las que los ordinarios eran impotentes».
La caballería imperial china durante la coronación del emperador Puyi como jefe del Estado de Manchukuo
El anillo débil
«Los japoneses», señala Lemaire, «no declararon nunca formalmente que el Vaticano había reconocido el gobierno de Manchukuo; en la práctica, hicieron de todo para que se creyera». Gaspais era invitado a los recibimientos oficiales junto con los embajadores del Eje. Cuando va a visitar a las comunidades más remotas de sus circunscripciones eclesiásticas, la propaganda del régimen le prepara recibimientos triunfales, con niños que agitan banderas amarillas y blancas del Vaticano, como si fuera un nuncio en regla. A principios de año, siguiendo el protocolo diplomático, va a presentar sus felicitaciones al emperador fantoche. Los japoneses le cubren de honores, incluida la medalla de gran oficial de la Orden del apoyo nacional. A través de él se les concede a todos los misioneros pequeños benefits, como el descuento del 30% en los billetes de tren.
Gaspais es el anillo débil donde aprietan los japoneses para forzar a la Santa Sede. En 1936 el afable hijo de campesinos bretones, que por casualidad se ve metido en esta intrincada historia, escribe una carta a Roma para convencer a la diplomacia vaticana de que envíe un representante efectivo a Manchukuo. Explica su petición con el deseo de reducir sus compromisos relativos al cargo recibido ad tempus, que lo distraen del cuidado pastoral de su diócesis. Según el informe de Lemaire, Gaspais pone a disposición del futuro enviado vaticano «un palacio para establecer la “representación”». La respuesta es inmediata y elocuente. En noviembre del 36 Gaspais le confiesa a Lemaire que Roma le ha enviado unos módulos que debe rellenar con los nombres de algunos colaboradores suyos entre los que elegir a un obispo auxiliar, de modo que lo ayude en el gobierno pastoral del Vicariato apostólico. El mensaje es claro: el Vaticano no enviará ningún “representante”. Visto que Gaspais dice que tiene mucho trabajo, se le da un obispo coadjutor para que le ayude en la pastoral ordinaria. «Monseñor», comenta Lemaire, «comprendió que había escrito una carta imprudente; la solución que había encontrado Roma estaba muy lejos de lo que él había soñado». Mientras tanto, la queja de Gaspais sobre la enorme cantidad de trabajo que debía desempeñar resulta un pretexto. Sólo tres años después, tras nuevas solicitaciones de Roma, el vicario se decide a señalar como candidato a obispo coadjutor a Lemaire. «El 10 de julio de 1939», refiere el misionero francés, que en los años cincuenta será superior de las Missions étrangères de Paris, «fui elegido obispo titular de Otro y coadjutor de Kirin, y consagrado el 15 de noviembre siguiente». Mientras que para los contactos con el gobierno, Gaspais deja espacio de buena gana a la “mediación” de sacerdotes japoneses, enviados desde la madre patria y con buenos contactos ante la nomenclatura del régimen fantoche. Entre estos, tuvo un papel importante Paul Yoshigoro Taguchi, futuro arzobispo de Osaka y cardenal. «El monseñor», señala Lemaire, «no aparecía nunca, no escribía nada. El padre Taguchi logró casi siempre allanar las dificultades. La Santa Sede y el gobierno no trataron nunca cuestiones diplomáticas.
Los altos funcionarios de Manchukuo con el emperador Puyi durante un recibimiento de Año Nuevo
Se cierra el caso
de los ritos chinos
Hay, sin embargo, una cuestión en la que Gaspais desempeña, sin darse cuenta, un papel que merecería más atención por parte de los historiadores de la Iglesia.
En Manchukuo, sigue diciendo Lemaire, «los japoneses, para asegurarse la sumisión del pueblo al gobierno, tuvieron la idea de restablecer la enseñanza del Wang Tao», la doctrina confuciana que prescribe la total lealtad al soberano. Los rituales en honor de Confucio y del emperador fueron impuestos como obligatorios para los estudiantes y los profesores de todas las escuelas, «con la amenaza de cerrar las escuelas que se negaran».
Como hemos visto, el chantaje contra las escuelas católicas es lo que “convence” a la Santa Sede a realizar ese nombramiento sui genris de Gaspais. Este, después de recibir su nuevo cargo, en una entrevista con el ministro de Exteriores, le pregunta cándidamente si los ritos confucianos prescritos tienen carácter religioso o pueden considerarse como simples manifestaciones de cortesía cívica.
Tras la cuestión planteada por Gaspais aflora la controversia de los ritos chinos, secular tormento de la misión en tierra china. En los años treinta del siglo pasado aún estaba en vigor el decreto Ex quo singulari de 1742 con el que Benedicto XIV había prohibido a todos los católicos del Imperio Celeste participar en los ritos en honor de Confucio, condenados como idólatras. Todos los misioneros, antes de salir para la misión en China, debían jurar obediencia a la prohibición contenida en el decreto.
La cándida pregunta de Gaspais pone en marcha el proceso que llevará en 1939 a la superación definitiva de lo que Celso Costantini definía como «la maldita cuestión de los ritos». Dicha pregunta recibió una respuesta escrita, firmada por el ministro de Educación, que definía formalmente las ceremonias en honor de Confucio como «manifestaciones exteriores de veneración» sin ningún carácter religioso, y subraya su carácter de actos «cuyo significado es puramente civil». Con estas garantías los obispos de Manchukuo envían en marzo del 35 un informe a Roma para pedir por lo menos la posibilidad de autorizar la «participación pasiva» de los católicos en las ceremonias confucianas. A mediados de mayo Pío XI recibe en audiencia a Gaspais.
Una delegación de Manchukuo y miembros del Partido Fascista italiano rinden homenaje ante el Monumento al soldado desconocido, Roma , 1938
Lemaire, en su memorándum, subraya que «tampoco la cuestión de los ritos chinos fue objeto de ningún tipo de acto diplomático entre el representante de la Santa Sede y el gobierno. La Santa Sede no había dado ningún mandato a Gaspais para tratar este asunto con el gobierno. La respuesta escrita del gobierno no estaba destinada a la Santa Sede, sino a monseñor Gaspais». Lo cierto es que el realismo acomodatico, seguido por la Santa Sede bajo el chantaje de un Estado fantoche considerado ilegítimo, libró a la Iglesia de un lastre que durante siglos había obstaculizado su misión en el universo cultural chino. Como señaló el padre Jean Charbonner, uno de los máximos sinólogos católicos vivo, durante una conferencia magistral sobre las relaciones entre el Vaticano y Manchukuo pronunciada en la Universidad Católica de Taipei, «lo único que hay que lamentar es que la Iglesia estuviera dispuesta a un compromiso mayor con los japoneses agresores que con los legítimos emperadores chinos del pasado».