Home > Archivo > 11 - 2005 > La presencia de Jesús en el mundo
ENCUENTROS
Sacado del n. 11 - 2005

La presencia de Jesús en el mundo


La intervención del periodista y escritor judío Alain Elkann en el congreso sobre el “Rostro de los rostros. Cristo”, que se celebró en octubre en Roma y del que han sido publicadas las Actas


por Alain Elkann


Alain Elkann

Alain Elkann

Su eminencia el cardenal Angelini me pide que reflexione y escriba sobre Jesucristo y he de decir que es la primera vez que lo hago.
No había escrito nunca sobre esto porque tengo demasiado respeto por su religión, siendo yo judío, para permitirme juzgar o decir simplemente mi opinión sobre un tema tan delicado.
Delicado en el sentido de que mientras que los judíos aún siguen esperando a su Mesías, Jesús de Nazaret representa para los cristianos a Dios que se hace hombre y, por tanto, el cristiano ya está viviendo su era mesiánica.
Jesús muere crucificado e inmediatamente después nacen los apóstoles, los Evangelios, la Iglesia, el culto religioso y la aplicación de la vida cristiana que poco a poco se difunde progresivamente por el mundo, gracias al trabajo de la Iglesia y de sus misiones, hasta convertirse en un gran ejemplo de globalización religioso-cultural.
El Cristo hoy está presente en todos los continentes del mundo. A veces la religión cristiana es hegemónica, otras veces es una minoría. En ciertos casos es casi la religión oficial de un país, en otros renquea y vive casi al margen y en su larga historia milenaria fue también muchas veces objeto de discriminaciones y persecu­ciones.
No puedo desde luego tratar sobre las distintas creencias cristinas, los cismas, las particularidades, las divisiones aún existentes entre mundo católico, mundo ortodoxo y mundo, digamos, protestante.
Todas estas religiones, sin embargo, son cristianas y aceptan que Cristo es el hijo de Dios.
Qué fue Jesucristo en su vida, por qué murió en la cruz, por qué resucitó son asimismo cuestiones sobre las que no creo que sea adecuado hablar hoy. Lo que en cambio puedo decir es que en el mundo occidental, en Europa y en las Américas sobre todo, la presencia del Cristo forma parte de la vida de cualquiera.
En las ciudades, en el campo, en las pequeñas aldeas repican aún las campanas para llamar a misa; en muchos hospitales, escuelas, lugares públicos, el Cristo en la cruz está colgado en las paredes, y millones de personas llevan colgada del cuello una cadena con un crucifijo o con una imagen del Cristo.
Desde siempre ha habido muchísimos libros, y en el mundo moderno, discos, películas, espectáculos, que tienen por protagonista a Jesús de Nazaret.
Jesús se manifiesta mediante los hombres y las mujeres, religiosos y a veces laicos, que son la Iglesia y sus órdenes religiosas. Y entonces mediante ellos y sus tareas vive ciertamente un Jesús que se transforma en acciones de culto, de caridad, de ayuda sanitaria, de enseñanza, de investigación, de asistencia social, de voluntariado.
En nombre de Jesús y del Evangelio muchísimos hombres y mujeres de fe trabajan para ayudar a los demás, para aplicar la caridad cristiana, para confesar al que lo necesita, para socorrer a los que están mal, para estar al lado de los que tienen miedo porque están enfermos o agonizando; para entrar en las cárceles y hablar con quienes quieren o tratan de arrepentirse.
Después de Jesús nació la Iglesia, cuya tarea, creo, es la de hacer que la presencia de Dios y de su hijo se encuentre en cada momento de la vida diaria.
En la historia de una organización tan antigua como la Iglesia ha habido, en mi opinión, momentos oscuros, como el periodo de la Inquisición, periodos históricos más oscuros que otros, pero prefiero pensar en la Iglesia de hoy y no en la de ayer, en los papas que he visto actuar durante mi vida: Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI. Era muy pequeño cuando vivía Pío XII, del que recuerdo sólo imágenes de televisión o fotografías en blanco y negro.
Bajo estos papas creo que se ha hecho un gran camino y yo no he tenido miedo de perder mi identidad judía al buscar muchas veces en mi vida el encuentro con el mundo católico. El Cristo, por tanto, de alguna modo forma parte de mi vida desde la infancia.
Sor Paulina venía a ponerme las inyecciones cuando era un niño, más tarde fue sor Giuliana la que me hizo conocer con su carácter profundo y sereno las realidades del Cottolengo de Turín.
Sor Germana me ayudó, en cambio, a trabajar con su eminencia el cardenal Carlo Maria Martini en la redacción de nuestro libro Cambiare il cuore.
Jesús enseña en la sinagoga de Nazaret, panel de madera polícroma del techo artesonado, segunda mitad del siglo XII, iglesia de San Martín, Zillis, Suiza

Jesús enseña en la sinagoga de Nazaret, panel de madera polícroma del techo artesonado, segunda mitad del siglo XII, iglesia de San Martín, Zillis, Suiza

Un padre rosminiano me alojó en su colegio del Valle de Aosta para preparar los exámenes y celebré, como todos, la fiesta de la Virgen de las Nieves el 5 de agosto.
Más tarde, en una favela de un pueblo brasileño, don Arturo, un père de la orden de De Foucauld, me hizo comprender qué significaba dedicar la vida a Jesús y al Evangelio y, aunque hacía los trabajos más humildes, me habló mucho de la fascinación de Dios, de los Evangelios y de la figura de Jesús. Me hizo comprender qué significaba la palabra confiança, es decir, confianza, sentir una fe profunda que gobierna todos los actos de nuestra vida.
El cardenal Martini me hizo reflexionar sobre la palabra de Dios, las Escrituras, el silencio y sobre Jerusalén. Me enseñó lo importante que es sentir a los demás como nuestros hermanos.
Es verdad que para mí Jerusalén es la ciudad judía, la ciudad donde se reza en el Muro de las lamentaciones, pero la presencia de Jesús es muy fuerte en toda la ciudad. Por lo demás, es sabido que Jesús era judío, vivía allí entre sus murallas, en ese paisaje, en esos lugares que hoy son sagrados también para los musulmanes. Es verdad que por todas partes en Israel, en Palestina, se siente la presencia del Cristo, que allí nació, vivió y murió. Pero, como ya he dicho otras veces, veo el devenir de nuestra historia judeocristiana como el recorrido de un tren que para los judíos salió hace más de cinco mil años y al que se subieron los cristianos hace dos mil años.
El hecho de que yo no crea que viva en la era mesiánica no significa que no respete y tenga sentimientos de alegría, de cercanía fraterna, por quienes han recibido ya al Mesías y viven un estado de felicidad interior profunda cada que vez que lo sienten cerca.
Comprendo que debe ser fascinante para el que tiene la suerte de ser creyente tener la fe y poder vivir en una religión que ha permitido rezar, dirigirse también al hijo de Dios, que ha querido llevar a Dios a ser hombre y, por tanto, imagen.
Los judíos hablan directamente con Dios, que no se representa de ninguna manera.
No lo digo con pesar, estoy muy orgulloso de mi destino de judí­o.
Pienso que si existimos desde hace tantos años y ninguna persecución, ni siquiera las más bárbara, la más atroz, ha conseguido exterminarnos completamente y hacernos callar para siempre, esto forma parte de un designio divino que los hombres no podemos comprender. Creo que el papa Juan Pablo II hizo bien cuando llamó a los judíos «hermanos mayores». Lo son no por edad, sino porque mantienen viva una tradición, una religión muy antigua que es, al fin y al cabo, la de Jesús.
No creo que sea una casualidad el que Jesús fuera judío; por eso gran parte del camino de los judíos y de los cristianos es un camino común, que para los unos y para los otros se desarrolla en los lugares descritos por la Biblia.
¿Qué significa la presencia de Jesús en el mundo de hoy? Pienso que es uno de los grandes mensajes de paz de la humanidad, una gran respuesta de cómo vivir una vida humana para que sea lo más feliz y serena posible.
Jesús es un gran mensaje de esperanza y de solidaridad para el mundo, que hoy lo necesita mucho, y su Iglesia ha demostrado y sigue demostrando que sabe ser cada vez más una formidable organización de paz, de caridad y de amor.
El papa es un incansable defensor del bien, de la paz, de los jóvenes, de los enfermos y de los necesitados.
Jesús además es ética, justicia, poesía e inspiración. En los últimos dos milenios, obras maestras del arte en Occidente, desde la música a la pintura, desde la escultura a la arquitectura, fueron de inspiración cristiana e Italia sigue siendo el testimonio vivo. Los crucifijos pintados y esculpidos, las escenas de la vida de Cristo y de los apóstoles han inspirado a los mayores artistas de todos los siglos y de todas las generaciones.
También por esto Jesús es una figura tan conocida y familiar para quien no es cristiano, porque personas de gran talento han dedicado su trabajo a tratar de interpretarlo, imaginarlo, como un modelo, como un héroe, como un mártir, como un amigo.
Llegados aquí me plantearía una pregunta. ¿Cómo sería el mundo sin Jesús? Sinceramente muy distinto y también difícil de imaginar. Los judíos son pocos y siempre han sido pocos, los musulmanes son más recientes y vienen después del cristianismo.
Quizá sin los cristianos no existirían tampoco los musulmanes. Quizá habría habido otro hijo de Dios en alguna otra parte. Pero el hecho de que no se consigue pensar en la historia sin Cristo significa de por sí que Él era una exigencia del mundo y los hombres sentían su necesidad.
El Rostro de los rostros. Cristo, preparado por el Instituto internacional de investigación sobre el Rostro de Cristo, Velar, Bérgamo 2005, 300 pp.

El Rostro de los rostros. Cristo, preparado por el Instituto internacional de investigación sobre el Rostro de Cristo, Velar, Bérgamo 2005, 300 pp.

Creo que es difícil seguir, como estoy haciendo desde hace tiempo ya, caminado en el vacío, es decir, tratando de imaginar qué significa el Cristo cuando uno no es más que un escritor, un periodista.
Con el transcurso de los años he vivido una gran experiencia de amor y de amistad profunda que me ha ligado a la presencia cristiana. He sentido a mi lado y he amado tiernamente a personas de fe que tenían un sentimiento muy profundo por Jesús que los inspiraba y guiaba en la vida. Mi mujer es católica, lleva siempre consigo el rosario y lo tiene cerca en cada momento de su vida. Un rosario que le fue regalado por monseñor Caffarra, el arzobispo de Bolonia y que pertenecía a su madre.
Mi mujer ha tenido que afrontar la vida sin una madre que la criara y estuviera a su lado, y creo que su fe en Jesús la ha ayudado siempre a seguir adelante. Esto es para mí motivo de gran respeto y me hace comprender lo que deber ser para ella la fuerza profunda que le da la presencia de Jesús en su vida.
Pero quizá la presencia de Jesús en el mundo la comprendemos mejor cuando vemos en la televisión a una mujer amerindia que en Nueva Orleáns dice desconsolada, mirando las ruinas de su ciudad destruida: «¿Dónde está Jesús desde que llegó Katrina?». La sensación de abandono y de impotencia ante el silencio de Jesús, que parece haberla dejado sola y haber abandonado su ciudad, nos dice cómo en su ausencia se echa de menos a Jesús. La mujer no le pide que le dé explicaciones, sino que vuelva y la consuele, que no se aleje.
No es un reproche, sino una petición de amor.


Italiano English Français Deutsch Português