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HISTORIA DE LA IGLESIA
Sacado del n. 12 - 2005

El Hospital de San Gallicano en Trastévere, una obra buena y hermosa

Neglectis reiectisque ab omnibus



por Simona Benedetti


El Hospital de San Gallicano de Trastévere en una estampa 
de Giuseppe Vasi, medidados del siglo XVIII

El Hospital de San Gallicano de Trastévere en una estampa de Giuseppe Vasi, medidados del siglo XVIII



La caritativa obra asistencial de don Emilio Lami de Monterotondo, inicialmente prestada en el hospicio de los pobres de Santa Galla (donde eran ingresados los sin techo, muchos de los cuales padecían enfermedades cutáneas), luego, por intercesión del cardenal Corradini, en una casa de alquiler cerca de la iglesia de San Benedicto en Piscinula, es el origen de la obra promovida por Benedicto XIII, que quiso que se construyera el Hospital de San Gallicano para asistir a las personas que padecían enfermedades cutáneas.
Recién elegido, Benedicto XIII le encargó al cardenal Corradini que localizara el sitio para la construcción del nuevo hospital que habría de realizarse con fondos pontificios de la Dataría con ocasión del Jubileo de 1725. Es conocida la animadversión de Benedicto XIII por el lujo. Una fuente coetánea y bien informada habla de la crítica que como cardenal había expresado sobre las magníficas escuderías papales del Quirinal: «¡Cuánto mejor habría sido que ese dinero se hubiera aplicado en beneficio de los pobres y no para el bienestar de las bestias!».
Para el nuevo edificio Lami elaboró un «pequeño esbozo» para la distribución funcional de los locales, colocados en el proyecto inicialmente con la ayuda del arquitecto Lorenzo Possenti. Sin embargo, es Filippo Raguzzini, «napolitano, que había sido arquitecto ya en Benevento de Su Santidad», quien sería designado para el proyecto definitivo del Hospital. El aceptó los aspectos generales del proyecto así como ciertas sugerencias funcionales innovadoras, que probablemente le fueron dictadas por la experiencia de campo de Lami, como la galería para abrir y cerrar desde el exterior las ventanas (colocadas en alto con respecto al nivel de los dormitorios de los enfermos) o la dotación de servicios higiénicos completamente de mármol, «de modo que el agua abundantísima corre por dentro y los limpia completamente», colocados en cubículos, cerrados por puertas, situados en las paredes perimétricas de los dormitorios, y aireados por ventiladores situados en aberturas realizadas en los pilares exteriores mimetizadas como elementos decorativos circulares.
La disposición planimétrica del organismo original contemplaba dos largos dormitorios, uno para los hombres y otro para las mujeres. A la cabecera de ambos estaban previstos los locales para los asistentes (clérigos para los hombres y vírgenes para las mujeres). En paralelo a los dormitorios de los enfermos (por un total de 160 metros) se extendía el cuerpo de servicios: locales con chimeneas para el invierno; habitaciones para los moribundos que eran alejados de los locales comunes; galerías para tender la ropa en invierno; locales con “lavamanos para los enfermos”; cocinas; refectorios; etc. Los subterráneos estaban dedicados a depósitos y cocheras.
En medio de todo el complejo surge la iglesia de planta central, cubierta con cúpula, centro arquitectónico y urbano de todo el complejo, tanto funcionalmente (en el espacio interior de la iglesia, en correspondencia con los dormitorios de los enfermos, hay abiertos un ventanal y dos puertas a cada lado para que los enfermos puedan asistir a las liturgias), como figurativamente: en el lado de la calle, en efecto, el cuerpo de fábrica de la iglesia interrumpe el larguísimo plano del edificio separándose de la repetitividad de la pared y fortaleciendo volumétricamente las moduladas cadencias formales de los cuerpos laterales.
Las líneas arquitectónicas convexas y cóncavas de la iglesia, estrictamente barrocas, unidas al gran arco de la entrada enmarcan y embellecen formalmente este centro de todo el complejo hospitalario, dedicado «a los abandonados y rechazados por todos».
En el epígrafe colocado en la entrada del hospital se lee: «Benedicto XIII padre de los pobres erigió este hospicio amplio e imponente, y dotado de censo anual, para curar a los abandonados y rechazados por todos que sufren por el prurito en la cabeza de la tiña y por la sarna, y para arrancarlos de las garras de una muerte precoz en el año de la salvación de 1725».


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