De Chirico y san Francisco
El gran pintor estaba especialmente ligado al santo de Asís. Desde 1992 su cuerpo reposa en San Francisco de Ripa, el santuario franciscano de Roma que este año ha alojado una exposición de sus obras de temática sagrada
por Lorenzo Cappelletti

Natividad, detalle, Giorgio de Chirico, 1945-1946, Museos Vaticanos.
Comencemos por esto diciendo que San Francisco de Ripa no es una iglesia cualquiera. Es el Santuario franciscano de Roma. En efecto –no todos lo saben– después de la Basílica de Asís, es la primera iglesia desde el punto de vista temporal que fue dedicada a san Francisco, porque cuando en 1210 el santo de Asís vino a Roma, residió aquí, dejando luego en ella una pequeña comunidad de frailes. Entonces no había más que un hospicio, con una pequeña iglesia medio derruida (dependiente de los benedictinos de San Cosimato: el vínculo de Benito y Francisco es una constante), donde se daba alojamiento a enfermos y peregrinos que desembarcaban en el cercano puerto de Ripa grande. Cedido en 1229 a los hijos de san Francisco, el complejo fue reconstruido gracias a los Anguillara y fue dedicado al Seráfico padre. Aún hoy, desde la sacristía se puede subir al mísero lugar donde se alojaba san Francisco, donde luego en el siglo XVII moraría otro gran santo franciscano, Carlo da Sezze. Allí se encuentra uno de los retratos más antiguos de san Francisco, que no es más que una de las maravillosas obras de arte conservadas en esta iglesia. También se encuentra entre otras la extraordinaria estatua de Bernini de la beata Ludovica Albertoni, la copatrona de Roma –tampoco esto es demasiado conocido– que a principios del siglo XVI se prodigó por los más pobres, y que a su vez es uno de los numerosos cuerpos santos alojados en esta iglesia. Aquí está enterrado también el franciscano Giuseppe Spoletini, muerto en concepto de santidad en 1951, que, junto a don Orione, el padre Cappello, don Umberto Terenzi y otros menos conocidos, fue uno de esos santos sacerdotes en cuyo confesionario la gente se volvía más buena en los decenios precedentes y siguientes a la última guerra (se dice por convención).
¿Por qué ha tenido lugar precisamente en esta iglesia la exposición de De Chirico?
Porque desde 1992 sus restos mortales reposan precisamente aquí. Justo en el local adyacente y comunicante con la Capilla de la Inmaculada, que, gracias a la cesión del Ministerio (cuyas oficinas ocupan la antigua enfermería de los franciscanos adyacente a la iglesia) y con el nihil obstat de 1987 del entonces cardenal vicario Ugo Poletti, fue reservado a su privilegiado túmulo.

Retrato de Isa (La dama con velo), 1946, Giorgio De Chirico, San Francisco de Ripa, Roma
La tercera obra donada es una estación del Vía Crucis que representa a Jesús que cae subiendo al Calvario. Una obra de 1947 casi desconocida hasta ahora, entre otras cosas porque había sido celosamente conservada por De Chirico en su estudio y prácticamente nunca expuesta. En primer plano está representado san Francisco, cuya colocación en el margen derecho, tomada, desde el punto de vista histórico-artístico, de tantos ejemplos del arte del renacimiento y del posrenacimiento en el que uno o varios personajes del presente miran al observador del cuadro, sin embargo no es, como en aquellas imágenes, una simple cita. El santo, con los ojos bajos y pintado casi en monocromía, con la ropa lo más fiel posible al original, vuelve las espaldas como para marcar no solo la no contemporaneidad sino también el doliente pudor al que parece responder en la lejanía al gesto de la mano de Jesús. Con otra admirable invención, en la diagonal entre Jesús y Francisco están colocados también los dos ladrones, térreos e inclinados como Francisco, con la mirada triste dirigida hacia el suelo. También a ellos y a los soldados que los llevan parece dirigido el gesto de Jesús, que, colocado en segundo plano y en el suelo, campea pequeño y brillante desde allí en su gloriosa pasión. Por supuesto que el gesto de Jesús pide también compasión, como en tantas “imago pietatis”. Pero no hay contradicción. Jesús, que tanto ha amado, parece pedir que se le ame a su vez, que se le compadezca en aquella pasión que solo él y nadie más podía sufrir por los hombres ignaros. ¿Y quién sino Francisco, que fue hecho objeto en la Verna de la configuración a su Señor hasta llevar sus estigmas en la carne, alter Christus, puede recibir y relanzar ese llamamiento?

La fachada de la iglesia de San Francesco a Ripa, Roma
Quisiéramos poder seguir hablando de las otras obras que han sido expuestas. Pero no tenemos espacio, aunque obsérvese la tela de la Natividad (conservada en la Galería de Arte Moderno del Vaticano) pintada por los mismos años de la posguerra por De Chirico. De nuevo Jesús no ocupa el centro de la escena, pero también aquí el resplandor de su candor y el gesto de sus manos recibiendo a los pastores atraen hacia él la mirada. Y también las ilustraciones del Apocalipsis de san Juan, que, respetando perfectamente su letra, son en cambio tan originales y quisiéramos decir tan católicas en su ligereza incluso de rasgo, que templa la angustia con la que en la época moderna siempre se ha afrontado el Apocalipsis, pretendiendo afrontar de lleno el misterio. Presentando éstas, De Chirico escribía que «para comprender ciertos misterios hay que girar la posición; los ataques frontales no sirven […]. Me encantan las largas noches de invierno y el sueño profundo en que caigo en aquellas noches. Los dos meses del año mas hermosos son para mí noviembre y diciembre […]. De este modo girando la posición yo entré en el Apocalipsis como en un largo sueño de invierno».
No se muere nunca en un día al azar. De Chirico pudo morir un día de noviembre, fortalecido por los sacramentos y acompañado dulcemente por dos monjas enfermeras para poder afrontar la muerte sin miedo, como un sueño de invierno, algo más largo.