El correo del Director
La entrevista con Bartolomeo I: vientos pragmáticos para el diálogo ecuménico
Milán, 11 de febrero de 2004
Estimado director:
Le escribimos para expresarle todo nuestra amargura por los artículos de portada del primer número de 2004 de 30Días, que por el método y el contenido prestan un flaco servicio a la Iglesia católica, poco digno de la revista que Vd. dirige.
Ante todo, de nuestra experiencia eclesial aprendemos cada día una devoción como filial por Juan Pablo II y el ministerio petrino, criterio último objetivo de la verdad para el hombre cristiano que camina en la actualidad por los senderos de la historia, punto sacramental de la verdad del mundo. Por ello disentimos profundamente del intento de insinuar dudas con respecto al factor garante de la unidad orgánica del hecho cristiano, es decir, el Obispo de Roma.
En segundo lugar, deseamos afirmar el aspecto positivo del todo, especialmente en la relación con la autoridad eclesiástica, y por lo mismo destacamos los aspectos positivos (en los negativos ya piensan los que son hostiles a la presencia cristiana) de la historia de la Iglesia y de todas y cada una de las palabras o gestos del Papa.
Por último, permítanos destacar que precisamente la pertenencia a la Catholica, en la que reside la plenitud de la Tradición, es la fuente de un ecumenismo real, abierto a todo y a todos, siempre dispuesta tanto a exaltar la verdad existente en cada cual como a mostrarse intransigente con los equívocos posibles. Ninguna conveniencia ecumenicista, de hecho, puede justificar para un católico un ataque a la Iglesia y al primado pontificio o la connivencia con quienquiera que lo formule.
Le agradeceríamos que publicara esta carta para nosotros tan necesaria.
Atentos saludos.
Roma, 16 de febrero de 2004
Querido don Giussani:
Es obvio que publicamos enseguida la carta suya y de Feliciani. Sin embargo, creo que la amplia entrevista pedida al Patriarca Bartolomeo I, que nos concedió, ha de ser interpretada de manera distinta, es decir, como esfuerzo para dar visos concretos al diálogo ecuménico del que oigo hablar desde niño pero que hasta el momento no ha dado demasiados resultados. También el abrazo de Pablo VI y Atenágoras fue objeto de algunas críticas: es distinto, lo sé. Pero, desde luego, no podíamos hacer cortes a la entrevista, si bien por mor de lo histórico y lo teológico nos prometimos dar cabida cuanto antes a voces más objetivas. Sin embargo, no quisiera que se perdieran las grandes aperturas que precisamente el santo padre Juan Pablo II ha hecho en puntos delicadísimos de la Tradición: desde Galileo a los llamados ritos chinos (por poner sólo dos ejemplos). Sin hablar –por poner otro ejemplo– de las novedades en la revisión del Concordato, por lo que respecta a la interpretación del carácter sagrado de Roma, que antiguamente había impedido al gobierno ir a la Iglesia anglicana para asistir a un rito fúnebre por la muerte del rey de Inglaterra. Atención. No estoy mezclando dos temas distintos, lo que quiero es subrayar el espíritu de iniciativa periodística, como modesta aportación a la búsqueda de nuevas vías de diálogo.
Aprovecho la ocasión para expresarle de nuevo, querido don Luigi, no sólo mi gran admiración, sino mi profundo reconocimiento por los estímulos intelectuales y espirituales de su magisterio.
Con devoto ánimo,
Estimado director:
Le escribimos para expresarle todo nuestra amargura por los artículos de portada del primer número de 2004 de 30Días, que por el método y el contenido prestan un flaco servicio a la Iglesia católica, poco digno de la revista que Vd. dirige.
Ante todo, de nuestra experiencia eclesial aprendemos cada día una devoción como filial por Juan Pablo II y el ministerio petrino, criterio último objetivo de la verdad para el hombre cristiano que camina en la actualidad por los senderos de la historia, punto sacramental de la verdad del mundo. Por ello disentimos profundamente del intento de insinuar dudas con respecto al factor garante de la unidad orgánica del hecho cristiano, es decir, el Obispo de Roma.
En segundo lugar, deseamos afirmar el aspecto positivo del todo, especialmente en la relación con la autoridad eclesiástica, y por lo mismo destacamos los aspectos positivos (en los negativos ya piensan los que son hostiles a la presencia cristiana) de la historia de la Iglesia y de todas y cada una de las palabras o gestos del Papa.
Por último, permítanos destacar que precisamente la pertenencia a la Catholica, en la que reside la plenitud de la Tradición, es la fuente de un ecumenismo real, abierto a todo y a todos, siempre dispuesta tanto a exaltar la verdad existente en cada cual como a mostrarse intransigente con los equívocos posibles. Ninguna conveniencia ecumenicista, de hecho, puede justificar para un católico un ataque a la Iglesia y al primado pontificio o la connivencia con quienquiera que lo formule.
Le agradeceríamos que publicara esta carta para nosotros tan necesaria.
Atentos saludos.
Roma, 16 de febrero de 2004
Querido don Giussani:
Es obvio que publicamos enseguida la carta suya y de Feliciani. Sin embargo, creo que la amplia entrevista pedida al Patriarca Bartolomeo I, que nos concedió, ha de ser interpretada de manera distinta, es decir, como esfuerzo para dar visos concretos al diálogo ecuménico del que oigo hablar desde niño pero que hasta el momento no ha dado demasiados resultados. También el abrazo de Pablo VI y Atenágoras fue objeto de algunas críticas: es distinto, lo sé. Pero, desde luego, no podíamos hacer cortes a la entrevista, si bien por mor de lo histórico y lo teológico nos prometimos dar cabida cuanto antes a voces más objetivas. Sin embargo, no quisiera que se perdieran las grandes aperturas que precisamente el santo padre Juan Pablo II ha hecho en puntos delicadísimos de la Tradición: desde Galileo a los llamados ritos chinos (por poner sólo dos ejemplos). Sin hablar –por poner otro ejemplo– de las novedades en la revisión del Concordato, por lo que respecta a la interpretación del carácter sagrado de Roma, que antiguamente había impedido al gobierno ir a la Iglesia anglicana para asistir a un rito fúnebre por la muerte del rey de Inglaterra. Atención. No estoy mezclando dos temas distintos, lo que quiero es subrayar el espíritu de iniciativa periodística, como modesta aportación a la búsqueda de nuevas vías de diálogo.
Aprovecho la ocasión para expresarle de nuevo, querido don Luigi, no sólo mi gran admiración, sino mi profundo reconocimiento por los estímulos intelectuales y espirituales de su magisterio.
Con devoto ánimo,