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Sacado del n.03/04 - 2012


PAPA

La Confesión es “camino" para la nueva evangelización


Fieles en fila ante el confesionario de san Pío de Pietrelcina

Fieles en fila ante el confesionario de san Pío de Pietrelcina

El 9 de marzo Benedicto XVI intervino en el curso sobre el Fuero interno que todos los años organiza la Penitenciaría Apostólica. Ofrecemos parte de su discurso publicado en L’Osservatore Romano del 10 de marzo: «¿En qué sentido la Confesión sacramental es “camino” para la nueva evangelización? Ante todo porque la nueva evangelización saca linfa vital de la santidad de los hijos de la Iglesia, del camino cotidiano de conversión personal y comunitaria para conformarse cada vez más profundamente a Cristo. Y existe un vínculo estrecho entre santidad y sacramento de la Reconciliación, testimoniado por todos los santos de la historia. La conversión real del corazón, que es abrirse a la acción transformadora y renovadora de Dios, es el “motor” de toda reforma y se traduce en una verdadera fuerza evangelizadora. En la Confesión el pecador arrepentido, por la acción gratuita de la misericordia divina, es justificado, perdonado y santificado; abandona el hombre viejo para revestirse del hombre nuevo. Sólo quien se ha dejado renovar profundamente por la gracia divina puede llevar en sí mismo, y por lo tanto anunciar, la novedad del Evangelio [...]. La nueva evangelización, entonces, parte también del confesionario. O sea, parte del misterioso encuentro entre el inagotable interrogante del hombre, signo en él del Misterio creador, y la misericordia de Dios, única respuesta adecuada a la necesidad humana de infinito. Si la celebración del sacramento de la Reconciliación es así, si en ella los fieles experimentan realmente la misericordia que Jesús de Nazaret, Señor y Cristo, nos ha donado, entonces se convertirán en testigos creíbles de esa santidad, que es la finalidad de la nueva evangelización».





ANO DE LA FE

Messori: la fe es solo «apostar» por la resurrección de Jesús


María Magdalena y la otra María en el sepulcro

María Magdalena y la otra María en el sepulcro

En Sette del 5 de abril (suplemento semanal del Corriere della Sera) apareció un interesante artículo firmado por Vittorio Messori. Proponemos algunos pasajes: «Domingo de Pascua. Para la fe, es la evocación de la resurrección de aquel Jesús, crucificado tres días antes, que –precisamente saliendo del sepulcro– muestra ser el Cristo, el Mesías anunciado por los profetas y esperado por Israel. Muchos, incluso entre los creyentes, han olvidado que durante siglos la Navidad fue una fiesta secundaria con respecto a la Pascua y que aún hoy, las Iglesias orientales dan mayor resalte litúrgico a la Epifanía, signo de la manifestación de aquel Mesías a todas las gentes. ¿Y cuántos, también entre los que van a misa, recuerdan que el domingo se llama así (Dies Domini, día del Señor) porque es la renovación, cincuenta y dos veces al año, de aquel “día después del sábado” en que tuvo lugar el Gran Acontecimiento? [...]. San Pablo, autor de escritura sintética y nerviosa, habla claro, advirtiendo a los cristianos de Corinto: “Si no resucitó Cristo, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe… Si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los más desgraciados de todos los hombres”. ¿Por qué decir de nuevo hoy estas cosas? Pues para recordar que esa fe, a la que Benedicto XVI ha decidido dedicar un año especial de reflexión y redescubrimiento, esa fe es bastante más sencilla de lo que les parece a muchos. Y mucho menos compleja de lo que casi cinsiguen hacernos olvidar incluso hombres de Iglesia, inundándonos de palabras dichas y escritas, de enunciados teológicos, de prescripciones morales. Creer, para un cristiano, es esto, y sólo esto: “apostar” (por usar el término de Pascal, gran devoto y gran matemático) por la verdad de los Evangelios, que nos hablan del sepulcro vacío, el tercer día, y de las apariciones del Crucificado durante cuarenta días [...]. Este es el fundamento. Todo lo demás es consecuencia y comentario, aunque indispensable e importante. Y es precisamente a volver a este fundamento y a esta sencillez a lo que exhortaba Joseph Ratzinger durante el cuarto de siglo en que fue “prefecto de la fe “. Ahora, como papa, quiere ayudar a volver a esos fundamentos, con la ayuda del año especial que mencionábamos [...]. El cristianismo no es una sabiduría, no es una ética, una cultura, un conjunto de normas de vida, por muy sabias que sean. Es también esto, pero de manera derivada, porque su núcleo esencial es una historia, una narración verdadera, que culmina en la Resurrección».





IGLESIA

La predilección de Dios «por lo pequeño»


«“Las grandes cosas comienzan siempre en un grano de mostaza y los movimientos de masas tienen siempre una breve duración”. Esta frase escrita para describir las exigencias de una nueva evangelización por el Papa Benedicto XVI, cuando era todavía Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, enfocan claramente lo que resulta importante para Joseph Ratzinger en cuanto teólogo, obispo y Papa», son palabras con las que comienza un artículo del cardenal Kurt Koch, presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la unidad de los cristianos, publicado por L’Osservatore Romano el pasado 15 de abril. De este modo, según el purpurado, el Santo Padre pone como «principio básico» de la acción de Dios en la historia la «predilección por lo pequeño». Y explica: «El grano de mostaza no es sólo una comparación de la esperanza cristiana, sino que evidencia también que lo grande nace de lo pequeño, no por medio de cambios revolucionarios ni tampoco porque los hombres asumamos la dirección de ello, sino porque esto ocurre de modo lento y gradual, siguiendo una dinámica propia. Frente a esto, la actitud cristiana sólo puede ser de amor y paciencia, que es el profundo y duradero respiro del amor. [...] Por el contrario, los hombres estamos siempre tentados de tomar lo particular por el todo, de intercambiar lo finito por lo infinito, y, en consecuencia, poner el acento, en la comparación de Jesús, en el crecimiento; quisiéramos, con nerviosa impaciencia, tener en seguida un gran árbol robusto y, si es necesario, contribuir a esto con nuestras manos, en nuestro esfuerzo de divisar de inmediato un resultado notable, y en la pastoral corremos el riesgo de confundir la cura de almas con la preocupación por el número [...]. Con la comparación del grano de mostaza, el Papa subraya que la acción en la Iglesia debería tener como punto de referencia su misterio y no exigir tener de inmediato un gran árbol. La Iglesia es, al mismo tiempo, grano de mostaza y árbol, y el Papa lo subraya precisando que “tal vez nosotros deberíamos, la Iglesia debería, encontrarse frente a grandes pruebas (1Ts 1, 6) para aprender de nuevo de qué vive también hoy, vive de la esperanza del grano de mostaza y no por la fuerza de sus proyectos y de sus estructuras”».





Breves


IGLESIA/1

Bertello, la fe de los sencillos y los milagros de Jesús

«Hay dos modos para acercarse a Jesús: con el plantea­miento de los “sabios”, que ponen en entredicho sus palabras, o con el de la gente sencilla, que da testimonio de los milagros de Cristo y tiene ojos para ver al Esperado», dijo el cardenal Giuseppe Bertello, presidente de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano, en la homilía de una misa celebrada en la iglesia de Santa María de la Piedad, en el Coliseo. Las palabras del purpurado fueron publicadas en L’Osservatore Romano del 4 de abril.

 

 

IGLESIA/2

Moraglia y el Año de la fe

El 25 de marzo el nuevo patriarca de Venecia, Francesco Moraglia, tomó posesión de la sede episcopal. Durante su primera misa se detuvo en el pasaje del Evangelio relativo a la Cena de Emaús. Ofrecemos un fragmento: «Los dos peregrinos –Cleofás y su compañero de camino– están caminando con Jesús resucitado y están tristes porque, para ellos, sigue aún muerto; en un determinado momento, pretenden incluso explicarle, a Él, lo que había ocurrido en Jerusalén unos días antes [...]. Parece entreverse, en este torpe intento, la imagen de cierta teología, más voluntariosa que iluminada, dedicada por entero a la ardua e improbable empresa de salvar, a través de sus propias categorías, a Jesucristo y su Palabra. Pero en esta imagen estamos representados también nosotros cada vez que, con nuestros planes pastorales, con nuestros proyectos, congresos y debates, separados de una fe verdadera, pretendemos explicarle a Jesucristo quién es Él. Cleofás, su compañero de camino –y después de ellos los discípulos de todos los tiempos– al final expresan su desolación y desconfianza en Jesús y sus obras; sus palabras y el uso del tiempo imperfecto resultan inequívocos: “…nosotros esperábamos que sería él el que iba a liberar a Israel; pero con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que pasó…” (Lc 24, 21). Cuando la fe se ha perdido, o ya no es capaz de sostener y fecundar la vida de los discípulos, entonces todo discurso teológico, todo plan pastoral o cobertura mediática parecen insuficientes. Y nos encontramos en la misma situación de los dos discípulos de Emaús, incapaces de ir más allá de sus lógicas, sus estados de ánimo, descubriéndose prisioneros de sus miedos. Tengamos en cuenta todo esto en vísperas del incipiente Año de la fe».

 

 

Tel Aviv, 24 de marzo de 2012, manifestación contra la hipótesis de un ataque preventivo israelí contra Irán [© Associated Press/LaPresse]

Tel Aviv, 24 de marzo de 2012, manifestación contra la hipótesis de un ataque preventivo israelí contra Irán [© Associated Press/LaPresse]

ORIENTE MEDIO

Grossman: «Por qué digo no a la guerra contra Irán»

El conocido novelista israelí David Grossman escribió en el periódico italiano la Repubblica del 12 de marzo: «Irán, como es sabido, no es solamente un país fundamentalista y extremista. Amplios sectores de su población son laicos, cultos y desarrollados. Numerosos representantes de su amplia clase media se han manifestado con valor y arriesgando su vida contra un régimen religioso y tiránico que detestan. No digo que una parte del pueblo iraní sienta simpatía por Israel, pero un día, en el futuro, estas personas po­drían llegar a gobernar Irán y, tal vez, ser más favorables a Israel. Un ataque israelí contra Irán eliminaría esa posibilidad durante muchos años: para los iraníes, incluso los más moderados y realistas, Israel sería siempre un país arrogante y megalómano, un enemigo histórico con el que habrá que luchar eternamente. ¿Es esa una perspectiva más peligrosa o menos peligrosa que la de un Irán nuclear? ¿Y qué hará Israel si, en un momento dado, Arabia Saudí también decide que quiere armas nucleares y las consigue? ¿Atacarlo también? ¿Y si Egipto, con su nuevo gobierno, también emprende esa vía? ¿Lo va a bombardear? ¿Será siempre el único país de la región autorizado a tener armas nucleares? [...]. Semejante ataque sería arriesgado, precipitado e insensato, y puede cambiar completamente nuestro futuro de modo inimaginable. Mejor dicho, puedo imaginarlo, pero mi mano se niega a escribirlo».



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