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TESTIMONIO
Sacado del n. 01/02 - 2006

Un recuerdo de Zayed, jeque de Abu Dabi y presidente de los Emiratos Árabes Unidos

Sabía decir cosas maravillosas sobre la cooperación entre cristianos y musulmanes



Por Giovanni Bernardo Gremoli O.F.M. Cap.


Monseñor Gremoli con el jeque Zayed Bin Sultán Al Nahyán

Monseñor Gremoli con el jeque Zayed Bin Sultán Al Nahyán

Bajo la sabia e iluminada dirección del presidente Zayed Bin Sultán al Nayhán, los Emiratos Árabes Unidos se han convertido en un lugar abierto, pacífico, tolerante, dando seguridad a todos los habitantes del lugar y a los extranjeros.
Todos los cristianos, católicos y de otras denominaciones y ritos, tienen libertad para practicar su religión, tienen sus iglesias, se pueden desplazar libremente por el país para prestar asistencia los que están lejos de las ciudades. Todas las iglesias tienen su recinto donde se pueden desarrollar todas las actividades religiosas, incluidas las procesiones, sin ser absolutamente molestados. La policía protege con discreción todos los lugares de culto y no se han dado nunca hechos que hayan disturbado las asambleas religiosas.
Existe de verdad un respeto recíproco entre musulmanes y cristianos que nos permite movernos libremente.
Los padres vestimos nuestro hábito religioso en la ciudad y en todas las partes de los Emiratos sin que nadie nos disturbe o seamos objeto de gestos irrespetuosos. Aún recuerdo las palabras que me dijo durante una reunión: «Deseo que ustedes, padres, vistan siempre su hábito religioso para que todos sepan que son hombres de Dios y les respeten».
Durante estos 29 años pasados en Abu Dabi no he dejado nunca de vestir el hábito y puedo asegurar que siempre me han respetado en todas partes también en el zoco y en los lugares llenos de gente.
He podido entrevistarme muchas veces con el presidente Zayed. Cada vez que venía algún alto eclesiástico, cardenal o arzobispo, estaba contento de recibirlo con gran respeto y se entretenía con él en cordiales conversaciones.
Durante estos encuentros, que a menudo se prolongaban, tuve la posibilidad de comprender la sabiduría de este hombre que, aunque no altamente instruido, sabía decir cosas maravillosas sobre Dios, la cooperación entre cristianos y musulmanes, el compromiso para estar unidos con el fin de salvaguardar nuestros valores espirituales y morales.
No puedo olvidar el encuentro que su alteza mantuvo con el cardenal Jozef Tomko, entonces prefecto de Propaganda Fide, cuando fue a consagrar la iglesia de Dubai en noviembre de 1989. Durante esta larga conversación, su eminencia se quedó admirado al oír del jeque palabras tan inteligentes sobre las relaciones del hombre con Dios, el rechazo de toda violencia, la solidaridad para con los más necesitados de varias religiones, sin excluir a nadie, sobre la cooperación entre las naciones y sobre la libertad de practicar la propia religión, de modo que todos puedan dirigirse a Dios por el camino que hayan elegido. Expresó todos estos conceptos con mucha sabiduría y frases muy hermosas. Cuando, posteriormente, me encontraba con el cardenal Tomko en Roma, me recordaba siempre con admiración esta entrevista con el jeque Zayed.
El presidente Zayed sentía una sincera veneración por Su Santidad Juan Pablo II. Siempre me habló de él con mucha estima y me repetía: «Déle las gracias al Santo Padre por todo lo que hace en favor de la paz entre los pueblos. Lo que dice es siempre muy interesante y sabio y es válido también para nosotros los musulmanes». Hubo entre ellos un intercambio de cartas muy interesantes, no sólo porque revelan su aprecio y respeto recíproco, sino también por los varios temas tratados, entre ellos los de política internacional.
Por desgracia el presidente Zayed, que tenía la misma edad del Papa, como un día me aseguró uno de sus hijos, nos dejó el 2 de noviembre de 2004. Fue una pérdida muy sentida no sólo por los Emiratos, por los países del Golfo que había logrado unir en una pacífica cooperación, sino por todos los países del mundo árabe y de todo el mundo, como atestiguaron los centenares de delegaciones que fueron a expresar su pésame en los funerales. Fue una gran pérdida porque con su prestigio de hombre sabio y equilibrado era muy considerado y escuchado en la Liga Árabe y en otras asambleas musulmanas.
Organizamos en la Catedral un servicio fúnebre por su eterno reposo, en el que participaron muchos miembros del cuerpo diplomático y muchas personas musulmanas y cristianas. En el discurso fúnebre, durante la misa, pude manifestar nuestros sentimientos de gran aprecio por este sabio y toda la sincera gratitud de los cristianos por lo que él había sido para nosotros tan generosamente. Había perdido un verdadero amigo.
Las autoridades me dieron las gracias con conmoción por nuestras oraciones ofrecidas tan solemnemente y con tanta participación.



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