LA CAUSA NO ES EL PROGRAMA NUCLEAR. Pierre Bürcher, obispo auxiliar de Lausanne
Esperanzas desde Teherán
Diario de viaje de un obispo católico en misión en Irán
por Giovanni Cubeddu
Teherán. Vista del campanario de una iglesia y un mural que representa al ayatolá Jomeini
«Todo comenzó en 2004», explica monseñor Bürcher, «con una visita a Suiza del entonces presidente iraní Jatamí, con quien también yo me entrevisté oficialmente como representante de nuestra Conferencia Episcopal. De una propuesta de Jatamí nació la idea de visitar Irán. Pero los iraníes nos precedieron». En Teherán existe, en efecto, la ICRO, “Islamic Culture and Relations Organization”, órgano oficial de diálogo interreligioso, que en septiembre de 2005 envió a Suiza una delegación de ayatolás invitados a algunas jornadas de diálogo con los obispos católicos en Zurich, Eisiedeln, Berna, Lausanne y Ginebra. «Porque además su intención era comprender mejor la situación religiosa de los musulmanes en Suiza», subraya Bürcher, «que son unos trescientos mil, en su gran mayoría sunnitas y no chiítas, y proceden esencialmente de los países de la antigua Yugoslavia y de Turquía. Explicamos a los iraníes que el Grupo de trabajo “Islam” de la Conferencia Episcopal suiza ayuda entre otras cosas a los sacerdotes y laicos a afrontar cuestiones como, por ejemplo, los matrimonios entre musulmanes y cristianos, o la enseñanza de la religión en las escuelas. El resultado de aquellos días juntos fue sinceramente confortante».
La misión de la delegación suiza en Teherán es, en cambio, muy reciente, del 17 al 24 de abril, con una ceremonia de bienvenida a la que las autoridades han querido dar públicamente importancia: «El presidente del ICRO, el ayatolá Araqi, y el ex presidente Jatamí, nos recibieron muy fraternalmente», recuerda hoy Bürcher. Había acuerdo también en los contenidos, dado que los iraníes habían aceptado que el tema, algo delicado, de los encuentros fuera el derecho de las religiones y las minorías. «Como obispos católicos, además, habíamos puesto condiciones para nuestra estancia en Irán: que pudiéramos vernos con las tres minorías religiosas reconocidas por el Estado, cristianos, judíos y zoroastrianos, que pudiéramos celebrar misa todos los días y que hubiera contactos estrechos con la jerarquía católica y cristiana local. Todo esto se nos concedió», dice Bürcher, «incluso más ampliamente de lo que esperábamos». En efecto, «incluso participamos en una función de la comunidad asirio-caldea de Teherán, durante la cual una muchacha tomaba los votos perpetuos. Es una comunidad que se ocupa sobre todo de la acogida y la animación de los jóvenes. La población cristiana de Irán es muy minoritaria, pero está viva, tiene vocaciones. Sabemos bien que hay grandes preocupaciones en Europa por las vocaciones sacerdotales y religiosas, pero fue más hermoso ver florecer vocaciones allí, en un contexto considerado difícil: un religioso me confesaba que cuando con el gobierno de Teherán las cosas iban bastante bien, no tenían prácticamente vocaciones. Ahora, en cambio, que la situación es más abrupta, las tienen…». Luego hubo encuentros con los armenios ortodoxos y los latinos. Con las comunidades judías hubo dificultades. ¿Por qué precisamente con ellos?, preguntamos nosotros. «Era el Shavuot, una de las festividades judías más importantes, y era problemático organizar encuentros en aquella ocasión».
Teherán. Fieles armenios en la santa misa
La etapa siguiente es Isfahan, cuyos tesoros arquitectónicos han sido declarados patrimonio de la humanidad por la UNESCO, pero que ahora es más famosa por ser la sede del reactor nuclear Bushehr… Pero no es esto lo que atrae a nuestro grupo de prelados. Sigue diciendo Bürcher: «También allí visitamos la comunidad católica, celebramos la Eucaristía con ellos y hablamos de la vida de la Iglesia en Irán. En Isfahan lo particular es que la catequesis no solo la enseñan religiosos y religiosas, sino también familiares. Esto es así desde hace bastantes años, al contrario que en Teherán. Aprovechamos la ocasión para visitar la célebre iglesia dedicada a santa María y el museo histórico de los armenios ortodoxos. Otra novedad para nosotros: la visita al Templo del fuego, en la comunidad de los zoroastrianos».
Preguntamos si durante la estancia iraní alguien introdujo el tema de la influencia de Teherán en los chiíes que hoy gobiernan en Irak. «No sólo hablamos de ello, sino que incluso conversamos con iraquíes, tanto con el obispo asirio-caldeo de Teherán, monseñor Ramzi, original de la región de Mosul, como con varios fieles iraquíes diocesanos suyos. Quisiera subrayar que entre quienes tuvieron que emigrar debido a la tragedia iraquí algunos han buscado refugio incluso en Irán, y otros que antes habían emigrado a otros países, por ejemplo a Líbano, ahora son miembros de la comunidad cristiana de Teherán. Para estos cristianos el problema inmediato es el del trabajo. Por eso, nos decía un religioso en Teherán, están prácticamente todos con la maleta hecha, listos para dejar Irán: no solo por la limitación práctica de las libertades religiosas, sino precisamente por el desempleo…».
El comunicado oficial de la delegación episcopal suiza al final del viaje hablaba de «balance positivo» y de «prioridades concretamente realizadas» en el diálogo con las minorías cristianas y las representaciones islámicas iraníes. Aunque ello no cambia, según Bürcher, que sea necesaria la concesión de una auténtica libertad religiosa, «hay, por ejemplo, otro hecho positivo. En el Pacto de los Derechos Civiles y Políticos de las Naciones Unidas, terminado en 1966, la libertad de religión está afirmada, Irán la firmó en 1976 y mantiene su compromiso conscientemente. Aunque luego en la realidad haya funcionarios gubernamentales que no aplican estos principios, hay que darle el justo valor a la firma que los líderes de Teherán pusieron en aquellos documentos». La receta, pues, es la paciencia de pedir y mantener siempre en función los canales de la comunicación con las autoridades iraníes. Y no es verdad que, aunque lentamente, tampoco las cosas dentro se muevan. Explica el obispo Bürcher: «Cuando la delegación iraní vino a Suiza en 2005, de ella formaba parte un cristiano, miembro del Parlamento, que hemos vuelto a ver ahora en Teherán. Es uno de los representantes de la minoría cristiana, y nos ha ilustrado todo el trajín actual para favorecer el pleno reconocimiento de las minorías, y su firme voluntad de hacer que se aprueben leyes específicas en los distintos ámbitos. Es uno de los seis parlamentarios cristianos elegidos, pero como el Parlamento está compuesto por doscientos noventa miembros, se necesita tiempo y siempre buscar alianzas…».
Teherán. Un momento de pausa con el Grupo de trabajo “Islam”
En fin, ¿qué queda concretamente de una misión tan especial? Respuesta: «Irán es hoy noticia por todo menos por estos temas. El haber permitido a una delegación episcopal que establezca amplios contactos con la variada jerarquía cristiana iraní es demostración de inteligencia, y de cómo se sabe apreciar una novedad. Los propios obispos locales estaban asombrados de que las cosas hubieran salido de esta manera, era una de las primeras veces que una delegación cristiana procedente del exterior tomaba concretamente contacto con ellos y los ayudaba a seguir adelante. Excepto, especialmente, las misiones procedentes de Roma, las delegaciones como la nuestra normalmente son “catapultadas”, con programas apresurados y pocos encuentros con la Iglesia local. En cambio a nosotros se nos permitió que hiciéramos todo –de la mejor manera posible– en comunión con los cristianos iraníes, para que se sintieran realmente tocados por nuestra solidaridad y nuestra oración, pese a lo modesto que puede ser nuestro compromiso para que la enseñanza y la misión cristianas en Irán sean cada vez más públicas. Pero este diálogo interreligioso», termina diciendo nuestro interlocutor, «es cada vez más esencial, para establecer la justicia y la paz y para suavizar el tono del enfrentamiento. Si no es así no habrá paz duradera en el mundo. En Teherán tuve la concreta sensación de que puede haber esperanzas».