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ORIENTE PRÓXIMO
Sacado del n. 06 - 2003

ANÁLISIS. El tímido amago de negociaciones entre israelíes y palestinos, a prueba

Tratar a pesar de los atentados


"Puntual, como la gripe, tras el rápido y modesto viaje-misión del presidente Bush a Oriente Próximo, llega el ataque del hombre-bomba. Pero, al contrario de lo que venía sucediendo en los últimos tiempos, en vez de interrumpirse...


por Igor Man


Una manifestación en Nablus

Una manifestación en Nablus

el tímido amago de negociaciones sigue adelante. La fórmula de Rabin es justa: «Tratar a pesar de los atentados». El contrapeso a esta reacción pragmática al previsible atentado fue un acontecimiento realmente negativo, una agobiante novedad: la alianza, llamémosla así, entre los movimientos islamistas radicales más numerosos y temibles. El atentado del domingo 8 de junio de 2003 en Erez, paso fronterizo entre la Franja de Gaza e Israel (siete muertos: cuatro soldados israelíes y tres milicianos-suicidas). Estos últimos, antes de atacar sin esperanza de salir con vida a la patrulla israelí, habían grabado su testamento de shahid [mártires] como un desafío múltiple: a Bush, a Israel, al primer ministro palestino Abu Mazen. Aún más inquietante es que este desafío es unitario, lanzado por Hamás, por la Yihad islámica, por las “Brigadas de los mártires”, la milicia nacida de una costilla de Al Fatah, el movimiento de liberación fundado por Arafat en el lejano 1958 que sigue estando capitaneado, aunque sólo nominalmente, por el “padre de la Patria palestina”, Yasir Arafat.
Es significativa la declaración de Abdel Aziz Rantisi, el líder político de Hamás: «La operación de Erez», dijo al enviado del periódico italiano L’Unità, Umberto de Giovannageli, «confirma que la resistencia seguirá mientras dure la ocupación sionista, para desmentir la propaganda montada en Aqaba, que ha asimilado la resistencia contra el terrorismo […]. La sangre de los mártires prueba que la resistencia es el mejor camino para conseguir la unidad nacional».
Es demasiado pronto para llegar a la conclusión de que la proclamada resistencia, centrada en el atentado unitario, pueda evitar una verdadera guerra civil entre los palestinos. Es decir, entre quienes desean una tregua garantizada que permita dar inicio, siguiendo la “Hoja de Ruta” de Bush, a unas negociaciones que preparen la paz, y quienes con tal de salir de una existencia amarga pretenden una “paz razonable” fuera del libro de los sueños, y lo antes posible. Si es cierto que Israel está atravesando una difícil coyuntura económica, también es verdad que los palestinos, cuyo único sustento procede del trabajo en territorio israelí (ahora suspendido), están a punto de sucumbir a la hambruna. De ahí la propuesta del gobierno italiano de crear una especie de plan Marshall (a la que siguió la promesa de Bush de crear una zona de libre intercambio «dentro de diez años» con los Estados Unidos).
El caso es que el presidente Bush, tras un largo período de claro desapego por Oriente Próximo, acompañado de fuertes críticas a la «obsesión malsana» de Clinton por conseguir la paz en la región (llena de pozos de petróleo) se ha rendido a la realidad. El destino histórico de la Superpotencia va estrechamente ligado al llamado “problema mediooriental”. La fácil victoria armada en Irak podría transformarse en un desastre político (y de imagen) si el presidente no consiguiera transformar Irak en un laboratorio de democracia que pueda exportarse a todo el área. Todos sabemos a estas alturas que Dabeliú Bush se ha autodefinido varias veces borned again, es decir, vuelto a nacer, gracias a la iluminación de la fe. Sabemos que descuida la apasionante lectura de los artículos sobre el béisbol sólo para consultar la Biblia, su perenne fuente de inspiración. Hay mucho mesianismo en su (apresurado) ir por el mundo; su reciente misión a Sharm el Sheikh y a Aqaba es la prueba de que se siente ungido por el Señor. Como un nuevo Moisés, ha revelado las nuevas tablas de la paz probablemente dictadas por una altísima cátedra invisible para todo el mundo menos para el presidente de la única verdadera superpotencia. Las nuevas tablas pueden sintetizarse así: los israelíes están obligados a aceptar la creación de un Estado palestino a su lado, sin solución de continuidad territorial, que deje de ser una piel de leopardo tras el desmantelamiento de los asentamientos judíos. A cambio, Israel conquistará el reconocimiento oficial del Estado judío por parte de los palestinos y de los “moderados” (árabes), y en último lugar, aunque no en importancia, el final del terrorismo, tanto suicida como no. Como homenaje a la formal cortesía que les caracteriza, los líderes árabes convocados por Bush en las orillas turísticas del Mar Rojo, replicaron al mensaje-decreto del presidente mesiánico con rimbombantes condenas del terrorismo (que les inquieta porque amenaza su supervivencia, no sólo política). Pero algunos fueron más allá: Abu Mazen, el primer ministro designado por Arafat y elegido dentro de la OLP con el placet del propio Arafat, se mostró decidido a hacer borrón y cuenta nueva, reconociendo los sufrimientos del pueblo judío. Desear la salvación del pueblo judío significa, según Mazen, dar al mismo tiempo una respuesta positiva a las sacrosantas reivindicaciones del pueblo palestino, al que se le ha arrebatado su patria, política y territorialmente.
La cortesía de los árabes dio vida, como observa agudamente Dan Segre (uno de los expertos más lúcidos de Oriente Próximo) a una “escenificación”, una especie de son et lumière en clave histórico-política.
Evidentemente complacido por el éxito de esta “escenificación” que tanto había deseado, al lado de la batalladora Condi Rice, Bush, ya de vuelta, declaró a los periodistas embarcados en el Air Force One que se sentía el hombre justo en el lugar justo, the herd rider, el mayoral, es decir, el Buen Pastor que guía y arrea a su rebaño que vuelve de mala gana al gran redil llamado Paz. Mientras daba sorbitos, como nos dice Vittorio Zucconi en La Reppublica del 5 de junio de 2003, a una diet coke, el presidente dijo: «Muchachos, parece un sueño: he escuchado cosas increíbles, he escuchado hablar a los palestinos de los sufrimientos de los judíos y renunciar sin condiciones al terrorismo; y he escuchado a los judíos hablar de Estado palestino. Y si vacilaran, si cedieran en sus propósitos, pues aquí estoy yo para arrearles, para controlar lo que hacen, como firme y buen guardián (del rebaño)».
Valga por todo comentario (incluido el nuestro) a esta declaración –que reflejaba una satisfacción justificada, por lo demás–, el del propio Zucconi: «Bush ha hecho la paz entre judíos y árabes. De palabra. En los hechos todo sigue estando por demostrar».
Con todo el respeto hacia Bush, para honrar su inspirada actuación, pasando por alto su “impaciencia rayana en el apresuramiento” (aunque él y Condi improvisan, “toccata y fuga”; luego están los otros, los del formidable staff de la Casa Blanca, que son quienes han de dar forma y contenido a las intuiciones [¿o improvisaciones?] de Dabeliú y Condi), quisiéramos recordar aquí aquel refrán que dice: «Obras son amores, que no buenas razones».
Sin embargo, hay que decir que Bush, con todo realismo, ha encajado más de un revés, pero sin dejar de reafirmar su voluntad de proseguir en los esfuerzos por la paz. Por ejemplo, tras vacilar durante largo tiempo antes de afrontar el insidioso cenagal oriental (que se tragó a su padre y a Clinton), el jovencito Dabeliú ha atravesado por fin el Rubicón. Que Dios le ayude, a él y a Condi.
Con todo el respeto hacia Bush, para honrar su inspirada actuación, pasando por alto su “impaciencia rayana en el apresuramiento” (aunque él y Condi improvisan, “toccata y fuga”; luego están los otros, los del formidable staff de la Casa Blanca, que son quienes han de dar forma y contenido a las intuiciones [¿o improvisaciones?] de Dabeliú y Condi), quisiéramos recordar aquí aquel refrán que dice: «Obras son amores, que no buenas razones»
America can,
decía el pobre Sadat: América, si quiere, puede imponer la paz. A cualquiera: porque además de los misiles que atraviesan el mundo, dispone del control total del crudo, es Bush quien aprieta y afloja el grifo del oro negro, especialmente ahora que el petróleo iraquí light está a salvo y bajo control. Desde luego, America can, pero la paz no se conquista apretando un botón. La paz es una difícil, paciente, inteligente operación política, hecha también de suasion no necesariamente moral, sino que es sobre todo una mezcla de resignación y buen sentido, además de arbitraje pragmático, con honradez integral, por encima de las partes. Se pueden cometer errores, pero sin exagerar. Los Estados Unidos, traicionados quizá por la (noble) prisa impaciente de Bush (que, recordemos, se ha presentado ya para ser reelegido), ya han cometido su primer gran error.
Pase el nombramiento de Abu Mazen como primer ministro palestino: es una persona honrada, un buen patriota, desde luego, un caballero, antiguo compañero de fatigas del imprevisible Abu Ammar (nombre de guerra de Arafat).
Es un realista que siempre se ha opuesto a la política de a río revuelto ganancia de pescadores, eterna tentación de Arafat. Pero con su insistencia en que fuera elegido (paradójicamente por quien tenía que destronar, es decir, por el propio Arafat), los americanos lo han momificado, y de este modo le han ofrecido la oportunidad a los radicales, a los que podemos llamar los islamistas de la OLP, a los extremistas que ven en la “resistencia armada” el único camino para conseguir justicia, de que destruyan su imagen. Es cierto que Arafat encuentra opositores a varios niveles, pero nadie, ningún palestino, se atrevería a renegarlo, humillarlo públicamente. Con todas sus contradicciones sigue siendo el símbolo de una revolución nacionalista, laica, que persigue la recuperación de la Tierra; sigue siendo para las masas árabes (que existen, vaya si existen), al-Walid, el padre: de la Patria perdida y largamente anhelada, el paladín del honor árabe. Esto se vio en Sharm el Sheikh, donde Abu Mazen fue visiblemente ignorado por jefazos y jefecillos, honrados y sinvergüenzas. En Oriente la política está hecha también de ademanes, de gestos, de actitudes. Los demás líderes, sus “hermanos”, lo mandaron a la porra literalmente, aunque salvando las apariencias. Esto es algo que las masas árabes (que existen, vaya si existen) entendieron inmediatamente, y lo aprobaron. No es necesario ser hombre-bomba para considerar a un caballero, como es Abu Mazen, como si fuera un quisling cualquiera. Si hubieran reflexionado un poco, si se hubieran documentado (Lewis, Morris…) sobre el “sentimiento del honor” tal y como se percibe en esa parte del mundo donde el león llamado petróleo, que sigue respirando el aire místico-nacionalista que sopla inagotable desde la Meca, pues eso, que si hubieran puesto un poco más de atención, los Estados Unidos no habrían desperdiciado una carta tan importante como la de Abu Mazen. Pretender que Arafat salga de escena como un ladrón sorprendido por un niño es un error que puede echar más leña al fuego de la futura y ya de por sí tórrida temporada política de Oriente Próximo. A este viejo cronista que está en contacto desde hace más de cincuenta años con aquel mundo, que conjuga religión y superstición, amabilidad y fanatismo, cultura y dogma, poesía y violencia, astucia y sabiduría, a quien esto escribe permítasele terminar estas notas afirmando que sería una buena cosa salvar a Arafat. Podría ser la famosa carta bajo la manga, que tendría que jugarse con firme confianza en la mesa de la paz, y en el momento justo. El póker con un muerto de por medio podría satisfacer sólo al viejo rival eterno, Sharon, el que trató de aplastarlo como si fuera un piojo en 1982 invadiendo Líbano. El establishment árabe no adora, desde luego, a Arafat (del mismo modo que el piamontés y el napolitano no amaba a Garibaldi, considerado por los Borbones un maldito terrorista), pero ha aprendido en estos cincuenta años que sin él en Oriente Próximo puede hacerse la guerra y también el terrorismo, pero, desde luego, no la Paz.


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