Una meditación del cardenal Carlo Maria Martini en el 50 aniversario de la encíclica Haurietis aquas del papa Pío XII
La devoción al Sagrado Corazón de Jesús
El pasado 15 de mayo el papa Benedicto XVI envió una carta al general de la Compañía de Jesús con motivo del 50 aniversario de la encíclica Haurietis aquas. Pío XII había escrito la encíclica para celebrar y recordar a todos el primer centenario de la celebración de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús en la Iglesia universal. De este modo, aprovechando la concatenación de los aniversarios, el papa ha querido seguir el hilo continuo de esa devoción que desde hace siglos acompaña y consuela a muchos cristianos en su camino. Con ocasión del aniversario le hemos pedido al cardenal Martini algunas reflexiones, y él nos ha enviado el texto que publicamos a continuación
por el cardenal Carlo Maria Martini sj

Aparición del Sagrado Corazón a santa Margarita María Alacoque, mosaico de Carlo Muccioli, Basílica de San Pedro, Ciudad del Vaticano
El hecho de que el papa Benedicto XVI haya querido escribir una carta para recordar esta encíclica precisamente al superior general de la Compañía de Jesús no cabe duda de que se debe también a que los jesuitas se consideraban especialmente responsables de la difusión de esta devoción en la Iglesia. Esto lo afirmaba también santa Margarita María, según la cual este encargo lo había querido el mismo Señor que se le manifestaba.
Así fue como me fue presentada la devoción al Sagrado Corazón en el noviciado de los jesuitas, en la cuarta década del siglo pasado. Esto me llevaba a reflexionar sobre cómo era posible vivir esta devoción y por otra parte dejarse inspirar en la propia vida espiritual por la riqueza y la maravillosa variedad de la palabra de Dios contenida en las Escrituras.

Benedicto XVI con el cardenal Carlo Maria Martini
Tras comulgar durante los nueve primeros viernes de mes seguidos, era oportuno repetir la serie, para estar seguros de obtener la gracia deseada. Luego surgió también la costumbre de dedicar este día al Sagrado Corazón de Jesús, costumbre que de mensual pasó a ser semanal: todos los viernes del año estaban dedicados de alguna manera al Corazón de Cristo.
Así era en mis recuerdos la devoción de entonces. Se concentraba sobre todo en la honra y la reparación debida al Corazón de Jesús, visto un poco en sí mismo, casi separado del resto del cuerpo del Señor. Algunas imágenes representaban de hecho sólo el Corazón del Señor, coronado de espinas y traspasado por la lanza.
Uno de los méritos de la encíclica Haurietis aquas era precisamente ayudar a poner todos estos elementos en su contexto bíblico y sobre todo a resaltar el significado profundo de esta devoción, es decir, el amor de Dios, que desde la eternidad ama al mundo y por él dio a su Hijo (Jn 3, 16; cf. Rm 8, 32, etc.).
Así fue creciendo en mí el culto al Corazón de Jesús. Quizá se ha atenuado un poco por lo que se refiere a su símbolo específico, es decir, el corazón de Jesús. Y se ha vuelto, para mí y para otros muchos en la Iglesia, una devoción hacia lo íntimo de la persona de Jesús, hacia su conciencia profunda, su decisión de dedicación total a nosotros y al Padre. En este sentido el corazón es considerado bíblicamente como el centro de la persona y el lugar de sus decisiones. Así veo yo como esta devoción nos sigue ayudando hoy a contemplar lo que es esencial en la vida cristiana, esto es: la caridad. También comprendo mejor que tiene una relación estrecha con la Compañía de Jesús, la cual espiritualmente nace de los Ejercicios de san Ignacio de Loyola. Efectivamente, los Ejercicios son una invitación a contemplar largamente a Jesús en los misterios de su vida, muerte y resurrección, para poderlo conocer, amar, y seguir.

Episodios de la vida de Jesús sacados de la Maestà de Duccio di Buoninsegna, Museo de la Obra, Siena; aquí arriba, un detalle de la última cena
¿Cómo se dio y se dará en el futuro un desarrollo positivo de las semillas sembradas por la encíclica en el terreno de la Iglesia? Creo que un momento fundamental fue el del Concilio Vaticano II, en su constitución Dei Verbum. En ella exhorta a todo el pueblo de Dios a una familiaridad orante con las Escrituras, que dan profundidad y sólido nutrimento a las varias “devociones”.
El punto de llegada actual lo podemos ver en la encíclica del papa Benedicto XVI Deus caritas est. Escribe el Pontífice: «En la historia de amor que nos narra la Biblia, Dios sale a nuestro encuentro, trata de atraernos, llegando hasta la Última Cena, hasta el Corazón traspasado en la cruz, hasta las apariciones del Resucitado»; y termina diciendo: «Crece entonces el abandono en Dios y Dios es nuestra alegría (cf. Sal 73 [72], 23-28)». Por tanto, se trata de leer cada vez con mayor inteligencia espiritual las Sagradas Escrituras, manteniendo viva la atención por lo que está en la raíz de toda la historia de salvación, es decir, el amor de Dios por la humanidad y el mandamiento del amor al prójimo, síntesis de toda la Ley y de los Profetas (cf. Mt 7, 12).
De este modo se acallarán también hoy esas objeciones al culto del Sagrado Corazón que a lo largo de los siglos lo acusaban de intimismo o de fomentar una actitud pasiva, en menoscabo del servicio al prójimo. Pío XII recordaba y refutaba estas dificultades que no han desaparecido ni siquiera en nuestro tiempo, pues Benedicto XVI puede escribir en su encíclica: «Ha llegado el momento de reafirmar la importancia de la oración ante el activismo y el secularismo de muchos cristianos comprometidos en el servicio caritativo» (n. 37)
Otro mérito de la encíclica Haurietis aquas fue el de subrayar la importancia de la humanidad de Jesús. En esto seguía las reflexiones de los Padres de la Iglesia sobre el misterio de la Encarnación, insistiendo en el hecho de que «no hay duda de que el Corazón de Cristo palpitó de amor y de todo otro afecto sensible» (cf. nn. 21-28). Por esto la encíclica nos ayuda a defendernos de un falso misticismo que trata de superar la humanidad de Cristo para acercarse de modo directo al misterio inefable de Dios. Como afirmaron no sólo los Padres de la Iglesia, sino también santos como santa Teresa de Jesús y san Ignacio de Loyola, la humanidad de Jesús es un paso imposible de eliminar para comprender el misterio de Dios. No se trata, pues, de venerar solamente al Corazón de Jesús como símbolo concreto del amor de Dios por nosotros, sino de contemplar la plenitud cósmica de la figura de Cristo: «Él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en él su consistencia… pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la plenitud» (Col 1, 17.19).

Crucifixión, detalle
Por último quisiera mencionar el Apostolado de la oración, que nació en el siglo XIX, por obra de los padres jesuitas, en estrecha unión con la devoción al Sagrado Corazón. Considero que el apostolado pone a disposición de todos los fieles, con la ofrenda diaria de la jornada en unión con la ofrenda eucarística que Jesús hace de sí mismo, un instrumento muy sencillo para poner en práctica lo que dice san Pablo al principio de la segunda parte de la Carta a los Romanos, dando una síntesis práctica de la vida cristiana: «Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal será vuestro culto espiritual» (Rm 12, 1).
Muchas personas sencillas pueden hallar en el apostolado de la oración una ayuda para vivir el cristianismo de manera auténtica. El apostolado nos recuerda también la importancia de la vida interior y de la oración. En Jerusalén se siente de manera especial que la oración, y en particular la intercesión, es una prioridad. Naturalmente no sólo la pobre oración de cada individuo, sino una oración unida a la intercesión de toda la Iglesia, la cual es a su vez un reflejo de la intercesión de Jesús por toda la humanidad.
Esta intercesión se eleva sin interrupción por parte de Jesús al Padre por la paz entre los hombres y por la victoria del amor sobre el odio y la violencia. Lo necesitamos tanto en nuestros días, sobre todo en esta “ciudad de la oración” y “ciudad del sufrimiento” que es Jerusalén.