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ANTICIPACIONES
Sacado del n. 09 - 2006

DOCUMENTO

«Honrad a todos, amad a los hermanos» (1 Pt 2, 17)


El Secretario de Estado de Su Santidad presenta a los lectores de 30Días la versión oficial del discurso pronunciado por Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona el pasado 12 de septiembre


por el cardenal Tarcisio Bertone sdb


Me alegra que la revista 30Días, dirigida por el senador Giulio Andreotti, haya tomado la excelente iniciativa de publicar la versión íntegra, incluida las notas, del discurso pronunciado por el Santo Padre en la Universidad de Ratisbona el pasado 12 de septiembre con motivo del viaje pastoral a su Baviera natal.
Es la versión oficial del discurso pontificio, que contiene algunas pequeñas variaciones con respecto a lo dicho a viva voz, y contiene notas, como estaba previsto desde el momento en que se pronunció. Todos recordarán que desde un principio la Oficina de Prensa de la Santa Sede publicó el discurso acompañado de la siguiente nota: «El Santo Padre desea publicar más adelante una redacción del mismo enriquecido con notas. Por tanto, la actual debe considerarse provisional».
Benedicto XVI con el cardenal Tarcisio Bertone

Benedicto XVI con el cardenal Tarcisio Bertone

Leyendo atenta y meditadamente lo que, con razón, ha sido llamado la “espléndida” lección de Ratisbona, que, de todos modos, ni era ni podía ser un pronunciamiento ex cathedra, quedará claro que su tema de fondo era la relación entre fe y razón, y no pretendía profundizar en la cuestión del diálogo con las otras religiones y con el Islam en particular.
Por desgracia, la lectura apresurada del texto, que ha sido instrumentalizado incluso por quienes quisieran implicar al Papa y a la Santa Sede en verdaderos o presuntos choques de civilizaciones, que no pertenecen a la Iglesia católica, ha llevado a las reacciones injustificadas por parte de algunos sectores del mundo islámico.
Para evitar otros malentendidos la Oficina de Prensa vaticana, esta Secretaria de Estado y además el propio Santo Padre, han reafirmado varias veces que no existe por parte de nadie la voluntad de ofender.
Ya el 14 de septiembre el padre Federico Lombarda aclaró que «lo que quiere el Santo Padre es un claro y radical rechazo de la motivación religiosa de la violencia», que no estaba en las intenciones del Santo Padre «ofender la sensibilidad de los creyentes musulmanes», y que es “clara” la voluntad del Santo Padre «de cultivar una actitud de respeto y diálogo con las otras religiones y culturas».
Además, el 16 de septiembre, el primer día en este nuevo cargo para mí, difundí una declaración mía en la que entre otras cosas recordaba, por si todavía fuera necesario, que la posición del Papa sobre el Islam es «es la que se expresa, de forma inequívoca, en el documento Nostra aetate del concilio Vaticano II»; que «la opción del Papa en favor del diálogo interreligioso e intercultural también es inequívoca»; que el Santo Padre «no pretendía ni pretende de ningún modo asumirlo como propio» el reprobable juicio sobre Mahoma del emperador bizantino Manuel II Paleólogo, y que solo lo utilizó como ocasión para desarrollar una reflexión que concluyó «con un claro y radical rechazo de la motivación religiosa de la violencia, independientemente de donde proceda»; que el Santo Padre, «por tanto, está profundamente afligido por el hecho de que algunos pasajes de su discurso hayan podido parecer ofensivos para la sensibilidad de los creyentes musulmanes y hayan sido interpretados de una manera que no corresponde en absoluto a sus intenciones».
El 17 de septiembre, con motivo del rezo dominical del Ángelus, el Santo Padre en persona intervino sobre la cuestión diciendo: «Estoy vivamente afligido por las reacciones suscitadas por un breve pasaje de mi discurso en la Universidad de Ratisbona, considerado ofensivo para la sensibilidad de los creyentes musulmanes, mientras que se trataba de una cita de un texto medieval, que de ningún modo expresa mi pensamiento personal». En aquella misma ocasión el Papa recordaba también que el discurso en cuestión «en su totalidad era y es una invitación al diálogo franco y sincero, con gran respeto recíproco».
El 20 de septiembre, en fin, el Santo Padre intervino de nuevo sobre la cuestión. Reafirmó que la cita de Manuel II, «por desgracia, ha podido dar pie a un malentendido», añadiendo que «sin embargo, a quien lea atentamente mi texto le resultará claro que de ningún modo quería hacer mías las palabras negativas pronunciadas por el emperador medieval en ese diálogo y que su contenido polémico no expresa mi convicción personal». El Papa puntualizaba después: «El tema de mi conferencia —respondiendo a la misión de la universidad— fue la relación entre fe y razón: quería invitar al diálogo de la fe cristiana con el mundo moderno y al diálogo de todas las culturas y religiones». «Así pues, confío», sigue diciendo el Santo Padre, «en que, tras las reacciones del primer momento, mis palabras en la universidad de Ratisbona constituyan un impulso y un estímulo a un diálogo positivo, incluso autocrítico, tanto entre las religiones como entre la razón moderna y la fe de los cristianos».
Sobre esta invitación al diálogo positivo «incluso autocrítico», quizá sea bueno recordar que en el discurso de Ratisbona el Papa no habló solo de los riesgos de irracionalidad presentes en otras tradiciones religiosas, sino que hizo también una alusión “autocrítica” a la historia de la teología católica. Bastaría con leer las palabras dedicadas a Duns Scoto…
Como apéndice de estas intervenciones llegó luego la feliz iniciativa del 25 de septiembre, cuando el Papa recibió en audiencia a los embajadores de los países de mayoría islámica acreditados ante la Santa Sede y a algunos representantes de las comunidades musulmanas presentes en Italia. En esta ocasión el Pontífice rechazó los intentos de instrumentalización, algunos de los cuales a través de algunos medios de información, aunque también fuera de ellos, que pretenden contraponer su acción a la de su venerado predecesor. Benedicto XVI recordaba: «Continuando la obra emprendida por mi predecesor el Papa Juan Pablo II, deseo vivamente que las relaciones inspiradas en la confianza, que se han entablado entre cristianos y musulmanes desde hace muchos años, no sólo continúen, sino que se desarrollen con espíritu de diálogo sincero y respetuoso, fundado en un conocimiento recíproco cada vez más auténtico que, con alegría, reconozca los valores religiosos comunes y, con lealtad, respete las diferencias». Luego añadía: «Por consiguiente, fieles a las enseñanzas de sus respectivas tradiciones religiosas, cristianos y musulmanes deben aprender a trabajar juntos, como ya sucede en diversas experiencias comunes, para evitar toda forma de intolerancia y oponerse a toda manifestación de violencia».
¿Por qué, podemos preguntarnos, tantas intervenciones de la Santa Sede y del Santo Padre sobre una cuestión tan específica? ¿Por miedo? Desde luego que no. El Santo Padre, el Sucesor de Pedro, ha querido también él seguir una indicación que el Príncipe de los apóstoles les dio a las primeras comunidades cristianas: «Honrad a todos, amad a los hermanos» (1Pt 2, 17). El Papa, pues, ha querido solo reafirmar de manera inequívoca y comprensible a todo el mundo su voluntad de “honrar” a todos, musulmanes incluidos, y su voluntad de “amar” a todas las comunidades cristianas, especialmente a las que se encuentran en regiones en las que la religión islámica es mayoritaria.
Así que no ha de extrañar que el Papa –después de recibir en audiencia, el sábado 30 de septiembre, al pastor de la comunidad católica más numerosa de Oriente Medio–, con motivo de la oración del Ángelus del domingo 1 de octubre, dijera: «Ayer tuve la alegría de encontrarme con Su Beatitud Emmanuel III Delly, patriarca de Babilonia de los caldeos, que me informó sobre la trágica realidad que debe afrontar diariamente la querida población de Irak, donde cristianos y musulmanes viven juntos desde hace catorce siglos como hijos de la misma tierra. Ojalá que no se debiliten entre ellos estos vínculos de fraternidad, a la vez que, con los sentimientos de mi cercanía espiritual, invito a todos a unirse a mí para pedir a Dios omnipotente el don de la paz y de la concordia para ese martirizado país».
Así pues, esperando que este momento nada fácil pueda considerarse definitivamente superado, me permito añadir algunas consideraciones que quizá puedan ser de alguna utilidad para conseguir un diálogo provechoso entre la Santa Sede y el mundo islámico. ¡Un diálogo que no puede más que ser inteligente, es obvio!, pero que ha de ser, como ha dicho el Santo Padre, también “franco y sincero” y siempre con «gran respeto recíproco».
El Cristianismo no se limita a Occidente, está claro, ni se identifica con él, pero solo reforzando una relación dinámica y creativa con su propia historia cristiana podrán la democracia y la civilización occidentales volver a encontrar empuje y propulsión, es decir, las energías morales para afrontar un escenario internacional fuertemente competitivo.
Benedicto XVI durante la audiencia concedida a los embajadores de los países de mayoría islámica acreditados ante la Santa Sede y a algunos representantes de las comunidades musulmanas presentes en Italia, el 25 de septiembre en Castelgandolfo

Benedicto XVI durante la audiencia concedida a los embajadores de los países de mayoría islámica acreditados ante la Santa Sede y a algunos representantes de las comunidades musulmanas presentes en Italia, el 25 de septiembre en Castelgandolfo

Hay que desbaratar el rencor antiislámico que crece en muchos corazones, pese al peligro de tantas vidas de cristianos. Además la firmísima condena frente las formas de burla de la religión –y aquí me refiero también al episodio de las irreverentes viñetas satíricas que inflamaron a la muchedumbre islámica a principios de este año– es una condición indispensable para condenar las instrumentalizaciones. Sin embargo, el discurso de fondo no es ni siquiera el del respeto de los símbolos religiosos. Es sencillo y radical: hay que tutelar la dignidad humana del musulmán creyente. En un debate sobre estos temas una joven musulmana nacida en Italia afirmaba sencillamente: «Para nosotros el Profeta no es Dios, pero le queremos mucho». ¡Hay que tener por lo menos respeto por este sentimiento profundo!
Frente a los musulmanes creyentes, aunque también frente a los terroristas, el parámetro que ha de dictar el comportamiento no es la utilidad o el daño, sino la dignidad humana. El centro de la relación entre Iglesia e Islam es, pues, de entrada la promoción de la dignidad de cada persona y la educación al conocimiento y la tutela de los derechos humanos. En segundo lugar, y ligado a esta condición preliminar, no hemos de renunciar a proponer y anunciar el Evangelio, incluso a los musulmanes, respetando la libertad del acto de fe.
Para alcanzar estos objetivos la Santa Sede se propone impulsar al máximo las Nunciaturas Apostólicas en los países de mayoría musulmana, para aumentar el conocimiento y si es posible también hacer que compartan las posiciones de la Santa Sede. Pienso también en un posible fortalecimiento de las relaciones con la Liga Árabe, que tiene su sede en Egipto, teniendo en cuenta las competencias de este organismo internacional. La Santa Sede se propone además establecer relaciones culturales entre las Universidades católicas y las Universidades de los países árabes y entre los hombres y mujeres del mundo de la cultura. Entre ellos el diálogo es posible y yo diría que incluso fructífero. Recuerdo algunos congresos internacionales sobre temas interdisciplinarios que hemos celebrado en la Pontificia Universidad Lateranense, por ejemplo sobre los derechos humanos, sobre la concepción de la familia, sobre la justicia y sobre la economía.
Hay que seguir e intensificar este camino de diálogo con las élites culturales, con la esperanza de penetrar posteriormente en las masas, cambiar la mentalidad y educar las conciencias. Y precisamente para facilitar este diálogo la Santa Sede ha comenzado, y continuará por este camino, a utilizar más sistemáticamente la lengua árabe en su sistema de comunicaciones.
Todo ello siendo siempre consciente de que la salvaguardia de la persona humana, este icono pobre y continuamente en peligro aunque sumamente amado por Dios –amado por sí mismo, como dice el Concilio Vaticano II– es el mayor testimonio que las tradiciones religiosas bíblicas pueden ofrecerle al mundo.


Discurso de Benedicto XVI en la Universidad de Ratisbona


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