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EDITORIAL
Sacado del n. 02 - 2007

El treinta aniversario


Cuando a mediados de los setenta la situación italiana entró en un período crítico se crearon las condiciones por lo menos para una no beligerancia entre nosotros, los democristianos, y los comunistas, que desde 1947 votaban sistemáticamente contra los gobiernos por habérseles excluido. Fue necesario, pues, hallar un compromiso


Giulio Andreotti


Enrico Berlinguer, secretario del PCI, le estrecha la mano a Aldo Moro, presidente de la DC, el 20 de mayo de 1977

Enrico Berlinguer, secretario del PCI, le estrecha la mano a Aldo Moro, presidente de la DC, el 20 de mayo de 1977

Cuando a mediados de los setenta la situación italiana entró en un período crítico (Brigadas Rojas y deuda internacional que superaba todos los límites) se crearon las condiciones por lo menos para una no beligerancia entre nosotros, los democristianos, y los comunistas, que desde 1947 votaban sistemáticamente contra los gobiernos por habérseles excluido. Fue necesario, pues, hallar un compromiso. Lo elaboraron Aldo Moro y Enrico Berlinguer, pero cuando se me llamó a mí a la presidencia, tuve un encuentro importante con Berlinguer en casa de Tonino Tatò. Más tarde circuló la voz de que la CIA había colocado en ella un micrófono; si hubiera sido cierto, yo me alegraría porque la grabación confirmaría el pacto al que llegamos.
Los comunistas se comprometían a votar un documento reconociendo elementos fundamentales de la política exterior italiana, el Pacto Atlántico y la Comunidad Europea.
La abstención de los parlamentarios comunistas, que era determinante, fue rebautizada como «no desconfianza» (expresión acuñada por el asesor económico de la presidencia, profesor Luigi Cappugi).
Había un obstáculo psicológico: hacer comprender en el exterior el significado exacto (la finalidad y los límites) del giro italiano. En especial era importante el impacto en los Estados Unidos de América, siempre temerosos de un “resbalón” nuestro. Veinte años antes, especialmente en la época de la embajadora Claire Boothe Luce, las dudas que tenían eran muy fuertes, como atestiguan también los diarios de Alberto Tarchiani, nuestro prestigioso embajador en Washington.
Giulio Andreotti, presidente del gobierno llamado de la “no desconfianza” (29 de julio de 1976 – 11 de marzo de 1978), durante una relación en el hemiciclo de la Cámara de Diputados

Giulio Andreotti, presidente del gobierno llamado de la “no desconfianza” (29 de julio de 1976 – 11 de marzo de 1978), durante una relación en el hemiciclo de la Cámara de Diputados

Por desgracia el giro de 1976 provocó dos tipos de reacciones. Una, por así decir, a la derecha; para atenuarla Giorgio Napolitano organizó una ronda de conferencias en aquel país.
En sentido opuesto estaba la oposición de la izquierda extraparlamentaria, que, considerando que los dirigentes comunistas estaban traicionando los principios alejándose de la Casa madre, creó, o por lo menos alimentó, las Brigadas Rojas.
Moro pagó con su vida el giro italiano, que mientras tanto se había formalizado ya en el Parlamento.
Pero también en la Democracia Cristiana a la no beligerancia constructiva con los comunistas se le hacía frente de manera no demasiado secundaria. Se le atribuyó a Fanfani el espaldarazo a algunos dirigentes del Movimiento Social que salieron del partido para crear Democracia Nacional. Es difícil creer cómo es que pudieron realmente esperarse que la DC presentara algunas de sus candidaturas (como la de Nencioni en Milán); lo cierto es que yo me enteré luego de este pacto más que reservado. Pero cuando comenzó la operación y se llegó al voto en el Parlamento provoqué la crisis de gobierno haciendo que salieran del hemiciclo dos senadores democristianos: Todini y Della Porta, perdiendo de este modo la “confianza”. El presidente Pertini disolvió las Cámaras y comenzó una campaña electoral extraordinaria, políticamente muy confusa.
De todos modos el paso decisivo de los comunistas se había dado y ya no podían dar marcha atrás en lo referente a los puntos clave de la política exterior italiana.
Cabe subrayar un dato importante. Con el gobierno soviético Italia siempre había mantenido relaciones formales muy límpidas; yo mismo, con un personaje tan importante como Gromyko, trabajé eficazmente en reuniones importantes. Por lo demás, en mi primera experiencia presidencial de 1972 (bipartito con los liberales de Malagodi) fui de visita oficial a Moscú, donde fui bien recibido pese a los llamamientos contrarios que habían salido de la sede del PCI, que solo consiguieron que no se me recibiera en las altas esferas. Me enteré más tarde de que les habían tenido que conceder siquiera esta limitación protocolaria a los camaradas italianos.


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