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REPORTAJE DESDE SIRIA
Sacado del n. 02 - 2007

SIRIA. Las comunidades cristianas

Estado “canalla”, refugio de los cristianos


Los consejeros de Bush tenían pensado derribarlo tras “liberar” a Irak. Y sin embargo hoy el régimen baazista de Assad garantiza la vida ordinaria de comunidades cristianas de tradición apostólica. Ahora, éstas temen el contagio iraquí


por Gianni Valente


Cerca de la puerta de Bab Kissan han construido la iglesia de San Pablo. En aquella zona las murallas de Damasco siguen recordando aquella noche en que Saulo tuvo que escapar de la ciudad, metido en una cesta por sus nuevos amigos, para huir de quienes querían quitárselo de en medio. El ex perseguidor de cristianos, recién bautizado por Ananías después de haber encontrado al Señor camino de Damasco, precisamente allí había comenzado a «proclamar a Jesús Hijo de Dios» en las sinagogas. Por eso, los judíos damascenos, escandalizados, «montaban guardia incluso en las puertas de la ciudad de día y de noche para eliminarlo».
Si la Damasco de entonces se había convertido para Pablo en un lugar peligroso, hace ya tiempo que para muchos que llevan el nombre de Cristo parece ocurrir exactamente lo contrario. Hace por lo menos un siglo que en Oriente Próximo, cuando escapan los cristianos, a menudo lo hacen a Damasco y a las otras ciudades de Siria. Los cristianos iraquíes que han llegado huyendo de violencias y persecuciones estalladas en su enloquecido país son solo los últimos de la serie. Ya había pasado con los armenios que en 1915 escapaban de las matanzas fomentadas por los Jóvenes Turcos en Anatolia, y luego a los asirios que escapaban de Irak en los años treinta, cuando el nuevo Estado independiente reprimió con sangre sus impulsos secesionistas (alimentados por las falsas promesas del precedente protectorado británico).
Es una paradoja geopolítica elocuente y sin embargo completamente olvidada el que el Estado hasta ahora inscrito ex officio por la administración Bush en el llamado “Eje del Mal” resulte ser una especie de refugio protegido para los cristianos del área medio-oriental. Una “vocación” que nace ante todo de un cóctel de circunstancias históricas fortuitas, antiguas y recientes, y que explica por lo menos en parte también la fisionomía variada de la cristiandad presente en Siria, verdadero caleidoscopio de ritos y tradiciones (casi un millón de fieles, de una población de casi veinte millones, donde se cuentan once jerarquías y comunidades distintas, con tres patriarcas de Iglesias orientales que tienen su sede en Damasco, de hecho y conscientemente heredera de la Sede apostólica de Antioquía).

Peregrinos musulmanes descansan 
junto a la Cúpula del Reloj, en el patio de la mezquita de los omeyas

Peregrinos musulmanes descansan junto a la Cúpula del Reloj, en el patio de la mezquita de los omeyas

De san Pablo a los franceses
Después de Belén, Nazaret y Jerusalén, los lugares más importantes de peregrinación de Oriente Medio están en Siria: lugares como el santuario rupestre de Santa Tecla, la discípula de Pablo, o el santuario de Nuestra Señora de Saidnaya, que conserva celosamente bajo llave un icono atribuido a san Lucas. Lugares de oración que se remontan a los siglos IV y V, donde se entra descalzo, como en las mezquitas. Al oeste de Aleppo, las ruinas de miles de iglesias diseminadas por las famosas noventa “ciudades muertas” atestiguan el triunfal florecimiento de la Siria cristiana de tradición antioquina, bien pronto puesta en discusión cuando se implantó la doctrina monofisita, abrazada por los cristianos sirios también como factor de distinción religiosa con respecto a sus dominadores bizantinos. En el siglo VII, cuando con los omeyas Damasco se convirtió en capital del primer imperio islámico, el nuevo poder deja amplio espacio a los cristianos árabes y arabizados de Siria. San Juan Damasceno, hijo de un funcionario del califa de Damasco, es el ejemplo más famoso de esta persistente relevancia de la comunidad cristiana englobada en la naciente civilización islámica. «Quienes siguen siendo fieles a su Iglesia se arabizan en masa […]. Gracias a los cristianos de Siria los conquistadores entran en contacto con el pensamiento antiguo y recogen su inmensa herencia» (J. P. Valognes, Vie et mort des chretiens d’Orient, Fayard, París 1995, p. 704). La vida de los cristianos se hizo más difícil con la llegada de los abasíes y aún más amarga por las feroces represalias mamelucas tras las cruzadas. También el largo período otomano estará caracterizado por violencias y progroms anticristianos que estallan sobre todo cuando «los cristianos se toman como pretexto para las ingerencias europeas» (ibidem, p. 707). Pero en los períodos tranquilos los cristianos consiguen prosperar con sus actividades comerciales e intelectuales. A finales del siglo XIX, bajo el dominio turco, las tipografías cristianas y los textos en árabe que publican están entre los factores inspiradores del renacimiento cultural y político de la “arabidad” que desembocará en el movimiento de independencia nacional. Tras la Primera Guerra Mundial, el período del mandato francés, comenzado en 1921, dará un impulso original y duradero a la relación entre comunidades cristianas y poder político en Siria. Mientras en Líbano la potencia mandataria trata de favorecer la creación de un Estado cristiano, cristalizando las relaciones de fuerza entre las confesiones religiosas en un estático reparto del poder, en Siria, donde los cristianos están en minoría, se sigue el camino en cierto sentido opuesto. La Constitución de 1930, inspirada también por el jurista cristiano Edmond Rabat, diluye en el unanimismo árabe las divisiones confesionales y los riesgos de conflicto religioso, prescribiendo la total neutralidad del poder civil frente a las distintas comunidades religiosas. Un modelo de “laicidad” que para los cristianos representará una posibilidad objetiva de protección. Cuando en 1943 llega la independencia, los ambientes musulmanes reclaman la abolición de los “decretos de laicidad” introducidos durante el período mandatario. La nueva Constitución elaborada al principio de los años cincuenta, pese a las presiones de los Hermanos Musulmanes, no define al islam religión de Estado, limitándose a prescribir la necesaria pertenencia del presidente a la religión islámica. En aquellos años cada uno de los cristianos que se han expuesto apoyando la independencia nacional juegan un papel político de gran relieve: Fares al Khoury, líder político cristiano ya en el período mandatario, es elegido dos veces (1945 y 1954) presidente del Consejo de Ministros (cosa que habría sido impensable en Irak o en Egipto).

Muchachos trabajando 
en el zoco Al Bzouriah de Damasco

Muchachos trabajando en el zoco Al Bzouriah de Damasco

La variante alauí
A partir de finales de los cuarenta el nacionalismo panárabe secularizante –en cuya elaboración teórica jugaron un papel clave pensadores cristianos sirios y libaneses como Michel Aflaq y Antoun Saadé– se convierte en la ideología oficial de los gobiernos militares efímeros que se alternan hasta el que instauró establemente el general Hafez el Assad en 1970. Bajo Assad el militar-socialismo que giraba alrededor del partido Baaz redefine sobre esta base doctrinal también las relaciones con las comunidades religiosas: laicidad de la vida pública, anulación formal de las discriminaciones por motivos religiosos, exaltación de la identidad árabe-siria como criterio exclusivo fundador de la unidad nacional a la que someter los particularismos religiosos. Junto a Líbano, Siria sigue siendo todavía hoy el único país árabe donde el islam no está definido formalmente religión de Estado por la Constitución y la religión no se pone en el documento nacional de identidad de los ciudadanos.
La opción laica y a-confesional del régimen se basa también en razones de instrumentalizad política contingente. La nomenclatura que monopolizó el poder con Hafez el-Assad –y sigue administrándolo con su hijo Bashshar, que le “sucedió” en 2000 en la presidencia del país– fue reclutada en buena parte dentro de la comunidad alauí, el grupo minoritario islámico de carácter shií exotérico, considerado heterodoxo por la mayoría suní. Este bloque de poder ha adoptado el nacionalismo panárabe como paraguas ideológico de una hegemonía difícilmente justificable según criterios de legitimidad “islámico”. Y en el pasado no dudó en ahogar en sangre los síntomas de contagio integrista que parecía que iban a inflamar a la mayoría suní. En Hama, tradicional bastión del radicalismo islámico, no han olvidado cuando la insurrección de 1982 contra el régimen (acusado de “ateísmo” y filocomunismo por los rebeldes suníes) fue sofocada con la intervención de la artillería y la aviación, que arrasaron el cuartel general –empezando por las mezquitas– provocando 20.000 muertos.
También los cristianos pagaron en el pasado su precio a la ideología estatalista y autoritaria del régimen. Ya en el 67 las escuelas cristianas fueron nacionalizadas. Especialmente las católicas, que, endureciendo su rechazo a cualquier tipo de compromiso con las pretensiones dirigistas del gobierno, condenaron a la disipación un patrimonio educativo y cultural de enorme valor. La política económica de tipo estatalista en vigor durante más de treinta años frustró las aspiraciones profesionales y económicas de muchos cristianos tradicionalmente pertenecientes a la élite burguesa, empujando a muchos e influyentes clanes familiares cristianos a la emigración. Toda la vida de asociación así como la utilización de los bienes eclesiásticos tienen lugar bajo la estrecha tutela del Estado, que convoca a las Iglesias a declarar frente a los servicios de seguridad cada vez que vuelven de un viaje al extranjero. Pero incluso con estos condicionamientos, la mezcla de ideología nacionalista “laica” y bloque de poder hegemonizado por una minoría islámica marginal sigue representando una circunstancia fortuita que de hecho facilita la vida ordinaria de las comunidades cristianas sirias.
En Siria no existe ningún tipo de restricción a la libre expresión de las prácticas y devociones cristianas. Misas, procesiones, peregrinaciones, colonias de verano, conferencias, cursos de catecismo, incluso scoutismo confesional se desarrollan en ciudades y pueblos sin la excesiva discreción y el tímido disimulo que caracterizan a las manifestaciones exteriores y públicas de la fe cristiana en otros países de mayoría musulmana. Las solemnidades cristianas de Navidad y Pascua –tanto católico-latina como cristiano-oriental– son días festivos para todo el país. En los barrios cristianos los cruces y las fachadas de las casas alojan hornacinas marianas y crucifijos. Las iglesias, como las mezquitas, están exentadas de pagar los servicios públicos del Estado, que garantiza materiales y precio de coste para la construcción y restauración de los edificios religiosos. El pasado mes de junio un decreto presidencial garantizaba a las comunidades católicas la posibilidad de reglamentar materias de derecho privado familiar y hereditario según normas y criterios no conformes con la legislación de derivación coránica en vigor para la mayoría musulmana. A mediados de diciembre también Benedicto XVI en su discurso al embajador sirio ante la Santa Sede definió a Siria como un ejemplo único en el mundo «de pacífica coexistencia y tolerancia entre los seguidores de distintas religiones» y expresó su aprecio por «la legislación recientemente introducida por el gobierno sirio para reconocer el status jurídico de las Iglesias presentes en su país».

Escenas de devoción musulmana ante el mausoleo de San Juan Bautista, 
en la mezquita de los omeyas

Escenas de devoción musulmana ante el mausoleo de San Juan Bautista, en la mezquita de los omeyas

Sombras iraquíes
Sin embargo, ahora el panarabismo “laico” nacionalista, tras perder en el resto del mundo árabe su fuerza de movilización política a favor del radicalismo islámico, está presionado también en su última trinchera siria. El régimen de tipo baazista hace tiempo que ha dejado de ser indiferente ante la religión. También en Siria el renacimiento islámico modifica profundamente las vivencias sociales del cada día. Fervor religioso de las jóvenes generaciones, multiplicación exorbitante de las mezquitas y de sus ruidosos altavoces, florecimiento de hermandades y centros culturales islámicos, proliferación de escuelas coránicas antes prohibidas, difusión a ritmo exponencial del velo femenino, lecturas coránicas servidas por cassettes incluso en los autocares públicos de largo recorrido por conductores devotos. El gobierno se esfuerza por canalizar la islamización de la vida colectiva en una política de concordia interconfesional que exige plena y constante alineación por parte de los líderes religiosos. En Siria más que en otras partes las reacciones oficiales de los jefes musulmanes al discurso ratzingeriano de Ratisbona parecían estar inspiradas por un distanciamiento intelectual y una moderación “académica”. Pero precisamente la catástrofe iraquí provoca en muchos miembros de las minorías cristianas paragones inquietantes. El padre Pierre Masri, director de la Biblioteque spirituelle de Aleppo confiesa: «Los cristianos de aquí han escuchado de los hermanos escapados de Irak historias terribles, un abismo de ferocidad que hasta hace poco tiempo nadie hubiera imaginado. Y todos ven que los factores existentes en el escenario iraquí de antes de la guerra están también presentes en la actual situación siria. También aquí hay suníes, aluíes, chiíes, curdos. También aquí hay indicios de infección integrista que hasta ahora los aparatos de seguridad habían mantenido a raya. También aquí existen unos líderes políticos que están desde siempre en el punto de mira de Estados Unidos…».
A finales de 2003, a pocos meses de la “liberación” de Irak, las dos Cámaras del Parlamento de EE UU habían votado las sanciones contra Siria acusando a Damasco de «apoyo al terrorismo» y acusando a la política siria en Líbano. En aquellos meses la administración Bush declaraba que pretendía «un cambio en Siria». El “príncipe de las tinieblas” Richard Perle, por aquel entonces presidente del Defense Policy Board y gran estratega neoconservative de la política exterior estadounidense, había sugerido trasladar a Siria las tropas americanas que habían abatido al régimen iraquí. En 2004, mientras se establecían las bases para la independencia sustancial del Kurdistán iraquí, con elocuente oportunismo temporal se encendían focos insurreccionales también entre los curdos de Siria, en el noreste del país.
Ahora que la línea neoconservative de la política norteamericana parece estar agonizando y entre Siria y EE UU vuelven a abrirse canales directos de diálogo precisamente con motivo de la cumbre sobre la trágica situación iraquí (la del pasado 10 de marzo y la programada para el próximo 10 de abril) el cambio de situación les interesa también a los cristianos de Siria. «Saben bien», cuenta don Masri, «que serían los primeros en pagar la desestabilización política del país inducida desde el exterior. Y repiten todos lo mismo: si tenemos que elegir entre la democracia y la vida, elegimos la vida».


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