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UNIÓN EUROPEA
Sacado del n. 02 - 2007

ANIVERSARIOS. Los cincuenta años de los Tratados de Roma

El viejo y siempre nuevo continente


Entrevista a Emma Bonino, ministra italiana de Comercio Internacional y Políticas Europeas: la construcción europea ha aminorado su marcha, pero sigue avanzando. Cómo desbloquear el Tratado Constitucional antes de 2009. La relación privilegiada con los países extraeuropeos de la cuenca mediterránea


Entrevista a Emma Bonino por Roberto Rotondo


Emma Bonino

Emma Bonino

El 25 de marzo termina simbólicamente el período de reflexión tras el rechazo a la Constitución europea de Francia y Holanda en 2005. ¿Ha sido un período inútil, o se vuelve a comenzar con ideas más claras y un impulso nuevo?
EMMA BONINO: A mi modo de ver estamos entre las dos posibilidades que usted sugiere. Las crisis son siempre saludables cuando de ellas se consigue salir bien, y espero que también en esta ocasión Europa sepa encontrar su camino. No es la primera crisis por la que ha atravesado el proceso de integración, y por supuesto tampoco será la última. Qué duda cabe que el parón ha sido fuerte, entre otras cosas porque el mundo corre cada vez más deprisa y no espera a que los europeos se pongan de acuerdo. Sin embargo, yo destacaría un elemento positivo: la situación actual nos está obligando a reconsiderar las razones de nuestra unidad, la finalidad que perseguimos con el proyecto europeo. En cierto sentido, este estancamiento nos está ofreciendo la posibilidad de construir nuestro futuro partiendo de un espíritu nuevo, que yo espero que sea aún más sólido que el pasado, y que nos llevará a equipar a Europa con los instrumentos necesarios para afrontar los retos del siglo XXI. De todos modos, es todavía demasiado pronto para decir si volvemos a ponernos en marcha con las ideas más claras. Con más autoconciencia sí, desde luego, pero tenemos que esperar todavía para ver si conseguimos sacarle partido a esta posibilidad.
¿Estamos, pues, en una situación de estancamiento?
BONINO: Hemos desacelerado la marcha, pero seguimos avanzando, aunque quizá solo debido a la inercia. Es cierto que vivimos un estancamiento sobre la reforma constitucional, pero muchos proyectos siguen avanzando. Pienso ante todo en la agenda renovada de Lisboa y en otros nuevos proyectos que van saliendo, como demuestran los resultados del último Consejo europeo. Sin embargo, está claro que necesitamos cuanto antes un plan para resolver la crisis surgida con los referendos negativos de 2005. Y lo necesitamos porque este plan hará las funciones de mapa, sin el cual corremos el riesgo de volver a pedalear sin saber exactamente adónde estamos yendo.
Las tres citas de reforma constitucional –Ámsterdam 1997, Niza 2000, Roma 2004– fueron vistas como intentos de reforzar y superar el modelo actual. De hecho hace quince años que la Unión cuenta con la posibilidad de dar paso en el campo político a la creación de un poder supranacional como el que hoy existe para la economía y la moneda. ¿Con qué resultados, según usted?
BONINO: Los resultados han sido escasos hasta el momento. Con Ámsterdam dimos algunos pasos importantes en algunos sectores estratégicos –se me ocurren ahora la introducción de un nuevo capítulo sobre la ocupación o la transferencia de materias clave como el asilo, la inmigración y la cooperación judicial en materia civil– pero no fue un Tratado que retocara la organización del poder político supranacional. Niza fue un intento de reforma más que una reforma propiamente dicha, y hoy hay unanimidad a la hora de pensar que es insuficiente para gobernar una Europa de veintisiete miembros. El texto firmado en Roma en 2004 hubiera podido marcar la diferencia. Tanto mediante una reforma de las instituciones comunitarias y del método de trabajo de la Unión, como por la introducción de elementos de novedad importantes, como el ministro de Exteriores europeo. Los resultados en este caso no se han visto porque el Tratado no ha entrado en vigor. Retomando el mensaje del presidente Napolitano, yo diría que es menester volver a empezar partiendo de este Tratado, para preservar lo esencial, para que sus partes mejores queden, de alguna manera, a salvo. En cambio tengo mis dudas en cuanto a las posibilidades a corto y medio plazo de llegar a una reforma radical del sistema político-institucional de la UE que destaque la dimensión supranacional y que lleve –hablando en plata– a la adopción de un modelo federal. Si lo conseguimos en los próximos cincuenta años, se deberá menos a la acción de los gobiernos nacionales que a los ciudadanos europeos. Las próximas generaciones, las que se considerarán en su propia casa estén donde estén dentro del territorio europeo, tanto en Porto como en Lyón, Bolonia, Praga o Bucarest, estas generaciones que sí que considerarán Europa como un hecho natural, quizá tengan incluso la fuerza y el DNA necesarios para encaminar la política y a los políticos hacia este nuevo horizonte.
¿Sigue siendo actual el federalismo de Spinelli para Europa?
BONINO: Si hablamos de aspiraciones, el modelo federal sigue siendo válido hoy igual que lo era hace cincuenta años. El pensamiento de Spinelli, sus intuiciones, siguen siendo muy actuales. Yo he hablado a menudo a favor del modelo federal y creo que Europa ha de establecer como objetivo dotarse de este modelo durante los próximos cincuenta años. Naturalmente, para construir la Europa política no es suficiente una reforma constitucional, por radical o federal que sea. Es necesario que a la vez se desarrolle una comunidad política, es decir, una comunidad de ciudadanos que sobre las grandes cuestiones europeas tengan la posibilidad de decidir líneas políticas europeas, y no nacionales. Este desarrollo no lo pueden producir los gobiernos nacionales, sino solo verdaderos partidos políticos transnacionales que vehiculen sus mensajes y libren sus batallas haciendo referencia a una esfera pública europea.
¿Cómo se puede resolver la crisis abierta por el rechazo francés y holandés a la Constitución europea?
BONINO: Me entran ganas de responder: ¡con la varita mágica! Pero dejando las bromas a un lado, está claro que estos rechazos tienen su importancia. No podemos olvidar que se trata de dos países que hace cincuenta años habían firmado los Tratados de Roma. Personalmente pienso que de la crisis se sale solo con una acción política, no con trucos jurídicos. El “no” francés no fue un “no” unívoco. Fue un “no” en el que confluían los que decían que había demasiada Europa y los que decían que no había bastante. Para superar la crisis hemos de elegir a qué parte de este “no” echarle una mano. Yo soy de la opinión de que no podemos permitirnos una solución a la baja. Así que hemos de volver a empezar por el Tratado de Roma de 2004, salvar lo salvable y hacer todo lo necesario para que las instituciones funcionen mejor, facilitar la toma de decisiones y reforzar la presencia internacional de la UE. Y además, junto a todo esto, desarrollar una acción doble: por una parte “aprovechar” la ocasión de la pausa para introducir en el nuevo texto todo lo que en los últimos años ha demostrado la urgencia y la necesidad de una acción europea –pensemos, por ejemplo, en la energía–; por otra, implicar a los ciudadanos y hacer que se apropien del proyecto europeo. En esto podemos salir airosos sólo mostrando que Europa es algo concreto, que produce oportunidades para todos, y que las produce cada día. Y también este es el sentido de la campaña de información y sensibilización que con el Departamento para las políticas comunitarias hemos lanzado con motivo de las celebraciones del Cincuentenario.
Los jefes de Estado y de gobierno europeos posan para la foto de grupo en el Capitolio de Roma al terminar la ceremonia de la firma del Tratado de creación de la Unión Europea, el 29 de octubre de 2004

Los jefes de Estado y de gobierno europeos posan para la foto de grupo en el Capitolio de Roma al terminar la ceremonia de la firma del Tratado de creación de la Unión Europea, el 29 de octubre de 2004

¿Es verdad, como dicen algunos, que la UE muere si no tiene una constitución?
BONINO: Una premisa sobre el nombre: Usted la llama “constitución”, pero yo prefiero hablar de “Tratado”, porque espero que un día lleguemos realmente a una verdadera Constitución, con C mayúscula. Por lo que respecta a los contenidos, creo que sin las reformas que la entrada en vigor del Tratado de Roma de 2004 permitiría llevar a cabo, la UE no muere, aunque corre el riesgo de estancarse, en la mejor de las hipótesis, o, en la peor de todas, retroceder, transformarse en algo distinto de lo que es hoy. La crisis de legitimidad sería de todos modos profunda, mucho más profunda de la que vivimos hoy –que quisiera calificar de temporal–. Los ciudadanos perderían confianza en la capacidad de Europa para renovarse, estar al día, y abandonarían un proyecto que está a merced de su presente en vez de proyectarse hacia el futuro. Entonces podrían abrirse distintas posibilidades. Se me ocurre, por ejemplo, que podríamos incluso llegar a contar con una vanguardia de países que avanzan solos y crean un núcleo duro. ¿En qué términos? ¿Con qué fórmula? Es difícil decir. Yo, de todos modos, todavía no he perdido la esperanza de que los próximos meses signifiquen una inversión de marcha con respecto a los últimos dos años, y que sepamos encontrar el entusiasmo, el empuje, y sobre todo las razones que nos demuestren que no tenemos alternativa.
También Barroso ha subrayado varias veces que fue un error dejar que cada Estado estableciera el modo en que sus ciudadanos ratificaran el Tratado constitucional. ¿Está de acuerdo?
BONINO: Si conseguimos llegar a un nuevo texto, hemos de pensar en un referéndum paneuropeo, que se celebrara con las elecciones del Parlamento de Estrasburgo de 2009. Un referéndum paneuropeo haría que aumentaran las posibilidades de que los ciudadanos se pronuncien todos juntos sobre Europa y no sobre esta o aquella situación nacional concreta. Está claro que se necesitará el ejercicio de un liderazgo maduro para hacer que durante las campañas electorales y referendarias se hable de cuestiones e intereses europeos, y que no se transformen una vez más en pruebas de popularidad del gobierno de turno.
El debate sobre las raíces culturales y religiosas de Europa continúa, aunque de forma menos exasperada. ¿Qué piensa sobre el tema?
BONINO: El lema de la Unión Europea es “unidad en la diversidad”. Por eso creo que Europa ha de seguir siendo una Europa que tutele y promueva la diversidad. Transformarla en un proyecto religioso significaría renunciar a esta diversidad, que es nuestra riqueza, nuestra fuerza. En la Unión cada cual debería sentirse libre de crecer alimentándose de esta o aquella raíz que surque el terreno europeo, y al mismo tiempo deberíamos concentrarnos en lo que todas estas raíces han producido juntas, es decir, la democracia y el Estado de derecho, que son en definitiva los fundamentos sobre los que se mantiene en pie nuestra casa europea, nuestra identidad.
La entrada reciente de dos nuevos países de la Europa del Este ha vuelto a abrir el debate sobre las fronteras de la Unión. ¿Dónde termina Europa?
BONINO: Si se comparte la idea de que Europa no es un proyecto geográfico –ni mucho menos religioso– sino un proyecto político, entonces sus fronteras no pueden verse más que en términos de garantía de estabilidad democrática, Estado de derecho y respeto de los derechos humanos. Y si la Unión representa realmente una novedad como proyecto de sociedad, lo debe al hecho de que ha sido construida no como calco de los viejos Estados-Nación, sino sobre la base de estos valores compartidos. Por eso creo yo que la puerta debería seguir estando abierta para todos aquellos que se reconocen en este proyecto y que están dispuestos a aceptar las reglas de nuestra convivencia. Y esta es la razón por la que los radicales hace tiempo que han planteado la cuestión del ingreso de Israel en la Unión Europea. No olvidemos además la naturaleza “evolutiva” del proyecto europeo. Yo considero que la ventaja comparada de Europa, su valor añadido con respecto al resto del mundo, en estos tiempos de globalización, está precisamente en su flexibilidad, su saber responder a los cambios del contexto internacional. No nos olvidemos del “milagro” que hemos realizado en quince años, pasando de la cortina de hierro a la reunificación del continente.
Usted ha estado siempre a favor de la entrada de Turquía en la UE. Pero si Turquía entra será al final de un proceso todavía largo. ¿Demasiado?
BONINO: El ingreso de Turquía en la Unión es un proyecto ambicioso, y por eso requiere tiempo. Si la ampliación a España y Portugal requirió siete años, no me sorprende que el de Turquía requiera más. No nos olvidemos además de que en las perspectivas económicas actuales, que llegan hasta 2013, ni siquiera hay dinero para una eventual ampliación a Turquía. Dicho esto, considero que la Unión tiene ya cierta experiencia en cuanto a ampliaciones, y que esta experiencia hay que utilizarla para sacar adelante lo mejor y más rápido posible las negociaciones con Ankara. No hemos de infravalorar la importancia del proceso de negociaciones, que les permite a ambas partes conocerse cada vez mejor, comenzar a trabajar juntos, adquirir cada vez más respeto y confianza recíprocos. El ingreso de Turquía será un acontecimiento histórico y hay que prepararlo lo mejor posible, porque además será necesario implicar a los ciudadanos y a la sociedad civil. No podrá ser solo el resultado de un acuerdo diplomático entre las cancillerías. Lo importante es que no se vuelva a poner en discusión la adhesión turca y que el proceso de adhesión no se retrase por motivos que no tienen nada que ver con las negociaciones, sino solo con las vacilaciones de algunos líderes europeos.
La conferencia de prensa tras la finalización del Consejo europeo de Bruselas sobre los temas de la energía y la lucha contra los cambios climáticos, que se desarrolló bajo la presidencia de la cancillera alemana Angela Merkel, el 8 y el 9 de marzo de 2007

La conferencia de prensa tras la finalización del Consejo europeo de Bruselas sobre los temas de la energía y la lucha contra los cambios climáticos, que se desarrolló bajo la presidencia de la cancillera alemana Angela Merkel, el 8 y el 9 de marzo de 2007

Mirar al Este en estos años, ¿no ha hecho que pongamos en un segundo plano la importancia del escenario mediterráneo?
BONINO: Qué duda cabe que la ampliación a los países de Europa central y oriental ha representado la gran prioridad de los últimos años. Sin embargo me pregunto si merece la pena usar la ampliación como coartada para justificar la escasa atención por las fronteras de la cuenca mediterránea. Romano Prodi, cuando era presidente de la Comisión, hizo lo que pudo para mantener viva la atención en el Mediterráneo, construyendo una nueva política de vecindad para superar precisamente los límites del proceso de Barcelona y hacer que la ampliación no se tradujera simplemente en ampliar las fronteras algunos cientos de quilómetros más, sino en una ocasión real para reconsiderar el concepto mismo de frontera, para convertirla en lugar abierto, espacio de diálogo y cooperación y no en línea de cierre. Precisamente desde este punto de vista hay que considerar la propuesta de los radicales de ampliar la UE a Israel. Añado que hoy Europa no puede permitirse descuidar ni el Mediterráneo ni cualquier otra parte de las grandes áreas estratégicas del globo. Estos son los datos básicos, la condición irrenunciable de la que partir si queremos contar en el mundo y contribuir a encaminar, gobernar la globalización. En estos años no todos se han dado cuenta de que el baricentro se ha desplazado a Oriente y el mundo se ha vuelto multipolar, mientras nosotros seguimos mirándonos el ombligo, como si Europa y América fueran los únicos actores del escenario mundial. Déjeme que diga, en fin, que el Mediterráneo representa un área vital, que adquirirá cada vez más importancia, tanto a nivel político como cultural, ya que representa una extraordinaria ocasión para experimentar la convivencia entre los pueblos y las civilizaciones, tanto a nivel económico –pienso en Europa, pero antes que nada en Italia–, para el crecimiento que, como área, conocerá gracias a los flujos comerciales procedentes del Sureste asiático a través del canal de Suez. En este contexto, la geografía tiene su relevancia, y, teniendo en cuenta su colocación, Italia debería proponerse como plataforma de recepción y distribución de estos nuevos e importantes flujos comerciales.
Usted ha lanzado la idea de traducir al árabe el Manifiesto de Altiero Spinelli. ¿Por qué?
BONINO: El Manifiesto de Spinelli, Rossi y Colorni es, a mi modo de ver, una de las más hermosas intuiciones políticas del siglo XX. Añado: una de las pocas que siga manteniendo todavía hoy, a pesar de los cambios ocurridos, toda su actualidad. La idea de traducirlo al árabe y favorecer su circulación en los países del Magreb y Oriente Próximo tiene dos objetivos. Por un lado se trata de explicar fuera de Europa el fundamento filosófico –yo diría que moral– sobre el que se basa el proyecto europeo. Por otro, quizá más importante, la intención es mostrar que existe un modelo de convivencia entre “pueblos de pasado dividido” que puede inspirar iniciativas para la paz, el refuerzo de la democracia, y la estabilización de otras áreas del planeta. Y mostrarlo directamente, en su lengua, a quienes podrían hallar inspiración en él. Además, recientemente, con el mismo espíritu con que propuse la traducción del Manifiesto, pedí a la Comisión Europea, junto con mis homólogos de España y Francia, que hiciera que Euronews, el canal de televisión de la UE, transmita también en árabe.


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