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Sacado del n. 03 - 2007

Nova et vetera



por el cardenal José Saraiva Martins cmf



Como quien de su propio tesoro es capaz de sacar cosas antiguas y cosas nuevas (cfr. Mt 13, 51), en la producción teológica de Joseph Ratzinger emergen factores de la Tradición, a través de los cuales ha permitido expresarse a la absoluta novedad del acontecimiento cristiano, resplandeciendo en toda su belleza. Precisamente sobre esta novedad cristiana quisiera focalizar la atención, reflexionando sobre la “persona” en el pensamiento de quien hoy es el Santo Padre Benedicto XVI.
Hay un dato emergente en la revelación cristiana: ¡es el Novum! Bajo todas sus formas le dice al hombre algo que él no sabía, que nunca habría podido imaginar. El teólogo Ratzinger ha observado que «el hecho creador es, por lo demás, sólo un hecho de recepción; […] la transformación creadora solamente era posible en la forma de una revelación recibida»1.
Es decir, que la decisión tomada por los padres de Israel por un Dios personal y trascendente, o la confesión de la Iglesia de que Dios es comunión trinitaria de personas, no responde primeramente a una iniciativa de ellos, fruto de una invención cultural, sino que implica necesariamente un don, una recepción, y por ello mismo también una verdadera iniciativa histórica por parte de Dios hacia el hombre.
Este aspecto de novedad absoluta de la identidad de Dios, que revelándose muestra al hombre una dimensión totalmente nueva, emerge constantemente en la lectura bíblica que el actual Pontífice ha llevado a cabo, según la cual la idea de persona es un don que se muestra a nosotros con la revelación de Dios: «Nos introduce en esa intimidad de Jesús, en la que Él admite solo a sus amigos. Muestra a Jesús desde el punto de vista de esa experiencia de amistad que permite mirar en lo íntimo, y es una invitación a entrar en esta intimidad»2.
Del mismo modo hay que destacar también el hecho de que no solo la idea de persona es fruto de la Revelación, sino que representa una de las más significativas expresiones de esa revolución semántica y lingüística que el cristianismo ha sido capaz de llevar a cabo.
Piénsese en la aportación a la reflexión teológica realizada por Tertuliano sobre todo mediante la creación de un lenguaje teológico; Ratzinger afirma sobre este punto: «Tertuliano transformó el latín en lengua teológica y, con una seguridad casi inexplicable, supo bien pronto formular una terminología teológica […] tuvieron que pasar siglos antes de que esta expresión pudiera ser recibida y completada también espiritualmente […]»3. Igualmente significativo es lo que se afirma del origen de la idea de persona: «Para responder a estas dos preguntas de fondo (quién es Dios y quién es Cristo), que se plantearon en cuanto se introdujo en la fe la reflexión, esta última ha usado el término de prósopon = persona, que hasta entonces había sido insignificante en filosofía o no se usaba para nada; se le dio un nuevo significado y se abrió con ello una nueva dimensión del pensamiento humano»4.
La fuerza de novedad del acontecimiento cristiano no se limita al aspecto lingüístico, evidentemente, sino que a través de él ha expresado un empuje aún más profundo de novedad cultural. Si la tradición cristiana de la exégesis prosopográfica expresaba una novedad literaria, la introducción de la categoría de relación y la de persona por obra de los Padres y de Agustín, sobre todo, declaran precisamente el disloque de los antiguos parámetros culturales de un mundo marcado profundamente por el pensamiento clásico.
En este caso no hay más que recurrir a la tesis de dogmática trinitaria formulada por el teólogo que hoy está en el trono de Pedro en la que afirma que la paradoja de un solo Ser en tres Personas pone orden en el problema de la unidad y la multiplicidad; además, esta paradoja está subordinada al problema de lo absoluto y lo relativo y pone en evidencia lo absoluto intratrinitario de este último. Esta paradoja además está en función del concepto de persona5. En la simple admisión, pues, de que como forma igualmente original del ser, junto a la sustancia está también la relación (la persona en Dios es por constitución relación) se esconde una auténtica revolución del mundo: se quiebra el dominio total de la idea de sustancia: «La relación se concibe como una forma primigenia de lo real del mismo rango que la sustancia»6.
Todo ello ha hecho posible y vuelve a hacer posible de nuevo la superación de lo que nosotros llamamos “pensamiento objetivante”, dado que afirma un nuevo plano del ser. Con toda probabilidad, ha observado nuestro autor, «habrá que decir también que la tarea que para el pensamiento se derivan de estas circunstancias, de hecho, sigue estando bien lejos de haber sido terminada, aunque el pensamiento moderno dependa de las perspectivas abiertas aquí, sin las cuales no sería ni siquiera imaginable […]. Yo creo que, siguiendo el desarrollo de esta lucha […] se puede ver la enorme labor y el cambio de pensamiento que están detrás de este concepto de persona, el cual en su planteamiento es totalmente extraño al espíritu griego y latino; no es pensado en términos sustanciales, sino desde el punto de vista existencial»7.
La teología de quien se ha definido «humilde trabajador en la viña del Señor» podría ser designada como la capacidad de reconducir siempre todo a su origen, al punto genético. En efecto, «el concepto de persona surgió de dos cuestiones que se le impusieron, desde el principio, al pensamiento cristiano como problemas centrales; son las dos preguntas: ¿qué es Dios y quién es Cristo?»8.
La idea de persona dentro del discurso cristológico es de capital importancia. En el mismo momento en que Ratzinger trata de teología de la encarnación y de teología de la Cruz, o bien cuando analiza la cristología, como doctrina del ser de Cristo, y la soteriología, resulta evidente que la idea cristológica de persona como relación permite salir del callejón sin salida de la separación de los itinerarios con los que tantas veces tropezó la teología cristiana. En efecto, precisamente la comprensión relacional del ser personal de Cristo permite hacer confluir naturalmente la teología de la encarnación en la teología de la Cruz y viceversa; como también la conciencia de la identidad, en Cristo, entre persona y obra (la persona no tiene relación, sino que es relación) permite formular una cristología en perspectiva soteriológica y una soteriología correctamente planteada9.
Concluyo ahora con un pensamiento de Ratzinger cuyo valor es más actual que nunca: «Cuando Dios se nombra, desde la perspectiva de la fe no revela su naturaleza íntima, sino que se hace nominable, se da a los hombres de manera que se le pueda llamar»10. Dios, en Jesús por el don del Espíritu, se hace llamar Abbá, Padre, y nos introduce en su divina intimidad. «El Apocalipsis habla del antagonista de Dios, de la fiera. Este animal […] no tiene nombre, pero lleva un número […] es un número y transforma en números. Lo que significa lo hemos vivido en los campos de concentración, horrendos, porque borran el rostro, transforman en número. El hombre se convierte en una función. […] Dios, en cambio, tiene un nombre y llama por nombre. Él es persona y busca la persona; tiene un rostro y busca nuestro rostro; tiene un corazón y busca nuestro corazón. Para Él nosotros no somos una función»11.
Benedicto XVI con su hermano Georg de visita a la iglesia parroquial de Sankt Oswald, en Marktl am Inn, su pueblo natal, el 11 de septiembre de 2006

Benedicto XVI con su hermano Georg de visita a la iglesia parroquial de Sankt Oswald, en Marktl am Inn, su pueblo natal, el 11 de septiembre de 2006

He querido detenerme en un aspecto de la reflexión teológica de Joseph Ratzinger y no sobre el magisterio de Benedicto XVI, aun sabiendo que el Papa o un obispo, como él mismo especificó hace años, no debe exponer sus concepciones personales sino que debe dar espacio a la palabra común de la Iglesia12. Sin embargo, lo he hecho precisamente como auspicio de que, sobre el ejemplo de todos los santos de la Iglesia, los obispos, los sacerdotes y los laicos sean conscientes de ello. En fin, esto es precisamente lo que quiero desearle al Santo Padre, en la fausta circunstancia de su ochenta cumpleaños, que todos reciban su alto magisterio como expresión de la unidad y de la caridad de la Iglesia católica, como le dijo Cipriano al papa Cornelio13.
El canto unánime de la Iglesia nos une a todos en el afecto y la devoción por el sucesor de Pedro que la Providencia ha sabido donarnos: «Dominus conservet eum et vivificet eum…».


Notas
1 J. Ratzinger, Introduzione al cristianesimo. Lezioni sul Simbolo apostolico, Queriniana, Brescia 2007, págs. 87-88. [Introducción al cristianismo. Lecciones sobre el credo apostólico, Ediciones Sígueme, Salamanca, 92001, pág.103]
2 Idem, Guardare al Crocifisso, Jaca Book, Milán 1992, p. 21.
3 Idem, Dogma e predicazione, Queriniana, Brescia 2005 , p. 174 [Palabra en la Iglesa, Ed. Sígueme,Salamanca, 1976].
4 Ibid., p. 173.
5 Cfr. Idem, Introducción al cristianismo, op. cit., págs. 151-154.
6 Ibid., p. 156.
7 Idem, Dogma e predicazione, op. cit., p. 183.
8 Ibid., p. 173.
9 Cfr. Idem, Introducción al cristianismo, op. cit., págs. 192-196.
10 Ibid., p.113.
11 Idem, Il Dio di Gesù Cristo, Queriniana, Brescia 2006, págs. 20-21 [El Dios de Jesucristo, Ed.Sígueme,Salamanca, 1979, 21989].
12 J. Ratzinger / Benedicto XVI, Vi ho chiamati amici. La compagnia nel cammino della fede, San Paolo, Cinisello Balsamo 2006, págs. 31-32.
13 Epistola 48, 3 (CSEL 3/2, 607).


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