La visita pastoral de Benedicto XVI a Vigévano y Pavía
«Jesús, el Resucitado, vive también hoy»
La visita pastoral de Benedicto XVI a Vigévano y Pavía del 21 y 22 de abril de 2007
por don Giacomo Tantardini

Benedicto XVI durante la santa misa en la plaza Ducal de Vigévano, sábado 21 de abril de 2007
Por eso Benedicto XVI, también durante lo que había concebido «como peregrinación» de oración «junto al sepulcro del Doctor gratiae», repitió simple y fielmente «el anuncio, antiguo y siempre nuevo: ¡Cristo ha resucitado!».
Agradecido al Papa por el testimonio de Jesucristo que ha dado también en esta ocasión, no pretendo en este artículo nada más que subrayar las palabras de Benedicto XVI que más inmediatamente alegraron mi corazón y confortaron mi fe.
* (Todas las palabras ente comillas angulares [«…»] son del Santo Padre. Remitimos a L’Osservatore Romano, edición en lengua española, nn. 17 y 18 de 2007, para ver de qué discursos están sacadas las frases).

Benedicto XVI durante el encuentro con el mundo de la cultura, Patio Teresiano, Universidad de Pavía, domingo 22 de abril de 2007
Si todas las palabras de Benedicto XVI hacen eco al anuncio de los apóstoles («Cristo ha resucitado, está vivo entre nosotros. También hoy»), es sobre todo en la homilía de la santa misa en Vigévano —en la que el Papa comentó el relato de la pesca milagrosa, cuando Jesús resucitado se apareció por tercera vez a sus discípulos en las orillas del mar de Tiberíades— donde se encuentran las pinceladas descriptivas más conmovedoras de la manifestación del Resucitado. «Después del “escándalo” de la cruz habían regresado a su tierra y a su trabajo de pescadores, es decir, a las actividades que realizaban antes de encontrarse con Jesús. Habían vuelto a la vida anterior y esto da a entender el clima de dispersión y de extravío que reinaba en su comunidad (cf. Mc 14, 27; Mt 26, 31). Para los discípulos era difícil comprender lo que había acontecido. Pero, cuando todo parecía acabado, nuevamente, como en el camino de Emaús, Jesús sale al encuentro de sus amigos. Esta vez los encuentra en el mar, lugar que hace pensar en las dificultades y las tribulaciones de la vida; los encuentra al amanecer, después de un esfuerzo estéril que había durado toda la noche. Su red estaba vacía. En cierto modo, eso parece el balance de su experiencia con Jesús: lo habían conocido, habían estado con él y él les había prometido muchas cosas. Y, sin embargo, ahora se volvían a encontrar con la red vacía de peces. Y he aquí que, al alba, Jesús les sale al encuentro…».
¡Qué hermoso es ese « nuevamente Jesús sale al encuentro de sus amigos… los encuentra… los encuentra… les sale al encuentro»! Como tres años antes, en las orillas del mismo mar, cuando, mirándoles, los llamó, así ahora es nuevamente Él quien toma la iniciativa. Este «nuevamente Jesús» recuerda el “resurrexi et adhuc tecum sum / he resucitado y siempre estoy contigo” con que comienza la misa de Pascua. La iniciativa es una vez más y siempre de Jesús. Por eso uno puede estar —como rezamos en el salmo— “como un niño tranquilo en brazos de su madre” (Sal 131, 2). Si la iniciativa fuera nuestra estaríamos acabados. Es siempre válida la afirmación del discípulo predilecto: “porque él nos amó primero” (1Jn 4, 19). Como comenta el Papa en la exhortación apostólica Sacramentum caritatis, este “primero” no concierne sólo al momento temporal —cada vez que nosotros le amamos, Él nos ama primero—, sino que concierne a la misma posibilidad de amarlo: la posibilidad misma de reconocerlo y amarlo nace de la atracción amorosa de su hacerse presente, de su salir a nuestro encuentro. Así «Juan, iluminado por el amor, se dirige a Pedro y le dice: “Es el Señor”». Así también nosotros «abrazados por el amor», lo podemos «reconocer» y «seguir fielmente».
Si la iniciativa es suya, puede suceder también hoy lo que el Papa describe con palabras de esperanza: «Cuando el trabajo en la viña del Señor parece estéril, como el esfuerzo nocturno de los Apóstoles, no conviene olvidar que Jesús es capaz de cambiar la situación en un instante. […] En los misteriosos designios de su sabiduría, Dios sabe cuándo es tiempo de intervenir».
Si la iniciativa es suya, las palabras conclusivas de la homilía del Papa se convierten en posibilidad de abandono y de consuelo en todo momento: «La fatigosa pero estéril pesca nocturna de los discípulos es una advertencia perenne para la Iglesia de todos los tiempos: nosotros solos, sin Jesús, no podemos hacer nada. En el compromiso apostólico no bastan nuestras fuerzas: sin la gracia divina nuestro trabajo, aunque esté bien organizado, resulta ineficaz. Oremos juntos…».

Benedicto XVI durante la celebración de las Vísperas en la Basílica de San Pedro in Ciel d’Oro, ante las reliquias de san Agustín, Pavía, 22 de abril de 2007
Del mismo modo que nos damos cuenta de que una persona está viva por el hecho de que actúa, así también reconocemos que Jesús resucitado está vivo porque actúa hoy. Muchas veces, con sencillez, el Papa alude a la acción actual de Jesús: «Cristo resucitado os renueva a cada uno su invitación a seguirlo»; «Es él mismo quien espera nuestro amor»; «Invocaremos al Señor resucitado pidiéndole que…».
Y en la homilía de la santa misa celebrada en Pavía, Benedicto XVI, comentando el pasaje de los Hechos de los apóstoles, habla de quien «no podía tolerar que ese Jesús, mediante la predicación de los Apóstoles, comenzara ahora a actuar nuevamente; no podía tolerar que su fuerza sanadora se manifestara de nuevo y, en torno a este nombre, se reunieran personas que creían en él como el Redentor prometido».
Precisamente porque es «Jesús quien conduce a la conversión», precisamente porque es «él quien crea el espacio y la posibilidad de recapacitar, de arrepentirse, de recomenzar», el Papa, hablando de la conversión de Agustín, habla, también en este caso, simplemente de lo que hizo Jesús.
«En su libro Las Confesiones, san Agustín ilustró de modo conmovedor el camino de su conversión, que alcanzó su meta con el bautismo que le administró el obispo san Ambrosio en la catedral de Milán. […] Siguiendo atentamente el desarrollo de la vida de san Agustín se puede ver que su conversión no fue un acontecimiento ocurrido en un momento determinado, sino un camino. Y se puede ver que este camino no había terminado en la pila bautismal. Como antes del bautismo, también después de él la vida de Agustín siguió siendo, aunque de modo diverso, un camino de conversión, hasta en su última enfermedad, cuando hizo colgar en la pared los salmos penitenciales para tenerlos siempre delante de los ojos; cuando no quiso recibir la Eucaristía, para recorrer una vez más la senda de la penitencia y recibir la salvación de las manos de Cristo como don de la misericordia de Dios. Así, podemos hablar con razón de las “conversiones” de Agustín que, de hecho, fueron una única gran conversión, primero buscando el rostro de Cristo y después caminando con él».
Si «la primera conversión», que lo conduce a la fuente bautismal en la noche de Pascua del 387, es descrita por el Papa como el gran paso del descubrimiento de Dios «lejano e intangible», posible a la razón del hombre, a «la humildad de la fe que se inclina, entrando a formar parte de la comunidad del cuerpo de Cristo», «la segunda conversión» es descrita por el Papa como la aceptación en «lágrimas» de la fatiga del trabajo, primero de sacerdote y luego de obispo. Aludiendo al trabajo pastoral de Agustín, animan sobre todo estas palabras: «Debía vivir con Cristo para todos»; «siempre, junto con Cristo, dar su vida para que los demás pudieran encontrarlo a él, la verdadera vida». Efectivamente, «sólo quien vive en la experiencia personal del amor del Señor es capaz de cumplir la tarea de guiar y acompañar a los demás en el camino del seguimiento de Cristo».
Pero es «la tercera conversión» descrita por el Papa la que más sorprende, conmueve y consuela. Cuando «veinte años después de su ordenación», Agustín es llevado por la experiencia de la gracia del Señor a corregir su ideal «de vida perfecta». Citando Las Retractaciones dice el Papa: «“Mientras tanto, he comprendido que sólo uno es verdaderamente perfecto y que las palabras del Sermón de la montaña sólo se han realizado en uno solo: en Jesucristo mismo. Toda la Iglesia, en cambio, –todos nosotros, incluidos los Apóstoles–, debemos orar cada día: “Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (cf. Retractationes I, 19, 1-3). San Agustín había aprendido un último grado de humildad, no sólo la humildad de insertar su gran pensamiento en la fe humilde de la Iglesia, no sólo la humildad de traducir sus grandes conocimientos en la sencillez del anuncio, sino también la humildad de reconocer que él mismo y toda la Iglesia peregrinante necesitaba y necesita continuamente la bondad misericordiosa de un Dios que perdona; y nosotros –añadía&– nos asemejamos a Cristo, el único Perfecto, en la medida más grande posible cuando somos como él personas misericordiosas».

Benedicto XVI durante la santa misa en la plaza Ducal de Vigévano, sábado 21 de abril de 2007
Durante la oración ante los restos mortales de Agustín «enamorado del amor de Dios», el Papa resume lo que ha dicho durante su vista pastoral con estas palabras: «Jesucristo es la revelación del rostro de Dios Amor». «“Deus caritas est, Dios es amor” (1Jn 4, 8.16)». Y con las palabras del apóstol predilecto escribe en qué consiste el amor: «“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados” (1Jn 4, 10)».
Benedicto XVI termina su primera encíclica Deus caritas est, que ante la tumba de san Agustín desea «volver a entregar idealmente a la Iglesia y al mundo», hablando de María, la madre del Señor. Y dice que la «devoción de los fieles» a la Virgen «muestra la intuición infalible» de cómo es posible amar de verdad gracias a la unión íntima con el Señor: “ya que el amor es de Dios” (1Jn 4, 7). Es muy bello que el Papa, al final de su primera encíclica, aludiendo a lo que es verdad infalible sobre el amor de Dios y del prójimo, no evoque la infalibilidad propia del Magisterio, sino la infalibilidad propia de toda la Iglesia.
También por ello las palabras que el Papa, al salir de la Basílica de San Pedro in Ciel d’Oro, tras haber rezado a san Agustín, dirige a los numerosos niños que lo aclaman, permanecen en nuestro corazón como oración, es decir, como esperanza. «Queridos niños, […] vosotros estáis muy cerca del Señor, que os ama especialmente. Vivamos en el amor del Señor. Rogad por mí, yo ruego por vosotros. Adiós».