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EDITORIAL
Sacado del n. 11 - 2007

Robos y delitos


Todavía hoy se sigue utilizando una frase latina –laudatores temporis acti– para definir a quienes tienen por costumbre ensalzar el pasado, normalmente para presentar de manera negativa el presente. Son expresiones muy superficiales y, de todos modos, de dudosa utilidad. Es mejor abstenerse de utilizarlas. Algunos indicadores tienen sin duda alguna validez, como por ejemplo las estadísticas criminales


Giulio Andreotti


Rómulo traza con el arado los confines de Roma jurando que nadie los atravesaría sin su consentimiento. Según la leyenda, su hermano Remo los cruzó como señal de desafío y Rómulo lo mató. Fresco del Caballero de Arpino, sala de los Horacios y Curiacios, Museo Capitolino Roma

Rómulo traza con el arado los confines de Roma jurando que nadie los atravesaría sin su consentimiento. Según la leyenda, su hermano Remo los cruzó como señal de desafío y Rómulo lo mató. Fresco del Caballero de Arpino, sala de los Horacios y Curiacios, Museo Capitolino Roma

Todavía hoy se sigue utilizando una frase latina –laudatores temporis acti– para definir a quienes tienen por costumbre ensalzar el pasado, normalmente para presentar de manera negativa el presente. Son expresiones muy superficiales y, de todos modos, de dudosa utilidad. Es mejor abstenerse de utilizarlas.
Algunos indicadores tienen sin duda alguna validez, como por ejemplo las estadísticas criminales. Aunque, quizá por escepticismo, hay quienes consideran inútil denunciar los robos porque están convencidos de que los autores nunca (o casi nunca) serán encontrados y castigados.
Otro tópico es la opinión negativa sobre los emigrantes, achacándoseles la mayoría de las infracciones a la ley. Yo suelo replicar a estos opinionistas facilones diciendo que cuando los romanos eran solo dos (y hermanos, además), uno mató al otro.
Mucho más tarde, cuando Roma estaba gobernada por los papas, los delitos y violaciones de la ley alcanzaron cifras impresionantes.
Con respecto a la fecha divisoria del 20 de septiembre de 1870, una vez leí en una vieja crónica una curiosa observación. Antes de Porta Pía muchos romanos no pagaban los impuestos para no darle dinero al papa; inmediatamente después siguieron evadiendo para no premiar a quienes habían hecho prisionero al papa. Quizá también después de la Conciliación de 1929 sigue en activo el partido de los no contribuyentes.
La evasión fiscal es censurable incluso desde el punto de vista moral. A un sacerdote que citaba sobre este tema la máxima evangélica según la cual hay que darle al César lo que es del César, un fiel impertinente objetó que en el Evangelio se narra que, para pagar el tributo, el ciudadano encontró la moneda en la boca de un pez. Si fuera así, pagarían todos (o casi).
Pero en la Sagrada Escritura hay también algo más “gubernamental”, cuando dice que hay que obedecer a los gobernantes aunque sean “díscolos”.
En tema de impuestos, por lo demás, las obligaciones están incluidas también en las reglas del nuevo Catecismo.
Un significativo paso adelante fue dado en los años cincuenta con la Ley Vanoni, que creó la declaración de renta, según la cual, hasta prueba contraria, es el propio contribuyente quien establece lo que le debe anualmente al fisco.
Vanoni se fiaba de la lealtad de los italianos. Por desgracia no pudo comprobarla. Murió repentinamente en el Senado precisamente después de haber hecho esta declaración de confianza en los ciudadanos.


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