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LA FE DE LOS APÓSTOLES
Sacado del n. 02/03 - 2008

ET RESURREXIT TERTIA DIE SECUNDUM SCRIPTURAS

¿Visible o invisible? Diálogo sobre la realidad de Cristo resucitado


La carta de Andrés Torres Queiruga, profesor de Filosofía de la religión en la Universidad de Santiago de Compostela


por Andrés Torres Queiruga


<I>Resurrección</I>, Piero della Francesca, Museo Cívico, Sansepolcro, Arezzo (Italia)

Resurrección, Piero della Francesca, Museo Cívico, Sansepolcro, Arezzo (Italia)

Estimado prof. Borghesi: Un amigo italiano me había hecho llegar su recensión en 30Giorni a mi librito La risurrezione senza miracolo. Ya entonces pensé en escribirle, pero lo fui dejando porque esperaba la publicación en la Editrice Dehoniana del libro Ripensare la Risurrezione. La differenza cristiana tra religioni e cultura (EDB, Bologna 2007, 368 págs.), donde trato con amplitud y con más detalladas matizaciones la comprensión de este hondo y maravilloso misterio. Por casualidad, he visto en internet que su artículo no sólo ha aparecido en italiano, sino también en castellano e inglés. Eso significa que son muchos miles de lectores —al menos los no especialmente conocedores de la complejidad teológica del tema— los que habrán sacado la impresión de que yo me dedico a atacar la fe en la resurrección y que, en definitiva, debo de ser un encarnizado enemigo de la fe cristiana.
Comprendo que la brevedad del opúsculo y el hecho de que usted haya pensado que soy un “filósofo de Santiago de Compostela” hayan podido causarle esa impresión. Es cierto que enseño filosofía en la Universidad de Santiago y que la filosofía es una de mis pasiones. Pero lo es todavía más que soy sacerdote y teólogo, y que al esfuerzo de hacer comprensible y vivible la fe cristiana dedico el más fundamental esfuerzo de mi vida. Creo que, de haber sabido esto, usted mismo habría hecho una lectura distinta de mi texto o al menos habría podido sentir la curiosidad de repasar someramente mi obra (en italiano tenía, entre algunas menores, La rivelazione di Dio nella realizzazione dell’uomo, Borla, y Credo in Dio Padre, Piemme), para comprobar que, con mayor o menor acierto teo-lógico, el libro quiere ser únicamente una aclaración y defensa de la fe cristiana en la resurrección. Además, dada su amplia formación filosófica, estoy seguro de que puede comprender muy bien el sentido de la teología que elaboro y propongo.
Le agradezco la atención que ha dedicado al libro y el esfuerzo que en la primera parte ha hecho por reflejar su contenido. Pero el malentendido inicial le ha llevado a una interpretación de mis ideas, que no responde ni a la subjetividad de mi fe ni a la objetividad de mi teología.
Desde luego, en ningún momento he reducido la resurrección a una idea ni a un símbolo sin realidad. Todo lo contrario. He insistido una y otra vez en que la resurrección es un acontecimiento real; que ha resucitado Jesús mismo, no nuestra idea de Jesús, sino él en persona; que su vida no ha acabado en la cruz, pues no ha sido aniquilada por la muerte, sino que a través de esta ha entrado en la plenitud de Dios. Por eso Jesús es ahora el Resucitado, el Cristo glorificado, tan grande y glorioso, que está por encima de las limitaciones del espacio y el tiempo. Por eso, igual que sucede con Dios (sin que por ello neguemos su existencia), no podemos verlo, nuestros sentidos no pueden percibirlo. Pero gracias a eso el Resucitado tiene la capacidad maravillosa de seguir presente y actuante en la historia, de suerte que podemos vivir su presencia y comulgar con su vida en una eucaristía de Roma o Manhattan y en la ayuda a un pobre del centro más remoto de África o de Oceanía.
Esta es mi fe, la que proclamo en toda mi obra. Al intento de su comprensión teológica dedico mi libro. Al hacerlo, distingo con todo cuidado estos dos momentos, avisando de manera expresa que el decisivo es el primero, la fe. El segundo, la teología, está a su servicio y sólo quiere ser mi intento de una posible explicación que ayude a comprender la fe en las condiciones de nuestra cultura. Soy muy consciente de que, igual que sucede con todas las explicaciones teológicas, la mía es discutible. Yo sería el primero en retirar cualquier punto de mi explicación, si razones sólidas me convenciesen de que lo en ella afirmado podría dañar la fe que intenta explicar. Por eso insisto en que mi explicación está abierta al diálogo fraterno, informado y responsable. Ese es justamente el papel de la comunidad teológica dentro de la comunión eclesial y a su servicio. Diálogo en la teología y no descalificación en la fe. Colaboración en la misión y no ataque entre hermanos.
Repito, comprendo que el desenfoque inicial le haya inducido a hacer una mala lectura de mi pensamiento. Un enfoque más justo le haría ver que cuando afirmo que la resurrección no es un hecho empírico, en modo alguno pretendo que no sea real, sino todo lo contrario, que es tan real que está por encima de lo empírico: ¿no es eso justamente lo que afirmamos del mismo Dios? Y en esa misma dirección está lo que —igual que la inmensa mayoría de los teólogos medianamente críticos y responsables— quiero decir al afirmar que la resurrección no es un “milagro” y que no resulta accesible a los métodos de la “historia” científica.
Los problemas de la tumba vacía, de las apariciones, de la posibilidad o no de ver y tocar al Resucitado están íntimamente ligados con este, que por algo es el más radical y decisivo. Quien conozca un poco todo lo que los teólogos reflexionan hoy al respecto, sabe la importancia de que ahí está en juego. Mi pretensión —repito: discutible y abierta al diálogo— es mostrar que tomar a la letra esas narraciones no responde a la intuición más genuina de los textos bíblicos. Y, sobre todo, que, contra lo que pudiera parecer a primera vista, esa lectura, en lugar de defender la fe, acaba haciéndola imposible. La razón está en que, sin quererlo, sucumbe a la “trampa empirista” de exigir pruebas físicas para una realidad trascendente. La famosa parábola del “jardinero invisible”, de Anthony Flew, debiera hacernos muy cautos al respecto: si para creer en Dios, exigimos pruebas empíricas, el ateísmo es la consecuencia inevitable. Si para creer en la resurrección, se exige que se pueda —o se haya podido— ver y palpar al Resucitado, o se rebaja la resurrección a la revivificación de un cadáver o se hace imposible creer en ella.
Lo delicado de la cuestión aparece finalmente en el continuo trasvase que en su crítica se hace entre la realidad de la resurrección y su descubrimiento. Que la percepción de la terrible injusticia de la cruz haya sido tal vez el lugar principal donde los discípulos descubrieron que Jesús no podía estar muerto y aniquilado, sino vivo y resucitado en Dios, no significa que Jesús haya resucitado en la “subjetividad creyente”. Significa simplemente lo más obvio: que la subjetividad creyente descubre —se le revela— que Jesús está resucitado, él en persona. Es él quien resucita no la subjetividad o su idea. Igual que en la terrible experiencia del martirio la subjetividad creyente del Segundo libro de los Macabeos descubre, con claridad antes no igualada, la realidad
Comprendo que el intento de aclaración ha alargado demasiado esta carta que pretendía únicamente deshacer un malentendido. Dado que compartimos la misma fe y el mismo interés por su comprensión y su anuncio, estoy seguro de que subjetivamente no ha habido mala intención en su artículo. Pero espero que comprenda también usted que objetivamente ha expuesto en público una visión no verdadera en algo que, como creyente, sacerdote y teólogo, me afecta de manera muy grave. No pretendo que usted comparta mi teología, como seguramente tampoco usted piensa que yo deba coincidir con la suya. Lo que si creo es que eso no debe llevarle a cuestionar públicamente mi fe, que por lo demás es algo que entra de lleno en la advertencia del Señor: «No juzguéis». De todos modos, no quiero entrar en el santuario de su conciencia: si delante del Señor y después de haber estudiado mi obra, cree que debe seguir manteniendo sus afirmaciones, respetaré su decisión, dejándola a un juicio más alto. Si mis razones le parecen justas, ¿sería mucho pedirle que en bien de la fe y en nombre de la fraternidad cristiana aclarase el verdadero sentido de mi postura ante sus lectores?
Con mi amistad, reciba un fraternal saludo.


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