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AÑO PAULINO
Sacado del n. 05 - 2008

San Pablo un judío en Cristo


Entrevista a Romano Penna sobre la actualidad de algunas temáticas del Apóstol de los Gentiles: la justificación, la conversión, la misión


Entrevista a Romano Penna por Lorenzo Cappelletti


Mosaicos de la Capilla Palatina (siglo XII), Palermo; san Pablo, detalle

Mosaicos de la Capilla Palatina (siglo XII), Palermo; san Pablo, detalle

El sacerdote Romano Penna no necesita ninguna presentación. Estudioso del Nuevo testamento, en especial del Corpus paolinum, y de los orígenes cristianos de fama internacional, es desde hace poco profesor emérito, después de haber enseñado durante 25 años en la Pontificia Universidad Lateranense. Su último trabajo es una nuevo comentario de la Carta a los Romanos del que han salido los dos primeros volúmenes (que ya cuentan con una primera reimpresión) y es inminente la salida del tercero.
Lo hemos entrevistado en proximidad del comienzo del Año paulino que el papa Benedicto XVI inaugurará solemnemente con ocasión de la fiesta de San Pedro y San Pablo el próximo 29 de junio.

Se ha escrito polémicamente que el verdadero inventor del cristianismo no fue Jesús, sino san Pablo.
Romano Penna: Es una polémica paradójica, pero de todos modos son interesantes las razones que han llevado a algunos estudiosos a definir así a san Pablo. La primera es que entre el Jesús terreno y Pablo media el acontecimiento pascual, que influyó en el mensaje, en la formulación evangélica de la primera comunidad cristiana. En su vida Jesús no habló mucho de su propia muerte y resurrección. Jesús predicaba el reino de los cielos. Después de la Pascua, en cambio, el destino y el caso personal de Jesús entraron a formar parte del núcleo del anuncio de sus discípulos. Sus discípulos se refieren a Él no sólo como maestro, profeta, reductible eventualmente en el marco judío de la época (como hacen nuestros hermanos judíos, a quienes les gusta decir que Pablo es el inventor del cristianismo), sino que introducen la figura de Jesús en este marco histórico-salvífico ya maduro, digamos así, por lo que la figura de Jesús se convierte en la del Crucificado resucitado con una cierta destinación: para los otros. Entre Jesús y Pablo está además la Iglesia, la comunidad cristiana primitiva. Ya la primera comunidad cristiana define a Jesús como a aquel que «murió por nuestros pecados». Pablo no se inventa nada, es ante todo testigo de la Tradición. No hace más que retomar una tradición prepaulina, por ejemplo, cuando dice a los Corintios: «Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras…» (1Co 15, 3ss). La otra razón que interviene para explicar esa definición de Pablo es la efectiva originalidad, y digamos también la genialidad de Pablo en su operación hermenéutica del evangelio.
¿Cuál es la genialidad de Pablo si se pudiera expresar con una palabra?
Penna: Pablo se caracteriza dentro de los orígenes cristianos esencialmente por el mensaje de la justificación por la fe. El hombre se vuelve justo ante Dios, Dios lo considera justo y digamos también santo (recordemos que Pablo, cuando habla de los fieles, los llama santos en 25 ocasiones dentro de sus cartas) no por una aportación autónoma a la propia santidad, sino por la acogida humilde y también gozosa de una intervención ab extra, la intervención de Dios en Jesucristo. Esto es lo que hace al hombre justo, es decir, la aceptación por fe de lo que Dios ha actuado por mí. Esto, a nivel de los orígenes cristianos, no estaba comúnmente aceptado. Lo que no estaba sujeto a discusiones era la fe en Jesucristo como Mesías y también como Hijo de Dios. Pero sobre todo la llamada corriente judeocristiana hacía coexistir la fe en Jesucristo con una aportación personal. En la Carta de Santiago (Santiago es exponente de esta corriente) se dice claramente que el hombre no es justificado sólo mediante la fe. Y se pone como ejemplo el sacrificio de Isaac por parte de Abraham, invirtiendo, sin embargo, el orden de las páginas bíblicas. En el Génesis encontramos el sacrificio de Isaac en el capítulo 22, después de haber dicho en el capítulo 16 que Abraham creyó, que fue justificado por la fe, lo que Pablo cita en el capítulo 4 de la Carta a los Romanos. Esta justificación, por tanto, no está condicionada por el ejercicio factivo de esa obediencia que luego se narra en el capítulo 22 del Génesis. El punto de vista judeocristiano consiste en el fondo en esta inversión.
El Bautismo de san Pablo

El Bautismo de san Pablo

En cuanto a la relación con los judeocristianos: son ellos los que más que nadie atacan a san Pablo; y, sin embargo, es él quien más reivindica su origen judío y su amor apasionado por su estirpe.
Penna: Si nos basamos en los textos, Pablo no conoce el adjetivo “cristiano”, que por lo demás no existe aún en sus tiempos. Sabemos por Lucas que los discípulos fueron llamados cristianos en Antioquía; pero Hechos 11, 26 es anacrónico, anticipa el asunto a los años 30. En realidad Pablo no conoce este adjetivo. Él se considera un judío, es un judío en Cristo. Es por esto por lo que no usa nunca el léxico de la conversión. Pablo no es un convertido. El judío no se convierte. Hay una frase célebre del rabino de Roma Eugenio Zolli, que fue bautizado después de la Segunda Guerra Mundial: «Yo no soy un convertido, soy uno que ha llegado»; porque el convertido es aquel que da la espalda a su pasado, en cambio el judío no da la espalda, va adelante. Pablo, por supuesto, conoce un cambio. Lo muestra en Filipenses 3, 7: «Pero lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo». ¿En qué consistía la ganancia? En la adhesión farisaica (en sentido no vulgar) a la Ley, o sea, en la adhesión total, completa, a la Ley, hasta llegar a considerarla como condición del propio ser justo ante Dios. Esto Pablo lo supera. Pero Israel sigue siendo siempre el punto de referencia. Bastaría releer los capítulos 9-11 de la Carta a los Romanos: los gentiles son injertados en Israel; la planta es santa si la raíz es santa (cf. Rm 11, 16ss). Nosotros vivimos de una santidad derivada; no primaria, sino secundaria, y precisamente desde el punto de vista histórico-salvífico. Yo digo siempre que el cristianismo es simplemente una variante del judaísmo, y me dan pena los que polemizan con Israel o que, incluso, come se lee en la crónica, llevan a cabo acciones vandálicas: es gente que no ha comprendido nada de lo que significa ser cristiano.
Siempre me ha llamado la atención el pasaje de la Carta a los Efesios 3, 6 en que «el misterio revelado» parece consistir en el hecho de que «los gentiles son coherederos, miembros del mismo Cuerpo y partícipes de la misma promesa en Cristo Jesús por medio del Evangelio, del cual he llegado a ser ministro». Casi parece que todo el misterio cristiano tiene por contenido la participación de los gentiles en la misma herencia prometida a los judíos.
habla de adversarios– por la parte judeocristiana, más que por los judíos, por esta apertura suya. «No somos hijos de la esclava, sino de la libre », dice Pablo en esta misma Carta (cf. 4, 31) refiriéndose a las dos mujeres de Abraham; y a los cristianos a los que escribe, los gálatas, son paganos, no son judíos. Lo más grande que hace Pablo no es separar el evangelio de Israel, sino ofrecer a todos los hombres fuera de Israel las características que son del propio Israel, es decir, ser el pueblo de Dios, el pueblo de la Alianza (dice precisamente pueblo). De modo que en Romanos 9, 25 Pablo cita un texto polémico del profeta Oseas («llamaré pueblo mío al que no es mi pueblo») y lo aplica a los gentiles, a los paganos, a todos nosotros, a todos los que no son de origen judío. Esta es la operación de Pablo: tanto a nivel hermenéutico como misionero; porque todo esto significa luego dedicación factiva, concreta a todas las ciudades fuera de Israel donde llega Pablo. Pablo no predica en Israel. Y en Atenas, por ejemplo, ¿dónde predica a Jesucristo? En el ágora, en la plaza, y en el Areópago, donde entra en contacto con la sociedad viva de la época, fuera de la atmósfera acolchada de los lugares religiosos. Se interesa por los lejanos, lejanos respecto a Israel, como se lee en Efesios 2, 13. Dice el autor: «Vosotros, los que en otro tiempo estabais lejos, habéis llegado a estar cerca». Los lejanos, los otros, los que para Israel son los otros, los diversos, el no-pueblo, las gentes (en Israel era tradicional distinguir “el pueblo” de las “gentes”), Pablo se dedica a ellos: esta es su gran operación. Se podría llegar a decir que, a los ojos de Pablo, Jesucristo no representa nada más que la eliminación de la distancia entre los gentiles y los judíos. San Pablo tiene mucho que decir acerca de todas las murallas que se levantan.
Es raro que san Pablo no haya conservado ninguna palabra de Jesús relativa al mandato misionero, si bien en la tradición protocristiana existan múltiples testimonios de este tipo.
Penna: El comienzo de la conciencia misionera de la Iglesia es un problema complejo, porque en primer lugar hay que preguntarse si el Jesús histórico enunció un mandato misionero, mientras que está muy claro lo contrario: «Dirigíos más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel», dice Jesús (cf. Mt 10, 6 e 15, 24). Y Jesús mismo, en su vida, permaneció siempre dentro de las fronteras de Israel, no hizo nunca como Jonás, que fue a Nínive. Jesús no fue ni a Nínive, ni a Atenas, ni a Roma, ni a Alejandría que además estaba cerca. Por tanto, hay que explicar por qué la Iglesia después de la Pascua es consciente del anuncio a las gentes (hay que decir que no fue algo inmediato porque en Hechos 10 Pedro ve como un problema el hecho de ir a bautizar al centurión Cornelio: evidentemente era algo que no pertenecía a la conciencia apostólica primitiva). No por nada las palabras que leemos al final del Evangelio de Mateo, «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas» (cf. Mt 28, 19s), son del Jesús resucitado, no del Jesús terreno. Existe, pues, la hipótesis de que son palabras redaccionales, del evangelista o de su Iglesia, una Iglesia judeocristiana que llega con fatiga a la apertura de la Iglesia de Antioquía, que en efecto es la que da el paso. Pablo no podía, por tanto, citar palabras del Jesús terreno sobre la necesidad de la misión. Pero, según el capítulo 9 de los Hechos, la primera narración del encuentro en el camino de Damasco, Jesús le dice: «Tu serás mi testigo ante los reyes, ante los poderosos de la tierra…». La suya es una vocación personal, compartida por Bernabé y por una serie de colaboradores que le rodean: Timoteo, Silas, Apolo, Tito y todos los que menciona en el capítulo 16 de la Carta a los Romanos, «los que se han fatigado en el Señor», que se han dedicado al evangelio, a la misionariedad. Pero, ¿qué quiere decir misionariedad? Quiere decir haber tomado en serio la fe en el Resucitado, porque es el Resucitado quien rompe los diques, es la Pascua que rompe los diques y hace algo sonado, impulsa…
San Pablo en Damasco

San Pablo en Damasco

Por lo que usted dice parece casi que el mandato misionero no puede extenderse de manera genérica, como un “orden de servicio”, a toda la Iglesia, sino que está vinculado casi a una vocación personal y a la profundización de una conciencia…
Penna: Así es. Quien más percibe el valor rompedor de la Pascua más lo siente. Pablo no cuenta nada del Jesús terreno, sino solamente del Crucificado resucitado. La cristología de Pablo se centra toda en el acontecimiento pascual, en la doble faz del acontecimiento pascual, la cruz y la resurrección, en que él ha percibido esta cosa rompedora, decía, que va más allá de los confines de Israel. Por lo demás, también en los escritos judeocristianos no paulinos se convirtió luego en tradicional la conciencia de que Jesús vino a abolir los sacrificios. Si vino a abolir los sacrificios, quiere decir que su identidad va más allá de las liturgias del templo, es algo que está fuera de la categoría de lo sagrado, está abierta a lo profano –usemos esta categoría–; y lo profano está en todas partes, es profano sobre todo lo que está fuera de Israel en cuanto pueblo santo (lo que “los otros” no son). Pero es precisamente para esos “otros” que Pablo percibe la destinación del acontecimiento pascual.
¿Cuál es, en conclusión, la actualidad mayor de la figura y del mensaje de Pablo que, según usted, debe reproponer este Año paulino?
Penna: Un mensaje de esencialidad, la reducción del cristianismo a lo que es esencial: la adhesión personal a Jesucristo. Nada más; y en este “más” ponga todo y a todos, desde los ángeles inclusive para abajo. El espacio entre el hombre y Dios lo llena Cristo y nadie más. Porque ser en Cristo (por lo demás este es lenguaje paulino: «Ser en Cristo», o «en el Señor») significa ser en Dios. Una reducción a la esencialidad, pues. Lo cual comporta escamondar varias cosas, por lo menos en el sentido del juicio de valor que hay que dar. Decir Pablo quiere decir Jesucristo. También a nivel eclesial, institucional. Ciertamente, en la época de Pablo la Iglesia era agilísima como institución, entre otras cosas porque no existía el cargo traído por los siglos siguientes. Pero la cosa era muy ligera sobre todo porque se entendía la identidad eclesial del cristianismo como un ser todos hermanos (¡término que se repite 112 veces en el Corpus paolinum!), todos al mismo nivel. Y quizá quien se dedica al servicio está debajo. Dice Pablo en la Primera Carta a los Corintios: «¿Qué es, pues, Apolo? ¿Qué es Pablo? ¿Qué es Cefas? Vuestros ministros… Todo es vuestro: Pablo, Cefas, el mundo, la vida. Pero vosotros sois de Cristo y Cristo, de Dios» (cf. 1Co 3, 5ss). No hay una línea que va de arriba abajo, sino de abajo arriba. «Todo es vuestro»… Vosotros estáis sobre los ministros, en el sentido que los ministros forman parte de la comunidad. Ciertamente, la comunidad cristiana no es un molusco, es vertebrada, pero lo importante, en la Iglesia, no son los ministros, son los bautizados; y los ministros son importantes en la medida en que también ellos están bautizados. No quisiera que me entendieran mal. Que la existencia de ministros es importantísima es un hecho que Pablo sabe muy bien. Basta recordar cuando habla de la Iglesia como de un cuerpo estructurado (cf. 1Co 12, 12ss).


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