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JUAN PABLO II
Sacado del n. 10 - 2003

25 AÑOS DE PONTIFICADO. Entrevista con el cardenal Achille Silvestrini

Los tres retos de Wojtyla


El comunismo, el consumismo y, tras el 11 de septiembre, la paz.La primera encíclica, la Redemptor hominis, es el eje de este programa grandioso. Habla el prefecto emérito de la Congregación para las Iglesias orientales


por Giovanni Cubeddu


El cardenal Achille Silvestrini

El cardenal Achille Silvestrini

Hoy prefecto emérito de la Congregación para las Iglesias orientales, Achille Silvestrini es uno de los rostros más conocidos de la Curia romana. También él participa con todo el alma en este mes de octubre en las celebraciones en honor del papa Wojtyla.

Tras veinticinco años de pontificado, ¿quién es para usted el papa Juan Pablo II?
ACHILLE SILVESTRINI: Conforme avanza el tiempo y más nos paramos a pensar, nos damos cuenta de que este pontificado adquiere dimensiones grandiosas que antes no podíamos imaginar. Es un pontificado que posee una gran fuerza de propuesta religiosa y al mismo tiempo capacidad de afrontar los acontecimientos con valor e intuición profética. Juan Pablo II comenzó nada más ser elegido con el reto al comunismo, que no era un reto político, sino moral y religioso. La Redemptor hominis es su eje. Es el desarrollo del proemio de la Gaudium et spes, la relación entre Cristo y el hombre sobre la que Karol Wojtyla había trabajado tanto como miembro del Consejo Vaticano II. Wojtyla hace suyo este principio según el cual, con la encarnación, Cristo se une de alguna manera a cada hombre, y revela al hombre el significado de sí mismo. El humanismo está fundado completamente sobre la cristología, por lo que el hombre es el camino obligado para la Iglesia, la cual debe dedicarse a servir el bien del hombre. De estos principios se derivan los derechos de la persona humana, que es el valor sobre el que se mide la legitimidad o ilegitimidad de todos los sistemas políticos y sociales. Así es como, según estas razones, los regímenes comunistas son acusados del “error antropológico” fundamental del marxismo: imaginar al hombre en una sola dimensión, la económica, interpretada de manera materialista, que además estaba reglamentada con autoridad desde arriba, impidiendo al hombre expresarse plenamente.
La oposición del Papa no fue política, sino basada en los valores de fe –la relación entre Cristo y el hombre– y criterios filosóficos –la condena del error antropológico antes citado–. Este es el punto de partida de Wojtyla. Y nosotros lo hemos visto en acción.
En su primer viaje a Polonia provocó el gran movimiento de Solidaridad, que desafió al gobierno según estos valores del hombre. Pero en el 81, con la ley marcial de Jaruzelski, todo parecía haber quedado sofocado. Soy testigo de que el Papa –cosa ésta histórica– fue uno de los pocos que nunca renunció a la posibilidad de que Solidaridad volviera a recobrar vigor. Y cuando incluso en Polonia creían que el “sueño” había terminado, él no, y lo dijo claramente cuando se entrevistó con Jaruzelski: “Señor general, me opongo a lo que usted le propone al pueblo polaco porque es la negación del bien del hombre”.
Es interesante que el papa Wojtyla supiera distinguir frente al marxismo entre su origen –«las exigencias de las que había arrancado el socialismo real, es decir, la explotación a que un capitalismo inhumano había sometido al proletariado», como el Papa mismo dijo en Riga, Letonia, el 9 de septiembre de 1993– y su realización, basada en una opción antropológica equivocada, que para nada tenía en cuenta la realidad del hombre, que vive también de fe, de arte y de poesía… Esto hacía ya intuir la segunda fase del pontificado.
Incluso en los asuntos políticos y diplomáticos, tras recabar toda la información posible, tras estudiar juntos y haber valorado todas las posibilidades, la verdadera pregunta que nos dirigía a todos nosotros era esta: «¿Qué querría el Señor? ¿Qué nos inspira el Evangelio?». No sopesaba los argumentos de oportunidad política o las ventajas diplomáticas concretas
¿Por qué?
SILVESTRINI: Este modo de afrontar los regímenes del Este es coherente con el reto que luego el papa Juan Pablo II lanzó contra el consumismo. El dice, efectivamente, en la Laborem exercens y en la Centesimus annus que el mercado es un instrumento que revela la buena marcha de la empresa, y la libertad del mercado es indispensable. Pero no resuelve las necesidades del hombre, porque hay valores que escapan, que no quedan satisfechos por la libertad económica. La categoría de consumismo está también aquí filtrada antropológicamente: una economía que produce no se confronta de por sí con el tema de la familia, de la relación entre pueblos ricos y pobres. Hay que notar que el liberalismo económico está visto como un peligro más insidioso que el comunismo, porque no es la negación atea de toda dimensión trascendente, sino que nace precisamente de una civilización que históricamente tiene raíces cristianas. Pero el Papa nunca ha renunciado a este nuevo reto. Hay una lógica en todo su pontificado, hija de la visión del papa Wojtyla, expresada en la Redemptor hominis. Esta es el origen. Claro que también la Sollicitudo rei socialis va en esta línea, pero es un elemento, como otras encíclicas de este Papa, de la constelación que gira alrededor de la Redemptor hominis.
Pero hay también, digámoslo así, una tercera fase en el pontificado…
La ceremonia de canonización de los beatos Daniel Comboni, José Freinademetz y Arnoldo Janssen, el 5 de octubre de 2003

La ceremonia de canonización de los beatos Daniel Comboni, José Freinademetz y Arnoldo Janssen, el 5 de octubre de 2003

¿Cuál?
SILVESTRINI: La de la paz, tras el 11 de septiembre. La fase para la cual la guerra no se puede nunca aceptar y el único uso de las armas permitido es en legítima defensa. Juan Pablo II retoma aquí a Juan XXIII en la Pacem in terris, en la afirmación de que en la situación actual de tecnología militar es impensable, o mejor dicho, alienum a ratione, la guerra como instrumento de solución de los conflictos internacionales. El papa Juan Pablo II lo ha repetido también en el mensaje sobre la paz de este año y lo ha desarrollado vigorosamente en todos sus pronunciamientos sobre la guerra contra Irak. Sin ninguna indulgencia por el régimen de Sadam Husein, al Papa le preocupaba que la comunidad internacional renunciara a la solución basada en la Carta de la ONU, es decir, en los principios, para llegar a una solución unilateral, como por desgracia ocurrió.
En la época de la guerra contra Irak se dijo que el mensaje de paz del Papa estaba universalmente compartido porque no representaba un hecho exclusivo de fe cristiana, sino de común sentimiento religioso…
SILVESTRINI: Y por ello era susceptible de activar la colaboración de los seguidores de las otras religiones. Estaba todo basado en el concepto de que Dios no puede querer el odio y la muerte de los seres humanos. Dios expresa una paternidad que es la base de la paz y de la posibilidad de que los hombres descubran caminos de solidaridad. El papa Juan Pablo II ha eliminado cualquier posibilidad de pensar que las religiones como tales, para afirmarse a sí mismas, puedan justificar la intolerancia y la guerra santa. Así que, una vez aclarado esto, nos damos cuenta de que es la fe en Dios, que es padre de todos, lo que convierte a sus fieles en hermanos. La paz, pues, surge de esta visión religiosa de la vida humana.
Juan Pablo II saluda a la gente al terminar la celebración litúrgica

Juan Pablo II saluda a la gente al terminar la celebración litúrgica

Juan Pablo II ha sido un papa importante en el mundo. A veces ha provocado entusiasmo en algunos de sus pronunciamientos y de sus tomas de postura. ¿Le han seguido siempre los católicos?
SILVESTRINI: No siempre. La Conferencia episcopal de Estados Unidos, por ejemplo, ha dicho sobre la paz cosas muy parecidas a las que ha dicho el Papa. Pero recuerdo que en Latinoamérica, cuando la visitó, había posturas diferentes, podríamos decir que había lentitud a la hora de seguir al Papa; no digo resistencia, pero sí cierto desapego. Había una Iglesia que a veces iba más allá, con la Teología de la Liberación, y otra que era reacia a aceptar las propuestas del Papa por motivos opuestos. Ha pasado. Un tema muy discutido de distancia entre el papa Juan Pablo II y la Iglesia han sido los mea culpa por los comportamientos de algunos hombres de Iglesia en el pasado, por Jan Hus, por la matanza de San Bartolomé, por el antisemitismo… El Papa no quiso condenar a personas del pasado, sino purificar hoy la memoria de la Iglesia de todo lo que no corresponde a su misión. Para que la Iglesia se libere de todo esto y no repita el error. Ciertos ambientes estaban preocupados de que si la Iglesia comenzaba a desmentir su pasado habría quien un mañana pediría que desmintiera lo que está haciendo hoy.
Sobre el mea culpa por los judíos, además, el Papa ha sido protagonista, tomó él la iniciativa y siguió adelante. No sólo cuando fue a visitar la sinagoga de Roma, sino también durante el Jubileo de 2000, cuando introdujo su petición de perdón en el Muro de las Lamentaciones y visitó el Yad Vashem. Quiso eliminar de una vez por todas el malentendido sentimiento de desconfianza hacia los judíos. Será así, tendrá que desaparecer; pero no sucederá con la rapidez con que el papa Juan Pablo II hubiera deseado, aunque sí con el tiempo.
Los gestos de este Papa llevan un ritmo, y los de la Iglesia otro.
SILVESTRINI: Está claro, porque tras un gesto hay que esperar que se inculture. A la generación que ha visto el gesto le cuesta adaptarse, posee su propia historia. Hay que esperar a la nueva generación para ver la eficacia del gesto. Todavía hoy podemos decir que el Vaticano II encuentra problemas de inculturación… El Papa, tras el encuentro de Asís de 1986, en la reunión con la Curia en Navidad, quiso explicar aquel acontecimiento. Se comprendía claramente que se daba cuenta de que había quienes no lo aceptaban. Había miedo de que se diera la impresión de alimentar una especie de sincretismo religioso. Pero él explicó que en Asís cada cual había invocado con los demás el bien de la paz, pero las modalidades de oración habían quedado diferenciadas. Tanto es verdad que la oración ecuménica de Asís fue rezada sólo por las confesiones cristianas, no con los budistas o los musulmanes… El Papa quiso subrayarlo. Su actitud ha sido siempre esta: valiente, y convencido de lo que sentía dentro como inspiración de sus iniciativas. Ha demostrado que confía en que el tiempo traería los frutos esperados. Personalmente siempre he encontrado al Papa muy sereno y tranquilo por lo que hacía.
Juan Pablo II con el primado de la Comunión anglicana, Rowan Douglas Williams, el 4 de octubre de 2003

Juan Pablo II con el primado de la Comunión anglicana, Rowan Douglas Williams, el 4 de octubre de 2003

¿Cuál es el recuerdo de este Papa que más le impresiona?
SILVESTRINI: Incluso en los asuntos políticos y diplomáticos, tras recabar toda la información posible, tras estudiar juntos y haber valorado todas las posibilidades, la verdadera pregunta que nos dirigía a todos nosotros era esta: «¿Qué querría el Señor? ¿Qué nos inspira el Evangelio?». No sopesaba los argumentos de oportunidad política o las ventajas diplomáticas concretas. Nosotros estábamos llamados a ser fieles y a observar si lo que estábamos a punto de hacer «corresponde al bien del hombre y a la misión de la Iglesia, como nos enseña el Evangelio».
Permítame una pregunta estrictamente personal. Cuando usted reza por el Papa, incluso estos días, ¿qué pide?
SILVESTRINI: Que el Señor le done todo lo mejor para él y para la Iglesia. Y pido que pueda tener salud y vigor: esta es la petición más natural. Pero además, como en todas las oraciones, “hágase tu voluntad”. Como en el Evangelio de Lucas responde María al ángel: «He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra».


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