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ECUMENISMO
Sacado del n. 09 - 2008

LOURDES

«La primordial importancia de, sencillamente, llevar a Jesús»


Publicamos el texto de la homilía que el primado de la Comunión anglicana pronunció el miércoles 24 de septiembre en la Gruta de Lourdes


por el primado anglicano Rowan Williams


El primado anglicano Rowan Williams y el cardenal Walter Kasper en la Gruta de Lourdes, el 24 de septiembre de 2008 [© ACHS/Rosenthal]

El primado anglicano Rowan Williams y el cardenal Walter Kasper en la Gruta de Lourdes, el 24 de septiembre de 2008 [© ACHS/Rosenthal]

«El niño saltó de gozo en mi seno» (Lc 1, 44).María visita a Isabel, llevando a Jesús en su seno. El Hijo de Dios es todavía invisible, aún no ha nacido, Isabel ni siquiera lo sabe todavía; y sin embargo Isabel reconoce que María lleva dentro de sí la esperanza y el deseo de todas las naciones, y que la vida se agita en lo más recóndito de su cuerpo. Aquel que preparará el camino para Jesús, Juan Bautista, actúa como saludando la esperanza que está llegando, pese a que todavía no puede ser vista.
María se nos presenta aquí como la primera misionera, «el primer mensajero del Evangelio», como la llamó el obispo de Lourdes, Perrier: el primer ser humano que llevó la buena nueva de Jesucristo a otra persona; cosa que hace simplemente llevando a Cristo dentro de sí. Ella nos recuerda que la misión comienza no con la entrega de un mensaje hecho de palabras sino en el camino hacia otra persona con Jesús en el corazón. Ella atestigua la primordial importancia de, sencillamente, llevar a Jesús, incluso antes de que existan las palabras o las acciones para mostrarle y explicarle. Esta historia de la visita de María a Isabel es en muchos sentidos muy extraña; no consiste en la comunicación de información racional de una persona a otra, sino en una corriente primitiva de electricidad espiritual que corre desde el Cristo aún no nacido hacia el Bautista aún no nacido. Pero es sin duda alguna una misión, porque evoca reconocimiento y gozo. Ocurre algo que prepara el camino a todas las palabras que serán dichas y los hechos que serán realizados. El creyente viene con Cristo a morar en ellos por la fe, y Dios hace que esa corriente viva, y comienza una respuesta, todavía no con palabras o hechos, sino simplemente reconociendo que ahí existe la vida.
Cuando María se le apareció a Bernadette, la primera vez lo hizo como una figura anónima, una hermosa mujer, una «cosa» misteriosa, no identificada aún como la Madre Inmaculada del Señor. Y Bernadette –inculta, carente de instrucción doctrinal– saltó de gozo, reconociendo que allí había vida, que allí estaba la cura. Recordad sus narraciones en las que habla de sus movimientos agraciados y ligeros a las órdenes de la Señora; como si ella, al igual que Juan en el vientre de Isabel, comenzara a bailar siguiendo la música del Verbo Encarnado que lleva su Madre. Solo poco a poco encontrará Bernadette las palabras para que el mundo sepa; solo poco a poco, podríamos decir, descubre cómo escuchar a la Señora y referir lo que tiene que decirnos.
Así pues, hay buena nueva para todos quienes queramos seguir la invitación de Jesús a la misión en su nombre; y buena nueva también para todos quienes sienten que sus esfuerzos son lentos y aparentemente ineficaces, y para todos quienes aún no han encontrado su camino hacia las «justas» palabras y un compromiso explícito. Nuestra primera y primordial tarea es llevar a Jesús con nosotros, con gratitud y fidelidad, en todo lo que hacemos: como Santa Teresa de Ávila, podríamos hacerlo con la mayor sencillez llevando siempre con nosotros una estampita o una cruz en el bolsillo, para estar constantemente “en contacto” con el Señor. Lo podemos hacer siguiendo la tradición espiritual ortodoxa repitiendo en silencio la oración a Jesús: «Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, pecador». Y si somos constantes y llevamos siempre a Jesús con nosotros, algo ocurrirá, soplará una corriente y aquellos con los que estamos sentirán, quizá muy por debajo del nivel consciente, un movimiento de vida y de gozo que puede que no lleguen a comprender. Y puede que nunca lo veamos o lo sepamos; la gente puede que ni siquiera lo asocie con nosotros, y sin embargo ahí estará, porque Jesús habla siempre a lo que está escondido en el corazón de los hombres y las mujeres, el destino para el que fueron creados. Lo sepan o no, hay algo dentro de ellos que se dirige hacia el Señor. Seguid llevando a Jesús y no desesperéis: la misión tendrá lugar, pese a todo, porque Dios en Cristo ha comenzado su viaje en el corazón.
Y cuando encontramos a aquellos que dicen que “quisieran creer” pero no pueden, que se preguntan cómo pueden encontrar su camino para un compromiso que parece espantoso y difícil de entender a la vez, tendremos algo que decirles también: «No desfallezcáis; intentadlo y perseverad hasta alcanzar los momentos de profundo y misterioso gozo; esperad pacientemente algo que vendrá a nacer dentro de vosotros». No es desde luego de cristianos acosar y presionar, ni de forzar a las personas a comprometerse en cosas que no están en condiciones de cumplir, pero podemos y debemos tratar de estar ahí, llevando a Jesús, haciendo que su gozo se vea, esperando el estremecimiento de alguien que lo ha reconocido en su corazón.
También es cierto que a menudo somos nosotros mismos quienes necesitamos escuchar la buena nueva; necesitamos gente a nuestro alrededor que lleve a Jesús, porque quienes nos llamamos creyentes también tenemos momentos de confusión y pérdida de rumbo. Los otros nos dan la espalda o nos hieren; la Iglesia puede parecer confusa, débil o incluso poco amorosa, y sentimos que no somos alimentados suficientemente ni guiados como deberíamos. Y sin embargo, la historia de María e Isabel nos dice que el Verbo Encarnado de Dios está siempre ahí dirigiéndose hacia nosotros, escondido en voces, rostros y cuerpos familiares y no familiares. Silenciosamente, Jesús actúa constantemente, queriendo sacar lo más profundo de nosotros, para tocar el corazón de nuestro gozo y esperanza.
Enfermos en Lourdes [© Contrasto]

Enfermos en Lourdes [© Contrasto]

Quizá lo que pasa cuando nos sentimos perdidos y descorazonados es que Jesús nos está suavemente alejando de un gozo o una esperanza que es solo humana, limitada solo a algo que podemos manejar o que creemos superficialmente que deseamos. Quizá es parte de un camino hacia su verdad, no hacia la nuestra. Nosotros también necesitamos buscar y escuchar los momentos de reconocimiento y estremecimiento de gozo escondidos dentro de nosotros. Puede ocurrir cuando encontramos una persona en la que percibimos que las palabras que nosotros utilizamos casi indiferentemente sobre Dios son una realidad viva y concreta (por eso son tan importantes las vidas de los santos, antiguos y modernos). Puede ocurrir cuando repentinamente nos asalta un momento de quietud o asombro en medio de una liturgia conocida y que creemos saber de memoria, y por un momento tenemos la sensación de que es la clave de todo, si pudiéramos expresarlo con palabras. Puede ocurrir cuando acudimos a un lugar santo, abarrotado de esperanzas y oraciones de millones de personas, y de repente vemos que, sea lo que fuere lo que como individuos estamos pensando o sintiendo, una gran realidad se está moviendo a nuestro alrededor, debajo y dentro de nosotros, tanto si llegamos a comprenderla completamente como si no. Estos son nuestros momentos “a lo Isabel”, cuando la vida se mueve dentro, llevando el mensaje de un futuro con Cristo que sin embargo todavía no podemos comprender.
Podemos sentir la tentación de pensar que una misión es algo que hay que hacer de la misma manera que hacemos –o intentamos hacer– otras muchas cosas, haciendo que todo dependa de planificaciones y valoraciones de cómo lo estamos haciendo, y de si los resultamos son los que perseguíamos. Podemos sentir la tentación de pensar en toda la historia de la Iglesia en estos términos. Desde luego necesitamos usar nuestra inteligencia, necesitamos ser capaces de ver la diferencia entre los buenos y los malos resultados, necesitamos recurrir a toda nuestra destreza y entusiasmo cuando respondemos a la llamada de Dios a compartir su obra de transformar La verdadera misión está lista para dejarse sorprender por Dios –“sorprender por el gozo” según la encantadora frase de C. S. Lewis. Isabel sabía toda la historia de Israel y cómo estaba preparando el camino para que Dios viniera a visitar a su pueblo, y sin embargo fue sorprendida en la novedad de la vida y el conocimiento cuando el niño se movió en su vientre. Los vecinos, los maestros y el clero de la parroquia de Bernadette sabían lo que pensaban que necesitaban saber sobre la Madre de Dios, pero tuvieron que quedar sorprendidos por esta adolescente incapaz de expresarse, inerme e insignificante que había saltado de gozo reconociendo haber encontrado a María como madre, hermana, portadora de su Señor y Redentor. Nuestra oración, renovados y sorprendidos en este lugar santo, ha de ser que nos sea otorgada la fuerza envolvente del Espíritu para llevar a Jesús adondequiera que vayamos, en la esperanza de que el gozo saltará de corazón a corazón en todos nuestros encuentros humanos; y de que también se nos conceda el valor de buscar y escuchar ese gozo en nuestro interior cuando la claridad de la buena nueva parezca alejarse y el cielo esté cubierto de nubarrones.
Pero hoy aquí, con Isabel y Bernadette, decimos con agradecido estupor: «¿Qué he hecho para merecerme que la madre de mi Señor haya venido hasta mí?» Y reconocemos que el deseo de nuestro corazón ha sido satisfecho y lo más profundo de nuestro ser ha sido llevado a una nueva vida.


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