ITINERARIOS
Sacado del n. 10 - 2008

Las tumbas de los apóstoles

San Pablo


«Estoy convencido de que es poderoso para guardar mi depósito»


por Lorenzo Bianchi


San Pablo

San Pablo

Pablo (Saulo), judío de Tarso de Cilicia y ciudadano romano, llamado por Jesús entre sus apóstoles mientras se dirige a Damasco para organizar la persecución contra los cristianos, está enterrado en Roma. A la capital del Imperio había llegado en la primavera del 61, prisionero, para someterse al juicio de Nerón, a quien había apelado, como ciudadano romano, después del arresto ocurrido en Jerusalén en el 58, acusado por algunos judíos de haber ultrajado la ley de Moisés. El viaje de Pablo es descrito por Lucas, que lo acompañó, en los Hechos de los Apóstoles (Hc 27, 1-44): en barco a Malta, tocando antes las islas de Chipre y de Creta, luego a Siracusa, Reggio, Pozzuoli, luego por la vía Appia a Forum Appi (cerca de Terracina) y a las Tres Tabernae (Pizzo Cardinale, a pocos kilómetros de la actual Cisterna), localidades en las que le salieron al paso los cristianos de Roma, para llegar por fin a la Urbe. Aquí se quedó bajo custodia militaris (es decir, libre de vivir en su propia casa pero bajo la vigilancia de un soldado) en espera del proceso, que probablemente no llegó a tener lugar porque sus acusadores no se presentaron en Roma. Una tradición indica como la casa de Pablo un edificio cerca del Tíber, donde ahora surge la iglesia de San Pablo de la Regla (aquí las investigaciones arqueológicas han encontrado hasta ahora estructuras romanas de finales del siglo I d.C.); y se ha querido indicar otra morada posterior del apóstol en la domus de Aquila y Prisca, en el Aventino, en el lugar donde ahora surge la iglesia dedicada a santa Prisca. Liberado de la prisión, quizá Pablo ya no estaba en Roma en el 64, el año del comienzo de la persecución neroniana. Sin embargo, regresó inmediatamente después, de nuevo prisionero y esta vez encerrado en la cárcel, en el 66 o en el 67, año en que sufrió el proceso y el martirio por decapitación. El pasaje del papa Clemente, ya citado a propósito de Pedro, deja intuir que el arresto de Pablo y su condena tuvieron lugar por denuncia de cristianos; y algunas palabras dirigidas a Timoteo atestiguan su abandono y su soledad: «Demas me ha abandonado por amor a este mundo. El se fue a Tesalónica» (2Tm 4, 10); «Solamente Lucas se ha quedado conmigo» (2Tm 4, 11); «Cuando hice mi primera defensa, nadie me acompañó, sino que todos me abandonaron. ¡Ojalá que no les sea tenido en cuenta!» (2Tm 4, 16).
Varias tradiciones relacionan a Pedro y Pablo en las circunstancias del martirio: desde la detención de ambos en la Cárcel Mamertina a la de su último encuentro en la Vía Ostiense, a las puertas de Roma; aunque, como ya hemos dicho, los estudios más recientes y aceptados tienden a colocar en años diferentes el martirio de Pedro y el de Pablo. Sin embargo, es constante y muy antigua la tradición, que se remonta al siglo II, según la cual el martirio de Pablo ocurrió en el lugar llamado Ad Aquas Salvias, a las puertas de la ciudad, donde investigaciones arqueológicas de finales del siglo XIX encontraron testimonios del siglo I, y donde en el siglo V fue edificada la iglesia de San Pablo Ad Tres Fontes, actualmente englobada en la abadía de las Tres Fuentes. Su sepultura tuvo lugar, en cambio, en un área destinada a cementerio en la Vía Ostiense, en una finca, según la tradición, de propiedad de cierta Lucina (praedium Lucinae); encontramos un testimonio por primera vez en el pasaje de Gayo, ya citado a propósito de Pedro, quien a finales del siglo II, en tiempos del pontificado del papa Ceferino (198-217) dice: «Yo puedo mostrar los trofeos de los apóstoles. Pues si deseas ir al Vaticano o al camino de Ostia, verás los trofeos de aquellos que fundaron esta Iglesia» (en Eusebio de Cesarea, Historia eclesiástica, II, 25, 6-7). Conviene repetir aquí que, utilizando la palabra griega trópaion, Gayo no quiere referirse primariamente a la estructura arquitectónica, que tuvo que existir sin lugar a dudas, sino, en sentido propio, a su contenido, es decir, al cuerpo del mártir, en el que se muestra la victoria de Cristo: es este el “trofeo de la victoria”. Trazas de parte de la necrópolis donde fue sepultado Pablo, que se desarrolló desde el siglo I a.C. hasta todo el siglo IV, sacadas a la luz y cercadas, siguen siendo visibles en la Vía Ostiense, cerca de la actual basílica de San Pablo. El Liber pontificalis, en el que se recogen las biografías de los obispos de Roma hasta la baja Edad Media, nos informa que Constantino edificó sobre el sepulcro de Pablo una Basílica, que, por lo tanto, ha de fecharse en los años precedentes al 337, año de la muerte de Constantino. De esta primera construcción no se han encontrado huellas seguras, a pesar de algunas hipótesis presentadas recientemente a propósito de un pequeño ábside (que también podría pertenecer a cualquier mausoleo de la necrópolis en la que tuvo lugar la sepultura de Pablo) surgido frente al altar de la Basílica durante excavaciones en 1850, que atestiguaría un edificio mucho más pequeño que el actual y orientado al contrario. Hacia el 384-386 los tres emperadores Valentiniano II, Teodosio y Arcadio en un rescripto al praefectus Urbi Salustio prescribieron decorar (ornare), ampliar (amplificare) y levantar, o mejor dicho, agrandar y magnificar (attollere) la iglesia construida sobre la tumba del apóstol, en función también de la notable cantidad de peregrinos. El resultado fue una Basílica de cinco naves, de notable dimensiones, con un transepto muy ancho. Esta Basílica quedó grosso modo intacta hasta el siglo XIX, cuando el enorme incendio que prendió el 26 de julio de 1823 la destruyó en gran parte, sin tocar, por lo demás, el lugar del sepulcro de Pablo. La que ha quedado, reconstruida en los tres decenios siguientes, es, pues, solo una copia de la Basílica del siglo IV. El ya citado Liber pontificalis (cuya redacción se remonta al siglo VI, pero sobre fuentes que sin duda aluden a tiempos mucho más antiguos) nos informa también de que Constantino había hecho colocar el cuerpo de Pablo en una caja de bronce, contenida y protegida por un ambiente cerrado por paredes, a semejanza del sepulcro de Pedro. La caja, sobre la que estaba colocada una gran cruz de oro que pesaba 150 libras, debería encontrarse (la falta de comprobaciones nos obliga a utilizar el condicional) debajo del nivel del suelo de la Basílica constantiniana, más bajo respecto al nivel de la de los tres emperadores Valentiniano II, Teodosio y Arcadio, que es posterior. Al lugar de la sepultura le corresponde ahora, más en alto, el altar central. La colocación de la confesión paulina, así como está descrita más arriba, nunca fue modificada sustancialmente durante los siglos, si no es en su entorno, una primera vez en época del papa León Magno (440-461), que levantó el transepto, y otra segunda vez cuando el papa Gregorio Magno (590-604), que después de volver a levantar nuevamente el suelo, mandó excavar una cripta que tenía un recorrido anular alrededor de la tumba del apóstol, permitiendo el acceso y la visita de los fieles. De esta cripta queda todavía una parte, la de enfrente del altar, mientras que la parte restante quedó destruida durante las obras de restauración del siglo XVI, que cerraron el acceso directo al lugar donde están guardados los restos mortales de Pablo. En el actual nivel del presbiterio, bajo el altar, se encuentra una lápida de mármol, formada por dos piezas distintas unidas entre sí, que lleva grabadas las palabras “PAULO APOSTOLO MART(YRI)” (“a Pablo apóstol y mártir”), que se remonta presumiblemente al siglo V. En la lápida hay tres agujeros, uno circular y dos rectangulares, que llevan a tres huecos (cataractae) comunicantes entre sí, usados durante toda la Edad Media para conseguir reliquias por contacto introduciendo brandea (tiras de tela). El sepulcro paulino ha permanecido casi intacto hasta nuestros días sin que nadie lo haya tocado nunca. más recientes hasta el de la Basílica de los Tres Emperadores. Entre este y el altar se ha liberado parte del lado largo de lo que ha sido interpretado como una caja de mármol, sobre cuya tapa hay un agujero circular (ahora tapado) en correspondencia con el agujero circular presente en la lápida superior que lleva el epígrafe “PAULO APOSTOLO MART(YRI)”. Hasta el momento no se han llevado a cabo investigaciones dentro de la supuesta caja. Dado el nivel, de todos modos, no se trata de la sepultura original de Pablo, que se encuentra en un nivel sin duda inferior (debajo debería encontrarse el nivel constantiniano y aún más abajo el correspondiente al trópaion citado por Gayo), pero no se puede excluir una traslación “vertical” del cuerpo de Pablo a un lugar más elevado a finales del siglo IV, como ocurrió (en época distinta) con el de Pedro. En 2006 se eliminó en la confesión de la Basílica ostiense el altar moderno dedicado a un san Timoteo mártir del siglo IV, por lo que ahora queda visible parte del área que está debajo del altar y de la lápida con el epígrafe.
El Papa Benedicto XVI observa el lugar de la tumba de san Pablo debajo del altar central de la Basílica de San Pablo extramuros, desde la ventana abierta recientemente en la cripta

El Papa Benedicto XVI observa el lugar de la tumba de san Pablo debajo del altar central de la Basílica de San Pablo extramuros, desde la ventana abierta recientemente en la cripta

Es oportuno señalar también aquí, como ya hicimos a propósito de Pedro, el epígrafe del papa Dámaso (366-384) en la Memoria Apostolorum ad catacumbas de la Vía Appia (hoy Basílica de San Sebastián), que dice: «Quienquiera que seas y busques los nombres conjuntos de Pedro y de Pablo, que sepas que estos santos reposaron aquí (habitasse) un tiempo. El Oriente envió a los discípulos –lo afirman de buen grado– y estos, gracias a la sangre del martirio y al excelso seguimiento de Cristo, alcanzaron las regiones celestiales y el reino de los justos. Roma mereció reivindicarles como ciudadanos suyos. Esto canta en vuestra alabanza Dámaso, oh nuevos luminares». Partiendo de este texto, y de la presencia en las catacumbas de numerosas inscripciones de invocación conjunta a Pedro y Pablo, se ha avanzado la hipótesis de que se trasladaron temporalmente las reliquias de los dos fundadores de la Iglesia de Roma a este lugar en el período de la persecución iniciada por el emperador Valeriano (258): pero esto es solo una hipótesis de estudio.
En fin, según una tradición medieval la cabeza de Pablo y la de Pedro se conservaron desde el siglo VIII en el Sancta Sanctorum y luego fueron trasladadas por el papa Urbano V, el 16 de abril de 1369, a los dos bustos de plata del interior del ciborio de la Basílica lateranense. El 23 de julio de 1823 el cardenal Antonelli llevó a cabo un reconocimiento; hace unos decenios, en el ámbito de las investigaciones sobre Pedro, también se llevaron a cabo investigaciones científicas con resultados inciertos.


Italiano English Français Deutsch Português