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VATICANO
Sacado del n. 05 - 2009

Entrevista al cardenal brasileño Cláudio Hummes

Cuando íbamos con Lula a estar con los obreros


Encuentro con el prefecto de la Congregación para el Clero: desde su primera estancia en Roma como estudiante, a los años vividos cerca del futuro presidente de Brasil en las batallas por los derechos de los obreros. Desde el trabajo por el renacimiento de los seminarios brasileños hasta el cargo actual que desempeña desde hace dos años y medio. Esperando el Año sacerdotal


Entrevista al cardenal Cláudio Hummes por Pina Baglioni


Cuando el papa Benedicto XVI lo llamó a Roma como prefecto de la Congregación para el Clero, uno de los vaticanistas italianos más prestigiosos describió al cardenal Cláudio Hummes, entonces arzobispo de São Paulo de Brasil, como «un personaje de primera categoría en la Iglesia mundial», observando que con él llegaría a la Curia «un Brasil campeón del mundo».
Desde su llegada a Roma han pasado ya dos años y medio. Y precisamente en este 2009, el 19 de junio, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, comenzará el “Año sacerdotal” proclamado por el Papa a mediados de marzo, durante la audiencia concedida a los participantes en la Asamblea plenaria de la Congregación para el Clero.
El cardenal Hummes ha aceptado recibirnos en su despacho del Palacio de las Congregaciones. Donde, al lado de los retratos de Benedicto XVI y Pío XI colgados en la pared, llama la atención, en un rincón, una bellísima estatua de la Virgen de Guadalupe con colores extraordinariamente vivos. «Ya estaba aquí cuando llegué», dice el cardenal. «Fue para mí una gran alegría».

Cláudio Hummes

Cláudio Hummes

Eminencia, usted vivió en Roma entre 1959 y 1962 como estudiante. ¿Qué recuerda de aquel primer periodo romano?
CLÁUDIO HUMMES: Cuando llegué a Roma por primera vez en 1959, la Ciudad Santa me causó grandísima impresión: todo lo que había estudiado, imaginado, lo tenía ante los ojos. Como franciscano, fui a estudiar Filosofía al Antonianum y, aunque llevaba una vida de tipo conventual, de vez en cuando iba a visitar los lugares de la memoria cristiana y de la Roma imperial. Tenía veinticinco años y había recibido la ordenación sacerdotal un año antes. Comencé a sentir una veneración mística por esta ciudad. Un sentimiento profundo que conservo aún porque Roma sigue siendo, en su esencia religiosa e histórica, la misma, a pesar de que hayan pasado muchos años. Aquel periodo también fue importante para mí porque me tocó vivir los orígenes del Concilio Vaticano II, recién convocado. Yo, que venía de Brasil, no tenía ni idea de lo que iba a suceder. Y fue realmente entusiasmante. Además tendría que haber estudiado las Sagradas Escrituras y el Derecho canónico. En cambio, mi provincial me “desvió” hacia la Filosofía. Me había aficionado al pensamiento de san Agustín pero en el Antonianum estudié la Filosofía moderna y sobre todo la contemporánea: Marx, Heidegger, los existencialistas franceses. Precisamente en aquel periodo se estaba afirmando la Neoescolástica, especialmente la iluminada por la reflexión trascendental de Kant. En fin, este cambio de rumbo se revelaría providencial para mí porque me ayudó a comprender mejor las transformaciones profundas que el Concilio provocó también en el ámbito de la reflexión teológica. Esta experiencia me resultó muy útil cuando volví a Brasil. Donde, además de la enseñanza de la filosofía, me tuve que ocupar de ecumenismo en 1968. Antes del Concilio Vaticano II, el ecumenismo había sido sobre todo una iniciativa de las Iglesias protestantes, propuesta por los misioneros protestantes en África y Asia desde la segunda mitad del siglo XIX. En ese contexto había surgido el debate sobre el escándalo de la división de las Iglesias cristianas. En el Concilio, también la Iglesia católica comenzó a sentir la urgencia ecuménica. Así pues, en 1968, la Conferencia episcopal brasileña me envió a Suiza a especializarme en ecumenismo en el Instituto ecuménico de Bossey de Ginebra.
¿Puede explicarnos por qué un prestigioso profesor de Filosofía como usted se vio en un momento de su vida comprometido con los derechos de los obreros, sindicatos, asambleas de trabajadores en las fábricas?
HUMMES: Fueron años apasionantes: me di cuenta de quiénes eran los pobres y los opresores. Los de verdad, los de carne y hueso. Algo que hasta entonces, como profesor de Filosofía, no lo daba por sentado. En 1975 fui nombrado obispo de la diócesis de San Andrés, gran zona industrial en la periferia de São Paulo, con 250.000 trabajadores metalúrgicos, sede de multinacionales y de fábricas de automóviles como la Volkswagen. Brasil en aquel periodo vivía bajo el dominio de la dictadura militar y cualquier tipo de movilización en defensa de los derechos de los obreros era considerado subversivo y se reprimía con la violencia.
Son los años en que comienza a surgir la figura de Luiz Inácio Lula da Silva como gran líder sindical. Realizaba su labor en San Bernardo, distrito obrero de mi diócesis. Lo conocí en aquellos años y trabajamos juntos porque la diócesis de San Andrés optó enseguida por este nuevo sindicalismo no violento, cuyas reivindicaciones consideramos justas. También a mí me apedrearon cuando a menudo acompañaba a Lula en las manifestaciones callejeras, a pesar de que los militares habían prohibido manifestarse públicamente en las calles. Con todo, decidimos abrir las iglesias para que los huelguistas hicieran sus asambleas. Fue una buena decisión, porque así se evitaron desórdenes y muertes en la calle. Efectivamente, la postura de Lula se caracterizaba por la acción no violenta. El nacimiento del Partido de los Trabajadores fue el inicio de un proceso de redemocratización de Brasil que luego se realizaría en los años siguientes. La experiencia en medio de los obreros me sirvió mucho para mis cargos siguientes. En 1996 fui nombrado arzobispo de Fortaleza, en el Estado de Ceará, en la región Noreste. Y si en San Andrés había conocido la pobreza urbana de las favelas, en Fortaleza, en cambio, me encontré frente a la igualmente tremenda pobreza de los campesinos que vivían con nada. Allí trabajamos mucho. Dos años después, como arzobispo de São Paulo, junto con mis colaboradores, nos ocupamos de las personas que viven en la calle, tanto niños como adultos. Fue un trabajo pastoral urgente, difícil pero apasionante.
Dom Cláudio Hummes  habla a 80.000 metalúrgicos reunidos en el estadio de Vila Euclides durante la gran huelga del 13 de marzo de 1979;  a la izquierda de Hummes se ve 
a Luiz Inácio Lula da Silva [© Cardenal Cláudio Hummes]

Dom Cláudio Hummes habla a 80.000 metalúrgicos reunidos en el estadio de Vila Euclides durante la gran huelga del 13 de marzo de 1979; a la izquierda de Hummes se ve a Luiz Inácio Lula da Silva [© Cardenal Cláudio Hummes]

Usted fue ordenado obispo en la Catedral de Porto Alegre por el cardenal Aloísio Lorscheider el 25 de mayo de 1975 y fue amigo de dom Luciano Mendes de Almeida. Dos gigantes de la Iglesia brasileña. ¿Puede contarnos algo de ellos?
HUMMES: Lorscheider supera los confines de la Iglesia brasileña. Pertenece a la Iglesia universal. Me acogió en el Antonianum de Roma porque en 1959 enseñaba Teología dogmática y yo me he considerado siempre discípulo suyo. Lo que puedo decir de él es que sabía darle a la teología, además de su carácter doctrinal, un aliento espiritual y pastoral. El otro aspecto que hay que recordar es que durante los veintitrés años que fue arzobispo de Fortaleza trabajó denodadamente por los pobres.
Mendes de Almeida, en cambio, tenía un estilo totalmente diferente. Tuve la suerte de trabajar con él en la Conferencia episcopal brasileña, de la que fue presidente. Cuando yo >También se ha dedicado usted a la formación de los sacerdotes. Una especie de marcha de aproximación a su cargo actual.
HUMMES: La formación de los sacerdotes ha acompañado toda mi vida. Inmediatamente después de regresar de Roma comencé a enseñar en el Seminario mayor regional y en la Universidad Pontificia de Porto Alegre, y estaba continuamente en contacto con los seminarios. El trabajo era mucho, entre otras cosas porque después del Concilio los seminarios estaban en crisis. Muchos, incluso, habían sido cerrados. Como obispo de San Andrés, mis colaboradores y yo comenzamos prácticamente desde el principio en aquella diócesis, poniendo en marcha un seminario para la Teología y otro para la Filosofía. Gracias a Dios, cuando me fui, los dos nuevos seminarios estaban llenos. Luego fui nombrado arzobispo de Fortaleza, en el Noreste: y también allí hizo falta un gran trabajo de pastoral vocacional y acabar la construcción de un edificio para el año propedéutico. Nel 1998, cuando fui nombrado arzobispo de São Paulo, en el seminario diocesano había un número insuficiente de seminaristas. Tuvimos que destinar un sacerdote a tiempo completo para la pastoral vocacional y fue una decisión providencial. Tuve que cambiar a algunos sacerdotes encargados de la formación de los seminaristas, construimos un nuevo seminario para los teólogos y compramos un edificio para el año propedéutico. Se ayudó a muchos jóvenes con la vocación en el corazón a sacarla fuera, a comprender claramente cuál era su camino. En el fondo, la cuestión de la pastoral vocacional es simple: los jóvenes tienen que tener delante a alguien de quien puedan fiarse para hablar de su vocación y recibir la orientación adecuada.
Hummes con Lula en 1989 durante la  primera campaña electoral de Lula para las presidenciales [© Cardenal Cláudio Hummes]

Hummes con Lula en 1989 durante la primera campaña electoral de Lula para las presidenciales [© Cardenal Cláudio Hummes]

Experiencias que evidentemente le resultan útiles aquí en Roma. Sobre todo en vistas de un año que la Iglesia dedicará a los sacerdotes, cuya imagen se ha visto ofuscada últimamente por algunos casos de pedofilia ampliamente enfatizados por los medios de comunicación de todo el mundo.
HUMMES: Es el momento bueno para el Año sacerdotal. El Papa le ha encargado a la Congregación para el Clero que promueva y coordine iniciativas espirituales y pastorales junto con los obispos y los superiores mayores religiosos. Queremos ayudar a todos los sacerdotes a renovar el amor y el entusiasmo por su vocación y misión. Es también la ocasión para restablecer la verdad: el 96% de los sacerdotes de todo el mundo no tiene nada que ver con las varias formas de indignidad surgidas en estos años. La mayor parte, aun con todas sus debilidades, límites humanos, fallos, ofrece todos los días su propia vida por los demás, en el ejercicio diario de su ministerio y misión. Queremos ser positivos y propositivos para con ellos, ayudándoles a fortalecer la vida espiritual que sostiene toda forma de misión. Este Año sacerdotal quiere ser el reconocimiento de la importancia de los sacerdotes. ¿Por qué son tan importantes? Porque la Iglesia camina con los pies de los sacerdotes. Cuando ellos se paran, todo se para. Cuando caminan, todo empieza de nuevo a moverse. Si se quedan perplejos, no sucederá nada.
No queremos hablar solo de un sacerdote ideal. Lo ideal, por supuesto, debemos buscarlo siempre. Pero el reconocimiento de la Iglesia concierne a los sacerdotes que ya están, que hoy anuncian a Cristo y dan testimonio en todos los rincones de la tierra. Los reconocemos, los amamos, los admiramos, queremos ser para ellos amigos, padres. En fin, han de saber que la Iglesia los ama. La cuestión está en cómo transformar todo esto en gestos concretos, reales. Ante todo, hay que darles la oportunidad de una formación permanente que les ayude a descubrir de nuevo la belleza de su vida. En la sociedad de hoy tal y como es. En el mundo tal y como es. No debemos condenar la cultura y la sociedad contemporáneas. Porque estos son los tiempos que el Señor nos ha dado para vivir. Al contrario, hay que comprender las oportunidades, los aspectos positivos que ofrecen a todos, también a los sacerdotes. Por eso debemos rezar con ellos y por ellos en las parroquias, en las diócesis. Y hay que involucrar a la gente, hay que llamarla a colaborar. El Papa nos ha dicho que trabajemos de acuerdo con los obispos y los superiores religiosos. El Año sacerdotal debe tener lugar en toda la Iglesia.
En el discurso que dirigió el Papa el pasado 16 de marzo a los participantes en la asamblea plenaria de la Congregación para el Clero, hay un pasaje que dice que los sacerdotes deben ser reconocibles, tanto por el juicio de fe como por las virtudes personales, e incluso por la ropa.
HUMMES: El traje eclesiástico siempre ha sido una obligación. Pero en una sociedad pluralista las señas de identidad son aún más importantes. Igualmente, pero en un sentido aún más profundo, el testimonio fuerte del celibato sacerdotal, que es un signo de la transcendencia del Reino de Dio, puede y debe ser una seña de los presbíteros, que los hace reconocibles. Al mismo tiempo, ser reconocidos tiene una connotación sacramental. Es una forma de amor a la propia vocación: el querer ser reconocibles y no unos desconocidos. Otra cosa que quiero decir es que hay que ayudar a los sacerdotes a entender que ya no es suficiente esperar a que la gente vaya a la parroquia. Hoy esto no basta. Es necesario que se levanten y vayan a buscar y evangelizar a los bautizados que se han alejado y a todos los que aún no han sido bautizados. Que se dejen alcanzar por el soplo del Espíritu Santo y empiecen a dedicarse a la misión en el sentido estricto de la palabra. Y no hablo sólo de los países no cristianos, sino también de los cristianos. No podemos aferrarnos a un pasado que ya no existe. Comprender esto nos hace más felices, más libres.
Benedicto XVI con el cardenal Hummes durante la Plenaria de la Congregación para el Clero, el 16 de marzo de 2009 [© Osservatore Romano]

Benedicto XVI con el cardenal Hummes durante la Plenaria de la Congregación para el Clero, el 16 de marzo de 2009 [© Osservatore Romano]

En concreto, ¿cuáles serán los gestos, los momentos más significativos de este Año sacerdotal?
HUMMES: El mismo Papa inaugurará el Año sacerdotal el próximo 19 de junio, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús y Jornada mundial de oración por la santificación de los sacerdotes. En primer lugar, deseo informar que, en la Basílica Vaticana, se expondrá la reliquia –traída por el obispo de Belley-Ars– del corazón de san Juan María Vianney, el santo Cura de Ars, en el 150 aniversario de su muerte. Este cura sencillo es un modelo ejemplar: supo atraer hacia Cristo a mucha gente gracias a su vida, a su manera de rezar, de ser cura, de confesar. Aun teniendo en cuenta todas las diferencias históricas y sociales que nos separan de su época, no hay que olvidar que cuando llegó a Ars, no entraba nadie en su parroquia. Luego, gracias a su estilo de vida, a sus homilías, la iglesia se llenó. Ya es el patrono de todos los párrocos del mundo, será proclamado también patrono de todos los sacerdotes.
El 19 de junio el Papa presidirá el rezo de las Vísperas y pronunciará una homilía en la Basílica de San Pedro. Su deseo es que, contemporáneamente con la celebración en el Vaticano, los obispos en sus diócesis, los religiosos en sus congregaciones y los párrocos con sus fieles, den comienzo a este Año dedicado a los sacerdotes. El Papa está redactando un documento-mensaje y lo enviará a los sacerdotes. La clausura, que tendrá lugar en junio de 2010, prevé un encuentro mundial de sacerdotes con el Papa en la plaza de San Pedro. En una fecha que aún ha de establecerse se celebrará aquí en Roma un congreso teológico internacional sobre la figura del sacerdote. Además, en este Año sacerdotal, la Congregación para el Clero publicará un documento sobre la índole misionera de los presbíteros, fruto del su última Asamblea plenaria. La Congregación elaborará también un directorio para los confesores y los directores espirituales porque el ministerio de la reconciliación, propio de los sacerdotes, es y será siempre un elemento sustancial de la vida de la Iglesia: Jesús vino para reconciliar a los hombres con Dios y a todos los hombres entre sí. Como dice el Evangelio: «Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él».
Eminencia, ¿cuántos son los sacerdotes hoy?
HUMMES: En 2006 eran 407.000. Las estadísticas de 2007 que nos da la Santa Sede dicen que son mil más. Han aumentado moderadamente pero no suficientemente.
30Días está publicando una serie de artículos dedicados a los Colegios Pontificios de Roma, donde en algunos se nota cierto optimismo en relación a la afluencia a los seminarios. En particular, los de los países de América Latina y de Brasil.
HUMMES: Es verdad: podemos ser razonablemente optimistas. Los seminarios vuelven a llenarse. Sobre todo en algunas zonas de Brasil se registra una gran afluencia. Quizá se empiezan a recoger los frutos de esa gran misión continental permanente lanzada con ocasión de la quinta Conferencia general del episcopado de América Latina y del Caribe celebrada hace dos años en Aparecida, cuando también se señaló que había que completar el proceso de evangelización –comenzado pero dejado a medias– entre los bautizados y había que abrirse a una nueva evangelización. En fin, como dice Jesús: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva».
Eminencia, ¿echa mucho de menos Brasil?
HUMMES: Para mí ha sido una gran gracia que el Papa me llamara a Roma. He de decir que Roma es Roma y São Paulo es São Paulo. No pueden compararse.


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