Home > Archivo > 06/07 - 2009 > La confesión: el sacramento de la humildad de los fieles
NOVA ET VETERA
Sacado del n. 06/07 - 2009

Archivo de 30Días

La confesión: el sacramento de la humildad de los fieles



por Lorenzo Cappelletti


«En nuestro tiempo, en el que en amplias zonas de la tierra la fe está en peligro de apagarse como una llama que no encuentra ya su alimento». Así describía Benedicto XVI, en la carta enviada el pasado 10 de marzo a todos los obispos del mundo, la situación actual de la fe. Poco menos de un año antes, hablando a los participantes en el curso anual organizado por la Penitenciaría apostólica, había recurrido a expresiones afines, describiendo el «apagarse» de la práctica de la confesión, síntoma del difundido «desapego » que hay también en la Iglesia por este sacramento.
El hecho de recurrir a la misma imagen –la de «apagarse», del decaer– es de por sí elocuente. Se apaga el sacramento de la confesión cuando se apaga la fe.
La causa del apagarse de la fe puede ser la libertad del hombre, cuando, como en le caso del joven rico, se dice no al atractivo amoroso de la gracia. Pero, en todo caso, frente al apagarse de la fe en amplias zonas de la tierra, lo que se requiere ante todo es la oración, visto que que «cuando se trata de la fe el gran director de escena es Dios; pues Jesús ha dicho: ninguno viene a mí si el Padre mío no lo atrae». Decía el papa Luciani.

Constatado que la causa principal del apagarse del sacramento de la confesión es el apagarse de la fe, podemos añadir que uno de los motivos que ha contribuido al debilitamiento de la práctica de este sacramento ha sido centrar la vida de las comunidades cristianas más en acontecimientos que en la cotidianidad. Y la cotidianidad está hecha de oración («la pequeña oración de la mañana» y «la pequeña oración de la noche», como recordaba recientemente el papa Benedicto a los niños) y de perdón por nuestras faltas. «Quotidie petitores, quotidie debitores» (san Agustín). Debemos rezar todos los días, hemos de ser perdonados todos los días. También el Concilio ecuménico Vaticano II, en la Lumen gentium, dice que es precisamente «en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, con las que su existencia está como entretejida» donde los fieles «hacen manifiesto a Cristo ante los demás por la irradiación de la fe, la esperanza y la caridad» (n. 31).
También el hecho de dejar de recordar la trágica posibilidad de cometer el pecado de sacrilegio cuando se recibe indignamente la comunión (cf. 1Co 11, 27-32) puede ser una ocasión más del apagarse de la práctica de la confesión. Constatamos con dolor que en el Compendio del Catecismo de la Iglesia católica ya no se habla del pecado de sacrilegio que se comete sea cuando culpablemente se omite algún pecado mortal en la confesión, sea cuando se recibe indignamente, es decir, en pecado mortal, la comunión.
Cuando la acusación de los pecados es «humilde, entera, sincera, prudente y breve», como aprendimos de niños en el Catecismo de san Pío X, en el sacramento de la confesión, junto con el perdón, se recibe y se aprende también la gracia de la humildad. De este modo la confesión se vive como el sacramento de la humildad de los fieles que hace posible recibir dignamente el sacramento de la humildad del Señor, según la estupenda definición que el Papa ha dado de la eucaristía como «santísimo y humildísimo sacramento».

La sección “Nova et vetera” repropone el artículo que en enero de 1999 Stefania Falasca dedicó al fraile capuchino Leopoldo Mandic, santo confesor.
Quienes se confesaban con el padre Leopoldo aprendían que no hacía falta añadir discursos a la acusación de los pobres pecados de uno (confesarse con el padre Leopoldo era por lo general algo muy breve): el mero hecho de ponerse de rodillas para confesarse sinceramente contiene el dolor necesario y suficiente para recibir la absolución.


Italiano English Français Deutsch Português
ready(function(){ $('.pics').cycle({ fx: 'fade', timeout: 4000 }); });